Tengo 37 años. Soy un hombre adulto de 37 años. Cada día de mi vida medito en el relámpago y en todo lo que ese relámpago implica porque gracias a ese relámpago obtuve mi libertad.
La portada de “Live After Death” de Iron Maiden, el disco en vivo más significativo de una de las bandas que definió al movimiento heavy metal, editado en 1985 es doble y compleja, abarca las dos caras del sobre que envuelve al disco de vinilo o al libro que viene con el CD. Es una colina en un cementerio y una tumba en una noche de tormenta sin agua, nubes densas pero con la luna llena perfectamente visible y el aire de la noche no es negro, sino azul. La silueta de la Parca está junto a la luna, una sombra negra con una guadaña, gigante si uno piensa en la proporción y más allá en el horizonte bajo la colina hay una ciudad con luces encendidas, porque a los muertos se los entierra al costado del mundo y en ese costado del mundo las cosas pasan.
En esa colina golpea el relámpago, en medio de una noche azul e improbable. De su tumba, con una lápida marcada por un presagio de HP Lovecraft, surge Eddie, la mascota de Iron Maiden, un cadáver devuelto a la vida. La música dentro de ese disco era una expresión de ese poder, al que decidí darle mi vida, vivir mi vida a través de su poder y de su misterio. Después de ese relámpago, fui devorado por todo lo demás.
Tenía 11 años en el año 1994 cuando descubrí este disco, ya fascinado por la idea del rock, del punk y del heavy metal, parte de la atmósfera rebelde de mi tiempo en los 90s. Guns N' Roses fue una primera idea, algo desafiante, Ramones fue mejor todavía, pero Iron Maiden fue distinto. El símbolo era mucho más poderoso, urgente, tenía esa idea que define al heavy metal: te desafía, como la religión gnóstica, a ir hacia lo Otro, el Gran Desconocido, para ser parte de esa idea, vivir en otra cosa.
Esa vida en el heavy metal, o esos primeros años, son la historia de mi último libro, mi autobiografía heavy metal “Vivir Después de Tu Muerte”, publicado por Indie Libros en el sitio BajaLibros para la colección Paraíso Ordenado, editada por el periodista y escritor Matías Bauso. Será presentado hoy miércoles a las 18 horas en el sitio experiencia.leamos.com.
Necesitaba ese relámpago. No creo que hubiera podido sin él.
Mi papá había muerto cinco años atrás, una muerte que cinco años después solo empezaba a asentarse en el aire, como una oscuridad que tiene manos y se aferra al aire de la casa. Estaba becado en un colegio de San Isidro donde sufría bullying, donde la única persona que me defendía era yo mismo, a golpes e insultos, donde las diferencias de clase eran evidentes. Era agresión sobre agresión sobre agresión. ¿Qué podía hacer sino pelear?
Así, llegué a “Live After Death”. Fue una cuestión de economía: solo podía tener un disco cada tanto, así que un disco en vivo era ideal, muchas canciones de muchos otros discos, clásicos instantáneos. “Live After Death” capturaba a Dickinson, Harris, Smith, Murray y McBrain en quizás su mejor momento, la gira de su disco Powerslave, la World Slavery Tour que los arrastró por el planeta, hasta Rock in Rio, con espectáculo ceremonial de exceso y agitación.
También fue el movimiento. Piénsenlo a este nivel: existen las verdades, las pequeñas verdades, hechas de mentiras y de fragmentos de mentiras, de subjetividades ajenas o pactos o conveniencias y privilegios y existe LA VERDAD, algo que es intocable. Hoy, en la Argentina, mucha gente está desesperada por un poco de esta verdad, por sentir una transmisión de lo real, de lo genuino, sentir al espíritu de lo crudo y de lo intacto, una idea que es empírica al nivel más inmediato, que se entiende desde la carne y empodera.
El heavy metal siempre fue el vehículo para esto: parte de mi generación y de las generaciones anteriores encontraron en el heavy un símbolo de su liberación, liberación de sus padres, de la Iglesia, de la policía y del control del Estado y de los dogmas burgueses, de su propia clase social, una fantasía láser de poder, una experiencia que unifica edades, clases sociales, una de las pocas experiencias realmente transversales en la cultura contemporánea.
Viví, también, en esa transversalidad. Allí encontré a mis amigos, en todo lo que la idea implicaba: colectivos a la nada para ver conjuntos ruidosos y blasfemos, cerveza, abstinencia, skateboards, comics, libros prohibidos, juegos de rol, soledad y nerviosismo y ningún deseo de encajar, hermanas y hermanos que son de algo más espeso que la sangre.
Tocar la guitarra también. Es parte de la ecuación.
Fui parte de un grupo de heavy metal tiempo atrás, Bushido, heavy y speed metal inspirado en Venom y Bathory, un sonido más maldito que Iron Maiden, menos sofisticado, perverso, con tachas, chalecos de parches y los ojos maquillados como si fuésemos cadáveres. Grabamos un pequeño disco e hicimos unos cuantos shows, fuimos parte de un movimiento de metal rebelde, underground, liderado por grupos como Velocidad 22, que desprecia las reglas impuestas y construye las propias. En el video soy el del bajo.
Curiosamente, tras más de 25 años de ser metalero, nunca tuve una banda de heavy metal clásico, explícito, sin pretensiones, crudo. Las aventuras de tener una banda estaban bien, pero la sensación era mucho mejor. La razón no puede comunicar esa idea de poder y libertad.
(El autor es periodista, especialista en policiales e investigación del crimen violento y organizado, editor de la sección Crimen y Justicia de Infobae y docente en la maestría en Criminología de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora)
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