Hola, ahí.
Mientras todos en Argentina hablan de la vacuna rusa, en Rusia no hablan de la Argentina. Y menos del viaje que emprendió el avión de Aerolíneas para buscar las vacunas que le da algo de épica navideña a un gobierno desgastado hacia afuera y hacia adentro. En realidad, si en Rusia hablan de la vacuna rusa es también porque hay muchos que, igual que en el resto del mundo, desconfían y los números de las encuestas lo muestran. Como sabrás, entre los rusos hay una larga tradición de secretismo y falta de confianza.
Naturalmente, las autoridades rusas aseguran que hay una campaña de desprestigio internacional de la vacuna, y algo de razón tienen. También es cierto que el desprestigio a veces se lo gana uno solito. Con solo mirar las cifras, hay números que no cierran: Rusia tiene 10 mil muertos más por Covid que Argentina y tiene el triple de población. Es el país más grande de la tierra y comparte más de 4.000 kilómetros de frontera con China. ¿No resulta cuanto menos sospechoso que no haya más infectados y más muertos por coronavirus? Las cifras al día de hoy son estas: 2,933,753 infectados (una población de cerca de 145 millones de habitantes) y 52,461 muertos. Seguro que te dejo pensando.
Pero vayamos a lo nuestro, querido lector: aunque hoy no tengo relato navideño para ofrecerte, sí tengo una historia para contarte que tiene que ver con Rusia y con un producto de laboratorio, que no es la vacuna Sputnik V.
Agosto de 2020. Un hombre de mediana edad viaja en avión en Rusia, se descompone en pleno vuelo y comienza a aullar de dolor. La nave hace un aterrizaje de emergencia en Omsk, Siberia, los paramédicos transportan al hombre descompuesto en ambulancia a un hospital y los primeros resultados arrojan que ha sido envenenado. El hombre no es un ciudadano más, se llama Alexei Navalny y es el político opositor ruso más conocido fuera de su país. Una vez que lo estabilizan, es trasladado a un hospital de Berlín. Navalny sobrevive y acusa a Vladimir Putin de haber ordenado asesinarlo.
Los estudios realizados en Alemania confirman que el veneno con el que intentaron eliminarlo es Novichok -agente nervioso desarrollado por la Unión Soviética en los 70-, el mismo con el que atacaron en marzo de 2018 en Salisbury, Inglaterra, al ex agente Serguei Skripal. Laboratorios de Francia, Alemania y también de la Organización para el control de las armas químicas confirmaron el envenenamiento con una sustancia de la familia de Novichok. La Unión Europea impuso sanciones contra varios funcionarios ya que señala que el envenenamiento con una sustancia tan específica no pudo ser posible sin el conocimiento del Kremlin, y más aún cuando agentes de la inteligencia rusa vigilaban hace años a Navalny. Rusia impuso una represalia de contrasanciones, ejercicio que conoce bien y que viene practicando desde 2015, con la anexión de Crimea.
Con 21 años en el poder -se cumplirán el 31 de diciembre- Putin es un líder político que busca que lo respeten y, en todo caso, para ejercer poder le alcanza con infundir temor. Intimidar es uno de sus mayores atributos y si al miedo de los otros consigue sumarle la admiración, mucho mejor. Lo que seguro no tolera es el ridículo y, por estos días, en su país el presidente ruso está siendo objeto de escarnio, algo a lo que no está acostumbrado y con lo que seguramente le cuesta lidiar.
El origen de todo es el frustrado envenenamiento de Navalny, quien sigue en Berlín y planea regresar a Rusia cuando se recupere del todo. Putin no solo es protagonista principal del escándalo porque hay cada vez más pruebas que involucran al Kremlin en el operativo de envenenamiento sino que es también el mayor objeto de la burla masiva en las redes, luego de que se hiciera pública la conversación que el propio Navalny mantuvo con uno de los agentes de los servicios secretos del FSB (Servicio Federal de Seguridad ruso, ex KGB), a quien engañó con tretas infantiles y quien terminó revelando secretos clave de una operación criminal que fracasó pero dejó huellas y una sensación de desgaste de un modelo. El “homo sovieticus” es cada vez más un producto de la historia y la literatura.
Para simplificar: la historia que debía ser algo así como un sofisticado argumento de John Le Carré terminó siendo un modesto Rambito y Rambón, aunque en el camino, claro, hubo un intento de asesinato.
En Rusia nadie se sorprende porque desde el poder hayan querido eliminar a un opositor; la sorpresa y los memes llegaron a partir del video de Youtube que tiene millones de reproducciones y en el que se ve cómo uno de los espías que intervinieron en la maniobra de inteligencia cayó en una trampa tendida por Navalny, quien lo llamó por teléfono presentándose como asistente de Nikolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad ruso, con el argumento de que estaba armando un reporte para su jefe y necesitaba aclarar ciertos puntos para saber por qué había fallado la operación. La conversación surrealista duró 45 minutos -en el video está editada- y aunque en algunos momentos el químico espía titubea o manifiesta desconcierto, se lo escucha responder a todas las consultas que le hace el supuesto funcionario. La obediencia, en este caso, fue mucho más fuerte que la tradicional desconfianza rusa.
El espía que puso en aprietos al gobierno ruso es Konstantin Kudryavtsev, uno de los hombres mencionados en la primera parte de la investigación que llevaron adelante Navalny y el portal de periodismo de investigación Bellingcat -con el que colaboran CNN, El País, Der Spiegel y The Insider-, y en la que habían logrado probar que un grupo de élite de las fuerzas del FSB especializado en sustancias químicas lo vigilaba desde 2017. Si leés en inglés, te aseguro que vale mucho la pena ver el video con subtítulos en el que Kudryavtsev explica cómo pusieron el Novichok en forma de polvo extra fino para que pasara inadvertido en las costuras delanteras de los calzoncillos de Navalny, de modo que el veneno pudiera activarse con la transpiración del usuario de la prenda íntima. También lo vas a escuchar evaluando positivamente la tarea de todos -recordá que supuestamente está colaborando con un informe para su jefe- y cuando concluye que todo se hizo bien salvo por una cuestión de tiempos. Es que el avión aterrizó de emergencia en cuanto el hombre se descompuso, la ambulancia llegó en el acto y los médicos le dieron a Navalny el antídoto adecuado. Como se puede ver, un plan perfecto con apenas tres fallas “menores”.
En el video, Navalny se burla de la torpeza del agente, de los servicios que se siguen moviendo como si no existiera internet y también de Putin. “Mis calzoncillos fueron el motivo central de una reunión del Consejo de seguridad”, dice entre risas.
Kudryavtsev fue uno de los hombres enviados para recuperar la ropa de Navalny a Omsk y eliminar los rastros del veneno. Eso dice en su conversación demencial con Navalny, quien encaró su propia investigación. Por supuesto el FSB respondió que todo es una conspiración para desacreditarlos y que detrás de esto está Washington. “La llamada ‘investigación’ publicada por A. Navalny sobre las presuntas acciones en su contra es una provocación planificada destinada a desacreditar al FSB ruso y a los empleados del servicio de seguridad federal, cuya implementación no habría sido posible sin el apoyo organizativo y técnico de servicios especiales extranjeros”, señalaron los servicios especiales en un comunicado.
Lo mismo asegura el propio Putin, quien además no tuvo más remedio que admitir admitir que los servicios secretos vigilaban a Navalny. Lo hizo en su tradicional conferencia de prensa de fin de año, en la que señaló que Navalny trabaja con los servicios de inteligencia estadounidenses. “Y si esto es así, por supuesto tienen que vigilarlo, pero no significa en absoluto que sea necesario envenenarlo”, razonó públicamente Putin. Y entre risitas nerviosas fue más allá en la ironía cuando dijo que nunca tuvieron necesidad de matarlo: “¿Para qué? Si quisieran (envenenarlo), lo habrían llevado a cabo hasta el final”, añadió.
A los 67 años, Putin se empeña en seguir con las viejas tradiciones mientras las nuevas generaciones se le vienen encima a toda velocidad. Su última jugada, la reforma constitucional que incluye artículos que le permiten gobernar, si lo desea y lo consigue, hasta los 84 años y que le dan inmunidad de por vida aparecen como movimientos inspirados en esa idea: la de la pérdida del control total.
Navalny tiene 44 años, es abogado especialista en finanzas y mantiene un blog influyente y millones de seguidores en las redes. Es atractivo y dueño de una elocuencia moderna, que le permitió seducir a mucha gente joven de clases medias con un discurso fresco, irónico y alejado de toda solemnidad, pese a sus originales alianzas confusas con sectores ultranacionalistas y neonazis que hace un tiempo busca por todos los medios dejar en el olvido.
”El paciente de Berlín” -como lo llama Putin, quien no lo nombra- viene haciendo carrera en la política rusa desde las redes sociales por medio de críticas durísimas y liderando las mayores marchas opositoras contra el gobierno. Con su prédica anticorrupción (“Rusia Unida es el partido de los ladrones y los bandidos” fue su frase de bandera), ha conseguido trascender sobre todo en los centros urbanos pese a que en los medios dominados por el Kremlin su nombre y su figura siguen siendo ignoradas todo lo posible.
La originalidad de Navalny tiene centro en su picardía. “Excavaba en la información disponible públicamente para denunciar, reiteradamente, dos tipos específicos de transacciones escandalosas: las cantidades absurdas que el gobierno ruso gastaba en las cosas más sencillas y baratas -como por ejemplo, inodoros- y las propiedades inmobiliarias y automóviles que poseían los funcionarios rusos aunque fuera imposible pagarlos con sus sueldos oficiales”, describió una vez su “modus operandi” la periodista rusoestadounidense y biógrafa de Putin Masha Gessen.
Navalny nació en 1976, lo que significa que vivió una infancia soviética y tenía 15 años cuando colapsó la URSS. Entiende las reglas del capitalismo desde pequeño, tiene un espíritu más ligado a un mundo globalizado, aunque su liberalismo tiene límites, como los de muchos europeos cercanos a ideas de la derecha xenófoba. De ahí sus excéntricas alianzas con agrupaciones neonazis, que alternan curiosamente con otros pactos con movimientos más liberales y cercanos a la UE o Estados Unidos, en donde la diplomacia interesada en acabar con la popularidad de Putin lo ve como el candidato ideal: joven, dinámico y afín a las nuevas tecnologías.
Las redes, el boca en boca y los hechos judiciales que lo tienen como protagonista -permanentemente es detenido en alguna manifestación no autorizada- son su mayor y mejor prensa. El envenenamiento le dio ahora material de sobra para sus mejores producciones. Para muchos analistas, Navalny es la gran preocupación política para Putin y la figura que más claramente amenaza su proyecto de permanencia en el poder, sobre todo ahora que la pandemia aceleró la crisis económica que provocaron las sanciones post Crimea y también el desgaste natural de un gobierno ultra personalista; para otros, en cambio, es sólo una pieza más de marketing puesta en marcha por el Departamento de Estado norteamericano para erosionar al gobierno ruso. Posiblemente todos tengan algo de razón.
Algunos detalles interesantes. Mientras los diarios europeos como El País y Le Monde hablan de Kudryavtsev como del “supuesto” espía, la prensa rusa no alineada al oficialismo lo llama directamente espía y van más allá: en un muy buen artículo de Novaya Gazeta, la columnista Yulia Latynina llega a calificar lo que algunos risueñamente llaman el “calzongate” como el “Chernobyl político” de Putin.
“El ridículo los está matando”, me dice un académico latinoamericano que vivió en Moscú en tiempos de la URSS. “Independientemente de la edad de los agentes que integraban el comando, son gente educada en las escuelas cuya mentalidad se quedó en los 70 del siglo XX. Enfrente hay millennials y centennials que piensan y se mueven de manera diferente”, me explica. Entonces le digo lo que vengo pensando a partir de mi último viaje, cuando pude respirar la insatisfacción de los más jóvenes, que no tienen nostalgia de la URSS y que nacieron con Putin, de modo que el hastío por su figura los lleva a desear un cambio. Son, definitivamente, la generación en la que ya no hay resto del estereotipo del “homo sovieticus”.
”En el fondo no pueden cambiar lo suficiente como para ponerse al día”, me responde mi fuente con pragmatismo. “Lo más difícil para estos actores es lograr desprenderse suficientemente de lo que opera en ellos del pasado pero sin llevarlo a la consciencia, para dialogar con su propia tradición e ir hacia adelante. En algunas cosas Putin logró hacerlo, en otras no”, agrega.
Me despido recomendándote que no dejes de ver el video de Navalny y que cuando puedas leas, además, ese librazo que es El fin del homo sovieticus, de la Nobel bielorrusa Svetlana Alexievich.
Me gustaría decirte algo más.
El nacionalismo no tiene que ver con la ciencia y el propósito de ideologizar el trabajo de los científicos que buscan hacer el bien frente a una humanidad entrampada en una pandemia no parece una decisión feliz. No soy científica ni hago periodismo científico, de modo que no puedo hablar con rigor de la calidad de las diferentes vacunas. Sí sé que no deberíamos dejarnos llevar por fanatismos para abrazar o para rechazar una vacuna por su origen. Esperemos que se pronuncien los que saben.
¡Feliz Navidad para todos y hasta la próxima!
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