Educación y consumos culturales en casa

Infobae Cultura publica un adelanto de “Conversaciones. Encuentros por la pospandemia”, una obra del Ministerio de Cultura de la Ciudad junto a Fundación Medifé, que recopila conversaciones y ensayos de investigadores sociales y científicos sobre la nueva normalidad

Educación y consumos culturales en casa (Shutterstock.com)

Hasta hace solo unos meses, ir a la escuela implicaba una coreografía que se repetía día tras día, mes tras mes, año tras año, en una suerte de rutina interminable y a la vez esperada. Una coreografía que nos daba certezas y contención, porque sabíamos cómo empezaba, cómo seguía y cómo terminaba. Cada día, chicos y chicas de todo el país se ponían el guardapolvo, preparaban la mochila, entraban y saludaban a los compañeros, a la maestra, a la directora. Se sentaban en sus pupitres, escuchaban, leían, escribían, jugaban, conversaban, intercambiaban, resolvían, participaban. Escuchaban el timbre para ir al recreo, salían, volvían a jugar, volvían a escuchar el timbre, entraban otra vez a sus aulas. Terminaba el día, volvían a sus casas. Se reencontraban con sus familias. Hacían los deberes. Y todo volvía a empezar.

Pero un día, hace ya varios meses, la coreografía cambió de golpe. Como en un vendaval inesperado, la pandemia cerró de un plumazo las puertas de las escuelas físicas para casi todos los chicos del mundo. Y esa rutina querida, entrañable, a veces odiada, agotadora, en ocasiones liberadora, amorosa, pero ante todo esperada y esperable, dejó de existir.

Y hubo que inventar nuevas coreografías sumando a dos nuevos integrantes que, hasta ahora, habían estado en bambalinas, detrás de escena, pero que tuvieron que tomar un rol protagónico de la noche a la mañana: hablo de las familias y de las tecnologías digitales.

Empiezo por las familias. La educación a distancia, esto que muchos llaman educación remota, o de emergencia, hizo que las escuelas tuvieran que reforzar las alianzas con las familias, siempre necesaria pero ahora más urgente que nunca. Madres y padres que, a lo sumo, cuando podían, habían ayudado a los chicos a hacer las tareas, de pronto tuvieron que transformarse en piezas fundamentales del aprendizaje remoto. Sin ser docentes, les tocó cumplir el rol de ayudar a sus hijos e hijas a organizarse, a buscar los medios y el espacio para estudiar en casa, a resolver dudas, a conectarse con el estudio aún sin el ida y vuelta cotidiano con sus docentes, a tener paciencia y a no desesperar cuando algo resulta difícil de entender.

Esto trajo para muchos un tesoro inesperado: la posibilidad de redescubrir a sus hijos, de verlos aprender, de entender mejor eso que hacía la escuela a puertas cerradas y hasta de explorar juntos nuevos temas usando los temas escolares como pretexto para curiosear más allá, en una nueva rutina compleja y demandante pero que abrió la posibilidad a nuevos encuentros en familia. Pero también redundó en un desafío arduo, muchas veces angustiante, que se sumó a otras demandas y dificultades que la misma pandemia trajo para los adultos. Un desafío que, para muchos, fue deviniendo en una situación de hastío y desconexión con el aprendizaje cuyos efectos habrá que remontar como una de las secuelas de esta época de confinamiento.

Porque, si hay algo que la pandemia desnudó, fueron las desigualdades estructurales en las condiciones de vida de las familias y su efecto en la educación de los chicos, algo que en educación se llama “el efecto cuna”. No se trata solo de quien tiene computadora y quien no, o de quien tiene conectividad o un lugar tranquilo para estudiar y el que no. Está el que tiene a quién preguntar y el que no, el que tiene que hacer todas las tareas de cuidado de su casa y el que no, el que tiene adultos que acompañen y el que no. La escuela física, durante unas horas al día al menos, con sus coreografías bien aceitadas, buscaba poner entre paréntesis esas desigualdades y ayudar a que todos los chicos, chicas y adolescentes pudieran estar protegidos y con foco puesto en el aprendizaje. Por eso, ahora que los chicos no pueden ir a la escuela, aparece más fuerte que nunca su necesidad como espacio que garantiza el derecho a aprender de todos.

Las segundas grandes protagonistas de esta nueva coreografía de la escuela a distancia son, claro está, las tecnologías digitales.

La pandemia mostró, por un lado, que la mayor parte de los docentes de todos los niveles educativos no estaban capacitados para integrar efectivamente tecnologías digitales en la enseñanza. Pero, al mismo tiempo, puso en evidencia una enorme resiliencia y creatividad en los educadores y educadoras que, en tiempo récord, buscaron con mucho compromiso seguir enseñando y sosteniendo el contacto con sus alumnos a distancia, manteniendo viva esa escuela en casa.

Desde el primer momento, los docentes se dieron cuenta de que la posibilidad de garantizar el aprendizaje remoto requería, antes que nada, sostener el vínculo con esos estudiantes a los que sólo habían conocido durante dos semanas en marzo. Y para ello recurrieron, y siguen recurriendo, a todas las vías a su alcance: correos electrónicos, llamadas telefónicas y mensajes de Whatsapp, videos con mensajes y palabras de aliento, lo que vaya resultando para seguir presentes.

Movidos por la necesidad y por la urgencia, los docentes salieron a capear el temporal y reinventarse para buscar modos de seguir enseñando a distancia. En una suerte de capacitación colectiva, acelerada e inédita, tuvieron que explorar tecnologías que ya estaban disponibles, algunas desde hacía rato, pero que no habían tenido la necesidad de usar.

Y aquí vale una aclaración: el uso de nuevas tecnologías no garantiza la buena enseñanza. Pero la buena noticia es que volver a ponerse en “modo aprendiz”, traccionados por la necesidad de aprovechar las herramientas digitales para seguir enseñando, está implicando para muchos educadores y educadoras revisar algunas lógicas de trabajo previas, a la luz de recuperar el sentido y la motivación que requiere, de manera redoblada, el trabajo a distancia.

En estos tiempos estamos viendo casos exitosos de esta integración de tecnologías digitales en la enseñanza en todos los niveles educativos, desde el inicial hasta el universitario. Por ejemplo, nuevos modos de presentación del contenido, aprovechando el potencial de lo audiovisual para motivar a los estudiantes y generar cercanía. Docentes filmando con creatividad y esfuerzo sus propios videos, o recurriendo a materiales digitales que ayudaran a darle vida al contenido más allá del texto escrito. Plataformas para el trabajo colaborativo entre estudiantes. Devoluciones personalizadas por audio o video a las producciones de los chicos. Encuentros sincrónicos en los que las maestras proponen juegos participativos o actividades vivenciales para que los alumnos resuelvan con ayuda de sus familias. Y también aparecieron, de a poco, nuevos modos de evaluación de los aprendizajes en los que los alumnos pudieron demostrar lo que habían aprendido de una variedad de maneras, más allá de la tradicional prueba escrita.

Creo que recuperar, sistematizar y compartir esas experiencias y ejemplos de integración potente de las tecnologías digitales a la enseñanza de diversos contenidos va a resultar clave para poder expandir esta creatividad “de emergencia” hacia prácticas más instaladas y sostenidas en el tiempo. Y también lo será fortalecer las políticas de formación docente con foco en el diseño de secuencias y actividades que aprovechen el potencial del mundo digital para la buena enseñanza.

Sin embargo, hay una condición previa, indispensable, para capitalizar este “envión tecnológico” en pos de continuar repensando las formas de enseñar y aprender. Garantizar la conectividad y el acceso a dispositivos digitales apropiados para el trabajo a distancia (especialmente, computadoras) a todas las familias y docentes y escuelas es un punto de partida insoslayable.

La pandemia puso en evidencia la urgencia de universalizar el acceso al mundo digital, una deuda social que aún no ha sido resuelta en nuestro país y que requiere inversión, acuerdos y decisión política sostenidos en el tiempo. Hoy ya se habla del acceso a internet como un nuevo derecho humano que es preciso defender. Continuar y redoblar los esfuerzos en las políticas de conectividad, equipamiento, distribución y capacitación se plantea como una de las mayores urgencias a resolver en el futuro inmediato.

Todo parece indicar que el regreso a la escuela implicará, al menos por un tiempo, una modalidad de enseñanza mixta, híbrida, que combine el trabajo a distancia con las instancias cara a cara. La vuelta a clases va a requerir que podamos inventar, una vez más, nuevas coreografías. No va a ser sencillo, pero quizá encontremos en esta nueva danza la posibilidad de recuperar aquello que añoramos de la escuela y combinarlo con todo lo que aprendimos en estos meses de experimento colectivo. Que se abra el telón.

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