¿Cómo era Engels antes de asociarse con Marx? Aseguraba Borges, no sin razón, que el concepto de “texto definitivo” no corresponde sino a la superstición o al cansancio. Y esto es plenamente aplicable a los clásicos, muchos de los cuales nos han llegado o bien distorsionados o bien incompletos. Un caso paradigmático es el del propio Marx, hoy conocemos bien el tortuoso camino de publicación de sus escritos, una azarosa aventura política y literaria, a veces mortal, que todavía, para el lector en español, no ha concluido de manera feliz. El caso de Engels es quizá peor: al ser considerado de manera supersticiosa por cierta parte de la Marxología, por él mismo desde la muerte de Marx e irónicamente por muchos de sus detractores y oponentes filosóficos-políticos, un mero “segundo violín”, actor indispensable pero fatalmente secundario, el conocimiento de su obra fue asumida como no decisiva, y esta violencia interpretativa se plasmó en la misma política editorial. La autoinmolación espiritual y física de Engels terminó encarnándose en la recepción. Sus “primeros materiales” quedaron condenados de antemano. La leyenda del Gran Hombre acompañado de su fiel escudero, el junior partner Friedrich, se impuso negativamente, como una losa hermenéutica, sobre su propia obra desde 1895. Y finalmente se le sumó a esta hipoteca la grosera codificación del Dia Mat en fórmulas jesuíticas. Aquí podrá el lector comprobar, leyéndolo sin intermediarios, la perversidad de la teleología en lo biográfico.
La mayor parte de su obra de juventud, no solo en español, previa a su legendario reencuentro con el Marx de 26 años en París en 1844, se mantuvo cansinamente inédita hasta entrados los años 1980´s, para nunca más renacer. Esta enorme deuda literaria con uno de los grandes clásicos occidentales, creemos que queda finalmente saldada con esta edición, que tiene como excusa exterior y ocasional el bicentenario de su nacimiento (1820-2020), aunque se trata de un volumen lamentablemente no exhaustivo, de todos los escritos poéticos y ensayísticos de Engels entre los definitivos años 1838 y 1843. Si puede hablarse de un “auténtico” Engels hay que fijarlo en esos años, incluso hasta bien entrado el año 1846. ¡Marx no está allí! Estamos en presencia de un Engels ante Marx, autosuficiente, multifacético, inexplorado e inédito a la vez, políglota en lenguas muertas (dos al menos) y vivas (tres al menos), un Engels que brilla de manera autónoma, un escritor más que fascinante y contemporáneo, exotérico y crítico, que no piensa en los futuros archivistas, que sorprende por su “rimbaudiana” precocidad, nos deslumbra con su intuición crítico-materialista y por su autoformación asombrosamente rigurosa.
En el propio devenir de sus escritos, es posible visualizar en negativo el derrotero ideológico y político de Engels, más prematuro y al mismo tiempo, más sesgado y fatigoso que el curso lineal de Marx. Al no existir en Prusia la esfera de lo político como ámbito separado, la Kritik de la Política se debía practicar sobre territorios intermedios, como la Literatura y la Teología. Engels parte desde la orilla de la Literatura romántica y radical de la “Joven Alemania”, en su versión final, enfrentándose primero a su propia rutina religiosa comunitaria y familiar, el Pietismo, por lo que parte no tanto de la Filosofía pura como de la crítica de la Religión, la Bibelkritik es su modo de desembarazarse del peso muerto de su tradición y, al mismo tiempo en una doble tarea simultánea, destripar de manera materialista las formas alienadas de su tiempo. “Estoy con la Joven Alemania en cuerpo y alma”, confesaba en 1839, y fue precisamente este movimiento el que le permitió desarrollar instrumentos y métodos de entender la realidad que podemos calificar de “protomaterialistas”. Abrazó el ideario liberal del movimiento: Constitución, Libertad de Prensa, abolición de todas las formas de coacción religiosa, y emancipación de la mujer. A los aportes de su padrino Gutzkow, que le abrió la puerta a ser leído en un periódico influyente en la opinión pública burguesa y órgano central del movimiento, teóricamente se le sumó el aporte político-literario de Börne, defensor de la forma republicana, individualista metodológico, cosmopolita y liberal de izquierda en lo económico, al que definió como “el hombre de la práctica política”. Me he posado, confesaba a sus amigos, “en las ramas de un roble llamado Börne”. Las necesidades de la Biblekritik y de la lucha contra el Estado teológico, le obligaron a conocer a Strauss, el hegeliano de izquierda, que le condujo a Hegel sin dilaciones en un viaje sin retorno. Vislumbró la tarea pendiente de la Teoría crítica, supera las unilateralidades de las vanguardias literarias y filosóficas, se trataba de llevar a término “la compenetración de Börne y Hegel, la mediación entre Vida y Ciencia, entre la Realidad moderna y la auténtica Filosofía”. El híbrido parecía imposible de sintetizar en la alta Teoría, el cuádruple frente de combate (el Espíritu libre luchando contra curas y pietistas, contra la Nobleza y su burocracia, contra la Aristocracia del dinero y los poseedores y, finalmente, el republicano contra la Monarquía) requería un método realmente sólido y revolucionario, una herramienta que ya no podían encontrarse en la Joven Alemania. Engels descubrió que Hegel no debía complementarse con nada ni nadie, que su método dialéctico era autosuficiente y superaba toda dualismo, toda unilateralidad. Alcanzó naturalmente las conclusiones críticas de los “Jóvenes hegelianos” e incluso un más allá.
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