Hay dos grandes modelos de espías. Uno es el aventurero perfecto, el seductor con licencia para matar que maneja autos cero kilómetro, usa smokings de diez mil euros y disfruta de sus martinis —shaken not stirred—. El otro es el hombre oscuro que se mueve como un alfil en las sombras de la burocracia de un sistema que no consigue comprender en su totalidad ni, probablemente, tampoco le interesa. Su tarea es cumplir con una misión y volver al estado de latencia. El primero es la fantasía plena, el sueño de un sol y de un mar y una vida peligrosa; el otro es la representación de una realidad monótona que asegura el orden del mundo.
Para un escritor es infinitamente más difícil contar la vida del segundo: por eso hay tantos epígonos de Ian Fleming —el creador de James Bond— y no tantos de John Le Carré. Lo curioso es que tanto Fleming como Le Carré fueron oficiales de servicio de inteligencia británico. Y otra coincidencia casi tan llamativa es que ambos tuvieron a Sean Connery como el protagonista de sus novelas. Connery no sólo fue el más icónico de los James Bond, sino que también fue Barley Blair en la adaptación de La Casa Rusia.
Las novelas de Le Carré son hipnóticas. Es capaz de escribir un libro en donde no se tira un solo disparo y, sin embargo, la tensión sobre la trama y los personajes es tan angustiante que uno termina de leer conteniendo la respiración. Tuvo su gran consagración con El espía que surgió del frío (1963) en la que narraba una historia de doble agentes en una Berlín claustrofóbica.
De alguna manera, aquella novela de Le Carré iba en línea con las mejores novelas de espías de Graham Greene, como El tercer hombre, El americano impasible, Nuestro hombre en La Habana. Pero Le Carré acentuaba todavía más la falta de moral de los espías y la justificación de los medios para conseguir cualquier fin, por pequeño que fuera. De hecho, el propio Graham Greene dijo que El espía que surgió del frío era la mejor historia de espionaje que había leído.
En aquella novela, Le Carré presentaba a su personaje estrella, George Smiley. Diez novelas lo tienen como protagonista o como personaje secundario. Incluyendo El topo —dato para los amantes de “Los Simuladores”: hay un hermoso homenaje en el capítulo en el que actúa el Puma Goity—, El peregrino secreto y la más reciente, El legado de los espías.
En 2018 publicó la que sería su última novela, Un hombre decente. El protagonista de esta historia está en el crepúsculo de su carrera, quien, ya a punto de retirarse debe cumplir una última misión rutinaria, casi de oficina. Pero claro que todos sabemos qué suele suceder cuando un agente tiene un encargo final. Con una trama que gira alrededor del impacto que provocó el Brexit, es interesante cómo Le Carré plantea la necesidad del equilibrio de fuerzas en Occidente: el objetivo, entonces, no es vencer a los otros sino evitar el desbalance que provocaría un cambio político.
Con la salida de Un hombre decente, John Le Carré anunció que tenía cáncer: “No tengo miedo”, dijo en una entrevista, “sólo quiero morir cómodamente”. Le Carré murió hoy, 13 de diciembre de este maldito 2020. Tenía 89 años.
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