80 años sin James Joyce: la historia de cómo el autor del “Ulises” quebró el lenguaje una y otra vez

Una fría madrugada de 1940 en Zúrich, Suiza, murió el escritor irlandés. Tras escribir su libro más famoso y aclamado quedó exhausto y luego de 16 años volvió a publicar una novela, “Finnegans Wake”: según muchos críticos, su mejor obra

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James Joyce
James Joyce

“Triste e intratable; bebía demasiado y no hablaba con nadie, ni con Nora”, su esposa. Lo cuenta Francesca Romana Paci en su libro de 1987 James Joyce: vida y obra. Su hija tenía esquizofrenia y se trataba con Carl Jung. Eso y el estallido de la Segunda Guerra Mundial lo tenían muy preocupado. Con la ocupación nazi en Francia a finales de 1840 —allí estaba, entonces, con su familia—, se va a Zúrich, Suiza. Ante el avasallamiento de la realidad se encerraba a leer días enteros como si la literatura fuese un lugar. Tras una operación de úlcera de duodeno perforada realizada el 11 de enero de 1941, mejoró sus dolores pero al día siguiente entró en coma hasta que el 13 de enero a los dos de la mañana una enfermera lo escucha. Joyce le dice, casi susurrando, que llame a su esposa y a su hijo Giorgio. La enfermera corre hacia el teléfono, hace el llamado y al regresar a la habitación el escritor irlandés ya no tenía pulso.

Una actitud ética y estética

Algunos grados por encima del cero, la temperatura en Zúrich, el día de su muerte, la misma que hacía en Dublín, el 2 de febrero de 1882, la de su nacimiento. En Rathgar, un suburbio de la ciudad a tres kilómetros del centro, nació James Joyce. Aún ese país al noroeste de Europa no se llamaba, como lo conocemos hoy, República de Irlanda, sino Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda. Duró 21 años ese conglomerado de potencias, pero de todos modos, Joyce vivió la mayor parte de su adultez fuera de ahí, aunque Dublín, su paisaje, su gente, sus costumbres, la infancia, lo marcaron para siempre. Estudió en Sallins y se fue a París para convertirse en médico, pero su familia, de pronto, no pudo costearlo, entonces comenzó a trabajar de periodista. Era un bueno con las palabras y tenía un notable ingenio literario, además de leer mucho. Era un buen oficio pero mal pago y sobrevivía con la ayuda de algún amigo.

No tenía rumbo y todo se complicó con la enfermedad de su madre: un cáncer ya muy avanzado, terminal. Regresó a Dublín, donde estaba internada, y a los pocos días murió. Fue una época oscura en la que leía tanto como bebía. Lo salvó —¿qué otro verbo utilizar para el amor?— Nora Bernacle. Se enamoraron y se volvieron compañeros. Partieron hacia Zúrich, Suiza, donde a él lo esperaba un trabajo de profesor de inglés pero las vueltas del destino lo colocaron, primero en Pula, luego en Trieste, ambas ciudades del Imperio Austrohúngaro, hoy Croacia e Italia, respectivamente. Luego consiguió trabajo en un banco en Roma y comienza a escribir su primer libro, Música de cámara, de poesía, que se publicará en 1907. Para esa época nace su segunda hija, Lucía, y el primero, Giorgio, tiene dos años. En 1912 regresa a su ciudad natal con su familia. Es una visita fundamental: presenta a sus hijos y, además, quiere publicar Dublineses. Será la última vez.

Marilyn Monroe en Long Island,
Marilyn Monroe en Long Island, New York, año 1955, leyendo el "Ulises" de Joyce

Es su primer libro en prosa, el único de cuentos, un verdadero orgullo para él y, ¿por qué no?, para Dublín. No lo logra: editores y amigos veían en esos relatos una especie de traición a Irlanda por describirlos de manera poco feliz. Desde entonces nunca volverá, pese a las reiteradas invitaciones de su padre y de su viejo amigo, el poeta William Butler Yeats. Es Yeats quien le escribe al también poeta Ezra Pound para que le consigue trabajo a Joyce porque su economía está peor que su orgulloso. Pound le ofrece colaborar en las revistas The Egoist y Poetry. Al año siguiente las cosas repuntan, le publican Dublineses y, pese a que se vendió poco —su editor le explicó el motivo: la Gran Guerra—, cosechó buenas críticas y algunos grandes admiradores, como H. G. Wells, que leía sus columnas. Por la Primera Guerra Mundial, la familia se traslada otra vez a Zúrich y desde ahí, dando clases, viviendo más o menos bien, empieza a solidificar su obra.

Harriet Shaw Weaver, la nueva editora de la revista The Egoist, confiaba plenamente en su trabajo. Se vuelve, además de su editora, su agente y su mecenas y, tras su muerte, su albacea. Publica en 1916 la novela Retrato del artista adolescente y en 1918 la obra de teatro Exiliados que se estrenó en un escenario de Múnich con traducción al alemán. Su fama crece tanto que comenzó a recibir donaciones, como la de una admiradora anónima que prometía ayudarlo “hasta que pudiera encontrar una situación estable”, según se lee en la celebrada biografía de casi mil páginas que escribió Richard Ellmann. Mientras tanto, trabajaba en un libro que, aunque su esposa desconocía la trama, siempre le insistía en que lo termine. Era una promesa eterna que tapaba con otros escritos, lectura y alcohol. Eso le preocupaba a Nora y se lo decía. Era severa pero cariñosa. Intuía —lo veía en los ojos celestes de su esposo— que el Ulises sería su cumbre.

Además de la poesía, el relato, el ensayo y el teatro, las novelas de Joyce son, según la crítica, sus mejores libros. Con Ulises rompe con cierta tradición literaria y es, además de un puente con la Odisea —el poema épico de Homero del siglo VII a. C.—, la prueba del ingenio humano. Pero como si eso fuera demasiado, 16 años después, publicó otro libro, para muchos todavía mejor: Finnegans Wake. Ambos forman una parábola, son las dos cumbres de su obra y están unidas por un puente en el que transitan, además de la incertidumbre lógica, una pulsión de escritura cuyo objetivo era manipular el lenguaje como nunca nadie lo había hecho. Sucede que a Joyce, como escribió José Emilio Pacheco, “no se le puede enclaustrar en una escuela literaria, representa una tendencia”. Una tendencia es una orientación, una inclinación. Una tendencia es un rumbo incierto pero a la vez definido. Una tendencia es una actitud. Una actitud ética y estética.

Ulises: enciclopedia cabal de trucos

“La imprimiremos aunque sea el último esfuerzo de nuestras vidas”. Eso fue lo que escribió Margaret Caroline Anderson, directora de la revista estadounidense The Little Review, cuando recibió por correo los primeros tres capítulos del Ulises. Se los había enviado el poeta Ezra Pound por pedido de Joyce ya que en Europa nadie quería publicarlo. Corrían tiempos difíciles entre la falta de tipógrafos, la escasez de dinero, las presiones legales y la creciente censura. Anderson, fascinada con esa obra en proceso, comenzó a publicarla en 1918, pero al tiempo fue castigada: los números donde se publicaron los capítulos 8, 9 y 12 fueron confiscados y quemados por las autoridades y tuvo que pagar una multa. En 1920, en París, donde vivía con su familia, Joyce conoce a Sylvia Beach, propietaria de la famosa librería Shakespeare & Co. Le muestra los adelantos de su novela y ella, también fascinada, le habla a todo el mundo del libro que se viene.

"Ulises" (1922) de James Joyce
"Ulises" (1922) de James Joyce

El primer Ulises completo como libro aparece en Francia en 1922. El fenómeno se expande —o como se dice ahora: se viraliza— y luego de Alemania y República Checa se traduce al japonés en 1930 y al poco tiempo Random House lo publica en Estados Unidos, no sin recibir denuncias. En Inglaterra se edita recién en 1936. ¿Y al español? La primera fue de un argentino, José Salas Subirat, que logra traducirla y publicarla en 1945 en Buenos Aires. La historia transcurre durante un solo día, el 16 de junio de 1904 en la ciudad de Dublín. Son tres los protagonistas: Leopold Bloom, su esposa Molly y el joven Stephen Dedalus. La novela se organiza en 18 capítulos que siempre tienen una alusión explícita a las aventuras de Ulises en la Odisea de Homero. Esta “enciclopedia cabal de trucos narrativos y estilísticos”, como la define Rodolfo Biscia, es una referencia para la historia de la literatura pero también una influencia en diversos campos de estudios.

Por ejemplo, el psicoanálisis. Escriben María Cristina Solivella de Pérez y Nancy Edith Hagenbuch en James Joyce: su vida y su obra, libro publicado hace apenas unos meses por la editorial Bärenhaus: “Joyce juega con los significantes: los corta, los fragmenta, los combina de diferentes maneras y esto produce algo que como significado puede parecer enigmático ya que puede leerse de infinidad de maneras distintas. El efecto es un escrito que ha subvertido la lengua inglesa, marcando un antes y un después en el campo de la literatura, y es sobre esta particular práctica de la letra del texto joyceano que Jacques Lacan sitúa lo más cercano a lo que nosotros, analistas, tenemos que leer gracias al discurso analítico: el lapsus. Recordemos que en el discurso analítico se trata siempre de lo siguiente: a lo que se enuncia como significante se le da una lectura diferente de lo que significa”.

Finnegans Wake: la violencia del jeroglífico

Cuando se publicó el Ulises, James Joyce se acostó a dormir durante largas horas y, al despertar, no volvió a la ficción. Leía, por supuesto, y de hecho lo hacía cada vez más, también escribía algún que otro poema, pero nada de prosa, no. Estaba realmente exhausto. Así pasó un año. En una carta fechada el 10 de marzo de 1923 a Harriet Shaw Weaver dice: “Ayer escribí dos páginas, las primeras desde el último ‘Sí' en Ulises. Después de encontrar una pluma, las copié con alguna dificultad en un gran cuaderno de doble hoja para poder leerlas”. Esas hojas son el inicio de su último novela, Finnegans Wake, que tardaría en publicar 16 años. No es para menos: en palabras de Borges, en Ulises ”hay sentencias, hay párrafos que no son inferiores a los más ilustres de Shakespeare o de Sir Thomas Browne”. ¿Cómo seguir después de escribir “la novela del siglo”, como dice la crítica, de dar semejante batacazo literario?

De a poco empezó a escribir escenas con personajes de la historia de Irlanda y también desarrollos sobre una familia, los Earwicker. Son narraciones oníricas no lineales que imposibilitan la redacción de una sinopsis. Contiene elementos de hasta sesenta lenguas diferentes, vocablos insólitos y formas sintácticas nuevas. Es, en palabras de Samuel Beckett, su amigo, discípulo y ayudante en el trabajo de investigación y dictado —porque Joyce no estaba bien de la vista—, ”la quintaesencia del lenguaje, de la pintura y del gesto (...) la violenta economía del jeroglífico”. Hacia 1926 Joyce considera que el libro tiene un rumbo, una unidad, por lo que intenta publicar fragmentos en el diario The Dial pero lo rechazan. “No tiene sentido”, le dicen. Entonces conoce a Maria y Eugene Jolas, escritores y editores de la revista Transition, que lo apoyan económicamente para continúe escribiéndolo y le publican algunos fragmentos bajo el título provisorio de Obra en progreso.

"Finnegans Wake" (1939) de James
"Finnegans Wake" (1939) de James Joyce

Se genera tanta expectativa sobre la incomprensión de lo narrado que en 1929 la editorial Faber & Faber publica un libro con ensayos de Samuel Beckett, Frank Budgen, Stuart Gilbert, William Carlos Williams y el propio Eugene Jolas, entre tantos otros, sobre los fragmentos de Obra en progreso. Es una gran conversación sobre las posibilidades racionales e irracionales de la literatura. Algunas lo apoyan, otros lo critican con dureza. La biografía de Richard Ellmann cuenta que Joyce le escribe una carta a un amigo donde le dice: “No puedo entender a algunos de mis críticos, como Ezra Pound o la señorita Weaver, por ejemplo. Dicen que es ‘oscuro’. Y lo comparan, por supuesto, con Ulises. Pero la acción de Ulises transcurría principalmente durante el día, y la de mi nuevo trabajo se lleva a cabo principalmente por la noche. Es natural que las cosas no sean tan claras de noche, ¿o quizá debieran serlo?”

Un día Joyce se cansa. En una carta dirigida a Weaver, le cuenta que el trabajo lo va a terminar su amigo James Stephens. “Me prometió que si me parecía demente continuar, en mi estado, y no veía otra alternativa, que se consagraría en cuerpo y alma a completar lo que falta, es decir la segunda parte y el epílogo o cuarta”. Son tiempos raros para Joyce: se casa con Nora Barnacle luego de casi treinta años, más tarde muere su padre, la salud mental de su hija colisiona, luego nace su nieto, sus problemas en la vista empeoran. Una pulsión interna hizo que, contra todos los pronósticos, continúe escribiendo y publicando fragmentos en las revistas Transition y Transatlantic Review hasta que en 1938, 16 años después del inicio, al fin, salió el libro. Se tituló Finnegans Wake y es, según el crítico canadiense Northrop Frye, “la gran épica irónica de nuestro tiempo”. Recién en 2016 fue traducida de forma completa al español.

Entre un libro y otro hay una distancia temporal pero una continuidad ética. Umberto Eco lo explica mejor: “Parecía que Ulysses había subvertido más allá de todo límite la técnica de la novela: Finnegans Wake rebasa este lími­te más allá de los umbrales de lo imaginable. Parecía que en Ulysses el lenguaje había dado prueba de todas sus posibili­dades: Finnegans Wake lo lleva más allá de todo límite de duc­tilidad y de comunicabilidad. Parecía que Ulysses representaba el intento más atrevido de dar una fisonomía al caos: Finne­gans Wake se autodefine como chaosmos y microchasm y constituye el documento de inestabilidad formal y ambigüedad semántica más aterrador del que jamás se haya tenido noticia”. ¿Se podía torcer el lenguaje, doblarlo como un elástico y, luego de un lapso largo para una vida y breve para la historia, volver a tomarlo, doblarlo otra vez y quebrarlo como si fuese una masa, una plastilina? Joyce creía que sí. Y lo hizo.

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