Destierro, denuncia e imaginación: cómo la literatura venezolana retrató al chavismo

La revolución bolivariana no ha sido indiferente para escritores, poetas, cuentistas y ensayistas. Distintos autores han reaccionado al proceso político, económico y social que atraviesa el país desde hace veinte años

Libros venezolanos que retrataron al chavismo

En 2016, el poeta y director teatral José Tomás Angola advertía que no habrá una gran novela del chavismo, sino muchas. “Es una herida infectada. Tratar de reducir a una simple obra es llevarlo a un mínimo histórico”, dijo entonces en entrevista publicada por el diario El Nacional.

Ya en esa época las letras venezolanas habían empezado a registrar de distintas maneras el acontecer del país en los años de revolución bolivariana.

Además, en otras partes ya era laureada esa narrativa. Alberto Barrera Tyszka había ganado en 2015 el Premio Tusquets de Novela por Patria o muerte, un título con obvia alusión a una de las frases que popularizó el gobernante después de su llegada a la presidencia en 1998.

En veinte años, autores y lectores han visto cómo referencias de la novela, el cuento y la poesía han demostrado su apoyo incondicional al proceso, entre ellas figuras como Luis Britto García, Gustavo Pereira, Laura Antillano o Luis Alberto Crespo.

Por otro lado, otros autores se mantuvieron en la otra acera, además de críticos. En su libro Diario en ruinas (1998-2017), Ana Teresa Torres cuenta cómo la sociedad civil se movilizó desde principios de siglo en contra de lo que entonces empezaba a mellar las instituciones, entre ellas las culturales.

Recuerda cómo premios a figuras de las artes empezaron a politizarse cada vez más, para así reconocer solo a aquellos autores afectos al gobierno.

La ensayista cuenta cómo por ejemplo formó parte de las deliberaciones para otorgar en el Premio Nacional de Literatura, que impulsa el Estado, que entonces obtuvo Elisa Lerner para el correspondiente año 1999. “La última escritora no partidaria del proceso en obtener el Premio Nacional de Literatura”, indica Torres en las páginas de su publicación.

Pero más allá del debate entre afectos al chavismo y defensores de la democracia, ¿qué ha escrito la literatura venezolana en las dos décadas más recientes?

Rodrigo Blanco Calderón (Foto: Isabel Wagemann)

Para algunos autores Venezuela empezó a convertirse en el escenario de hechos inimaginables que anteriormente solo habían leído en novelas, como bien escribió en 2003 Ana Teresa Torres: “Nunca pensé que viviría lo que tantas veces había conocido en libros y películas. No debo olvidar, pensé, estos rostros, estos sentimientos, este estado en que nos encontramos entre el miedo y la sorpresa. ¿Habrá sido así para los rusos en 1917, para los cubanos en 1960?”.

El escritor John Manuel Silva indica que temas como el chavismo en Venezuela, así como el narcotráfico en México o la Guerra Civil en España, pueden convertirse en una cruz para los novelistas, cuentistas y poetas. Ahora bien, con respecto a las obras sobre el chavismo, considera que como en todo, hay malas y buenas. “Siento que hay una búsqueda de un Santo Grial que no termina de llegar. Irónicamente para mí una de las grandes novelas del chavismo es Blue Label/Etiqueta Azul (2010), de Eduardo Sánchez Rugeles. Y no parece ser una novela escrita con esa intención. Incluso se adelanta a su tiempo, muchos años antes de la oleada salvaje de la emigración, predijo que habría una generación de jóvenes, especialmente de la clase media, que iban a romper con el país, y se iban a ir. Termina siendo una gran novela generacional”.

Blue Label/Etiqueta Azul se ha convertido en una referencia de las letras recientes venezolanas. Fue adaptada hace poco al cine por Alejandro Bellame.

Eduardo Sánchez Rugeles publicó este año El síndrome de Lisboa, una obra con tintes apocalípticos en la que narra a una juventud asediada por el poder del Estado, vidas venidas a menos, muerte y una lejana esperanza.

Entre las novelas recientes de autores venezolanos que más han tenido resonancia mediática están The Night (2016), de Rodrigo Blanco Calderón, que actualmente vive en España y que recibió en 2019 el premio de la tercera edición de la Bienal de Novela Mario Vargas Llosa. También está La hija de la española (2019), de Karina Sainz Borgo, editada en 22 países y que en 2019 estuvo en la lista de la revista Time de los 100 libros más importantes del año. La autora reside en España.

También han obtenido buenas reseñas el poemario El muro de Mandelshtam (2017), de Igor Barreto y Mujeres que matan (2018), de Alberto Barrera Tyszka, quien vive en México. Además, está el fenómeno de la saga Juan Planchard, de Jonathan Jakubowicz.

Si bien las historias tienen distintos derroteros, hay temas en los que coinciden: la violencia, el crimen, la pobreza, la escasez, el miedo, la corrupción y el mal.

El destierro

La escritora y traductora Raquel Rivas-Rojas apunta que actualmente los autores venezolanos también están escribiendo desde el destierro, un término que considera tiene mayor consenso que diáspora o exilio.

“Todos estamos desterrados. Mi visión es que estamos escribiendo en diáspora; bien sean los que están afuera y los que se encuentran en el país. Las personas que están en el exterior viven la diáspora en carne propia, mientras los que están adentro viven ese proceso de irse quedando solos o en planes de irse”, afirma la autora, desde Escocia, donde reside.

Marcha opositora en Caracas, Venezuela (Foto: EFE/Miguel Gutiérrez)

Menciona casos como el de Fedosy Santaella, que ha escrito buena parte de su obra en Venezuela, pero ahora está viviendo en México. “También pienso en Krina Ber, que ganó la reciente edición del Concurso Anual Transgenérico de la Fundación para la Cultura Urbana. Ella ha sumado tres o cuatro desplazamientos en su vida porque ha vivido en muchos lugares. Hay cuatro idiomas en su acervo cultural. Actualmente vive en Venezuela. Ella también escribe en la diáspora. No creo que nos podamos dividir entre quienes están afuera y los que siguen en el país”.

En efecto, Krina Ber obtuvo el galardón por su novela Ficciones asesinas. La autora nació en Polonia en 1948. Creció en Israel, estudió en Suiza y vivió en Portugal antes de mudarse a Caracas.

“En el sentido del texto diaspórico me gusta la idea de un corpus que no esté formado por novelas, sino por cuentos, entradas de blog, crónicas, textos autobiográficos; textos más fragmentarios. Creo que son los que más representan esto”, acota.

Cita como ejemplo Abecedario del estío (2019), de Liliana Lara, una obra en la que la venezolana radicada en Israel se vale de cada letra del abecedario como punto de partida para tratar miedos, cavilaciones, sueños, impresiones y recuerdos.

Raquel Rivas Rojas también menciona los textos fragmentarios que componen Nosotros los impostores (2010), de Leila Macor.

Subraya también los libros de Héctor Torres Caracas muerde (2012) y Objetos no declarados (2014), además del trabajo que el autor desarrolla en el portal de crónicas La vida de nos.

“La crónica es uno de los medios que está tratando estos temas. Si bien a algunos no les parece literatura, la producción de escritura sobre la diáspora abarca muchos géneros. Pienso que la crónica es un género literario. Sé que hay un debate al respecto. También hay formas ensayísticas que hay que incluir”.

De hecho, asegura que es el mejor momento de la crónica venezolana. “Se está abriendo una ruta y una tradición que tiene como punto de referencia a Elisa Lerner y a Milagros Socorro. Es el género más revelador de lo que pasa en Venezuela. La gente la está leyendo mucho porque necesita entender lo que está pasando. Vale también para las entrevistas de profundidad que se están haciendo en los medios digitales”, acota la autora.

Karina Sainz Borgo (Gentileza: Karina Sainz Borgo)

Para ella la escritura que se conforma alrededor del destierro no necesariamente se formaliza en el libro, sino que circula en distintas plataformas como blogs e incluso las redes sociales.

“Hay un libro maravilloso llamado Los muertos indóciles de Cristina Rivera Garza sobre la literatura que se escribe en tuits. Ella dice que las plataformas no son las anteriores. Hay gente que experimenta en Twitter e incluso Instagram. Por ejemplo, Lena Yau tiene un proyecto de escritura que pasa por estas redes. Quizá algún día compile para el papel, pero por los momentos circula así, en redes”.

La escritora y traductora forma actualmente parte de un equipo que prepara una antología de cuentos de la diáspora. “Vemos una inmensa realidad de temas, una búsqueda que no necesariamente es realista. Hay textos fantásticos, una historia que es narrada por una mosca, por ejemplo. No solo hay realismo, sino visiones abstractas. Hay autores que están tratando de salir de la camisa de fuerza del realismo y buscan una visión que incluya otros desplazamientos, no necesariamente el venezolano. Hay también fantasías, sueños, mucho más”.

Menciones al poder

Rebeca Pineda Burgos es doctora en literatura latinoamericana por la Universidad de la Ciudad de Nueva York.

En una revisión sobre las obras más emblemáticas publicadas en los cinco años más recientes, y que tienen como contexto Venezuela y las consecuencias del proceso político y social de las últimas dos décadas, indica que títulos como Mujeres que matan de Alberto Barrera Tyszka, no se menciona directamente al chavismo.

“Escuché a un crítico literario decir que le parecía muy curioso porque ese fenómeno se ve en literaturas anteriores, en contextos dictatoriales en los que vivían esos autores. Pero estos escritores a los que me refiero están fuera del país. A mí me parece que el lenguaje dice mucho también por lo que omite. Lo distópico es aterrador. Considero esa omisión muy interesante”, subraya desde Estados Unidos.

Añade: “Me parece que nombrar el poder de esa manera, lejos de manifestar una separación o un miedo a denunciar, es todo lo contrario. Se habla de un poder sin apellido o especificaciones porque lo abarca todo”.

Eduardo Sánchez Rugeles (Gentileza: Eduardo Sánchez Rugeles)

Incluso, si bien reconoce que puede deberse a intenciones comerciales de llegar a un público ajeno a la realidad venezolana, también considera que es una forma de desafiar al poder. “Es una manera de que más gente conozca y sienta esta coyuntura que tiene tanto tiempo”.

Claro, aclara que no ocurre en todas las obras. Hay libros en los que hay menciones directas como El accidente (2018), de Raquel Rivas-Rojas, o Los años sin juicio (2020), de Federico Vegas.

“Hay otro tema interesante: el regreso al pasado, a esos contextos de dictaduras en tiempos anteriores. Es una manera muy importante de revisarnos. Ocurre en Malasangre (2020), de Michelle Roche Rodríguez, y en Penínsulas rotas (2020), de Magdalena López”.

Otra mirada

El poeta Luis Alberto Crespo es una referencia en las letras venezolanas. Desde hace años es uno de los autores que apoya la llamada revolución bolivariana.

Prefiere hablar de poesía. “No toquemos la narrativa, donde está más definida la anécdota, ese afán por decir qué pasa. La poesía es la esencia de toda motivación, la sustancia de toda la vivencia del hombre. No acepta mentiras”.

Piensa que hay una politización que califica como malsana en todos los sentidos. “Tal vez los mismos grandes poetas, que no nombraré, han cometido el error de hacer pancarta con el lenguaje porque se consideran comprometidos con el momento”.

Afirma que en este momento se atraviesa un “desacomodo ideológico” en el que no existen fundamentos ni marxistas-leninistas, ni existencialistas y mucho menos nihilistas. Eso sí, considera que hay una célula de la que puede partir un nuevo lenguaje poético.

Raquel Rivas-Rojas (Gentileza: Raquel Rivas-Rojas)

“La poesía vive un cruce de camino diverso. Hay un desacomodo que no haya como asimilarse para lograr la autenticidad que exige la poesía. Se requiere una introspección para que salga una poesía que se parezca a lo que se siente por dentro, y no para complacer a otros, la moda, a los círculos”.

Sobre su obra poética, recuerda que siempre ha sido monotemático. “No me he movido jamás del lugar de donde vine. Yo tengo un problema muy grande. Me vine a la ciudad, que me dio todo, pero no me dio el ayer. Ese ayer es el que me sigue siempre”.

Explica que no es de hablar sobre lo que lo rodea, salvo muy puntuales circunstancias. “El entorno no me es indiferente. Lo que pasa es que no puedo decirlo. Si eso no me llama, no puedo hablar de lo que me rodea, sino de lo que dejé. Tal vez tangencialmente asomo imágenes que tienen que ver con el entorno en el que vivo, siempre y cuando me lo pida esa poesía del ayer, de la región de mi lugar”, concluye el poeta.

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