Gustave Moreau (1826-1898) fue un pintor atípico en su tiempo. Mientras sus contemporáneos franceses se disputaban entre el romanticismo tardío, el realismo e, incluso, el impresionismo, su obra fue precursora en lo que luego se conocería como simbolismo, y se centró en los temas mitológicos y bíblicos, como sucede con Salomé bailando ante Herodes.
Nacido en el seno de una familia burguesa parsina, Moreau pudo desarrollarse como artista sin impedimentos. Si bien no fue un estudiante destacado, sus viajes en la adolescencia a Italia le permitieron embeber del romanticismo en boga y acceder a la obra de los pintores del Renacimiento, tema del que se convertiría un especialista.
Discípulo del romántico Théodore Chassériau, -que había estudiando con Ingres y Delacroix-, utilizó, como otros en esa época, los pasillos del Museo del Louvre como estudio para copiar a los grandes maestros. Llegó al Salón de París con 25 años y para el ‘55 fue seleccionado para la Exposición Universal de París, que exhibió su obra Los atenienses en el laberinto del Minotauro, junto a trabajos de Ingres, Delacroix, Rousseau y Courbet.
Durante su formación conoció a Pierre Puvis de Chavannes, otro precursor del simbolismo, aunque tuvieron acercamientos muy dispares en la paleta. De Chassériau tomó la utilización por el color brillante, pero Moreau hizo construcciones con mucho contraste, con fondos oscuros, mohosos, como de un mundo fantasmagórico; mientras que De Chavannes elegía más la apertura del color, más opaco, diluído.
Salomé bailando ante Herodes, pintado entre 1874 y 1876, representa la historia bíblica de la princesa judía Salomé bailando ante su padrastro, Herodes, y su madre, Herodías.
Según la biblia, Juan el Bautista reprobaba el matrimonio de Herodes Antipas y Herodías, porque ésta había estado casada con su otro medio hermano Herodes Filipo II, lo cual no era lícito para la ley judía. Entronces, el día del cumpleaños de Herodes, Salomé realizó una danza para él, la cual gustó tanto al tetrarca que este le permitió, bajo juramento, que le pidiese como regalo lo que quisiera.
Siguiendo el consejo de su madre, Salomé pidió la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja de plata. Así que lo mandó a decapitar, y un guardia se encargó de entregarle la cabeza a Salomé, que a su vez la entregó a su madre. Esta escena, la de Salomé con la cabeza del santo que bautizó a Jesús es la más representada en la historia del arte con respecto a la joven.
En la obra, que se encuentra en el estadounidense Museo Hammer y que fue un éxito cuando se exhibió por primera vez en París en el Salón de 1876, Moreau expone las caracterísitcas de su paleta, que le conceden una mirada mística y un tanto enigmática, como también su acercamiento al decadentismo.
El decadentismo es una concepción dentro del simbolismo -que surgió como movimiento literario primero tras un manifiesto de Jean Moréas de 1886 (años después de la mayoría de la obra de Moreau)- que tenían como eje la fantasía elegante, el amor por lo exótico y la belleza artificial por sobre la naturaleza, entre otras características.
Mareau no solo fue importante como precursor del simbolismo, sino también una gran fuente de inspiración para los posteriores pintores surrealistas, que encontraron en las obras de quien fuera profesor de Henri Matisse un universo onírico digno de una imaginación decarriada para la época, con jóvenes andróginos, femme fatales y un sin fin de seres, animales y plantas, que cohabitan en una arquitectura sin igual.
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