París, 28 de diciembre de 1895, Salon Indien du Grand Café, un sótano en el número 14 del Boulevard des Capucines. Es el Día de los Santos Inocentes. Pero una forma de inocencia como sinónimo de candor o de ignorancia… está por ser perdida.
Se apagan las luces. La algo estremecedora oscuridad se quiebra cuando una luz blanca aparece en una pantalla: una especie de gran sábana que cubre la pared del fondo. Y de pronto, el milagro. ¡Imágenes en movimiento!
La escena es breve –un minuto–, simple, cotidiana. Ni siquiera conforma una historia. En el taller fotográfico de Antoine Lumière y de sus hijos Auguste y Louis ha sonado la sirena de salida, los obreros terminan la jornada, y salen a la calle.
Luego, la imagen de un tren avanza en dirección hacia la platea. Es tan real que algunos espectadores se arrojan al suelo. Así, en poco minutos, comienza la historia del cine como espectáculo de masas. Una historia que nos atraviesa a todos y complió 125 años.
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