Hay explosiones que son imposibles de olvidar: la del tiburón asesino en Jaws (1975); el espectacular estallido de la Estrella de la muerte en Star Wars (1977); y la detonación de una cabeza humana en enero de 1981. “La experiencia de la exploración es dolorosa y suele terminar en sangrado nasal. dolor de oído, malestar estomacal, náuseas”, anuncia el anfitrión de la experiencia telepática a un grupo de personas en una sala. Pide que pase un voluntario, mira a uno, mira a otro, hasta que elige a un hombre de pelo marrón volátil y frente amplia. “Quiero que piense en algo en específico. Algo que no viole la seguridad de su organización y que usted no se negaría a compartir con el grupo. Algo personal, quizás”, le dice. El voluntario cierra los ojos y piensa en algo que no conocemos, se concentra. El anfitrión, sentado junto a él, comienza a comportarse extraño. Aprieta los dientes, gira la cabeza, respira agitado. La música va in crescendo y, de repente: ¡bum! A los 13 minutos y 22 segundos ocurre uno de los eventos más recordados de la historia del cine: una cabeza explota como si fuera una piñata de cumpleaños, pero en vez de estar llena de caramelos lanza litros de sangre. El público grita y abandona la sala. Nosotros también estamos conmocionados, nadie espera que una cabeza detone. ¿Quién es el voluntario anónimo que tiene el poder de manejar las mentes ajenas? El 14 de enero de 1981 David Cronenberg nos demostró que podíamos seguir sorprendiéndonos en la sala de cine.
Filmar los pensamientos
Cameron Vale (Stephen Lack), el protagonista de 35 años, vestido con un viejo piloto color beige y gorro de lana, entra por una puerta roja que tiene un cartel: “Salida de emergencia solamente”. Camina por un patio de comidas, se acerca a una mesa de veinteañeros y, sin preguntar, toma un cigarrillo de uno de ellos y con la otra mano el encendedor. Recorre el pasillo hasta acercarse a otra mesa ocupada, estira la mano y roba un pedazo de pollo frito del plato de un comensal. Todos lo miran atónito porque parece un vagabundo, pero nadie le dice nada. De repente, dos señoras lo miran despectivamente, comentan por lo bajo sobre su aspecto. El hombre observado dirige su mirada a una de ellas, abre bien los ojos y una música tenebrosa comienza a envolver la escena. La mujer tiembla, grita, se revuelca en el suelo de dolor agarrándose la cabeza. Lo primero que pensamos es que el protagonista le provoca ese fenómeno, ¿pero de qué manera? No hay pruebas.
Sin embargo, dos detectives persiguen al hombre de gorro y le lanzan un dardo tranquilizante como si fuera un tigre que se escapó del circo. Las corridas ocurren en las escaleras mecánicas que suben y bajan, hasta que el líquido tranquilizante que corre por las venas del fugitivo hace efecto. Cameron queda rendido a los pies de los policías. “Es un scanner, pero no se ha dado cuenta. Y esa es la fuente de su agonía. Pero le mostraré que también es la fuente de un gran poder”, le dice un médico psiquiatra a Cameron luego de ser atrapado y amarrado a una cama.
Así comienza Scanners, la película que llevó el nombre de Cronenberg a los oídos de los productores y directores más importantes de Hollywood. El film tuvo un anuncio a página completa en Variety con el título El Frankenstein de David Cronenberg. Nota que contribuyó a que Cronenberg amplíe su público y deje de ser un consumo de nicho y autocine. La aceptación comercial de Scanners también le abrió camino a Scanners 2 y 3, y hasta el spin off Scanner Cop. Negocio que Cronenberg se perdió por no tener un abogado laboral al filmar la película de 1981. Cuenta el director canadiense que, tras el estreno y significativo éxito de Scanners, Martin Scorsese pidió conocerlo y lo buscó por todo el Festival de Toronto. Era tan under Cronenberg a principio de los 80 que le dijeron a Scorsese que ese tal director canadiense no existía. Recién pudo contactarlo en el estreno de Videodrome.
El argumento de la película de ciencia ficción puede no ser original pero sí atractivo: alrededor del mundo hay 237 personas que son “scanners”. Sujetos que poseen poderes mentales, una habilidad que les permite dominar al prójimo. Matarlo o incluso obligarlo con un solo pensamiento a que se suicide. Darryl Revok (Michael Ironside), conocido como el scanner invencible, es quien dirige a la comunidad. Pero todo cambia cuando el psiquiatra Paul Ruth (Patrick McGoohan) encuentra a Cameron. Un scanner que tiene las herramientas para vencer al maléfico Revok.
La telepatía fue una moda durante los años 70 y parte de los 80, que generó cantidad de cuentos, novelas, cómics y películas. Entre los más destacados se encuentra Carrie de Stephen King y La Furia de John Farris, llevadas al cine por Brian De Palma. Quizás la trama fuera sencilla, lo complejo fue que Cronenberg decidió por primera vez en su carrera hacer una película plagada de acción y efectos especiales espectaculares. La preproducción duró 15 días, con reescrituras diarias del guion. Esta vez, Cronenberg había conseguido dinero para la película (USD 3.500.000) y el monto fue invertido en la posproducción: 9 meses para editar, volver a filmar escenas y analizar qué funciona mejor con ojo quirúrgico. Carol Spier, la directora de arte de cabecera de Cronenberg, mandó a construir una estación de servicio y computadoras para luego hacerlas explotar.
Pronóstico: lluvia de vísceras
Scanners se filmó en el invierno de Montreal, en edificios sin calefacción ni aislamiento. Cronenberg debía escribir las escenas entre las cinco y las siete de la mañana y luego chequear si existía una manera física de poder resolverlas durante el día. “El primer día de rodaje fue el más desastroso de mi vida”, narra Cronenberg recordando cómo empezó la filmación.
Salieron entusiasmados con la cámara y, de repente, se dieron cuenta de que no tenían qué filmar. No había nada: ni camión, ni cartel del edificio ni trajes para Stephen Lack. Estaban filmando al lado de la autopista cuando, por alguna razón que desconocían, el tráfico se atascó. Había ocurrido un grave accidente, un camión se trepó a un pequeño Toyota. Los operadores de la película tuvieron que sacar a dos personas de uno de los autos para tenderlas en la banquina. Dos personas murieron por el accidente. “Fue horrible. Todos estaban asustados y abrumados. No fuimos responsables, pero si no hubiésemos estado ahí nada de eso habría ocurrido. Fue desolador. Todo porque debíamos iniciar el rodaje. Eso fue la causa de todo”, cuenta el director. Así de caótico y trágico empezó el rodaje de Scanners. La sangre también era real.
Cronenberg contó muchas veces que con frecuencia le preguntaban por qué no hacía como Hitchcock y simplemente sugería las cosas. El director canadiense respondía siempre lo mismo: “¿Vieron Frenesí?”, recordándoles algunas escenas explícitas de la película. “Pienso que la reticencia de Hitchcock a ser más explícito se debe al temperamento y la censura de la época antes que a sus demonios personales. Yo tengo que mostrar mis creaciones porque la gente no es capaz de imaginarlas. Relegarlas al fuera de campo sería hacer que dejen de existir”. Cronenberg siempre explicó que no sabe bien de dónde provienen esas imágenes extremas que lo persiguen. Simplemente nacen de manera directa y natural. “No las impongo. El film o el guion demandan por sí solos una imagen determinada, un momento dramático definido. Es algo que asoma”.
La filmación fue muy complicada, demencial, porque había muchas presiones de los productores; y Cronenberg iba reescribiendo el guion casi todas las tardes intentando adaptarse a lo que pedían los productores y al presupuesto sin por eso perder su visión autoral. El mayor problema fueron los efectos especiales: el equipo canadiende que Cronenberg contrató no tenía los conocimientos suficientes para llevar a cabo las ideas ambiciosas del director. Todos estaban superados por las imágenes que Cronenberg les pedía. Fue entonces cuando apareció Gary Zeller: un químico que trabajaba los efectos especiales a través de reacciones químicas. Por ejemplo, derretir piel, hacer explotar cosas o conseguir que personas se prendan fuego sin heridos en el set.
Zeller se acercó a Cronenberg para bajarlo a la Tierra, para explicarle que necesitaban nuevas personas que se sumen al equipo para poder afrontar los efectos que él pretendía. Fue claro y directo: el único que puede resolver que unos telépatas se deformen y exploten es Dick Smith, un artista de efectos especiales estrella: quien nos traumó para siempre con la niña endemoniada de El exorcista (1973). “Si vos podés interesar a Dick Smith en nuestro proyecto y lograr que acepte nuestro presupuesto sería genial. Traelo”, le contestó con entusiasmo Cronenberg. Quien mandó a su equipo de técnicos hasta Los Ángeles a comprar materiales y a visitar la casa de Smith para rogarle ayuda.
Smith aceptó pero poniendo a una persona muy especial en su representación, el nombre que mencionó es Chris Walas. Era muy joven en ese momento pero ya había trabajado haciendo los efectos de Piraña a fines de los 70. Smith jamás había hablado con Walas, y Walas no tenía ni idea de que el más grande de los efectos especiales conocía su nombre. Un día recibió el llamado que cambió su carrera: “Se va a empezar a filmar una película en Montreal de la cual yo soy asesor. Necesito a alguien que esté allá y siga mis órdenes”, le dijo Smith. Walas no lo podía creer, emocionado se subió a un avión que lo trasladó hasta Montreal.
La escena por la que más se recuerda la película fue lo más complejo de hacer. El problema era que la forma tradicional de hacer explotar una (falsa) cabeza es con pirotecnia, y la pirotecnia provoca un fogonazo cuando estalla. Cronenberg necesitaba que la explosión pareciera una consecuencia de la presión. En un principio no pensaron que hacer explotar la cabeza fuera un gran desafío, estaban muy equivocados. Primero intentaron hacerla explotar con un compresor de aire, pero el resultado fue una cabeza de globo que se veía ridícula. Luego construyeron una cabeza de muñeco y quedó demasiado trucho, era demasiado evidente que el cráneo era de juguete.
Cronenberg quería que el efecto se viera como una cabeza real con carne flexible, llena de sangre y órganos. El tercer plan fue hacer una cabeza de látex y llenarla de sangre hecha con syrup (jarabe de maple) y hamburguesas; luego fabricaron un cerebro de gelatina y lo pusieron en el interior. Las hamburguesas eran las mismas que los técnicos comían todos los días en el rodaje. “Los técnicos de maquillaje me sorprendieron. Una noche volví a mi departamento y había una cabeza apoyada sobre la mesa. ¡Parecía real! Se sentía suave al tacto y la piel se hundía igual que al tocar piel verdadera. Era la cabeza más realista jamás hecha. Supe en ese momento que era exactamente lo que quería”, contó Cronenberg.
Cuando parecía que habían hallado la tardía solución descubrieron que ahora se enfrentaban a un nuevo conflicto: la explosión de la cabeza no la podían filmar en el lugar elegido (una universidad real). Porque cuando sucediera la explosión las hamburguesas trituradas y la sangre falsa iba a enchastrar los pisos y las paredes de la institución. Mudaron todo a un galpón, sin embargo, todavía no encontraban la forma de que la explosión quedara bien. Nada era suficiente. Gary Zeller, una vez más, encontró la solución. Una solución extrema. El químico pidió que armen el set en el galpón e instalen cuatro cámaras que filmen, y abandonen todos el set y se encierren en sus autos: el director, los productores, el equipo técnico. Todos menos él. Como estaban desesperados por lograr que la secuencia funcione le hicieron caso. Gary Zeller fue hasta su camioneta y regresó al set silencioso, solitario, con una enorme escopeta. Se acostó en el piso, apoyó la escopeta en la nuca del muñeco y disparó. “Es una toma increíble. Repugnante y hermosa”, recuerda el director canadiense.
Los productores de Scanners se alarmaron al ver los avances de la película y exigieron vuelvan a filmar esas tomas, esta vez menos explícitas. Cronenberg les dio la razón y volvieron a filmar tres veces la explosión de la cabeza. Sin embargo, el director sabía cuál era la indicada, y se salió con la suya. Pero también tuvo que luchar con el MPAA, quienes insistieron en que la secuencia de la detonación de la cabeza ameritaba que la clasificación de la película sea solo para adultos. Decisión que limitaría el estreno y la posible cantidad de espectadores en las salas. Cronenberg editó Scanners una y otra vez hasta el cansancio. En una de las tantas discusiones, meditaron poner la escena del estallido como el inicio impactante de la película. Pero, ¿cómo lograr que el resto de la película compita con semejante escena? Finalmente la gran explosión fue ubicada a los 13 minutos 22 segundos del comienzo del film. Cronenberg explicó de una manera muy bella y precisa cómo es trabajar con efectos especiales en una película: “Los efectos especiales son complejos y absurdos. Como la magia: una ilusión. Han cobrado estatus casi sagrado, reverencial, pero en el set es: ‘¡Mierda, el globo se rompió!’ o ‘Dios, el cable se cortó…’. Hay que olvidarse de lo que está ausente, solo lo que se ve en el plano es real, lo existente en la película”.
La pelea final
A diferencia de Cromosoma 3 (y Rabia o Shivers), Scanners tiene un final luminoso. Hay una explicación para ese cambio: Cromosoma 3 fue escrita por el director canadiense en un ataque de pesimismo y enojo. Cronenberg se estaba divorciando de su primera esposa y su frustración por el fin del matrimonio se vio reflejada claramente en la película en donde la madre y padre de una niña se enfrentaban. Scanners es distinta porque el presente de Cronenberg era otro: “Me había casado otra vez; había tenido otro hijo e irradiaba un mayor optimismo por las cosas en general. Me dedicaba a hacer estallar cabezas como cualquier norteamericano joven y normal”, contó el director. Quizás esto también explica el por qué de uno de los pocos personajes femeninos positivos en la filmografía del director, interpretado por Jennifer O’Neill. Hay dos nombres que contribuyeron a que Scanners sea una película de culto: Howard Shore, el encargado de la banda sonora, y Mark Irwin, el director de fotografía.
Cronenberg no sabía el desenlace de la cinta mientras filmaba. “Ignoraba el final de la película. Dar vueltas con el equipo mientras el film toma forma es un paraíso para quien posee el temperamento adecuado. Pero no va conmigo. Sigo redactando el guion incluso durante la edición, añadiendo nuevos diálogos”, cuenta el director. Los efectos especiales del final eran tan difíciles de lograr que tuvieron que traer a Dick Smith en persona hasta Montreal. La última escena es el esperado encuentro entre los scanners Cameron y Revok. Los dos bandos de la lucha en la misma habitación. “Llevo años buscándote”, le dice Revok a Cameron como si fuera un melodrama de amor. Minutos más tarde, el scanner malo le revelará el secreto: que Cameron es su hermano menor y el Dr. Ruth el padre de ambos. Los parentescos no cambiarán los planes de cada uno, ni menguará el odio que se tienen.
Cameron rechaza la propuesta de unirse a Revok porque no quiere estar involucrado en su hambre de poder y destrucción. “Muy bien. Lo haremos como scanners. te secaré el cerebro. Todo lo que eras se convertirá en mí”, le dice Revok a Cameron. En ese instante comienza una pelea poco habitual: los cuerpos no se tocan, no hay piñas ni patadas. La lucha es a través de las mentes. Dick Smith inventó el efecto de las venas hinchadas que crecen en el rostro y los brazos hasta sangrar. La pelea es extensa, dura cinco minutos, y en esos cinco minutos los rostros de los enemigos comienzan a tajarse, a romperse, a derretirse como las velas de un candelabro. Para lograr que la explosión de los ojos de Stephen Lack y el fuego que quema su cuerpo parezca real, Smith y su equipo construyeron una marioneta tamaño real del actor.
Lack todavía conserva la cabeza falsa de la escena final de la película. Cada tanto, Lack se hace presente en distintas convenciones de terror con su mejor trofeo: la cabeza creada en 1981 por el equipo de FX de Scanners. Nosotros no tenemos ese valioso souvenir, pero tampoco nos hace falta. Cuando sentimos que la cabeza nos va a estallar recordamos esos pocos segundos que cambiaron la historia del cine. Y, de repente, nos olvidamos de la envidia porque nada puede competir con aquella detonación de cerebro que nos salpicó de pedazos de hamburguesa.
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