El amor, nuestra época y las novelas de separación: sobre “Todo esto”, de Ayelén Vázquez

Si “Orgullo y prejuicio” pertenece a la categoría “novelas de matrimonio” y “Anna Karenina” y “Madame Bovary” a “novelas de adulterio”, ¿cuál es la etiqueta que le correspondería al siglo XXI en este esquema? Infobae Cultura reproduce el prólogo del libro de Vázquez editado recientemente por Futurock

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Novelas de amor: matrimonio, adulterio
Novelas de amor: matrimonio, adulterio y separación

Desde que supe que Anna Karenina y Madame Bovary pertenecen a una categoría que se llama “novelas de adulterio” (a la que pertenecen otras tantas de novelas que no leí entre finales del siglo XIX y principios del XX, que hablan del derrumbe de una pareja pero sobre todo de un mundo de valores compartidos que se pudren desde abajo hacia arriba) que vengo bastante obsesionada con la relación entre las novelas y los momentos del amor, con la posibilidad de esa clasificación. Ya conocía de antes las novelas de matrimonio; Jane Austen, una de mis autoras favoritas, es experta en ellas. Al final de una novela de adulterio la protagonista está quebrada (casi seguro directamente muerta), y al final de una novela de matrimonio está casada y feliz. Estos dos géneros dicen algo sobre la relación entre nuestras ideas de felicidad y normalidad, pero también dicen mucho de las épocas en las que se escribieron. Cuando se escribieron las novelas de matrimonio más famosas (Orgullo y prejuicio, pongamos, es de 1813) la fe social en el matrimonio como metáfora de la felicidad y el sentido de la vida estaba en un gran momento. No quiero decir con eso que los matrimonios de esa época eran felices; ni siquiera puedo decir mucho de la fe de las personas individuales en estos ideales. Pero sí me parece claro, leyendo esas novelas, que la creencia en que la felicidad se encontraba en el matrimonio era bastante inquebrantable.

Jane Austen llega a horadar algunas grietas en esa certeza: en Emma, por ejemplo, tiene una protagonista que se divierte más armando casamientos ajenos que buscándose marido a sí misma, y que quizás preferiría quedarse como la ama soltera de la casa de su padre para siempre, pero finalmente se enamora. También en Orgullo y prejuicio introduce la idea de que un matrimonio con una persona que una no aprecia ni respeta es una condena triste, y todo indica que decir eso en esa época ya era bastante; pero todas las protagonistas se casan, y si alguna llegó a estar insatisfecha en su matrimonio, no nos enteramos. Cincuenta años después, en cambio, en la época de las novelas de adulterio, la grieta entre el matrimonio y la felicidad empieza a profundizarse: el deseo de experimentar un amor apasionado se choca a toda velocidad con el ideal del matrimonio burgués, y de esa contradicción son víctimas Anna Karenina y Emma Bovary. Ninguna de ellas encuentra en la novela una síntesis, una solución al dilema: en el matrimonio no está la felicidad, pero todo indica que fuera de él tampoco.

Hace tiempo que me pregunto cuál es la categoría que le correspondería al siglo XXI en este esquema. No lo leí en ningún lado, pero no creo que se me haya ocurrido solo a mí porque es bastante obvio: a nuestra época le toca la novela de separación. Es lógico: ya no vivimos en un mundo donde el fin de matrimonio sea el fin de la vida, como lo fue para Emma Bovary o Anna Karenina. Las parejas se acaban y las vidas siguen, pero cada vez más somos conscientes de que los finales no solo son menos espectaculares que en otras épocas: son también menos finales. De eso hablaba la que quizás sea la primera gran historia sobre divorcio que se contó, la película Kramer vs. Kramer (1979) de Robert Benton; de eso habla incluso más Marriage Story (2019), la película de Noah Baumbach que se inspira mucho en la de Benton; eso mismo retoman autores tan disímiles como el italiano Domenico Starnone en su novela Ataduras (2014), la norteamericana Jenny Offill en Departamento de especulaciones (2014) e incluso en alguna medida la británica Rachel Cusk en la trilogía que arranca en Contraluz (2014, qué año para las separaciones evidentemente). Y en esta jovencísima tradición me pareció que se insertaba Todo esto, el primer libro de Ayelén Vázquez.

“Todo esto” (Futurock) de Ayelén
“Todo esto” (Futurock) de Ayelén Vázquez

Igual que Offill, una autora a la que pienso que se parece bastante, Vázquez elige el formato de los capítulos cortos: el vínculo que ella narra no va a tener un ritmo ligado, ni escenas largas llenas de épica. Lo que va a contar Vázquez es una relación hecha de momentitos, de parpadeos, de chispazos de felicidad que aparecen y desaparecen casi sin solución de continuidad. La relación tiene épocas, por supuesto (y la pareja las tiene nombradas, como si ya desde el principio estuvieran pensando una historiografía de su camino de a dos), pero esas épocas son sincopadas, están llenas de pausas y contradicciones. Cada día es un mundo para ellos, y por eso cada pequeño capítulo es también una especie de cuento corto: su historia se cuenta de nuevo en cada chiste que se inventan, cada malentendido, cada llanto. Lo interesante de este ritmo es que, como en el paso de un capítulo al otro no se entiende cuánto tiempo pasa (hay una elipsis pero nunca queda claro de qué tamaño), podría parecer que nada de lo que pasa tiene consecuencias: siempre están empezando de nuevo, como en un día de la marmota que a veces sale virtuoso y a veces vicioso. Sin embargo, Vázquez logra un resultado muy interesante al combinar esa línea entrecortada con un efecto sobre la voz de la narradora y también sobre los modos en que el vínculo va cambiando.

En otras palabras: en un sentido puede parecer que nada tiene consecuencias, pero en otro, los cuerpos se van gastando, y eso se nota. El sexo, la amistad, los desencuentros: todo se mezcla en un magma que va mucho más allá del binarismo que representaría la idea de que estamos juntos o bien no lo estamos. Los dos personajes de esta novela, la narradora y Lucas, están siempre revueltos aunque a veces se encuentren separados. Es como si a lo largo del texto fueran intentando encontrar la manera de hacer malabares entre los dos, de que pase lo que pase (viajes, enfermedades, otras parejas, y sobre todo miedo, mucho miedo) la pelota nunca se les caiga. Que no es lo mismo que seguir juntos o, más bien: que no es lo mismo que seguir en pareja, en el sentido de compartir un techo, un sexo o una cuenta bancaria. Finalmente, quizás, creo que esa es la parte más siglo XXI de esta novela, y en la cual logra incluso destellos de esperanza sin ingenuidad que no vi en ninguna de las otras que cité: la pregunta por qué significa, en un mundo en el que no tenemos ninguna razón para no separarnos una y otra vez, en un mundo en el que en efecto nos separamos una y otra vez, seguir haciendo el esfuerzo de no dejar caer la pelota.

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