El muralista mexicano Diego Rivera (1886-1957) llegó a EE.UU. en 1930. Para entonces, era un arstista reconocido, se había divorciado de Guadalupe Marín y casado con Frida Kahlo, y era un ex militante comunista, ya que había sido expulsado del partido un año antes, por su oposición al stalinismo.
Es más en ese 1930, abandonó se puesto como director de la Escuela Central de Artes Plásticas tras un movimiento estudiantil organizado en su contra. El muralismo en México pasaba su peor momento, con el gobierno de Plutarco Elías Calles se habían eliminado la mayoría de los encargos, se rescindieron contratos e incluso algunas obras, como La creación de Rivera, que se localizaba en la Escuela Nacional, habían sido destruidas o tapadas.
Era noviembre cuando con Kahlo piso el país del norte para pintar un mural para el club de la ciudad de la Bolsa de San Francisco por USD 2500 y un fresco en la Escuela de Bellas Artes de California, que hoy se encuentra en la Galería Diego Rivera en la Escuela de Arte de San Francisco.
Pero esta no es una crónica de todos los murales de Rivera en EE.UU. sino de uno en particular, Industria de Detroit, el que realizó para el Instituto de Artes de Detroit (IAD), al que el propio artista consideró como su mejor obra y cuya historia, a 107 años de que la Ford Motor Company anunciara el horario de 8 horas laborales y el salario mínimo de 5 dólares diarios a cada trabajador, vale la pena recuperar.
Retomamos. En abril del ‘32 llegó con Kahlo contratado por Wilhelm Valentiner, director de la IAD entonces, y con el fuerte apoyo económico del mecenas del instituto, Edsel Ford, el hijo y heredero de Henry Ford, quien además era presidente de la Comisión de Artes de Detroit, espacio que puso oposición al contrato de un comunista, pero que terminó cediendo a regañadientes con el único requisito que la obra representara la historia de la ciudad y el desarrollo de la industria, nada de imágenes metafóricas.
Valentiner conoció a Rivera en California por invitación de la estrella del tenis femenino Helen Wills Moody. Valentiner no solo era director del IDA, sino también un respetado historiador y crítico de arte germano-estadounidense, experto en Rembrandt y ex curador del MET, que tuvo en aquella época una fuerte influencia en el desarrollo de la administración de museos en los Estados Unidos.
Junto a Moody fueron a ver el trabajo de Rivera para el Luncheon Club de la Bolsa de San Francisco y ese mismo día le ofreció que pintara murales en el patio del jardín de IDA, tal era la idea primigenia. “Siempre había esperado tener en las paredes de mi museo una serie de frescos de un pintor de nuestro tiempo, ya que ¿dónde se podría encontrar hoy un edificio que duraría tanto como un museo?”, escribió en una carta.
De regreso en Detroit, Valentiner convencipo a Ford Jr. de llevar adelante la obra y el empresario acordó pagarle USD 10 mil. Rivera estaba en Nueva York por la retrospectiva que le realizaba el Museo de Arte Moderno. Un dato no menor, fue el segundo artista en recibir este honor, luego de Henry Matisse.
Rivera pasó los primeros meses, realizando bocetos y tomando fotografías de diferntes industrias, pero sobre todo de la Ford Motor Company en River Rouge. Para julio, mostró cómo quedaría todo a Ford y arregló un nuevo contrato: USD 20,889 para él, que se encargaría de pagarle a sus cuatro asistentes, y además todo el material correría por parte de IDA. Ese mismo año, Frida perdió por segunda vez un embarazo, que se tradujo en su famosa obra La cama volando (o Henry Ford Hospital), y también su Autorretrato en la frontera entre México y Estados Unidos, de 1932.
El fresco, que consta de 27 paneles, fue inaugurado en marzo de 1933, con -no podía de ser de otra manera- fuertes críticas de los medios de comunicación, políticos y la iglesia, lo que despertó un gran interés por parte del público, que se acercó al espacio cultural como nunca antes para ver las obras.
El Detroit News aseguró que los murales eran “psicológicamente erróneos, de concepción tosca y, para muchas mujeres observadoras, tontamente vulgares”; un concejal, William P. Bradley, requerió que sean eliminados. Bajo el título Furor en Detroit por el arte de Rivera, el New York Times relataba cómo las piezas era “atacadas por una facción” que las consideraban “comunistas” y “herejes”, mientras que desde el clero criticaron el panel Vacunación, porque, decían, se burlaba de la Navidad al colocar a un médico (retrato de Valentiner), una enferma y un niño -que era vacunado- con animales de corral.
Valentiner se erigió como defensor de las obras, asegurando que “los frescos son el trabajo de un gran artista” y que estaban haciendo “denodados esfuerzos para evitar el blanqueo o la destrucción de las pinturas por orden oficial”.
Apenas se ingresa al Patio Rivera, como se conoce a este espacio, es un embrión encerrado en un útero que mezcla lo orgánico con lo mecánico. Este será un concepto importante en toda la obra: Rivera expone una comunidad entre la naturaleza y lo mecánico con pequeños o evidentes detalles en toda la obra.
El mural, además, expone también las contradicciones de la ciencia: no solo se muestra la vacunación como parte del progreso, sino también en otra parte a un grupo de cientifícos trabajando en armas químicas. Pero sobre todo, Rivera revela su admiración por los trabajadores. Se pinta a si mismo en la línea de montaje (pared norte).
Los murales fueron un éxito de público para el IDA enseguida: al otro día de la inauguración 10 mil personas fueron a obeservarlos y, antes de la pandemia, el espacio recibía medio millón de visitantes anuales. Y Ford hijo -Ford padre estaba descontento con el trabajo- fue claro con respecto a su opinión: “Estoy completamente convencido de que llegará el día en que Detroit se enorgullezca de tener este trabajo. En los próximos años, se clasificará entre los verdaderos tesoros artísticos de Estados Unidos“. Y no le erró.
Nombradas como Monumento Histórico Nacional en 2014, esta no fue la única vez los murales estuvieron rodeados de polémica. En 2013, Detroit se declaró en bancarrota y los acreedores le pedían a la ciudad la venta del IDA, para para pagar las deudas. Así, entre funcionarios estatales, donantes y fundaciones, se logró juntar USD 816 millones para rescatar el fondo de pensiones de los empleados públicos de la ciudad. Entonces, la ciudad de Detroit transfirió la propiedad del museo a una organización sin fines de lucro para evitar que la amenaza se repita en el futuro.
Para cerrar. En 1933, el millonario Nelson Rockefeller no quiso ser menos que Ford y lo contrató para pintar un mural en el vestíbulo de entrada del edificio RCA, en la ciudad de Nueva York, hoy conocido como Rockefeller Center. Lamentablemente, aquel trabajo no sobrevivió al escándalo y los intentos de censura, pero esa es otra historia.
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