A 50 años del suicidio ritual de Mishima, el escritor japonés de las múltiples máscaras

Hace medio siglo, el gran autor nipón intentaba un golpe de Estado fallido, tras el cual decidió suicidarse con el ritual seppuku. Un recorrido por su obra, sus obsesiones, su mirada de la cultura y las razones por las que nunca ganó el Nobel

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Yukio Mishima
Yukio Mishima

“Hasta la idea de mi propia muerte me hacía estremecer con un placer desconocido. Tenía la sensación de poseer todo. No era nada extraño porque es justamente mientras estamos engolfados en los preparativos cuando nos hallamos en completa posesión de nuestro viaje hasta el último detalle. Después, sólo nos queda un proceso, el proceso de perder nuestra posesión. Esto es lo que hace absolutamente inútil eso que llamamos ‘viaje’”.

Confesiones de una máscara, de Yukio Mishima

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Hace 50 años, Yukio Mishima, el autor más importante del Japón, subía a la terraza del cuartel tokiota de las Fuerzas de Autodefensa y, frente a los soldados y medios de comunicación, profería un discurso en que exaltaba la figura del Emperador Hirohito y pedía por un regreso a las bases morales del país que el capitalismo estaba destruyendo, a través de un golpe de estado.

Desde abajo solo encontró burlas y rechazo. Así que llevó a cabo una decisión que había tomado dos años atrás, la de cometer seppuku, un suicidio ritual que era la forma más honrosa de morir cuando se había fallado en la misión más importante de la vida.

También conocido como harakiri, Mishima se clavó una daga y cortó de manera lateral por debajo de su ombligo, generando una muerte muy dolorosa, ya que sucede por desentrañamiento y no se toca ni un órgano vital. Era la primera vez, desde el fin de la Segunda Guerra, que alguien se suicidaba por seppuku en las islas.

Junto a él estaban cuatro soldados de su propia fuerza militar, la Tatenokai (Sociedad del Escudo), creada dos años antes y que para entonces contaba con un aproximado de 300 milicianos. Uno de ellos, el segundo al mando, también eligió la muerte ritual. Otro se encargó de ejecutar el kaishakunin en ambos, la decapitación del suicida durante su agonía. A los otros 3 milicianos se les había ordenado vivir, para que cuenten al Japón y a la justicia, los motivos de todo lo sucedido. A pocos metros, el comandante del cuartel observaba toda la escena.

Yukio Mishima toma las Fuerzas de Autodefensa de Japón, antes de cometer seppuku

A lo largo de la historia fueron muchos los autores que se han suicidado -sobre todo en Japón- y, en su mayoría, arrastran este acto final como un karma negativo que puede llegar a tapar su obra y si bien en algunos casos, el suicidio estuvo asociado a cuestiones de salud mental, no es el caso de Mishima.

Su suicidio no debe leerse solo desde lo folclórico por ser ritual, si bien la simbología es evidente, su elección está ligada de una manera profunda a su obra, que fue vasta y riquísima: escribió 40 novelas, 20 libros de cuentos, alrededor de 20 ensayos y 18 obras de teatro, además de dirigir, escribir y actuar en varias películas.

Para comenzar a desmenuzar su figura, lo mejor es desmitificar la asociación que suele hacérsele con la figura del samurái, los guerreros que daban su vida por un señor feudal. Mishima no lo era. Es innegable que su filosofía de vida está atravesada por el Hagakure, el histórico libro de Yamamoto Tsunetomo -samurái del siglo XVIII que se retiró a las montañas para escribir las reglas del bushidō para las generaciones venideras- pero en él era más un rōnin; o sea, ya había perdido a su señor feudal, cuando Hirohito se declaró humano tras la capitulación japonesa en la Segunda Guerra y se permitió el avance occidental sobre la cultura. Era entonces, un guerrero sin dueño que al ver que no podía recuperarlo decidió la partida más honorable.

El Japón de Mishima

Nacido en 1925 bajo el nombre de Timitake Hiraoka, el autor tokiota vivió hasta los 12 años bajo el yugo de su abuela, una mujer que lo mantenía encerrado en una habitación por días y que provenía de una familia de herencia samurái de la era Tokugawa. De mal carácter, Mishima vivió sus años formativos entre la violencia y el acceso a la cultura occidental, ya que ella leía francés y alemán y tenía una fascinación por el teatro kabuki.

Japón venía atravesando una serie de grandes cambios, que comenzaron con la Restauración Meiji (1866 a 1869), que se basó en la apertura insular hacia la modernidad, el liberalismo, el nacionalismo y la occidentalización y que tuvo repercusiones en una sucesión de enfrentamientos conocidos como Guerras Boshin. Entonces, la rebelión de los samuráis contra el emperador devino en la abolición de sus privilegios de clase. Estos cambios produjeron grandes contradicciones dentro de la sociedad, en la que el diálogo cultural se debatía entre lo político y lo simbólico.

En la Era Meiji (1869-1912) Japón busca ser reconocida en la mesa chica del mundo, pero Occidente busca controlar su riqueza y mentalidad mediante la utilización de todos los aspectos negativos de las religiones para aplastar el espíritu. La Gran Guerra supuso un paso adelante en la búsqueda de ese respeto, victoriosos vieron como fueron descartados y su participación menoscabada en la negociación de Versalles.

Buscando ser el gran Imperio y con rencor tras los sucesos de la Primera Guerra, se unen al Eje, pero tras la rendición post Hiroshima y Nagasaki, la industria cultural de los Estados Unidos ingresa con más fuerza que nunca y allí, los cambios dejan de ser paulatinos. Hirohito desmembra el Imperio y firma un documento en que asegura que es solo un humano, no un hijo de dios. Todo sucede mucho más rápido y ese enfrentamiento entre el nuevo mundo que busca olvidar el pasado es uno de los ejes de la obra del autor.

Mishima fue exento del servicio militar por sufrir tuberculosis, por lo que no participó de la guerra, lo que fue una doble humillación, tanto personal como país. En El Pabellón de Oro (1956), escribió: “El pasado no solo nos retrotrae al pasado. Hay ciertos recuerdos del pasado que tienen fuertes resortes de acero y, cuando los que vivimos en el presente los tocamos, de repente se tensan y luego nos impulsan hacia el futuro”.

Mishima se dedicó al culturismo para eliminar la debilidad del cuerpo y se entrenó en las arte del kendo
Mishima se dedicó al culturismo para eliminar la debilidad del cuerpo y se entrenó en las arte del kendo

Un guerrero sin dueño

Mishima era un guerrero sin dueño, un perro rabioso que deambulaba en su literatura por los temas que lo obsesionaban y que lo llevaron a una muerte, en sus términos, lógica. El seppuku limpiaba con su sangre no solo su deshonra por haber fallado, sino también la de sus ancestros. Con su suicidio, dejó en mensaje para el futuro y, a su vez pudo purgar los errores del pasado.

Eterno nominado al Nobel, Mishima fue una personalidad de su tiempo, no solo por su obra, sino también por su carisma. Era, sin dudas, la persona más famosa del Japón, donde tenía conexiones y amistades en todas las esferas, y el autor asiático más conocido en el resto del planeta.

Podría decirse que la era de la literatura moderna japonesa posy II Guerra se inaugura con dos obras: Indigno de ser humano de Osamu Dazai -la segunda novela más vendida en Japón por detrás de Kokoro de Natsume Sōseki-, y la autobiográfica Confesiones de una máscara, la ópera prima de Mishima.

Los autores representaron la vida interior del ser, la sexualidad y las relaciones sentimentales como nunca se había hecho, rompiendo con el corsé de las tradiciones y desafiando a la época. Ambas autobiográficas, la de Bazai trata -a grandes rasgos- sobre los problemas de adaptación de un muchacho en una sociedad frívola y alienada, mientras que la de Mishima ingresa en el mundo del desarrollo homosexual de un joven.

La gran novela de Mishima, publicada en 1949, fue una sensacional “salida del armario”, aunque el autor nunca lo aceptó de esta manera. Y así como salió, se guardó rápidamente. El tema vuelve a aparecer en El color prohibido (1951), su cuarta novela, en la que narra la relación entre un famoso escritor sexagenario y un joven gay, al que tras un pacto convence para seducir a varias mujeres para destrozarles el corazón.

Mishima se denominó un observador y no un participante, e incluso llegó a negar el carácter autobiográfico de su obra debut, aunque para algunos especialistas esto sucedió por la ignominia que había sentido su familia por el texto. Más allá de esta polémica del siglo XX, la homosexualidad no volvió a aparecer un su trabajo.

Yukio Mishima hablando en una reunión de su "Ejército" ultraderechista en Tokio, en 1968 (Keystone Pictures USA/Shutterstock)
Yukio Mishima hablando en una reunión de su "Ejército" ultraderechista en Tokio, en 1968 (Keystone Pictures USA/Shutterstock)

En la Japón de los ’50, la sexualidad no era considerada como parte constitutiva de una persona, sino una elección que podía cambiarse de ser necesario y así como Mishima transformó su cuerpo débil y algo raquítico gracias al culturismo, también lo hizo con sus elecciones sexaules, se casó en 1958 y tuvo dos hijos.

En la frase de Confesiones… que abre este artículo se puede ver cómo el concepto de la muerte y el placer están presentes desde el primer momento. En el trabajo de Mishima, de la novela al cine, el sufrimiento físico y la muerte, muchas veces de las formas más crueles o dramáticas, se presentan hasta el final de sus días.

Por citar solo algunos ejemplos. En la preciosa y dura novela El marino que perdió la gracia del mar la muerte llega inesperada y salvaje, por parte de un grupo de niños a un hombre que había encontrado el amor en la madre de uno de ellos; en el cuento Muerte en pleno verano, un balneario asiste a una triple tragedia que se extiende a tal punto que se necesita un exorcismo para frenarla y en Patriotismo, de la que realizó una película en la que también dirige y actúa, relata la historia de un oficial del ejército y su esposa que eligen una forma de reivindicar su creencia en valores antiguos realizando seppuku, en otra clara evidencia de su afección por este ritual.

Escena de "Patriotismo", el corto escritor, dirigido y protagonizado por Mishima, en el que comente seppuku

A pesar de su interés por las tradiciones japonesas y sus autores, Mishima fue un gran lector de las letras occidentales como Dostoievski, Sartre, Camus, Thomas Mann, Rielke, Heidegger, aunque también en el arte encontró fuente de inspiración, en especial en una pintura: San Sebastián de Guido Reni.

En la obra del pintor italiano se muestra a uno de los primeros mártires, que murió asaeteado por orden del emperador tras ayudar a unos cristianos. Por la historia del artista que la realizó y el desarrollo estético del santo, se lo considera el patrón extraoficial de los homosexuales.

Mishima conoció la obra un día en que había faltado a la escuela y encontró ocultos unos libros que su padre había adquirido en unos viajes a Europa. En Confesiones…, describe su yo infantil mirando las páginas de esas publicaciones y se detiene en este hombre desconocido, casi desnudo, atado a un árbol, con la carne empalada con flechas de los soldados que lo ejecutaban, de rostro angelical.

Describió a la pintura como algo que estimulaba su imaginación sexual más profunda y que lo hizo masturbarse repentinamente y experimentar su primera eyaculación. Siendo ya un adulto, Mishima se hizo sacar una fotografía en la misma pose, pero con una sola variación: había una flecha de más en su cuerpo con respecto a la obra de Reni, junto en la zona donde se realiza el seppuku.

La obra de Reni y la fotografía de Mishima con la flecha de más
La obra de Reni y la fotografía de Mishima con la flecha de más

También sintió una gran cercanía con las ilustraciones de Aubrey Beardsley para la obra de teatro Salomé, de Oscar Wilde, que mostraban imágenes eróticas y estilizadas de la princesa idumea sosteniendo la cabeza cortada de Juan el Bautista.

El 25 de noviembre de 1970, día de su muerte, Mishima dejó sobre su escritorio el texto de La corrupción de un ángel, que completaba la tetralogía el El mar de la fertilidad, que también incluye a Nieve de primavera, Caballos desbocados y El templo del alba.

Los libros narran la historia de un hombre, desde 1912 hasta 1975, que pasa de ser un estudiante de abogacía a un rico juez jubilado, pero que en cada novela trata de salvar de la muerte a una persona diferente a la que considera la reencarnación de un viejo amigo. Allí, ingresan sus ideas sobre el karma, las acciones del pasado y la vergüenza por estas. Mishima vive en un eterno retorno de sus demonios.

Otras obras destacadas del autor son Sed de amor (1950), El pabellón de oro (1956) o los ensayos El sol y el acero (1968) y Lecciones espirituales para jóvenes samuráis (1969), por nombrar algunos.

Por qué no ganó el Nobel

A principios de los sesenta nada parecía poder quitarle el premio, pero nunca sucedió. Las traducciones al inglés de sus novelas lo convirtieron en el primer escritor japonés vivo en ganar fama y reconocimiento en Occidente. Forjó alianzas, como con el traductor y crítico Donald Keene, quien presionó activamente para que recibiera el máximo galardón literario u otros como el Premio Formentor, aunque todos sus premios siempre los logró en casa.

Estuvo tres veces muy cerca, en el ’63, el ’64 y el ’68. La primera vez quedó entre los seis finalistas, pero no pasó al grupo de tres; se lo llevó el griego Giorgios Seferis -los otros finalistas fueron Neruda (Nobel en 1971) y el irlandés Samuel Beckett (Nobel en 1969). Al año siguiente, llegó a competir con su coterráneo Junichiro Tanizaki, quien sí pasó el último corte, pero el galardón fue para Jean-Paul Sartre, que lo rechazó. Tanizaki murió al año siguiente, por lo que no volvió a ser tenido en cuenta.

Finalmente, en el ’68, Mishima veía que su gran sueño jamás se cumpliría, ya que lo recibió el primer japonés de la historia, Yasunari Kawabata. Dicen que la intervención de un escritor escandinavo anónimo que, aunque no conocía realmente la escena literaria japonesa, fue decisiva, ya que consideraban que las actividades políticas de Mishima, la formación de su milicia, como la restauración del Emperador y su rechazo a la Japón occidentalizada, consideradas de derecha, destruyeron todas sus posibilidades.

Kawabata fue una figura literaria paternal para Mishima. En 1946, antes del fin de la Segunda Guerra y la publicación de Confesiones..., se acercó a su hogar en Kamakura para mostrarle algunos cuentos. Y fue el autor de País de nieve y El maestro de Go, entre otras, el que lo incentivó a seguir escribiendo e hizo de nexo con distintas publicaciones para que pudiera empezar a hacerse un nombre. Para Kawabata “un genio literario como el de Mishima sólo lo produce la humanidad cada dos o tres siglos”.

Mishima el día de sus suicido ritual
Mishima el día de sus suicido ritual

El hombre de todas las máscaras

Mishima fue novelista, dramaturgo, ensayista-crítico, artista marcial (karate, kendo e iaido), actor, cantante, comentarista político, activista, un hombre de familia y a la vez un hábil observador de fantasías y relaciones homosexuales. Un hombre de múltiples máscaras.

Y si con Confesiones se inaugura una etapa literaria del Japón, es su muerte y no una obra la que cierra otra. Las tres primeras novelas de Haruki Murakami, escritas entre 1979 y 1982, Escucha el canto del viento, Pinball, 1973 y La caza del carnero salvaje, todas comienzan o hacen referencia a aquel 25 de noviembre de 1970 que paralizó a Japón, en algo así como ñas Torres Gemelas de la cultura. ¿Dónde estabas el día que se suicidó Mishima?

¿Qué sucedió en la cabeza de Mishima para llevar adelante seppuku? Sus ideales políticos son claros, pero pasado el tiempo su obra ha pasado por tantos matices como es posible. Hoy hay casi tantas publicaciones que hablan sobre Mishima que lo que él mismo publicó, lo que dice mucho sobre la complejidad del personaje. Razones literarias, sexuales, narcisismo, una imposibilidad de mirar hacia adelante. Lo cierto es que como en Rashomon, ese fantástico cuento de Ryunosuke Akutagawa, que Akira Kurosawa llevó al cine: un incidente se ve con ojos diferentes según quien lo narre.

Y como en las máscaras del teatro Noh, que el autor había revivido en su desconocida faceta de dramaturgo para esta parte del mundo, se encuentran todas las fuerzas del Japón del pasado, concentradas en el encanto sutil del yugen y lo grotesco del Kyogen. Por que afin de cuentas, Mishima fue un autor de muchísimas máscaras.

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