Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Tantas veces se podría repetir la frase de Charles Dickens como épocas existen, pero cómo no pensar en aquella era transcurrida en un San Petersburgo, en Rusia, signado por las vanguardias políticas y estéticas, por la guerra y la revolución. Fueron los años previos a 1920. No sólo transcurrían hechos políticos que conmoverían el mundo, también ese fue el escenario de los acontecimientos literarios que marcarían no sólo su época, sino las décadas venideras y el siglo veinte entero y que narra Víktor Shklovski en sus libros La tercera fábrica y Érase una vez, editados por Fondo de Cultura Económica, y escritos en 1926, el primero, y en 1964, el otro.
Shklovski fue un lingüista que, al frente de la Opoyaz (Sociedad para el estudio del lenguaje poético), revolucionó la manera de definir lo artístico, que lo apartaba del romanticismo y el idealismo. El “formalismo ruso”, que así se conoció su escuela, tenía como base para sus estudios sobre la poética el concepto de ostranonie, es decir, extrañamiento. El extrañamiento es la cualidad de la obra artística que consiste en arrancar al objeto artístico de la percepción automatizada y, de tal modo, producir en el lector de la obra una percepción estética rarificada.
En el texto Arte como técnica, Shklovski escribe: “La técnica del arte de ‘extrañar’ a los objetos, de hacer difíciles las formas, de incrementar la dificultad y magnitud de la percepción encuentra su razón en que el proceso de percepción no es estético como un fin en sí mismo y debe ser prolongado. El arte es una manera de experimentar la cualidad o esencia artística de un objeto; el objeto no es lo importante”. Esta manera materialista de analizar la obra de arte transformó la teoría estética al punto de estudiarse todavía hoy en las escuelas de crítica literaria y en las facultades de Letras.
Como correlato, las vanguardias poéticas de la época adoptaron esas elucubraciones y crearon, entre otras escuelas, el futurismo que se realizaría en la pintura, la arquitectura y hasta la moda misma. Es tal su actualidad que todavía se recuerda como una gran muestra aquella que en el Centro Cultural Recoleta expuso las obras futuristas en 2001, con una enorme concurrencia del público, que hacía fila para entrar a la exposición. El texto El arte como artificio, de Schklovski, fundó una manera materialista de la crítica, alejada de la biografía del autor, de los acontecimientos sociales para analizar el mecanismo de la obra en sí.
Esta escuela mereció la condena de Iosif Stalin que la prohibió en 1930 por no tomar en cuenta un mensaje político y social. Por el contrario, Lev Trotski en su libro Literatura y revolución propone un debate a Shklovski en el campo de las ideas, sin que las diferencias que tuvieran concluyeran en ninguna expulsión. Sin embargo, la postura de Trotski también le reprocha el aspecto inmanente (es decir, de la obra en sí misma) de la crítica formalista y su rechazo a la mirada social sobre el objeto artístico. Era un debate de ideas entre camaradas, por decirlo de alguna manera, ya que Shklovski fue comisario político en el Ejército Rojo que, bajo el mando de Trotski, defendía la naciente Unión Soviética durante la guerra civil y el acoso de 14 ejércitos extranjeros. Así las cosas, era un tiempo en el que las ideas artísticas podían ser discutidas con fineza argumentativa, costumbre que Stalin clausuró incluso con represión física.
Un tiempo que a través de capítulos cortos forma una autobiografía que no excluye la descripción de una época en la que conjugaban la formación intelectual con la turbulencia de los hechos de una nación crujiente. Las veladas en la casa de Osip Brik y su esposa Lili, que luego tendría un fogoso amorío con el poeta Vladimir Maiakovski, quien más tarde durante el ascenso estalinista pondría fin a su vida. Los recuerdos sobre Roman Jakobson, el otro lingüista que teorizaría sobre la crítica literaria como ciencia.
Sobre la guerra, escribió: “La guerra me masticaba sin atención, como un caballo saciado mastica el heno, y me dejaba caer de su boca. Volví a Píter, fui instructor de una división blindada. Pero antes trabajé en una fábrica militar”. Antes, su formación con una eminencia como el filólogo Baudouin de Courtenay y la relación del alumno con las vanguardias artísticas: “En la tapa de la revista Apolo me turbaba el hombre cuya desnudez se tapaba sólo con las letras ‘Seamos como el sol’. Las letras eran traslúcidas”. La revolución pictórica producida por Malévich con su Cuadrado negro sobre fondo blanco: “K. Malevich colgó un cuadrado negro, apenas torcido, colocado sobre un fondo blanco”. Sus paseos con Maiakovski por las calles de San Petersburgo. La vida dedicada a pensar y escribir sobre el arte literario y todas las artes.
El volumen de Fondo de Cultura Económica publica los dos libros juntos y esa edición misma marca un extrañamiento para el lector. Una ostranenie que a Schklovski le hubiera gustado.
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