El lenguaje nos atraviesa, nos conforma, nos define, pero ¿cómo lo utilizamos?, ¿somos conscientes de nuestros errores?, ¿por qué repetimos algunas expresiones sin darnos cuenta que son incorrectas?. Alicia Zorrilla, directora de la Academia Argentina de Letras, es una prestigiosa defensora de nuestro idioma y en Sueltos de lengua, su reciente obra publicada por Libros del Zorzal, realiza un profundo análisis de cómo el error está presente en nuestra cotidianeidad y no lo notamos.
Para eso, recopiló múltiples experiencias personales en diferentes espacios y formatos, que van desde una conversación en taxi, pasa por las aulas donde es docente, mira los avisos publicitarios e incluso pone su ojo crítico en los medios de comunicación, que expanden las falencias en su discurso.
Sueltos de lengua es el 18° libro de la también profesora especializada en castellano, literatura, y latín y en él realiza una recorrida minuciosa, lúcida y con muchísimo humor sobre el mal uso del lenguaje. Infobae Cultura realizó una selección de algunos pasajes del libro.
Frases que se repiten
Hay demasiado apuro para decir y poco tiempo para meditar qué se dice y cómo se dice. En realidad, nadie desea meditar nada. Lo importante es usar la palabra para lo que sea, en una especie de revisionismo lingüístico. Con gran humor y destacando “la inutilidad acostumbrada” de sus observaciones, Fernando Lázaro Carreter, exdirector de la Real Academia Española, tacha estos casos “de un simple cruce de cables en cerebros atropelladamente instalados”.
El idioma goza de buena salud; nosotros somos los enfermos, que como sanguijuelas le vamos sacando poco a poco una preposición, una forma verbal, una concordancia; alteramos hoy una palabra, mañana otra. Por ejemplo, en la Argentina, siguen vigentes y vigorosos, y sin propósito de en mienda: carrera a cursar, declaro de que, se dio cuenta que, me acuerdo que, la currícula, en base a, en relación a, recuerdo de que; a nivel de empresa o de empresarios automotrices; nada, pero nada pasa atrás mío, delante suyo o detrás nuestro; se alude a la cotidianeidad de la tarea de todos los días, a que no se sabe cómo culmina algo en su etapa final, y a que hay personas que tienen una falta total de ubicuidad para relatar sendos accidentes hace dos meses atrás. El enfermo llega óbito al hospital después de suicidarse a sí mismo. Una verja electrocutada puede ser un grave peligro para el vecindario, y una terna de siete candidatos raya en la desmesura. El nene descolla en la escuela; se asesina a un jubilado asesinado, y los presos cavan túneles subterráneos.
Sobre el tiempo
Nunca fueron tan maltratados los minutos como lo son en estos tiempos: el locutor, respetuoso del espacio publicitario, se dirige a los oyentes con una sonrisa discreta y dice: “En un minuto, comunicaremos el resultado de la encuesta”. Muy rápido ha de hablar si lo hace solo en un minuto, pues solo tardará eso, pero sabemos que no ha querido decir eso, sino “dentro de un minuto”.
Adjetivos
Todas las mujeres posmodernas tratan de aparecer “muy producidas”, lástima que algunas no “se produzcan” mejor, es decir, que no sepan ‘darse a entender mediante la palabra’. La mezcla del vosotros con el ustedes brilla en no pocas conversaciones o en mensajes electrónicos. Muchos escuchan, pero ya no oyen. Otros hablantes quieren demostrar su cultura cuando se refieren a adjetivos o a otras clases de palabras como si existieran en el mundo arquetípico de Platón y no en este mundo: ya nada es bonito, sino como muy bonito; ya nadie entiende, sino es como que no entiende. No hablemos de las concordancias entre sustantivos y adjetivos, porque los hados no son propicios para esto.
De la coma entre sujeto y predicado al malo uso de los artículos
No comprender lo que se lee en el propio idioma y no saber lo que se escribe crea un estado gradual de desolación, difícil de explicar. Es estar frente a las palabras sin estarlo, ya que, si bien no han perdido su condición de tales, no expresan nada o, por lo menos, nada coherente. Los ejemplos sobran. Revisemos algunos anacolutos:
Nuestra intención; se basa en dar la tranquilidad necesaria a Directivos; Padres y Alumnos, de quienes, como y cuando visitaremos a los Alumnos de 4.º y 5.º año, fuera del establecimiento y en horario de salida.
Me pone compromiso hacia adelante.
Lo voy a incautar esto lo más antes posible.
La cabeza se me va a explotar.
Hay varios sitios que está roto el pavimento.
Yo pasé los cuatro años en el cargo no solo que salí limpio.
En el vehículo iban una mujer y cuatros menores. En donde, se encontraban tres mujeres y un varón que pereció en el lugar.
El problema comienza, pues, con el significado de las palabras y sigue con el de las oraciones, y, dentro de estas, ponen obstáculos los verbos, las preposiciones y hasta el artículo, porque no siempre están bien usados.
Finalmente, y más importantemente, quería demostrar que todos podemos ser científicos sobresalientes. Yo creo que, el secreto de un buen científico no está en el po der de su mente. […]. Simplemente necesitamos mirar a la realidad […]. Si podemos mejor entender a nuestro mundo y los principios que lo gobiernan, sospecho que mejoraríamos nuestra forma de vivir.
Las palabras riman sin inhibiciones; se altera su orden; se ponen comas al voleo, caigan donde cayeren (o caigan donde caigan), y también se las suprime sin pudor; los anglicismos léxicos incursionan en el texto, y los sintácticos lo descomponen:
… los programas de trabajo de campo que ya estaban siendo llevados a cabo por arqueólogos que no se habían considerado […] como seguidores de la nueva escuela.
Debemos destacar que “está de moda” la coma entre sujeto y predicado, y atiborrar el texto de adverbios en -mente para que no queden huecos disponibles. Son dos errores graves y no “severos”, como dicen algunos médicos para atenuar el diagnóstico que deben comunicarle al paciente.
El uso de muletillas: ¿me explico?
Las muletillas siempre están de moda, pero hay algunas que ofenden hasta el cansancio. Dos amigas padecieron la insoportable locuacidad de un remisero que necesitaba contar toda la interesante historia de su familia, incluidos sus antepasados. Era tanto el fervor que ponía en sus palabras que, cada tres o cuatro, lanzaba complaciente un “¿me explico?”. El primero les hizo responder a coro: “Sí, por supuesto”. Al segundo, siguió otro sorprendido “sí, claro” de una de ellas, mientras la otra cerraba los ojos resignada. Como la narración era larga —deseaba contar más de setenta años de vida familiar en lo que duraba un viaje de media hora—, empezó a apurarse, y los “¿me explico?” se multiplicaban arduamente, y hasta se duplicaban “¿me explico?, ¿me explico?”. Ambas esperaban con ansiedad la triplicación, pero, gracias a Dios, no llegó nunca, aunque sí un “¿eh?”, apéndice confirmativo de su necesidad de que en tendieran todo lo que estaba diciendo, y un “¿no cierto?”, que ellas tradujeron enseguida “¿no es cierto?” para sus adentros. El silencio las quemaba. La boca de las aburridas pasajeras ya no se abría ni para toser, pero, ante la desesperación de este señor por concluir su discurso, le aseguraron que, como todavía faltaban varias cuadras para llegar, no tenían prisa y que continuara tranquilo. Cuando llegaron a destino, y como las palabras le sobraban, dijo:
—¡Bueno, nada… resumí bastante brevemente digamos… y en breves minutos!, ¿qué tal?
El verbo “resumí”, el adverbio ”brevemente”, acompañado con intrepidez del adverbio “bastante”, y los “breves minutos” les mutilaron despacito la paciencia. ¿Qué más corto que un resumen? Pero ¿lo era? ¿Puede haber minutos de más de sesenta segundos? Por supuesto, no podían faltar “nada” y “digamos”, las muletillas que lucen su opacidad en el candelero. El “¿qué tal?” del final, un tanto arrogante, las castigó como un látigo. ¿Cuántas veces lo repetiría?
Los nuevos nombres de los bebés
Es raro. Antes, elegir un nombre para el bebé era un acontecimiento íntimo, asumido con cierta ceremonia, pues era el que iba a llevar toda la vida, el que lo identificaría entre las demás personas y, por supuesto, debería estar de acuerdo con el apellido. Además, se buscaba hasta la etimología, y, si esta no conformaba a los padres, se desechaba el nombre, y ¡a comenzar otra vez la búsqueda! Hoy eligen los nombres de sus hijos en función del hipocorístico o tratamiento cariñoso con el que los llamarán.
Antes de entrar en materia, encontramos en la Internet esta definición falsa: “Los nombres hipocorísticos son aquellos apelativos cariñosos, familiares o eufemísticos, usados para suplantar a un nombre real”. Hasta el adjetivo “eufemísticos”, no hay objeción, pero después… El verbo suplantar es una palabra de avería, pues denota ‘falsificar un escrito con palabras y cláusulas que alteren el sentido que antes tenía’ y ‘ocupar con malas artes el lugar de alguien para despojarlo del empleo o del favor de que disfrutaba’. Leídas estas acepciones, se advierte que un hipocorístico no “suplanta” nombres; sí, los reemplaza, los sustituye o los suple. Hecha la corrección pertinente, prosigamos con nuestro tema.
Primero nace el hipocorístico, y los padres —y aun los abuelos— lo practican para saber cómo queda; en segundo lugar, queda el nombre de pila. Este es el nombre oficial; aquel, el nombre familiar, símbolo del afecto entrañable:
—Cati, ¿a qué estás jugando?
—Joaco, ¿me mostrás tus figuritas?
—Ceci, ¿cuántos años tenés?
—Berni, vení que te leo un cuento.
Luego, el hipocorístico es para los pocos tiempos de bonanza, en que los niños se portan como los dioses, pero, con la primera travesura, salta estentóreo el nombre de pila como un castigo ejemplar. Cuando los niños lo oyen —el tono de voz de los padres se torna cavernoso—, saben que han cometido una gran travesura, que los han desobedecido, que, nombrándolos así, con todas las letras, no les hacen un mimo acariciador:
—Catalina, ¡no empujes a tu hermano!
—Joaquín, ¡basta de jugar al fútbol en el comedor!
—Cecilia, ¡otra vez, pintaste la pared!
—Bernardo, ¿por qué estás lleno de barro?; ¡vení inmediatamente!
Hubiera o hubiese
Ingresar en un aula —el que lo hizo lo sabe— significa empezar a acostumbrarse al turismo de aventura, pues nunca podemos presentir con qué tropezaremos o qué caminos llenos de riesgos deberemos sortear, sobre todo, cuando trabajamos con profesionales ansiosos e intelectualmente ambiciosos, que ya han dejado muy atrás la agitada adolescencia.
Un día, encarábamos con valentía nuestra labor docente y, después de explicar las vicisitudes que padece el verbo en boca de muchos hablantes, un alumno dijo:
—Si yo hubiera o hubiese dicho empariento, ¿está bien?
Mi curiosidad fue grande cuando oí “hubiera o hubiese dicho”. Entonces, le pregunté:
—¿Por qué usás “hubiera o hubiese dicho” y no solamente una de esas formas?
Y respondió:
—Porque el pretérito pluscuamperfecto de subjuntivo se conjuga así, con las dos formas —respondió triunfante, como diciendo “usted, ¿no lo sabe?”.
El curso entero empezó a reír descontroladamente. El alumno empequeñecía desconcertado. Los calmé y proseguí:
—Sí, vos lo dijiste, para la conjugación, pero no es necesario usar las dos formas cuando conversamos, preguntamos o escribimos. Con una, basta.
—¡Ah!, no sabía —contestó ingenuamente el alumno con la autoestima ya muy abatida.
—Además —corregí—, el pluscuamperfecto de subjuntivo que contiene esa construcción condicional no se correlaciona debidamente con la forma verbal “está” de la pregunta; debe decirse “¿habría estado bien?”, “¿hubiera estado bien?” o “¿hubiese estado bien?”.
Finalmente, contesté su pregunta:
—Sí, es correcto decir empariento, como verbo irregular, pero también emparento, como verbo regular.
Sobre los avisos publicitarios
Si de publicidad se trata, el siguiente aviso merece la gloria:
TALLER DE MEMORIA
para la Prevención y Rehabilitación
de sus PROBLEMAS DE MEMORIA
El uso del sustantivo «prevención» es correcto (”prevención de problemas”), pero el de “rehabilitación”, unido a aquel (”rehabilitación de problemas”), ‘conjunto de métodos que tiene por finalidad la readquisición de una actividad o función perdida o disminuida por traumatismo o enfermedad’, espanta. Si dejamos a un lado el sustantivo “prevención”, el texto queda así: “TALLER DE MEMORIA para la Rehabilitación de sus PROBLEMAS DE MEMORIA”. Creo que nadie en estado cabal de cordura se acercaría a ese taller, donde pueden ayudarlo a recuperar su desmemoria. Y si le falta la memoria y acude allí, ¿qué otros problemas de memoria le rehabilitarán? Tal vez, los de sus ancestros.
Sobre los zócalos en TV
Es evidente la indiferencia con que se habla y se escribe en los medios de comunicación (radio, televisión, Internet), precisamente, porque ya no se usa una sintaxis fluida, sino inconclusa, quebrada —”con fractura expuesta”, diría un médico—, que ni salvan los puntos suspensivos, y, por eso, muchas veces, al decir y al escribir mal, cuando se eligen sin propiedad las palabras, se mutilan los significados o se duplican para que el oyente y el lector elijan el que más les convenga o entiendan lo que deseen. En síntesis, no se repara en que el mensaje debe ser limpio, transparente, llano. Por esta causa, consideramos que no hay soledad más grande que la de la belleza lingüística.
No es raro que, en los zócalos televisivos, aparezcan noticias truculentas, mientras, en silencio, el periodista que conduce el programa se expone ante las cámaras mirando fijamente como si, futuro protagonista de la masacre, promocionara «sus servicios» o confesara sus intenciones: “Mato a seis personas. Tambien asesino a su suegra”, o bien “La asalto, la ato y la violo». Más aún: “Ultimo momento. Unico medio donde se encontro el cadaver de la niña”. La ausencia de tildes, esas pobres condenadas injustamente al destierro en la isla de la opaca ignorancia, transforma, distorsiona la denotación de los mensajes. Además, la necesidad competitiva de ser el primer medio en comunicar la noticia para tener el máximo índice de audiencia lo compromete con el crimen que no se cometió allí, aunque el pronombre relativo donde así lo indica. ¿En cuántos otros medios podía haber estado un mismo cadáver?
La “prosa inmobiliaria”
La prosa inmobiliaria, extremadamente concisa por razones económicas, es siempre descuidada y hasta ignorada porque el objetivo es material: vender o alquilar terrenos, casas o departamentos; los medios escritos para lograrlo no importan. (...) Los títulos que encabezaban dichos anuncios eran sorprendentes e ingeniosos: “Vestido de etiqueta”, “Duro de clonar”, “Rompecorazones”, “Se ha formado una pareja…”, “Marche un babero” (...).
Después de consignar la calle y el número en que se encuentra el inmueble, llegan los invitados a este “banquete” sin igual, al que la puntuación no asiste porque no es bien recibida; mejor ignorarla que estudiarla, y esta ausencia hace estragos. Por ejemplo: una segura esquina de 120 metros de tierra permite mudarse sin hacer arreglo alguno ya que ha sido remodelada en la década del noventa por sus actuales dueños que la han conservado cuidadosamente… ¡Cuánto amor por la esquina! Pero, en realidad, hablaba de una casa. Observaremos, además, que el sublime redactor, posesionado por esa escritura, ya no sabe qué decir y, como no sabe, personifica enfáticamente con su atrevida pluma todo lo que describe y usa solamente tres comas.
SIGA LEYENDO