Muchos lectores y lectoras pueden abandonar libros sin culpa. Pero hay otra estirpe, incapaz de dejarlos antes de llegar hasta la última línea. ¿Cuándo abandonar un libro? ¿Y cuándo darle una segunda oportunidad? Las conductas lectoras suscitaron opiniones de voces literarias como Jorge Luis Borges y Julio Cortázar. Infobae Cultura consultó a los escritores Martín Kohan, Esther Cross y Luis Chitarroni, así como a Florencia Ure, creadora del club de lectura Pez Banana.
Debatirse entre abandonar o no un libro. Una disyuntiva que en algún momento suele aquejar a lectores y lectoras y que rebasa géneros, autores y soportes. Borges, lector incansable, aseguró que “la lectura debe ser una de las formas de la felicidad”. Durante sus épocas de profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Buenos Aires (UBA), les aconsejaba a sus estudiantes: “Si un libro les aburre, déjenlo; no lo lean porque es famoso, no lean un libro porque es moderno, no lo lean porque es antiguo”.
“Si un libro es tedioso para ustedes, déjenlo; aunque ese libro sea El paraíso perdido —para mí no es tedioso— o el Quijote —que para mí tampoco es tedioso—. Pero si un libro es tedioso para ustedes, no lo lean; ese libro no ha sido escrito para ustedes”, afirmó en una entrevista incluida en el documental Borges para millones de Ricardo Wullicher.
Para Esther Cross, cada lector o lectora puede trazar con libertad su propia biografía “en ese enorme universo disponible de los libros que siempre se va agrandando”. A veces, apunta Luis Chitarroni, “no estamos en condiciones para el encuentro o para el abandono, nosotros ni el libro. Tiene que haber una especie de acuerdo previo: es un acto de amor”.
Martín Kohan, quien termina todos los libros que empieza, advierte que la exigencia de lectura aparezca “como desvalor frente a entretenimiento”. Cuando un libro merece ser leído, “o uno desearía leerlo y falla, yo como lector dirijo la interrogación hacia mí mismo”, señala. Ure postula en tanto que “la comunión con un libro vaya a saber de qué misterio depende y no siempre se alinean los planetas como para que ocurra”.
Cortázar, por su parte, llegó a lamentarse de haber atravesado una etapa de obsesión por terminar los libros. “He leído muchos novelones y muchos libros de poemas insoportables, confiando siempre que en las últimas diez páginas encontraría el gran momento, algo que rescataría la totalidad de la obra”, confesó el padre de Rayuela.
“Alguna vez pudo haber sucedido, pero en la mayoría de los casos, cuando cincuenta páginas de un libro son malas, es difícil que el resto las salve. Es como un match de box: si hay una primera mitad que es mala, sólo un milagro puede cambiar la cosa en la segunda mitad”, opinó. Y, según admitió durante la conversación con Sara Castro-Klaren para Cuadernos Hispanoamericanos, a sus más de sesenta años se permitía abandonar libros que no le gustaban.
La lectura, entre encuentros y abandonos
Tanto por el lector como por el libro, Esther Cross acuerda con Borges. “La lectura forzada no le hace un favor a nadie. Al lector, por razones obvias. En cuanto al autor: no creo que a nadie le guste ver a un pobre lector esforzándose para leer lo que escribió, seguramente con entusiasmo”.
La traductora y escritora, autora de Kavanagh y Tres hermanos, entre otros libros, indica que, “en otro plano, es bueno recordar que a Borges le gustaba contar que su padre le decía que no leyera por obligación, que solamente leyera libros que lo emocionaran, que lo conmovieran, que no se forzara a leer un libro u otro porque fuera un clásico, o porque había que leerlo por cualquier otra razón. Esa imagen de la lectura, y la literatura entonces, como acto de libertad, como búsqueda personal, es lo importante”.
Y agrega: “Creo que Borges, gran lector y estudioso de la literatura, se refiere a eso cuando habla de dejar libros que a una le aburren: cada una traza su propia biografía de lectora o lector, en ese enorme universo disponible de los libros que siempre se va agrandando, y la relación con ese universo puede ser de libertad, puede ser una relación placentera en ese sentido y tendría que ser original”.
Kohan, por su parte, no duda en situarse en las filas de los lectores que indefectiblemente terminan todos los libros que empiezan, algo que define como “una inclinación personal”.
“Tengo un gran sentido de la aplicación (palabra que se usaba cuando yo estaba en el primario, un ‘alumno aplicado’). Pero eso no me da autoridad para dar ningún consejo del tipo ‘no dejen las lecturas, porque...’. Yo no las dejo porque no me gusta dejarlas y, en un punto, porque no puedo. Porque arranco, no me gusta, y digo ‘esperá, capaz que levanta’. Y no levanta, ya estoy en la mitad, y como ya estoy en la mitad, termino”, explica el escritor, crítico y docente.
A la vez, el autor de Ciencias morales y Dos veces junio saca provecho de todas sus lecturas, incluyendo los libros fallidos: “me interesan, tratando de ver en qué me parece que fallaron”. Y advierte, además, sobre aplicar a la lectura el modelo “me gusta/no me gusta”. “Me gusta, pulgar para arriba, sigo; no me gusta, pulgar para abajo, no sigo. No digo que eso no tenga legitimidad o validez, pero hay otras posibilidades. Por ejemplo: no me gusta, pero me interesa”.
Chitarroni se manifiesta parcialmente de acuerdo con la postura de Borges. “A veces, no estamos en condiciones para el encuentro o para el abandono, nosotros ni el libro. Tiene que haber una especie de acuerdo previo: es un acto de amor. Y hay libros a los que tenemos que saber darles otras oportunidades, claro”, afirma el escritor, crítico y editor de La Bestia Equilátera.
“No todo es Agatha Christie ni Simenon, de conexión inmediata. Comencé a leer The Recognitions, de Gaddis, más de seis veces. Lamentablemente, nunca terminé el Adán Buenosayres, para exasperación de algunos amigos, ni Nostromo, de Conrad. Con ufana decisión, los di por leídos”, cuenta Chitarroni desde su casa, en las inmediaciones de una biblioteca de la que pronto tendrá que despojarse.
El autor de Siluetas y Mil tazas de té se muestra convencido de que también hay “llamados”. Estos “no son religiosos, o solo lo son para la religión de la lectura. Auden dice que su ángel de la guarda lo protege de verdad y ‘le enseña qué leer y en qué orden...’ Y era un lector muy diverso y temerario, que gustaba tanto de Jacob Boehme y Kierkegaard como de P. G. Wodehouse y Michael Innes”.
Florencia Ure, quien fundó Pez Banana junto a Santiago Llach, no tiene reparos en inscribirse entre los lectores y lectoras que dejan un libro si no los atrapa. “No le veo el sentido a sufrir leyendo. Sí lo que hice mil veces es dar más de una oportunidad. La comunión con un libro vaya a saber de qué misterio depende y no siempre se alinean los planetas como para que ocurra. Un libro que te parece un embole y al que no conseguís entrarle, te parece genial tres años después”.
“Y, al revés, hay veces que sé que un libro me entusiasma, pero hay algo que me alerta de que es un amor de verano y que en unos años no me va a interesar. Igual nunca sé si esta teoría es cierta, porque nunca volví a releer esos libros con los que me pasa. Ojo que cuando digo divertido o aburrido me refiero a seductor, a interesante, a desafiante. Obvio que leyendo a Proust no te descostillás de risa ni te da adicción, al menos a mí, y sin embargo es de mis autores preferidos”, aclara Ure, con larga experiencia en el mundo editorial.
De sillones y exigencias de lectura
Kohan no posee argumentos contra la célebre cita de Borges, pero sí defiende con fervor que un lector no debe tener “una actitud semejante a quien se puede sentar en el sofá frente al televisor y le dice ‘dale, entreteneme’. Y si no lo entretiene lo que está viendo, cambia de canal, porque la falla está en el programa que había puesto. Yo no pienso así la lectura”.
El escritor que este año publicó Me acuerdo y Confesión, valora especialmente los libros que plantean una exigencia de lectura. “Me siento especialmente convocado cuando un libro tiene su complejidad y no disocio eso del placer”, indica en medio de un corte de luz en su barrio, y con la preocupación de que poco después debería dar una clase virtual a sus alumnos.
“Si un libro no me plantea ninguna exigencia intelectual, me siento despreciado, subestimado. En ese sentido sí que creo que cabe una discusión sobre asignación de valores a ciertas categorías ligadas con la lectura, donde la complejidad o la exigencia de lectura aparece como desvalor frente a entretenimiento. Cuando una exigencia de lectura puede resultar igualmente placentera o incluso entretenida”, comenta Kohan por teléfono.
Por lo tanto, insta a cuestionarse si en todos los casos es pertinente poner el entretenimiento como criterio de valor. “Porque hay grandes textos que uno admira, o cuya lectura uno disfruta especialmente, y que no pasan por el entretenimiento. No cuestiono la categoría, sino su generalización”.
Cross, en tanto, no dudó en dejar muchos libros y lo hizo sin ninguna culpa. “Porque me resultaban totalmente indiferentes o sonaban como repeticiones de otros libros. Como queda tanto para leer y descubrir, paso a otra lectura. Es decir que los dejo por otros. Si un libro presenta dificultades, es distinto. Hay escrituras que no se abren de entrada, hay que ir pescándolas, encontrándoles la clave, el ritmo. En esos casos, insisto y casi siempre con suerte”.
La autora de La mujer que escribió Frankenstein agrega: “Lo comento porque a veces se confunden el ‘aburrimiento’, un fenómeno que curiosamente asusta, y la dificultad con el valor de un libro, como si los libros tuvieran que ser cómodos, como sillones”. La lectura “es una forma de conocimiento, de introspección, de entender o tratar de entender también a los que nos rodean y los que vivieron en otro tiempo”.
Y escribir es “una forma de organizar la experiencia y las buenas lecturas se convierten en experiencias de vida y aprendizajes. Sólo así se entiende por qué alguien se puede pasar horas, o toda una vida, entre libros. Además, o por eso mismo, los libros son entretenidos y emocionantes. No creo que sea excluyente: un libro puede hacernos pasar un buen rato y dejarnos algo más. Hay miles de ejemplos. Hay excelentes libros que son divertidos y nos hacen pasar un buen rato. Más que un buen rato, de hecho”, dice Cross.
Ure no tiene problemas con dejar un libro si no la convence. “Hay autores que todos dicen que son geniales, o novelas de las que se habla y ahí por curiosidad y para tener una opinión formada puedo leerlas, aunque no me interesen tanto. Pero me pasa pocas veces, porque ya no me importa decir que un autor al que todos aman me parece malo”.
Cuando los libros se resisten
Entre los libros que le resultaron difíciles, pero que luego la atraparon, Cross recuerda: “Lo primero que leí de Alejandra Pizarnik fue La condesa sangrienta. Y después empecé a leer su poesía. El pasaje de la prosa a la poesía me costó, pero insistí, porque era obviamente una dificultad mía y como fuera, me quería quedar ahí. Como escribo narrativa, muchas veces me pasa con la poesía: me cuesta pasar a ese registro. Siempre vale la pena”.
Muchos libros esperan otra oportunidad, señala Chitarroni. “Abandoné a Céline y a Faulkner también. Abandoné, imperdonablemente, porque tal vez podría haberlas mejorado, cosas que escribí y retomé tiempo después. Las certidumbres son menos amistosas y encarnizadas cuando se trata de uno mismo”, reflexiona el editor de La Bestia Equilátera.
Ure interrumpió una primera lectura de El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald, porque no le interesó. “Tendría 17, lo volví a leer a los 20 y pico y me volvió loca. La Divina Comedia siempre me aburre en el Paraíso. La dejé muchas veces. La terminé y con esfuerzo en #Dante2019. Banville me costó hasta que pasé una barrera y no pude dejarlo. El último de Nothomb, Los nombres epicenos, no lo dejé porque me agarró esperando en un trámite y era lo único que tenía”.
¿Y cuándo desistir de una lectura? Chitarroni sostiene: “En el momento en que uno advierte que está pensando en otra cosa..., aunque es el modo en que Bioy dice que hay que leer a Faulkner”.
Cross responde: “Como dicen en la ruleta, una sabe cuándo se tiene que ir. ¿Qué puede estar fallando? Depende. Muchas veces es la relación, como con las personas y los lugares”.
El momento apropiado para Ure es cuando el libro no resulta interesante. “Si no te tienta, si no te ilusiona pensar en que te sentás a leer, si no esperás con ansias la hora de ir a la cama para avanzar en la lectura, ¿por qué seguir? Hay tanto para leer, tantas opciones”.
“Si a las 100 páginas me distraigo en cada página, lo revoleo. Las malas traducciones me alteran bastante y me resulta imposible acostumbrarme a esa voz y concentrarme en el libro”, afirma Ure, quien dirigió los departamentos de comunicación de Planeta, Tusquets, El Ateneo y Penguin Random House.
Kohan, en tanto, se pregunta si, cuando un libro se resiste durante la lectura, está fallando el texto o el lector. “Cuando un libro merece ser leído, es muy exigente, es muy bueno, o uno desearía leerlo y falla, yo como lector dirijo la interrogación hacia mí mismo. No digo qué le pasa a este libro, digo qué le pasa a mi lectura que no veo por dónde entrarle a este libro. Siempre veo un desafío hacia mí mismo, por un lado, y como docente, hacia la formación de los lectores”.
Lecturas diversificadas y desconcentradas
En medio de una multiplicidad de soportes, ¿las competencias de lectura van en declive? ¿O más bien se diversifican más allá del libro? ¿Las pantallas resultan más expulsivas que el papel?
“En beneficio de la piedad, optemos por ‘se diversifican más allá del libro’”, sostiene Chitarroni. “El optimismo acerca del gusto eterno sobre leer es una de las tantas exageraciones de la civilización occidental. No creo que la creyera ni siquiera George Steiner”, dice el escritor y crítico, que viene de publicar La noche politeísta y Pasado mañana. Diagramas, críticas, imposturas.
Ure explica que, en su caso, el soporte incide mucho. “Uso solo el e-book para leer libros que no fueron aún editados en papel o cuando viajo. Y me los olvido mucho más rápido. Me pasa con las películas que veo en casa o en el cine. Hay algo de la minipantalla que hace que en mi cabeza eso que ocurre sea finito, caduque”.
Y remarca que, aunque “todos vivimos conectados, a los que nos gusta leer no cambiamos un libro por una serie. O sí, pero no dejamos de leer. Si Netflix hizo que dejaras los libros es que tanto no te gustaban. Las redes lo mismo, entusiasman al principio, pero después de años, ¿seguís mirándolas con la misma pasión? No creo”.
“Obvio que el lector que solo lee bestsellers necesita libros que se lean de una sentada. En esos casos puede que otros divertimentos atenten contra su lectura. Pero los que leen literatura, ensayo, investigación periodística, no creo que abandonen los libros por mirar las noticias o Borgen”, agrega Ure.
Kohan se resiste a discursos y posiciones apocalípticas. “Porque entiendo que son la marca certera de la curva hacia la vejez, cuando uno empieza a pensar que le tocó una época de decadencia al cabo de una época de esplendor”, que sospechosamente siempre se ubica en los años de juventud. “Cada generación establece su nostalgia por un Paraíso perdido. Entonces me resisto a decir que antes se leía mejor o adjudicárselo a las nuevas tecnologías o a las redes”.
Y evoca que durante su infancia no existían las redes sociales, “pero ya había discursos apocalípticos que decían que por culpa de la televisión ya no se leía como antes. El que tiene una visión apocalíptica siempre encuentra un motivo. Sí me parece que un signo de la época es un estado de desconcentración generalizada. Obviamente eso no puede sino afectar a la lectura, cuyo capital fundamental es el poder de concentración, pero no es un problema solamente de la lectura”.
Cross apunta que puede dejar tanto un libro digital como en papel, sin que el soporte incida en su decisión. “Me gusta más leer en papel, pero leo en papel y en digital. A lo mejor por costumbre me concentro mejor leyendo en papel. Tomo notas al margen y subrayo: lo que dejo anotado en el libro me queda grabado visualmente en la memoria”.
Kohan también prefiere el papel. “Porque me gusta la relación física con el libro, me gusta la relación material, me gusta tocarlo. Leo con el artefacto libro porque me resulta más placentero”. Y a su vez puntualiza: “Mi impresión es que la pantalla predispone la lectura en diagonal, predispone al chapuceo, leer un cachito, otro cachito, otro cachito. Se puede hacer en papel también, Macedonio Fernández escribió Museo de la Novela de la Eterna y ya estaba pensando en el lector salteado. O sea, el lector salteado existe desde hace mucho. Tengo la impresión que los nuevos formatos favorecen o intensifican eso”.
“Para los viejos fetichistas, es más difícil el papel, ya que uno entabla una relación ‘física’ con el libro. Ama o aborrece la tapa, la tipografía, la hendidura de cortesía, en caso de que esa vieja costumbre se conserve...”, cree Chitarroni. Y matiza: “La hiperconexión y la dispersión no son siempre inconvenientes. Es necesario aprender a leer ‘entre libros’”.
Imaginando al lector
Ure explica el criterio de selección para las lecturas en Pez Banana, que ya tiene más de mil miembros: “Somos muy fieles a elegir el libro que más guste, sin pensar en que sea para todo público”. Y se muestra orgullosa de que “en general hay ínfima deserción” entre los lectores del club.
Kohan, Cross y Chitarroni también reflexionan sobre lectores posibles y soñados para sus textos. “Hay tantos libros, tantos, tantos que se están escribiendo ahora mismo, o que se han acumulado con prestigio a lo largo de los años, hay tanto para leer, que toda persona que en el universo de libros disponibles haya elegido y leído uno mío, lo que me despierta es gratitud”, aclara Kohan.
A la vez, considera que los lectores más estimulantes “son los que entraron por recorridos de lectura que yo no había pensado, pero funcionan. Eso para mí es tremendamente enriquecedor, porque es un lector que no se subordinó, ni a mí como autor, ni al libro”.
“Me imagino esa lectora o lector, más bien indeterminado, sin sexo, sin edad, y para esa persona imprecisa escribo”, apunta Cross.
Y Chitarroni concluye: “Sueño con un lector bestial, apasionado. La pasión por la lectura, una vez que uno la elige o que advierte que ha sido elegido, depara placeres incomparables”.
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