Cultura de la cancelación: ¿pueden los sheriff culturales afectar a la producción artística?

Infobae Cultura dialogó con las críticas de arte Diana Wechsler y Florencia Battiti, y con el sociólogo Esteban de Gori sobre este fenómeno que surge en las redes sociales como una suerte de punitivismo 2.0 y cómo dificulta el debate de las diferencias

La cultura de la cancelación tiene a las redes sociales como ágora (Shutterstock)

La ola de la cancelación dejó de ser un fenómeno esporádico, sino más bien un sismo que ya no sólo se fija en el presente, sino que tiene un aspecto retrospectivo. En los últimos días sucedió con varios jugadores de la selección argentina de rugby, quienes sufrieron online shimming debido a unos tweets realizados ocho años atrás, cuando eran adolescentes, y fueron expulsados del equipo para luego ser reintegrados.

Ese fue el disparador de toda una casa de brujas a diferentes figuras del espectáculo y las redes, algunos incluso salieron a pedir disculpas por anticipado viendo la ola venir, con resultados disímiles, convirtiendo al evento en otro espectáculo de la vergüenza, pero sin debate de fondo. Se acusa, se apunta y se cancela, como en Salem, sin derecho a réplica ni a un análisis de situación. Esa es la vida de tener vida detrás de las pantallas.

En el arte la cultura de la cancelación ya tuvo víctimas en todo el mundo. Sin ir más lejos, Infobae Cultura dio a conocer que la agrupación feminista “Nosotras Proponemos” pedía la renuncia del entonces recién nombrado presidente de arteBA, Juan Carlos Lynch, por posteos “misóginos y gordofóbicos” en sus redes sociales. Entonces, este medio dialogó tanto con el grupo como con el empresario antes que ningún medio. Lynch, que no era un adolescente cuando hizo los posteos, dejó su cargo 24 horas después, apenas a dos días de haber asumido.

Algunos de los posteos e Juan Carlos Lynch

En EE.UU., Keith Christiansen renunció como presidente de pinturas europeas del Museo Metropolitano (Met), tras compartir una imagen de Alexandre Lenoir intentando salvar monumentos de los “zelotes” (NdP: témino hoy asociado al radicalismo militante) de la Revolución Francesa. En respuesta, el grupo de defensa de los trabajadores de las artes, Art + Museum Transparency twitteó: “Estimado @metmuseum, uno de sus curadores más poderosos sugirió que es una pena que estemos tratando de deshacernos de un pasado que nosotros no aprobamos ‘quitando monumentos’ y, lo que es peor, haciendo que un perro silbe una ecuación de activistas #BLM con ‘fanáticos revolucionarios’. Esto no está bien”. Además, lo hizo en Juneteenth, una festividad no oficial conocida como Día de la liberación o Día de la emancipación.

Gary Garrels dejó de se curador principal de pintura y escultura del Museo de Arte Moderno de San Francisco (SFMOMA) tras comentar ante algunos de los miembros del personal del museo, con respecto a nuevas adquisiciones de obras de artistas negros: “No te preocupes. Definitivamente seguiremos coleccionando artistas blancos”. De lo contrario, bromeó, sería “discriminación inversa”. Alguien abrió un pedido de renuncia en la plataforma Change.org aduciendo un uso de “lenguaje blanco supremacista y racista”.

El posteo de Keith Christiansen, la respuesta de Art + Museum Transparency

Hace unos meses, un grupo de intelectuales, autores, investigadores y profesores -Noam Chomsky, Margaret Atwood, Martin Amis, Steven Pinker, J.K. Rowling y Salman Rushdie, entre otros- publicó el conocido Manifesto Harper’s donde resaltaban el aspecto dictatorial de la cultura de la cancelación, que luego tuvo su versión española.

Infobae Cultura dialogó con las críticas de arte Diana Wechsler y Florencia Battiti, junto al sociólogo Esteban de Gori para conocer más sobre el fenómeno, el rol de las redes y cómo afectaría al mundo del arte.

Cancel Culture es un fenómeno vinculado a la sanción social que puede expresarse en retiro de apoyo a una persona pública, medios de comunicación o empresas. Cuando alguien transgrede una expectativa social, un sentido común o, inclusive cierta corrección moral o política, la sanción aparece en diversas modalidades. Vivimos en una época de empoderamiento individual en clave punitivista. Todos somos una especie de sheriff cultural dispuesto a sancionar a quien se sale de la raya. Cada uno se autopercibe con cierto poder para sancionar a otro por hacer un comentario o desarrollar una acción en esa persona no prevista. Es una sanción, en muchos casos, a algo que irrumpe, no previsto. La sanción social asume gran velocidad en las redes sociales. Se activan. Vuelan. De alguna manera, en las redes sociales se ejercita una individual ‘justicia por red propia’. Las redes habilitan y potencian el rumor público, lo organizan en una plataforma, llega todo junto y su visualización se nota patentemente. Una especie de bomba cae sobre alguien o entidad. Game over a la transgresión”, explica De Gori, doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA) e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (IEALC).

“Esta pandemia nos ha llevado a replantearnos los términos sobre los que nos veníamos pensando, entonces propongo poner en suspenso el alcance de “lo global” e imaginar su impacto básicamente en las áreas urbanas y a través de las redes sociales que contribuyen en la construcción de una ficción de comunidad y avancemos sobre el crecimiento de eso que se ha llamado la cultura de la cancelación que, si bien es un proceso que viene desplegándose en los últimos años, justamente en las últimas semanas, ha empezado a enfrentarse con voces de alerta acerca de sus riesgos”, dijo Wechsler, historiadora del arte, investigadora principal del Conicet y directora artístico-académica de Bienalsur.

Diana Wechsler, Florencia Battiti y Esteban de Gori

Por su parte, Battiti, crítica de arte, vicepresidenta de la Asociación Argentina de Críticos de Arte y curadora en jefe del Parque de la Memoria, sumó: “Creo que la cultura de la cancelación va de la mano a la cultura de la redes, la que tiene una importante incapacidad de abrazar la complejidad y los matices del pensamiento (y de la vida en general) y tiende a aplanar el sentido de absolutamente todo lo que la atraviesa. Los peligros de extremar la correctitud política tienen que ver con confundir crasamente una opinión, e incluso una obra (libro, película, etc) con la persona en sí. Y ni hablar de aplicar criterios de nuestro presente a figuras, hechos u obras del pasado sin atender a los contextos históricos, a la “episteme” del momento en cuestión. Resulta indispensable separar al artista de su obra: lo que pueda parecernos determinada persona (por sus dichos o declaraciones) no determina los sentidos de la obra que esa persona elaboró. Es básico, pero una obra nunca se reduce a la intención de su autor (por suerte). Pero al mismo tiempo, creo que lo que sucede es que ciertas minorías encuentran en la cultura de la cancelación una vía para ser escuchadas, un modo de hacerse oír, por más momentáneo que pueda ser. Lo que me parece importante es reconocer las diferencias de fuerzas, de representatividad, prestigio y de poder entre los actores (o las supuestas “víctimas”) de esta cultura de la cancelación. Aquí puede haber quizás una clave para poder organizar un panorama que, de por sí, se presenta complejo.

- ¿Es un fenómeno que abre el debate o que lo cierra?, ¿cuál es el punto en contacto que tiene con la censura o la autocensura?

E.DG.: El debate se abre si es posible discutir social y culturalmente sobre el valor simbólico y efectivo de la sanción. El ejercicio de la sanción en torno a sentidos comunes, a expectativas sobre una persona o a un medio puede crear el retiro de apoyos de manera unilateral borrando de un plumazo consideraciones particulares. Toda sanción conlleva la construcción de un lugar de esa persona u organización. No solo te sanciono, te coloco en un lugar en la escena pública. Este movimiento tiene un efecto de realidad: la autocensura. Mejor quedar en un lugar y no en otro. Con respecto a la censura debe evaluarse el tipo de retiro de apoyo. Es posible que movilizar diversas formas de sanción moral o económica pueda provocar efectos sutiles de censura o, tal vez, censuras no clásicas.

(Shutterstock)

- Hace unos meses salió “el Manifesto Harper’s”, donde se toca el tema del Cancel Culture donde -a grandes rasgos- alertan sobre el debilitamiento de “las normas de debate abierto y la tolerancia de las diferencias a favor de la conformidad ideológica” en pos de “un nuevo conjunto de actitudes morales y compromisos políticos”. ¿Estás de acuerdo con esta tésis?, ¿por qué en un mundo que parece expandirse cada vez más hay menos espacio para el debate?

E.DG: Sí, estoy de acuerdo con esta tesis. El malestar democrático de estas décadas es también aquel que se observa en la esfera de la opinión y del debate público. Existen diversas prácticas discursivas o acciones políticas desde corporaciones, espacios partidarios, gubernamentales o empresariales que intentan clausurar el debate ante la aparición de controversias. Ello es dañar severamente la promesa democrática del dialogo controversial. Es un ejercicio arbitrario cuando, inclusive a en nombre del consenso, se expulsa o desea regularse la controversia.

La pregunta que nos inquieta es que ha sucedido en las últimas décadas que se han erosionado los espacios controversiales. Arriesgo una posición: un mundo cada vez más incierto, volátil y frágil propone una mirada que se apropia de una (vieja) memoria disponible: poner cierto orden para contener la incertidumbre y, así no ampliar la fragilidad. Una mirada ordenancista desconfiada de la controversia atraviesa a derechas e izquierdas. Desconfiar de la política, también, es desconfiar del debate y de ese espacio donde se pueden promover distintas perspectivas sobre un tema. Arriesgo otra: el malestar democrático y la desconfianza en la política desgasta compromisos para sostener un espacio de deliberación controversial. Si yo todo el tiempo digo: no se peleen, lo único que hago es banalizar la contrariedad como una dimensión de legitimidad democrática. No están separados el malestar democrático ni las sospechas sobre la política de la adhesión a la contrariedad discursiva. La fragilidad contemporánea le otorga a la palabra un poder significativo tal que genera temor. Como si ella por si sola pudiese desbaratar un proyecto económico, político o empresarial. Como si un grupo de intelectuales, expertos, periodistas o legos arrojados al debate público pudiesen con sus diversas posiciones desestabilizar un régimen.

El ejercicio controversial del debate alivia el malestar democrático. Otorga promesas y trayectorias a futuro. Reales o imaginarias. No importa. Para ello, el compromiso político de que ese debate se produzca es importante, como también, el compromiso de los actores sociales y políticos por no clausurarlo.

Arriba: Noam Chomsky , Margaret Atwood y Martin Amis; abajo: Steven Pinker, J.K. Rowling y Salman Rushdie, algunos de los firmantes del Manifesto Harper's

D.W.: Pienso en la Harper’s letter publicada el 7 de julio pasado que tuvo entre sus firmantes a Noam Chomsky, Margaret Atwood, Mia Bay, Martin Amis y Deborah Solomon, en donde se plantea de modo claro y contundente un llamado a la reflexión acerca de las condiciones regresivas, la arrogancia implícita, la intolerancia y la polarización que conlleva esta Cultura de la cancelación.

Pienso, por ejemplo en términos de las posiciones de discriminación de cualquier tipo y me pregunto en este marco, cuál es el propósito de quienes pensamos la cultura como una oportunidad para la construcción de una ciudadanía, justamente la posibilidad de contribuir a establecer formas que promuevan la convivencia en la diversidad. Las voces discriminatorias claramente quedan posicionadas frente a dichos objetivos entonces, la cultura de la cancelación las separa -como a la manzana podrida- las deja fuera del espacio en el que venían actuando, las somete muchas veces a una especie de lapidación en redes o en los medios.

De este tipo de funcionamiento surgen al menos dos cuestiones: la primera indica que esta penalización no acaba con el problema, incluso quizás contribuye a reforzar resentimientos, posiciones encontradas, a establecer grietas; la segunda -que entiendo que es la que motivó la carta publicada en Harper’s- me lleva a preguntarme en qué nos convertimos como sociedad al hacer uso desde estas dinámicas, de las mismas formas de intolerancia frente a las que suponemos estar situándonos. En este sentido, y como no creo en verdades únicas ni absolutas, creo que la cultura de la cancelación, más allá de sus posibles buenas intenciones, no hace sino replicar la lógica del sistema pero desde otra batería de valores. Algo que a mi juicio no es suficiente. En todo caso, la cultura de la cancelación sirve para que algunos limpien su conciencia con declaraciones bien pensantes pero dejando inalterado el status quo.

Creo que trabajar desde el arte y la cultura supone además el compromiso de contribuir con cada acción al desarrollo del pensamiento crítico y este incluye la posibilidad de poder dialogar con y entre las diferencias, ya que entiendo -entre otras cosas- que el diálogo es la única vía para lograr cambios de posiciones en tanto la exclusión sólo las aparta, pero el problema sigue allí.

En todo caso, y dado que la cultura de la cancelación se impuso en varios terrenos, creo que ya cumplió su cometido al señalar, llamar la atención y fijar más ampliamente nuevas pautas de valores. Hoy es tiempo de repensar justamente desde esas nuevas pautas, estrategias que permitan modificar actitudes y modos de pensar haciendo uso de otros recursos distintos de los que se vienen implementando.

Misas, rezos y rotura de obras: la muestra de 2004 en el Recoleta fue una de las más mediáticas del arte argentino (Facebook León Ferrari)

- No hace mucho cuando se trataba de “cancelar” la obra de un artista se hablaba de censura o incluso “autocensura” para evitar represalias o repercusiones negativas. Dos ejemplos rápidos, ambos del Recoleta: Mitominas II en el ’88, la foto de Ilse Fusková pintada con menstruación que no se mostró, y más acá la de León Ferrari. O lo que pasó con Balthus, un primer intento de CdC. Entonces, ¿podría afectar al mundo de las artes plásticas en general?, ¿se puede llegar a un punto en el que haya artistas u obras que no puedan presentarse en salas por la tiranía de grupos que se reúnen vía redes sociales, por ejemplo?

F.B.: El mundo de las artes en general reacciona rápidamente a cualquier intento de censura. Al menos por ahora y en nuestro contexto local, no veo posibilidad de que un grupo vía redes “cancele” la posibilidad de presentar obras por que no sean “políticamente correctas”. Habrá debate, y habrá revuelo, habrá incluso “escrache”, pero no me parece posible la cancelación efectiva y concreta.

D.W.: “Lo que están viendo son los productos enfermos de la locura, la impertinencia y la falta de talento” afirmó Adolf Hitler en 1937 en referencia a la exposición de “Arte degenerado” que reunió en Munich a 112 artistas entre los que estaban Vassily Kandinsky, Paul Klee, Max Beckmann y Emil Nolde. Inconcebible, ¿no? Como los casos que mencionabas. Rápidamente podemos concluir que no nos hace falta ni en el arte ni en ningún otro ámbito seguir sumando modalidades de censura. Por eso, como decía, estoy en desacuerdo con la política de la cancelación que es finalmente otra forma de censura. Su efecto es silenciar la voz del otro y actuar, más allá de las leyes acordadas dentro de la comunidad, en las redes sociales asumiendo voces de una virulencia altamente destructiva que está en contradicción con los principios legítimos que se supone que se están defendiendo.

Recordemos que después de la Segunda Guerra Mundial se reunieron las comisiones que dieron a luz la Declaración universal de los derechos humanos: quienes pensaron en la inclusión del derecho a la cultura lo hicieron desde la perspectiva del respeto a las minorías y la necesidad de preservar la diversidad. Reivindicar ese derecho implica evitar la profundización de las lógicas polares, implica trabajar desde la producción simbólica en la convivencia y el reconocimiento de que las nuevas sociedades no han de surgir de la homogeneización de las ideas sino justamente de la posibilidad de convivir con los conflictos y encontrar formas de mediación y resolución. En estos procesos creo que el arte tiene la capacidad virtuosa de poder poner en escena cuestiones sociales que muchas veces por su omnipresencia terminan invisibilizándose, lejos de cualquier tipo de cancelación creo que la producción artística tiene que asumir quizás estos espacios de mediación simbólica tan necesarios en estos tiempos de polarizaciones.

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