Todos tenemos nuestro Maradona. A mí déjenme con el mío.
Mi Maradona nació en Fiorito, Avellaneda. De chico fue a la Doble Visera, vio a Bochini y se hizo hincha de Independiente. Poco me importa que de grande dijera otras cosas, ese será el Maradona de ustedes.
Mi Maradona, el 25 de junio del 86, miró al banco y le pidió a Bilardo que hiciera entrar al Bocha, para darse el gusto de jugar un rato con él en un Mundial. Ese día, mi Maradona lo esperó en la línea de cal y adelante de todo el mundo dijo: “pase, Maestro, lo estábamos esperando”. Segundos después, mi Maradona y su profesor hicieron el gol más asombroso de la historia. Tengo mi propio video de ese partido y, les aviso, es distinto al que vieron ustedes. En el mío, que guardo bajo siete llaves, mi Maradona y su maestro tiran paredes que terminan bien. Tantas que los belgas no lo pueden creer, se rinden y al final, cuando la pelota entra al arco empujada por los dos, los aplauden en el medio de la cancha. Es una imagen maravillosa, qué pena que ustedes no puedan verla.
Mi Maradona nos hizo ganar un mundial en democracia, con Alfonsín presidente, un presidente tan digno que les dejó el balcón de la Rosada a los muchachos y se quedó lejos, aplaudiendo como lo que era, uno más.
Mi Maradona volvió un día a la Doble Visera, vestido de jugador de Newell’s, solamente para recordarle al mundo que había estado en esa tribuna y que sabía bien lo que se sentía. Y nosotros, los rojos como él, cantamos su nombre porque sabíamos la verdad: siempre había sido uno de los nuestros.
Mi Maradona, muchos años después, entró de nuevo a esa cancha para que nosotros, ya canosos y panzones, volviéramos a corear un Maradó tan eterno como su gloria, nuestra gloria. Tanto lo queremos a mi Maradona que ese día hasta nos dejamos hacer un gol sobre la hora, nada más que para verlo sonreír. No le cuenten la verdad, no hace falta.
Mi Maradona me hizo enojar, llorar, ser feliz. Mi Maradona, entonces, no es tan diferente al amor.
Mi Maradona, en este momento, está montado en un barrilete. Cuando pase a la altura de la Luna, hará un reverencia, porque allí está el banderín rojo que llevaron los de la Apollo XI.
Mi Maradona, dentro de algunas horas, llegará a ese planeta cósmico y lejano del que vino. Con él llegarán también los otros, los Maradonas de ustedes, y jugarán picados como los de Fiorito, y serán cara sucias y bosteros y todo lo que les haga falta para, de una vez y para siempre, ser felices. Y descansar en paz.
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