Ezequiel Adamovsky (1971) es un reconocido historiador argentino, docente en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y en la UBA e investigador. Una de las particularidades de su trabajo es que a la hora de publicar sus libros se corre un poco de la academia no en el sentido de aflojar las riendas del rigor pero sí en el acento puesto en la divulgación de calidad para que sus textos puedan ser leídos por gente que esté más allá de la academia.
Doctor en Historia por University College London (UCL) y Licenciado en Historia por la Universidad de Buenos Aires, Adamovsky es investigador del CONICET en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” y ha sido Investigador Invitado en el Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNRS) en Francia. En 2009 fue distinguido con el James Alexander Robertson Memorial Prize y en 2013 con el Premio Nacional en la categoría Historia por Historia de la clase media. En 2016 ganó el premio Bernardo Houssay por sus aportes en el campo de la historia europea y sus estudios sobre la construcción de identidades étnicas y de clase en la Argentina y en 2020 recibió el Premio Iberoamericano Book Award.
Hay uno de sus libros que, además de recibir muy buena crítica, también fue muy bueno su resultado en ventas. Me refiero a Historia de la clase media argentina (Crítica) que ya es un clásico que lleva ocho ediciones. El año pasado Adamovsky publicó El gaucho indómito (Siglo XXI), un ensayo en el que analiza la contradicción que implica que un gaucho que desafía al Estado del modo en que lo hace Martín Fierro sea, sin embargo, un emblema nacional y este año se publicó Historia de la Argentina. Biografía de un país (Crítica), un relato que entrelaza la historia política, económica, social, cultural y ecológica de nuestro país.
Meses atrás, el prestigioso historiador pasó por el programa de radio Nacional Vidas Prestadas, para hablar de sus libros, del modo en que los historiadores acuñan su formación académica, del lugar de los intelectuales e investigadores en la Argentina y también de la necesidad de hacer llegar las investigaciones a audiencias amplias.
Lo que sigue es la reproducción de esa charla.
— En tu libro sobre la clase media en realidad decís que no es una clase sino un sector. ¿Por qué?
— Una de las tesis con las que trabajo en ese libro es que “clase media”, a pesar de su nombre, es una identidad más que una clase social. Para explicar muy brevemente esto, una clase social es un grupo de personas cuya cohesión tiene que ver con algún interés económico, alguna situación económica compartida, y en mi investigación yo encontré que lo que en verdad la clase media no tiene es ese factor de cohesión. No hay un interés económico que traccione hacia la unidad a las personas que se consideran clase media sino que más bien es una identidad social y más asociada a lo político que a los intereses inmediatamente económicos.
— Pero habría una contradicción entonces en decir, en mi caso por ejemplo, que me siento trabajadora de clase media. ¿Es una contradicción?
— No, no, cada uno se siente y se define como quiere, no hay contradicción. En el modo en que nosotros imaginamos la clase media no hay contradicción entre sentirse clase media y ser trabajador. Te cuento una anécdota de Pepino Fernández, uno de los grandes dirigentes piqueteros que resaltaba en el año 2001, 2002, un ex trabajador de YPF que estaba cortando rutas con un grupo muy radicalizado. Y él, en una conversación pública que tuvo en 2002, se definía como una persona de clase media que deseaba volver a ser de clase media, ¿no? Era un trabajador de YPF que cobraba un sueldo relativamente alto para un trabajador y se sentía trabajador. Era piquetero, y al mismo tiempo se sentía clase media. No hay contradicción necesaria en ello.
— En tu libro decís que la idea de clase media en la Argentina surge incluso casi como una especie de incitación por parte de sectores católicos que, para simplificarlo, buscaban de alguna manera sumar gente en un momento en el que socialistas y anarquistas estaban influyendo todo lo que tenía que ver con los sectores más populares. Como una manera de traccionar gente para su lado, ¿no?
— Sí, es algo por el estilo, exactamente. Yo encontré que en la Argentina comenzó a circular la expresión clase media recién en torno del año 1919, 1920. Antes la propia expresión era poco utilizada, no era conocida. No era común en el lenguaje habitual. Por supuesto la conocían los intelectuales, pero no la gente común, y fue ese año, 1920, en el cual un grupo de intelectuales y políticos ya comenzaron a poner en circulación en los debates públicos, empezaron a lanzar apelaciones a lo que en ese momento empezó a llamarse la clase media, para que se organice en un contexto en el cual era el pico del activismo obrero, la Semana Trágica fue en enero de 1919, la máxima sublevación popular que ha tenido este país, y en ese contexto buena parte de lo que hoy consideramos clase media también estaba entrando en huelgas con reclamos muy asociados al movimiento obrero y también imbuido de esas ideologías revolucionarias que eran tan poderosas en esa época. En ese contexto fue que algunos políticos de derecha, muy preocupados por esta solidaridad que había entre trabajadores manuales y trabajadores no manuales, empleados, bancarios, maestros, etcétera, se propusieron entonces tratar de inocular un orgullo de clase media…
— Una especie de especulación con lo aspiracional.
— Claro. Con la idea de convencer sobre todo a los trabajadores no manuales, los administrativos, comerciales y demás, de que formaban parte de otra clase, distinta que la de los trabajadores manuales. Metieron una especie de cuña entre unos y otros.
Una de las cosas que más me sorprendió en mi investigación fue encontrar que en ese momento la expresión clase media no era de sentido común ni conocida, este intento de este grupo de intelectuales y políticos de derecha fue inmediatamente captado por la prensa obrera socialista y anarquista de la época. Inmediatamente se dieron cuenta de lo que estaban queriendo hacer, meter esa cuña entre empleados y obreros, e inmediatamente salieron a decir que no existe tal cosa como una clase media, que los trabajadores son todos trabajadores.
— No les fue bien.
— No, finalmente no. Finalmente no. Pero lo captaron inmediatamente en ese momento.
— Seguramente ellos tenían como una conciencia de análisis del discurso que la mayoría de la gente no tenía. En tu libro, un poquito más adelante decís que hay como una especie de consolidación de esa clase media a partir del peronismo. Perdón por mi reduccionismo (risas)
— No, está perfecto lo que decís. Ése es un poco el planteo. Ese grupo de intelectuales puso a circular esta idea, digamos, esta expresión en 1920 pero no prendió inmediatamente. Yo no encontré ningún indicio de que eso prendiera como una identidad en algún grupo importante de la población hasta después de las elecciones por las que triunfó Perón en el año 1946.
— Que no es precisamente por la gente que lo votó, sino todo lo contrario.
— Bueno, en verdad en la primera elección de Perón fue un voto bastante policlasista, ¿no? No los ricos, los ricos por supuesto no lo votaron. Pero sí arrastró una porción de voto importante en sectores medios. El peronismo se consolidó como una fuerza mayoritariamente obrera un poco después, pero inicialmente tuvo un arrastre en los sectores medios que todavía en ese momento, justamente, seguían muy asociados buena parte de ellos al mundo popular.
— Con esa solidaridad de la que hablabas, por ejemplo, en el 20.
— Exactamente. La Argentina en la que nació el peronismo era una Argentina en la cual estaba muy fuertemente instalada la idea de que estaba, por un lado, el pueblo y, por otro lado, la oligarquía, los de arriba. Y en ese pueblo cabían muchos sectores, no solamente los trabajadores manuales. Y esa idea en verdad siguió siendo muy poderosa y, te diría, sigue siendo poderosa hoy, inclusive. Y un poco como reacción a esa visión de la sociedad es que se fue abriendo camino lentamente la identidad de clase media. Como un intento de separarse de esa parte del pueblo que estaba apoyando a Perón.
— Ahora, en un momento vos mencionás esa consolidación de identidad de clase media en algunas personas que se sintieron agredidas o desplazadas por el peronismo. A qué te referís exactamente.
— Bueno, el peronismo fue un desafío muy grande. Sacudió un poco las nociones de jerarquía social que existían hasta ese momento por varios motivos. En primer lugar, por el lugar que les dio a los trabajadores. El peronismo planteó como figura arquetípica de lo que ellos llamaban la nueva Argentina, la Argentina del futuro, al trabajador manual, que hasta ese momento era una figura marginal, una figura que no era considerada el corazón de la nación. El peronismo la situó como corazón de la nación y eso por supuesto lo sintieron como una agresión los que en esa época se llamaban las fuerzas vivas, ¿no?, que se supone que esos eran los motores, el corazón virtuoso de la nación. El peronismo propuso que fuera el trabajador manual y eso significó una sacudida. Luego todas las mejoras económicas, por supuesto. Y también otras cosas menos evidentes, como que el peronismo permitió canales de ascenso social colectivos. Es decir, las mejoras, muchas de las mejoras que hacían que de pronto todo un gremio ganara 40% más, o tenga acceso a vacaciones…
— No tenía que ver con el esfuerzo individual.
— No tenía que ver con el esfuerzo individual, en una sociedad que ya se estaba acostumbrando a que el que tenía derecho, el que tenía merecimiento era el que se lo ganaba individualmente, no el que se lo ganaba colectivamente. Y luego hay otras cuestiones, una de las cuales a mí me pareció más importante y es la que más me interesa hoy, que es la dimensión étnico racial.
— Sí, eso también está vinculado con tu libro sobre el Martín Fierro.
— Hay toda una historia -que es previa al peronismo- que es cómo lidió nuestro país, y particularmente sus clases populares, con esta visión que plantearon las élites que construyeron este país, según la cual Argentina es un país blanco y europeo en el cual no existen otros grupos que no sean blancos y europeos o, si existen, son pequeños grupitos en los márgenes de la nación, en provincias lejanas, sin ninguna importancia demográfica. Esta idea tan fuertemente blanqueadora, que por supuesto tenía muy poco que ver con la realidad de nuestro país, que siempre fue muy diversa y lo sigue siendo. La cultura y la sociedad argentina vivieron con mucha incomodidad esta visión del “nosotros” que proponían las élites. Uno encuentra insatisfacción respecto de esa visión antes del peronismo y el peronismo es el movimiento que lleva esta insatisfacción, digamos, a la gran política de alcance nacional. Es un movimiento que plantea de entrada una reivindicación de la Argentina criolla, sin necesariamente por eso oponerse a la Argentina inmigrante o la Argentina gringa, pero sí una reivindicación de lo criollo. Al principio de manera más bien indirecta y con mucho de manera más antagonista cuando cae Perón en el 55. Ahí hay una reivindicación del cabecita negra, de lo moreno, de lo latinoamericano.
— ¿Uno podría decir que el reino de esa clase media o de ese sector medio efectivamente fue entre el 55 y la última dictadura, por ejemplo?
— Claro, el momento de mayor predominancia de esa idea es con la caída de Perón y todos los años que siguen, hasta el momento en el cual empiezan a aparecer dudas o angustias respecto de esa idea de la Argentina pujante de clase media. Esto arranca con el Rodrigazo en 1975 y se va profundizando a medida que la crisis económica se va haciendo cada vez más grave, con esta idea de que Argentina está perdiendo su clase media, que se muere la clase media, que desaparece, y, por ello, Argentina se latinoamericaniza, es decir dejaría de ser europea y blanca.
— La perla europea de Latinoamérica, claro.
— Exactamente. Ahí empiezan las angustias y las incertidumbres respecto de esta visión que se había propuesto de la Argentina de clase media. Y en esa historia todavía estamos, ¿no? Todavía está abierta esa pregunta angustiante acerca de si Argentina es todo lo blanca y europea que pensó que era o si es más bien un país integrado a América Latina, como todo parece indicarlo.
— Cuando venís más cerca en el tiempo, hablás también del 2001 y de lo que significó el acercamiento entre aquellos que se identificaban con las clases medias con las clases populares. ¿Cuánto también tuvo que ver esto con la caída estrepitosa de ciertas profesiones, como puede ser la docencia, por ejemplo? ¿Cuánto de ese descenso de aquella idea de “yo estoy en otro lugar”, digamos, se hizo patente a partir de la precarización en algunos oficios?
— Sí, eso estuvo muy presente. Hay una imagen que recordarás que circulaba mucho y que de algún modo sintetiza eso, que es la imagen del ingeniero manejando un taxi.
— Claro, exacto.
— La idea de que el esfuerzo, la educación, el estudio, han dejado de ser garantía de ascenso social y esa imagen perturbaba todo ese relato que se pretendía sólido de la clase media como baluarte del progreso argentino.
— Ahora, fijate que si uno piensa en la mejor universidad argentina posible todos coinciden en cierto esplendor de los tiempos de Risieri Frondizi, fines de los 50 y comienzos de los 60. Y en qué poco tiempo esa brillantez se vino abajo, ¿no?
— Sí bueno, es que, particularmente, en el tema de la Universidad y la investigación, lo que se construye con paciencia, esfuerzo y apoyo público en 30 años se destruye en dos años de un gobierno dictatorial o de un gobierno que quita todo apoyo. Fue fácil destruirlo. Se destruye muy rápido lo que tarda décadas en construirse.
—Quiero preguntarte por otro emblema de la nación, el Martín Fierro, al que llamás el emblema imposible de una nación desgarrada.
— Sí, así es, es un emblema incluso anterior al de la clase media. Es un poco un trabajo que surge del trabajo sobre la clase media. Yo había encontrado que la identidad de clase media se construye muy fuertemente en torno a la idea de lo blanco y lo europeo, a través de esas narrativas que todos conocemos de los inmigrantes, ¿no? Esos abuelos que vinieron con una mano atrás y otra adelante, con su esfuerzo y su virtud moral se labraron un futuro para sí mismos y labraron el futuro del país al mismo tiempo. Me interesaba a partir de entonces pensar o analizar cómo había afectado en las clases bajas esta visión que es implícitamente racista, que plantea una jerarquía étnico-racial según la cual lo blanco y lo europeo trae las virtudes morales y el progreso y la contracara de esto sería que el bajo pueblo es factor más bien de atraso, justamente porque está asociado a lo no blanco ¿no? A lo mestizo, a lo negro.
— No seríamos muy originales en relación al racismo en ese sentido, ¿no?
— No, efectivamente esa idea está en muchos lugares. No en todo el mundo, pero en muchos lugares está muy presente, en cada sitio de un modo particular. Me interesaba pensar cómo había afectado esto en nuestro país y cómo habían reaccionado las clases populares a esta visión estigmatizadora. Te diría, como historiador, que de este tema no se hablaba abiertamente hasta hace algunos años, era un tema más bien tabú, y además las clases populares dejan poco registro escrito, me costaba mucho encontrar en el archivo documentación que refiriera explícitamente a este tema.
— Tuviste que ir a Alemania a encontrar los documentos.
— Sí, pero antes que eso tuve que encontrar dónde buscar, ¿no? Me di cuenta después de mucho tiempo de buscar en vano que la respuesta a esta visión estigmatizadora no era frontal, directa, argumentativa, verbal, sino que era más bien una respuesta indirecta a través de algunas prácticas culturales, consumos culturales de la época, y el primer lugar donde encontré que había una respuesta implícita a esta visión era en la literatura criollista que floreció a fines del siglo XIX, esta especie de afición por las historias de gauchos rebeldes, que era una moda imparable de las clases populares de fines del siglo XIX. Empecé a encontrar que en el héroe gauchesco de estas historias que circulaban entonces, de las cuales Martín Fierro es la más conocida pero en esa época era una entre decenas y decenas de historias de gauchos rebeldes, con mucha frecuencia se describía al gaucho rebelde como una persona de tez morena o también se lo asociaba a gente no blanca, se lo asociaba a otros gauchos afroargentinos o a otras figuras afro argentinas o a indígenas o a mestizos. De diversas maneras se planteaba que este héroe popular que se construyó a fines del siglo XIX, el gaucho, ese héroe popular o bien era él mismo no blanco o bien vivía en un mundo popular en el cual lo no blanco estaba muy presente y muy visibilizado, lo cual contrastaba con lo que estaban diciendo el Estado y la escuela en esa época, acerca de esta idea de que en Argentina éramos todos blancos y europeos ¿no?
— Entiendo.
— Por eso surgió el interés de hacer este libro y preguntarme cómo fue que este país terminó con un emblema nacional tan extraño: el gaucho que, además de ser rebelde, está encarnado en una figura literaria particular que es Martín Fierro, que es un poema tremendamente anti estatal. Es un poema que de mil maneras nos dice que la ley del Estado es injusta y que más justa es la ley del cuchillo. Entonces, es un emblema bastante raro para ser el emblema casi oficial de un país, ¿no?
— Pero explica muchas cosas.
— Claro, a mí me parece que sí, que esa paradoja de tener un emblema estatal que es anti estatal explica muchas cosas, centralmente las dificultades que han tenido las clases altas en este país a la hora de presentar una visión del “nosotros” que sea creíble o convincente. De alguna manera, lo que muestro en mi texto es que las élites terminan aceptando al gaucho como emblema nacional más bien reaccionando a un hecho consumado que es que las clases populares ya lo habían convertido en emblema nacional antes de que lo hicieran los intelectuales o los políticos. Cuando se publicó Martin Fierro las élites intelectuales de la época más bien lo ignoraron, lo consideraron una obra que no tenía ninguna relevancia particular. Fue el enorme éxito que tuvo entre las clases populares lo que le fue abriendo camino. Y finalmente cuando el primer intelectual de renombre…
— Leopoldo Lugones.
— Que fue Lugones, en el año 1913 terminó proponiendo que el Martín Fierro fuese considerado el gran poema nacional, cosa que el Estado argentino recién aceptó a fines de la década de 1930, recién ahí se hace un culto estatal al gaucho. Para el momento en que Lugones lo propone, ya era un hecho consumado: el gaucho ya era emblema de lo argentino por obra de esa afición popular por estas historias de gauchos matreros.
— Leyendo las conclusiones de tu libro, uno se encuentra con una suerte de resumen del espíritu argentino y de la nación desgarrada que mencionás, que no solo no termina sino que se profundiza.
— Se va exacerbando, sí. Argentina no es el único caso, pero es un país en el cual el momento de construcción de la nacionalidad, del sentido de nación, los relatos y visiones que propusieron sus clases dirigentes no solo no consiguieron ser suficientemente convincentes sino que no lograron desplazar visiones diferentes e incluso antagónicas que han coexistido a lo largo de las décadas hasta hoy. Hay visiones muy contrapuestas acerca de quiénes somos, cómo son los cuerpos que nos representan.
— Claro, qué es lo aglutinante. Esta idea de “bueno, podemos pensar diferente pero estamos yendo todos para el mismo lado”. Pero no, no estamos yendo todos para el mismo lado.
— Sí, pero incluso va más allá de lo político. Porque uno podría pensar que es perfectamente legítimo que haya ideas políticas contrapuestas. Esto no pasa en Argentina pero además está relacionado con algo que es más profundo, que es que los argentinos no estamos de acuerdo en quiénes somos ni en cuál es la historia que nos trajo hasta aquí. No estamos de acuerdo con cuáles son los cuerpos que tienen derecho a representar lo argentino, si son blancos europeos o si son morenos, latinoamericanos y mestizos. Esa indeterminación no es solamente un capricho político intelectual, tiene que ver con que este país tiene una historia demográfica bastante complicada, en el sentido de la heterogeneidad que tuvo y también el hecho de que en uno de los países que más inmigrantes recibió en relación a su población local. Y, además, con la idea de que los recibió no como invitados a la casa de los dueños sino desde un discurso de que los inmigrantes iban a ser la nueva nación.
— Entiendo perfectamente lo que estás diciendo.
— Es un proceso de formación nacional bastante tensionado y complicado que no permitió hasta el momento que una visión de quiénes somos nosotros y de cómo es el nosotros resulte hegemónica, que es lo que sucede en la mayoría de los otros países. Que finalmente hay una visión que se impone que es más o menos compartida por la totalidad de los habitantes más allá de por supuesto luego cada uno tiene sus ideas políticas ¿no? Que eso es otra cuestión.
— Algo interesante que contás, así como hablás de Lugones y de Borges, y hablás del amor de Borges por el Martín Fierro en sus primeros años digamos, sus años más jóvenes, y cómo en el año 74 cuando la figura de Martín Fierro o del gaucho indómito empieza a ser tomada desde un sector político con el que él no tiene nada que ver, no se identifica, empieza como a correrse de eso, ¿no?
— Sí, sí, se corre. La trayectoria de Borges es bien interesante en ese sentido porque como hombre de su época, cuando era joven, digamos, en los años 30 por poner una fecha, como la mayoría de los varones de esa época estaba totalmente fascinado con las historias de gauchos, intentó como parte de su generación plantear un idioma nacional asociado a esa figura y a esa épica gauchesca, y luego, más hacia el ocaso de su vida, sintió con mucha fuerza que esa visión del gaucho rebelde habilitaba visiones sobre nosotros que a él le disgustaban profundamente. No solamente, y decía él, se imaginaba que, de haber estado vivo Martín Fierro en la década del 40, habría sido uno de esos peronistas que él detestaba.
— Claro. Ezequiel, sos un historiador, una persona que se formó en Argentina, que estudió afuera, que es investigador en su propio país y que quiere que sus libros lleguen a otras manos, que no se queden solo en la academia. Me gustaría hablar sobre eso y algo más: ¿qué es hoy ser un investigador del CONICET?
— Bueno, me alegra que destaques lo del interés por llegar a un público más amplio porque es algo a lo que le presto mucha atención. Me importa mucho, le pongo mucho trabajo a la escritura para que eso sea así. En cuanto al CONICET, venimos de un momento raro que son los años posteriores a la victoria de Macri, en los cuales los investigadores recibimos una serie de ataques inéditos, bastante duros de parte de todo un aparato político identificado con el gobierno. Ese contexto sigue presente; se aplacó en estos días porque es tan evidente el aporte titánico que están haciendo la ciencia y la tecnología argentina en la situación de la pandemia que realmente se tuvieron que callar un poco la boca, a pesar de que algunos siguen con esta idea de que el CONICET no sirve para nada y demás.
— Con esa idea de que estamos manteniendo ñoquis. Pero yo diría que el ataque no es tanto hacia aquellos vinculados a la ciencia dura sino con las ciencias sociales básicamente, ¿no?
— Sí, fue especialmente con las humanidades, las ciencias sociales, pero el prejuicio se hace extensivo. Era el nombre este que decías, el ÑOQUICET, eso involucraba a todo el sistema de ciencia y tecnología. Por un lado, yo siento como un privilegio y un honor ser parte de una agencia estatal con el prestigio enorme que tiene a nivel internacional el CONICET. Y, obviamente, poder trabajar de lo que me gusta es una maravilla. Dicho esto también hay que decir que los investigadores venimos con un deterioro salarial que había sido de más del 30% en época de Macri y ahora sigue empeorando sobre salarios que ya eran comparativamente bastante bajos. Para darles una idea, estábamos ganando la tercera parte de lo que gana un investigador del equivalente del CONICET de México, el CONACYT. Y realmente los sueldos se han deteriorado mucho. También en la época de Macri se deterioró todo lo que tiene que ver con el financiamiento de los institutos, los insumos y demás. Empezó a mejorar un poquito cuando cambió el gobierno, pero en esta situación vuelve a ser crítico. Así que la situación es precaria como la de toda la economía, la verdad. Nosotros no somos una excepción.
— Si tuvieras que explicarle a alguien por qué es importante que un país invierta en ciencias sociales, ¿qué le dirías?
— Bueno, hay una cantidad de cosas que hacen las ciencias sociales. Todo lo que tiene que ver con la investigación sobre la pobreza, cómo lidiar con ella, cómo registrarla, cómo hacer los censos. Los mapas de las distintas situaciones sociales del país. De eso se encargan los geógrafos y los sociólogos. En el caso de los historiadores, nuestro trabajo tiene que ver con la investigación acerca del pasado y sus diferentes aristas. No hay debate político en ningún lugar del mundo que no esté nutrido por pensamientos sobre cuál la trayectoria que nos trajo hasta aquí. A veces no se entienden los temas de estudio porque o se han tomado a lo mejor del título de una ponencia o de un artículo, que suelen parte de proyectos más generales que la gente no tiene por qué entender fuera de ese contexto.
— Te hago la última. Como si dos libros fueran poco, se sumó hace poco tu nuevo libro, Historia de la Argentina, biografía de un país. ¿De qué trata? ¿Arma serie con alguno de los otros dos?
— Es una narración de la historia de nuestro país desde la conquista española hasta la elección de Alberto Fernández. Surgió de una propuesta de la editorial y me encantó el desafío de sintetizar los conocimientos que viene produciendo la comunidad de historiadores e historiadoras en una obra para el público general. En 380 páginas presenta un relato que entrelaza la historia política, económica, social, cultural y ecológica de nuestro país. Es un texto con vocación federal --no hay provincia que no aporte episodios a la trama-- y atento a lo que pasa en el mundo de las élites tanto como en el de las clases subalternas. También traté de que tuviese una mirada de género en cada período: tiene bastante sobre la historia de las mujeres y también sobre la de las sexualidades y las disidencias sexuales y de género. Para todos estos temas y períodos tan amplios, obviamente me apoyé mucho en trabajos de colegas, pero también retomé mis propias investigaciones. Los aportes de mis libros anteriores se hacen visibles en las secciones sobre la historia de los sectores medios y en la interpretación del pasado reciente. Y sobre todo, en la centralidad que tiene en esta historia la pregunta por las dificultades que tuvimos a la hora de construir una identidad nacional y por la dimensión étnico-racial. Las disparidades étnicas, la construcción de jerarquías raciales, los mestizajes, el racismo, la experiencia de los pueblos originarios, los criollos y los afroargentinos, ocupan un lugar central en el relato.
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