Ramón Casas (1866-1932) era un pintor de renombre, que provenía de una familia más que acomodada, al que la crítica y la alta sociedad catalana amaba. Julia Peraire, por su parte, era una joven ignota, una vendedora de lotería callejera, conocida por su belleza. Se conocieron por el azar y tuvieron una pasional y prohibida relación, un vínculo que fue un escándalo para la época, la comidilla de la alta sociedad.
Su padre había hecho fortunas en Matanzas (Cuba) y su madre procedía de una familia acomodada, por lo que el joven Ramón abandonó la escuela para dedicarse a estudiar arte. Viajó como solo los privilegiados pueden, especialmente a París, donde abrazó la vida de la bohemia nocturna, los bares y las mujeres. Pero también la del arte, sobre todas las cosas. Y realizó mucha obra sobre aquellas experiencias francesas.
Pintor y cartelista, Casas se interesaba por los temas taurinos y en su extensa obra realizó algunas joyas con una fuerte carga histórica, como El garrote vil y La carga, donde expone la violencia del estado. Sin embargo, es más recordado por sus retratos, donde inmortalizó a la élite social, intelectual, económica y política de Barcelona, Madrid y París, como también a una vendedora de billetes de lotería.
A sus 39 años, decía que él “sólo se casaba con la libertad y la pintura”, y por eso Emilia Huet, quien había sido su novia formal durante 15 años y falleció en 1908, nunca pudo convencerlo de pasar por el altar, como sí lo hizo la joven Julia, La Sargantain, o la sargantana, una lagartija ibérica, a la que llamaban así porque era lista y descarada.
Se conocieron en la terraza de la Maison Dorée, en Barcelona, cuando ella tenía 17 y él, 49. Dicen que levantó la mirada y vio a esa muchacha de “atractivo picante”. Le hizo una caricatura y le mostró el boceto. La bitlletaire le sacó el dibujo de las manos y lo hizo trizas. Casas le compró un billete y le pidió que posara para un cartel del Jabón Fluido Gorgot. Luego de mucho rogarle, aceptó.
La pintó entonces aleonada para el cartel del jabón líquido, pero la pulsión y el encanto la convirtieron en su única musa. Luego la hizo para la Enciclopedia Espasa, para la portada de la revista Progreso, la hizo para carteles publicitarios y la hizo en cuadros, muchos, en bocetos donde ella posa desnuda e incluso vestidad de torero. De esta manera, podía unirla con su primera obra, un autorretrato en el que él revela su pasión por la tauromaquia.
Cuando muere Huet, su novia de toda la vida, él se marcha a EE.UU. por unos meses, pero cuando regresa se dedica exclusivamente a Julia. En total, hay más de 100 obras entre pinturas y dibujos sobre su gran musa. Ella posa como reina de los Juego Florales, con una mantilla y abanico, como automovilista, madre e incluso monja de la orden de Calatrava.
La pasión de Casas por Julia Peraire, la lagartija, no tiene parangón en la historia del arte. Eso sí, Casas no soportaba las habladurías, y el peso de su familia, que se avergonzaba profundamente de esa relación, era muy fuerte en su vida, en especial la opinión de su madre. Por lo que los mezcla, no participan de reuniones sociales juntos, ni siquiera cita el nombre de la modelo en la gran mayoría de los títulos de sus retratos.
La matriarca de la familia de Casas muere en 1922, recién allí pueden casarse. Él con 56 años y ella, 34. El fallece una década después, un 29 de febrero, autoridades, las clases altas y artistas asisten al popular entierro. Ella, Julia. la lagartija, elige llorarlo a la distancia, sola, en su casa, contemplando los retratos de ese amor vibrante y prohibido.
La Sargantain, de 1907, se expone en la colección del Círculo del Gran Teatro del Liceo de Barcelona.
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