20 años de El Ateneo Grand Splendid, “la librería más hermosa del mundo”

El 4 de diciembre del año 2000 el Grupo ILHSA inauguraba una nueva sucursal en el emblemático y hoy milenario Grand Splendid. Para los turistas, es un destino obligado; para los lectores, un palacio a destiempo en el medio de Buenos Aires

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El Ateneo Grand Splendid (Foto:
El Ateneo Grand Splendid (Foto: Shutterstock)

Es marzo del 2020 y el mundo empieza a cambiar de a poco. Nadie sabe cuánto va a durar este estado de excepción que inauguró la pandemia. Como en un western de mediados del siglo XX, por la Avenida Santa Fe pasan rodando matojos. Las calles desiertas, el virus acechando, todos encerrados, encuarentenados, scrolleando en el celular, mirando una serie, leyendo alguna novela, lidiando con la incertidumbre. A la altura del 1860, entre Riobamba y Callao, pleno Barrio Norte porteño, está El Ateneo Grand Splendid, un armazón solitario y silencioso con una enorme vidriera llena de libros, un cartel con su nombre, los pliegues de una arquitectura que brilla hace más de cien años. De afuera no se percibe su inmensidad, pero una vez adentro cobra otra dimensión.

Al fondo, a lo lejos, el telón rojo abierto, a los lados los palcos y en el techo, pasando los libros de la entrada, una cúpula pintada al óleo. Las luces cálidas y los ornamentos completan el paisaje de un museo vivo hecho librería. No es casual que el año pasado la revista National Geographic la nombró “la más linda del mundo”. Pero es marzo y nadie camina entre sus estante leyendo contratapas ni buscando el tesoro literario. Pero el tiempo pasa y, de a poco, los lectores regresan. Distancia social, barbijos, alcohol en gel. El 12 de mayo volvió a abrir. Fue un lapso breve. Dos o tres semanas y todo se echó para atrás. Entonces se habilitó la posibilidad de vender libros por delivery. Para muchas librerías fue el gran caballito de batalla. Desde el 3 de agosto y con protocolos, volvió a abrir sus puertas.

El Ateneo Grand Splendid (Foto:
El Ateneo Grand Splendid (Foto: Shutterstock)

Hoy es 4 de diciembre y El Ateneo Grand Splendid cumple veinte años. En el año 2000, misma fecha, la cadena El Ateneo abría un nuevo local. No era uno más, sino que se trataba de la punta de lanza de un ambicioso plan empresarial del Grupo ILHSA —también propietario de la cadena Yenny, de la editorial El Ateneo, del sitio web Tematika y la revista Quid—: transformar el cine y teatro Grand Splendid, ícono de la cultura porteña, en un gran shopping de libros y consolidarse en el mercado. Para los turistas, es un destino obligado. Para los lectores, un palacio a destiempo de la ciudad. Una experiencia que trasciende la simple elección de la próxima lectura. Caminar entre novedades editoriales, clásicos nacionales, letras universales, modas pasajeras, consumos de nichos, joyas preciadas.

“Ya escapa a toda percepción personal lo que significa este local para el mundo de las librerías. La importancia que tiene a nivel mundial... sin dudas es un ícono en la Argentina no sólo como librería sino como atracción turística”, dice Adolfo de Vincenzi, director general del Grupo Ilhsa en diálogo con Infobae Cultura.y agrega que “el Splendid pudo sobrevivir a la pandemia sólo porque forma parte de un grupo económico que cuenta con 53 librerías más y 650 empleados en condiciones muy difíciles de las que no se salió aún por todas las restricciones a la venta y a las salidas. Es muy difícil alcanzar el nivel de ventas necesario para no perder dinero. Si no hubiera sido parte de un grupo estando cerrado cinco o seis meses como estuvo no lo hubiera sobrepasado”.

El Ateneo Grand Splendid (Foto:
El Ateneo Grand Splendid (Foto: Shutterstock)

El origen de este emblemático lugar es 1917. Mientras los rusos hacían la gran revolución socialista, doce soldados franceses ejecutaban a Mata Hari y los puertorriqueños comenzaban a ser considerados ciudadanos estadounidenses, Argentina acentuaba su cultura del star system al demoler el Teatro Nacional Norte y construir el sueño de la modernidad criolla: el Grand Splendid. Los arquitectos Peró, Torres Armengol, Pizoney y Falcop pusieron el diseño y un centenar de obreros el cuerpo. Además de cine y teatro, se instaló ahí mismo la Radio Splendid, otro hito porteño. Y durante todo el siglo se mantuvo así, como un gran epicentro cultural, hasta que en el cambio de milenio nació la librería y luego la historia se cuenta sola.

Allí se dice que Carlos Gardel aprendió a maniobrar la potencia de su canto. Es una historia que circuló y sigue circulando. Max Glücksmann, un empresario del Imperio austrohúngaro que se hizo conocido por traer grandes aportes al cine y la fonografía de Argentina, y que también fundó el Grand Splendid, por supuesto, invitó a Gardel a grabar a los estudios del sello Nacional Odeón, que funcionaban en el mismo edificio. El cantante era joven aún y estaba haciendo sus primeras grabaciones. Y sentía, dicen, que su voz podía dar todavía más. Entonces Glücksmann le revela una técnica: sentarse en una silla con el respaldo por delante, entre las piernas, tomarlo con las dos manos para expandir la capacidad torácica y largar ese canto sublime. Y así lo hizo.

Detalle de la cúpula de
Detalle de la cúpula de El Ateneo Grand Splendid (Foto: Wikipedia)

“No es sólo una librería, porque ya forma parte de la identidad de Buenos Aires, de la identidad nacional”, dijo en una entrevista con Infobae Cultura en mayo de 2018 Juan Pablo Marciani, librero que trabaja desde hace años en El Ateneo pero muchos más en el gremio. “¿Ser librero? Para mí es un galardón. Uno nunca termina de perfeccionarse. Creo que la mejor definición es la de ser el enlace entre el lector y el autor. “El lector de Buenos Aires es un excelente lector porque no prejuzga en su narrativa. Se encuentra con algo, llega diciendo ‘tengo esta duda, quiero saber’ y no es que va solamente a Google a investigar. No, se compra sus libros, los lee, y sobre el tema se especializa, llámese un libro de manualidades, de arte o una novela, porque quiere toda la obra del autor”, agregó entonces.

Lo interesante de meterse en este gran shopping de libros es que, además de los libros, justamente, la librería funciona como un gran templo. Basta con erguir el mentón y mirar hacia arriba: la cúpula de veinte metros de diámetro pintada al óleo en 1919 por el italiano Nazareno Orlandi muestra una alegoría de la paz como un festejo por el fin de la Primera Guerra Mundial. Es una composición bellísima, académica, llena de simbolismos. Uno puede estar varios minutos así, mirando hacia arriba, asignándole identidades a cada uno de los personajes, adorando la centralidad de la figura femenina sobre la escalinata, dejándose llevar por la escena pintada, y luego bajar la vista, volver al suelo, a la tierra, a la vida real y encontrarse, aliviado, con eso que nos saca de la alienante cotidianeidad: los libros.

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