Cuentos del futuro: 6 libros entre la soledad, la ironía y una persistente sensación de desastre

¿En qué derivará esta era de grandes cambios tecnológicos? ¿Sólo con la literatura podemos detectar en el presente las huellas del porvenir? A continuación, 6 títulos de relatos para salir de la permanente y cansina actualidad

6 libros que buscan en el presente las huellas del futuro

El futuro no está en otro lugar que no sea en nosotros mismos, escondido, silencioso, imperceptible, esperando a que el escenario se desarrolle lo suficiente para tomarlo todo y volverse presente. Nadie sospecha de su apariencia ni de sus intenciones. Salvo la literatura. Con un trabajo minucioso, casi zen, de escuchar en el aire los latidos de ese futuro embrionario, los buenos narradores lo auscultan y construyen historias y sentidos en la unión de una época, esta época, con la que viene, la futura.

En Cuento futuro, una nouvelle de 1893 del español Leopoldo Alas —más conocido por su apodo: Clarín—, la humanidad “se había cansado de dar vueltas mil y mil veces alrededor de las mismas ideas, de las mismas costumbres, de los mismos dolores y de los mismos placeres. Hasta se había cansado de dar vueltas alrededor del mismo sol”. Entonces, un poeta hace su descubrimiento que deriva en millones de ejemplares vendidos y una discusión mundial en torno a la función del sol en el mundo.

La hipérbole literaria hace un eco sobre este siglo XXI. ¿Es el hastío un estado común en las democracias liberales? ¿Por qué la novedosa vorágine de la hiperconexión y la sobreinformación no puede, más allá de un entretenimiento pasatista, sacarnos de este cansancio épico? ¿Es la literatura la única posibilidad de dejar de “dar vueltas alrededor del mismo sol" para, por fin, arrojarnos hacia ese futuro latente que tanto nos desvela? A continuación, seis libros que, a su manera, interpretan esa extraña melodía del porvenir.

Autopista al espacio, de Juan Ruocco

"Autopista al espacio", de Juan Ruocco

“Los grandes inventos del siglo XIX habían sido la máquina a vapor y la lucha de clases. El siglo XX proporcionó la energía nuclear y la computación. El siglo XXI sería recordado por la invención del hormigón orgánico y por la modificación genética en organismos vivos ya desarrollados”, escribe Juan Ruocco en el primer cuento de Autopista al espacio (Casa Editorial Neptuno, 2019) titulado “Insectificación” donde un grupo de detectives investiga una droga que hace que los consumidores tengan “mentalidad de enjambre”.

Lo que propone ese primer cuento —con él, el lector ingresa en el terreno adictivo de la literatura futurista— es un mundo donde lo nuevo, como la posibilidad de mutar genéticamente y convertirse en una persona bella, bellísima, en apenas seis meses, tiene consecuencias lógicas: companías internacionales controlan el mundo mientras la mayoría de la población sobrevive en una marginalidad naturalizada. Hay avances tecnológicos interesantes que se desinflan al calor de la desigualdad y de la destrucción del planeta.

En “Autopista al espacio”, por ejemplo, la Tierra alcanzó una temperatura récord y el devenir es irreversible, entonces “los líderes mundiales llegaron a la conclusión de que había que abandonar el planeta. Para poner en marcha la evacuación se reunieron en un congreso y buscar una solución unificada al destino del homo sapiens. Aún en esta situación extrema no alcanzaron el consenso”. ¿Tampoco en el futuro se logrará llegar a un acuerdo entre las diferentes fuerzas políticas? La ciencia ficción puede ser más desoladora que el realismo.

En guerra con la piel, de Nicolás Mavrakis

"En guerra con la piel", de Nicolás Mavrakis

Los temas que hoy nos desvelan, ¿seguirán siendo inquietantes, producirán acalorados debates? ¿De qué modo? La memoria, por ejemplo. El primer cuento de En guerra con la piel (Azul Francia, 2020) de Nicolás Mavrakis se titula “El cuerpo”. El protagonista es un hijo de desaparecidos que, tras ser restituido, se transforma en una suerte de influencer de la bondad. Todo ocurre muy rápido: gana el premio Nobel de la Paz, viaja por el mundo dando charlas. Su nombre es Piro Ziz.

Piro Ziz toca el piano pero nunca lo ha hecho bien. Sin embargo, en cada lugar que lo hace, todos aplauden. “Lo trataban siempre con la misma familiaridad hecha del infinito intento de consolarlo”, se lee ¿Por qué Nicolás Mavrakis decide hablar de la memoria de este modo? ¿Es una burla? Pero, ¿de qué se burla? Lo interesante del artificio es cómo gambetea el lugar común de la condescendencia —esa comodidad de posicionarse del “lado del bien”— para ofrecer algo nuevo. Este espíritu irónico está en todo el libro y en cada tema.

Los personajes de En guerra con la piel están siempre incómodos con el mundo y de esa fricción es que sale toda la potencia literaria. En “Un artista del sonido”, un músico y productor exquisito no puede escapar de la sombra asfixiante del padre; en el cuento homónimo, la piel es la última frontera de intimidad; en “Eatle y Cillia” el amor es una trampa que puede reducir hasta al peor asesino. Y también está “Namibia”, donde el gesto irónico vuelve con toda su fuerza: una parodia cruel y divertida al periodismo de las buenas intenciones.

Adiós, humanidad, de Gonzalo Senestrari

"Adiós, humanidad", de Gonzalo Senestrari

La idea del fin del mundo nunca dejará de ser atractiva. Basta con imaginarla para sentirla. La literatura ha trabajado muchísimo ese tópico pero en Adiós, humanidad (Bärenhaus, 2020), Gonzalo Senestrari lo convierte en una obra consistente y atrapante. Hay un prólogo, doce relatos y un epílogo. Lo que parece ser un libro de cuentos juega en el límite y fuerza la estructura hacia una novela de doce capítulos, porque hay un patrón común: el 7 de noviembre de 2025 un agujero negro se tragará el planeta y eso determina cada historia.

En la primera, el protagonista —que se llama igual que el autor— se queda encerrado en un ascensor con un señor mayor. Afuera, el mundo se alborota. Es el último día. Algunos desesperan, otros se enfiestan. Después de esa noche no hay más nada. Nadie los escucha, entonces se ponen a hablar, se cuentan historias, imaginan lo que se viene. Y los cuentos entran a sucederse como si alguien pusiera una cámara de vigilancia en distintos puntos del mundo a la misma hora. Todos van a morir esa noche. Pero nosotros todavía no.

Un año sin verano, de Manuel Félix Cantón

"Un año sin verano", de Manuel Félix Cantón

¿Y después del fin del mundo, qué? Tal vez sólo quede soledad. Con la pandemia, el aislamiento nos atomizó mientras las relaciones quedaron pendiendo de un hilo virtual. “Hay poco que hacer en Buenos Aires para un hombre solo. La gente habla de las posibilidades de una ciudad cosmopolita sin saber lo que es la soledad”, escribe Manuel Félix Cantón en Un año sin verano (Trench Editora, 2019) antes de que llegue el virus. Es un libro breve con cuatro cuentos donde los protagonistas nunca se deslizan con comodidad en las relaciones sociales.

“Ya nadie sabe aburrirse”, dice otro de los personajes que podrían ser el mismo, sólo que en diferentes contextos, con distintas edades y dispares inserciones en el mercado productivo. El aburrimiento, aseguran con vehemencia muchos pediatras y psicoanalistas, es necesario para que el niño se invente un juego y use la imaginación. ¿El aburrimiento como una necesidad? Ya ni eso. “Nunca voy a dejar de estar solo”, dice otro personaje. Tal vez no, nunca. Habrá que aprender a vivir con uno mismo y con el aburrimiento. De eso se trata el mañana.

Los efectos, de Sergio Frugoni

"Los efectos", de Sergio Frugoni

En el futuro quizás haya que aprender a convivir con la crueldad impredecible de la naturaleza. En Los efectos, Sergio Frguoni construye atmósferas intensas, irrespirables. La primera línea de este libro editado por Qeja en 2019 lo deja en claro: “El resplandor pálido del hielo hace que las aguas heladas del sur parezcan todavía más inhóspitas”. El narrador es un meteorólogo que, al no poder “leer el cielo nocturno” en el buque de investigación en que va a bordo, deposita toda curiosidad en lo humano como una especie en extinción.

En el segundo cuento una abuela y su nieta viajan en sulky por la calle de tierra. El campo es inmenso y la niebla —una niebla que parece expandirse hacia todos los cuentos de Frugoni— disipa cualquier tipo lucidez. Cabalga el pardo mientras los perros del gitano, escondidos entre los pajonales, acechan. Mientras tanto, la abuela reza en latín. Todo cabe en una postal. Los siete cuentos de Los efectos contienen un evento meteorológico que siempre intensifica el clima predominante. ¿El futuro será esperar, estupefactos, el desastre?

Los hologramas no hacen compañía, de Gonzalo Gossweiler

"Los hologramas no hacen compañía", de Gonzalo Gossweiler

El devenir del mundo es cada vez más ruidoso, más veloz, más esquizofrénico. Parecen escasear los espacios introspectivos y reflexivos. Los hologramas no piden permiso (China Editora, 2019) pone la cámara en la intimidad de los ciudadanos del futuro. ¿Qué hay adentro de la burbuja personal? ¿Sigue existiendo, como hoy, como ahora, el miedo, la angustia, la timidez, el odio, el amor, la tristeza? Los 16 cuentos de Gonzalo Gossweiler dan cuenta, no sólo de las transformaciones tecnológicas, también de cómo la humanidad las vive.

Los nombres orientales de los personajes los vuelven más ajenos, pero también más íntimos, más originales, más universales. Los hologramas, los robots y los escenarios digitales que aparecen en las historias se llevan la marca del lector mientras que en la subjetividad de los personajes crece una tensión que hace de cada cuento una postal conmovedora. Todo futuro tecnologizado, con sus estridencias, suena un poco terrible. Lo que narra Gossweiler también, pero hay algo más: la posibilidad de que la sensibilidad no se desintegre en el ocaso.

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