Existen escritores cuyos textos y estilos son reconocibles, cuya lectura encuentra caminos conocidos y en ese pacto entre el lector y el escritor se produce el placer del texto. Otros, como los de Clarice Lispector, son caminos irreconocibles, inclasificables, incalificables, cuya marca es la torsión de la escritura y entonces el lector se pierde, deja que el camino se construya al ritmo de la lectura y es allí que se produce el goce de la literatura. Como se dijo, la lectura de la multifacética escritora brasileña nacida en Ucrania el 10 de diciembre de 1920, hace un siglo ya, pertenece a la segunda categoría. Quizás por ese carácter nómade que fue la seña de su vida, desde su nacimiento y la huida de sus padres de los pogromos antisemitas que cundían en aquellos días agitados (los bolcheviques habían tomado el poder en varios centros de la antigua Rusia, pero Ucrania permanecía en guerra civil que producía que los sectores reaccionarios persiguieran a los judíos, a los que endilgaban pertenecer a la sinarquía internacional) y el pasaje de la lengua materna a la brasileña, a la transformación en una viajera del Estado brasileño que acompañaba por el mundo a su marido diplomático. Del mismo modo pasaba de los continentes de la narrativa y la novela a la crónica periodística que se detenía en la moda, la opinión y hasta la cocina, e incluso la escritura de literatura infantil. “No escribo para agradar a nadie”, había dicho Lispector cuando se le reprochaba un estilo a veces complejo y es que el goce literario va más allá de lo agradable: va más allá de las compuertas del placer y el lector goza.
Quizás ese haya sido un modo de leer que las escritoras argentinas tuvieron de su colega brasileña, cuyos textos llegaron a sus contemporáneos como cifra secreta y que sólo un minucioso trabajo de edición permitió que llegara a los lectores locales unas décadas después. Como Claudia Piñeiro, cuyo último libro es la novela Catedrales, que dice: “Tiene una prosa muy virtuosa que recibimos gracias a muy buenas traducciones . Es de esas escritoras que escribía desde hace mucho sobre la mujer. No digo que sea una literatura feminista, pero sí se trata de una literatura en la que a las mujeres les pasan cosas. Y no sólo en la literatura: durante la pandemia al principio me costaba leer ficción, pero pude leer a Natalia Ginzburg y a Clarice Lispector, que tienen ellas dos textos autorreferenciales. Cualquier texto de Clarice que leía me remitía a algo que me estaba pasando, abría en cualquier página del libro de crónicas que editó Adriana Hidalgo, llamado Descubrimientos. Y allí habla sobre la mujer no con una mirada feminista, pero aún cuando hable sobre moda, toma a la mujer como seres que tienen una tristeza permanente. Y esto ocurre tanto en sus textos narrativos como en la crónica”.
“Clarice Lispector, para mí, es una de esas autoras que, con una voz singular, personalísima, te desinstalan, te conmocionan –dice Agustina Bazterrica, la celebrada autora de Cadáver exquisito–. Su cuento “Amor”, por ejemplo, muestra la minuciosa construcción de una felicidad rota, llena de grietas. Cada vez que lo leo encuentro nuevos estratos de análisis, una nueva voluptuosidad, me sigo fascinando con el uso magistral del oxímoron, en cómo se introduce más y más en el horror de lo cotidiano. Su novela La pasión según G.H, donde trabaja con la identidad y donde resignifica de manera brillante La metamorfosis de Kafka, es una obra que ya releí muchas veces y la seguiré trabajando. Nunca subrayé tanto uno libro como ése por la cantidad de frases reveladoras, porque Lispector también tiene eso, cada una de sus frases es un universo en sí, con un microcosmos interno pero conectado con el texto. Y eso lo logran solo los grandes autores como, por ejemplo, Flaubert o García Márquez o Woolf”.
Dolores Reyes, cuya novela Cometierra es una de las recientes revelaciones de la literatura argentina y ha sido traducida a varios idiomas, también fue deslumbrada por Lispector: “Al leerla me tocó una prosa poética llevada al extremo que transmite una experiencia que lleva al nodo de la vida. Me sentí incómoda porque al leer La pasión según G.H. el hecho de que un personaje coma una cucaracha es una narrativa dificultosa. Pensaba al leerla en una mina burguesa, de clase acomodada, que podría haber tenido su público escribiendo otras cosas, pero va más allá, a incomodar, a comer un insecto. No salí siendo la misma después de leerla. La lengua de esa novela es una experiencia de lo que relata, es un gran viaje pero que se realiza inmóvil. Siento que entré mediante esa novela en lo más radical de esta escritora, y luego la seguí leyendo con esta experiencia a cuestas”.
“Clarice es muy heterogénea: por un lado tiene una preocupación muy pronunciada por el lenguaje mezclada con una cuestión muy llana –dice Laura Cukierman, autora del libro de cuentos Las chicas malas no traspiran–. Escribe en primera persona de una manera que es muy simple, pero que a la vez tiene en todos sus textos frases epigramáticas deslumbrantes, que me parecen muy interesantes. Esas columnas donde da consejos de belleza y habla de Chico Buarque, de política, de cocina tienen ese lenguaje llano pero a la vez literario, con su propio estilo. Me gustan todas las Clarice, la novelista, la cuentista, la cronista e incluso me gusta leer las pocas entrevistas que ella dio, que también tienen pasajes reveladores, como cuando habla sobre las pastillas tranquilizantes y dice que hacen que las voces se callen un rato. No puedo elegir una Clarice. La define lo ecléctico y la posibilidad de combinar todas estas facetas”.
Nurit Kasztelan es poeta, editora y librera. Su último libro es Después, publicado por Caleta Olivia y dice sobre Clarice Lispector: “‘Mi secreto es tener los ojos verdes sin que nadie lo sepa’. Ese fue mi mantra mucho tiempo, la frase de Clarice que sentí que me definía. Ahora que ya no me identifico tanto, podría usarla para pensar la poesía y ese misterio que la rodea. Pero Clarice también marcó mi rumbo profesional: cuando renuncié a mi trabajo como economista lo hice siguiendo una revelación que me dio la lectura de La pasión según GH: ‘A la organización no se le opone la desorganización, sino una forma nueva’. ¿Pero cómo decir algo de esta bellísima escritora ucraniana de la que casi todo se dijo, que marcó a la mayoría de mi generación, una generación de fanáticos silenciosos? Con un lenguaje que intenta llegar a lo crudo, lo seco y una escritura que desbarata el paradigma y a veces incluso me empalaga. Una interioridad que permanentemente se vuelve exterioridad, como si la diferencia no tuviera sentido y fuera abolida a partir de una noción de escritura y también de vida. Como ella misma dijo: ‘Elegir la propia máscara es el primer gesto humano, y es voluntario’”.
Leila Sucari, la autora de la novela Adentro tampoco hay luz, también resalta su lectura de Lispector: “La primera vez que leí a Clarice sentí una especie de electricidad en el cuerpo. Agua viva significó un quiebre. Nada es igual después de encontrarte con una voz tan poderosa como la de Clarice Lispector. El magnetismo que me provocaron sus palabras significó un viaje directo a la infancia, a ese primer choque con el lenguaje escrito. De chica, leía los libros de filosofía de mi padre y no entendía ni una sola frase, pero era tal la fascinación y la entrega, la voracidad con la que pasaba las páginas, que no importaba nada más. Intuía, como un animal cuando se acerca a su presa, que en ese montón de signos se escondían todos los misterios del mundo. El deseo de acercarme, de ir más allá de las palabras, a través de ellas, hizo que empezara a escribir. Cuando conocí a Clarice Lispector comprendí el instinto de supervivencia que hay detrás de la lengua y volví a sumergirme en ese estado de lectura/locura febril. Nunca más pude soltarla. Cuando me pierdo, juego con ella al oráculo. No sé si es influencia la palabra, pero sí una intimidad apasionada, un guiño a través del tiempo y el espacio. Una epifanía que alimenta la búsqueda de eso que está latiendo y que es imposible de atrapar”.
Distintas lecturas que confluyen en la literatura que las originan: las escritoras argentinas leen a esta escritora extraña de Brasil nacida en Ucrania y cuya narrativa sigue joven y centenaria, así de contradictoria y productiva es la marca de sus textos.
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