Si Hoy partido a las 3, opera prima de Clarisa Navas, es una película imprescindible para entender la construcción de las potencias de un grupo de mujeres portadoras de una conciencia feminista sin un marco teórico contenedor, una conciencia hecha de praxis más que de dispositivos acádemicos, cuyos blackouts sociales y culturales son muchas veces los que les permiten encontrar puntos de fuga para ser quienes son y para aprender a nombrarse y a ser, en Las Mil y Una, la inmersión en un conjunto de monoblocks de un barrio de la provincia de Corrientes, le permite a Navas profundizar de una forma auténtica en un sector de la sociedad que no está acostumbrado a poder mostrarse a sí mismo: que no está acostumbrado a poder proporcionarse sus propios relatos y sus propias imágenes.
La tendencia a ser una iniciada en el arte de saber de lo que se habla no es, afortunadamente un requisito para crear, porque es un criterio castrador que proporciona, de imaginarlo real, un ajuste de talento, originalidad y de puntos de vista que habilitan a entender otros mundos reales y posibles. Sin embargo, y sin contradecir lo anterior, hay ciertas verdades de clase y ciertas verdades de sexo y ciertas verdades de género que flotan en las películas de Clarisa Navas - quien fue descripta de manera inmejorable por la escritora Javiera Perez Salerno como la Leonarda Favia correntina, futbolera y popular - que se impregnan como el olor de una colonia fuerte.
Pero una de las tantas maravillas del cine de Navas es que estas verdades operan desde dentro de los mundos que narra. Por ejemplo, el mundo sexogenéricamente disidente que construye tiene sus propios términos, atribuciones, diálogos y reglas. Como la “oveja negra” de la película, la directora aspira a que su mundo narrativo se rija por una idea de libertad más que por una idea de rebaño.
Porque podría decirse: bueno, Las Mil y Una es una película LGBT, si en definitiva narra el amor entre dos mujeres; o bien es un elogio de lo matriarcal, ya que las apariciones de los varones adultos heterosexuales es para introducir un clima turbio, peligro y abuso. O bien es un breve muestrario de cómo los vínculos lésbicos son subalternos respecto de cualquier tipo de vínculos que se establezcan entre varones, ya que en la película las dos chicas viven escondiéndose; o bien es un alegato contra una de las violencias que se ejecutan a través de las redes sociales, ya que uno de los varones maricas es víctima de grooming y es expulsado del colegio por un video en donde participa de una escena de sexo masivo.
Todo esto podría decirse, aunque lo notable es que el cine de Navas logra no implicarse directamente con esas etiquetas que puede convocar: va más allá del imán identitario para pegar en la heladera, constitutivo de algunos discursos contemporáneos que a veces parecen campos de batalla para determinar quién tiene la posta y por tanto el poder de mostrar el punto ciego de los demás.
En parte es por esto que el cuerpo - y el deseo - es el rey de Las Mil y Una; es el cuerpo, y no la palabra, la superficie de lo real. Renata lo pone en claro cuando dice que “el 80 por ciento de lo que dice la gente son boludeces, son mentiras, y se dan cuenta de que son mentiras ya cuando arrancan a decirlas”.
Por otra parte, el uso de la cámara en mano pretende mostrar la inquietud permanente de los personajes que circulan por el barrio - especialmente de los proclives a ciertas violencias - mientras que la cámara fija o estática que se utiliza en los interiores de las casas, sugiere una cierta sensación de que ahí pueden apagar la alarma constantemente prendida en los pasillos, escaleras, recovecos y descampados.
No es que los personajes digan: “que terrible, si me hubiera tocado nacer en otro lado yo andaría más relajada o relajado”, no es que consientan a la idea de que haya un lugar mejor para estar, sin embargo su manera física de andar, de moverse, de desplazarse - el cine de Navas es extremadamente físico - es un reflejo y una devolución de la hostilidad o peligro que es parte de ese ecosistema.
Y una cosa más, pocas veces en el cine argentino dió con la luz de barrio cómo lo hizo Navas.
Por último, también creo que Las mil y una es un recordatorio de que la cultura de la cancelación tiene su antecedente analógico en los pueblos y en los barrios, ese famoso infierno grande del que muchos hemos sido escupidos, y es un recordatorio de que las redes sociales no inventaron nada en ese sentido, simplemente una forma más masiva de cierta mojigatería que parece más sofisticada.
“La mil y una” se presenta en el Festival de Cine de Mar del Plata el 23, 24 y 25 de noviembre. Y el 3 de diciembre hasta el 9 de diciembre para verla (entradas a 30$ x 48hs) en cine.ar
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