“¡No!”, dice Isabel Allende. “¡No!”, y es un grito que corre miles de kilómetros: desde San Francisco donde vive hasta el sur del continente, donde se le hace la entrevista. “¡No!”, dice —grita— y es una negación tajante, indudable, incuestionable.
En 1982 tuvo su presentación con La casa de los espíritus —antes había publicado un par de libros de literatura infantil y la compilación de la mítica columna “Civilice a su troglodita” que escribía en la revista Paula—, y desde entonces se convirtió en una figura relevante de la literatura de América latina. Con una treintena de libros publicados, además de La casa de los espíritus, es autora de De amor y de sombra, Eva Luna, Largo pétalo de mar, entre otros títulos.
No se puede saber cuándo termina de escribirlos pero sí cuando los empieza: desde 1981 comienza cada novela el 8 de enero. Es un rito que sostiene con una fuerza invariable y que, aunque se declara agnóstica, lo ha convertido en una suerte de religión personal.
Hace casi cuarenta años que vive en los Estados Unidos pero nunca abandonó Chile; se mueve en un ritmo que se parece bastante al de la sístole y la diástole. Es una “doble vida” que se advierte, por ejemplo, en haber sido aceptada como miembro de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras en 2004, y, seis años después, haberle entregado el Premio Nacional de Literatura de Chile.
A pesar de la enorme cantidad de premios y reconocimientos que recibe a razón de uno o dos por año, dice que el único reconocimiento que verdaderamente la conmueve es el de los lectores. Y, sin embargo, con más de setenta millones de ejemplares vendidos —sí, leyó bien: más de setenta millones de ejemplares vendidos— dice que no, “¡No!”, no piensa en ellos cuando se sienta a escribir.
Trato de contar la historia de la manera más honesta posible, como si se lo estuviera contando a mi mamá en la cocina
“Cada libro es como una obsesión”, dice. “Me pongo a escribir y se me olvida el mundo. Me saco de la cabeza a todo el mundo exterior. No pienso ni en los editores ni en cuántos libros van a salir ni cómo va a ser la tapa. Ni siquiera pienso en el título. Tampoco en cuántos lectores lo van a leer. Trato de contar la historia de la manera más honesta posible, como si se lo estuviera contando a mi mamá en la cocina. No pienso en los lectores hasta que los encuentro en alguna feria. Y ahora, con la pandemia, no he visto a nadie”.
Si bien en varias novelas ha incorporado cuestiones autobiográficas —por ejemplo, en Afrodita o en Mi país inventado—, con su nuevo libro, Mujeres del alma mía, hizo correr su memoria por un camino desde donde hacer justicia con aquellas mujeres que la acompañaron. “Hace unos años”, dice, “di una conferencia en México y fue un fenómeno viral. Entonces mis editores en España me dijeron que querían hacer un librito con aquello, pero me di cuenta de que estaba completamente añejo, porque había sucedido el MeToo, habían sucedido las protestas en Chile, habían aparecido Las Tesis y tantas cosas con lo que no se podía hacer un refrito; había que escribirlo de nuevo. Entonces me puse a reflexionar sobre esa conferencia y sobre lo que había sido mi trayectoria como mujer y como feminista, y en las mujeres que me ayudaron en ese proceso”. Así, las mujeres del alma de Isabel son la madre, la abuela, la suegra, pero también las empleadas domésticas, su hija Paula —que murió en 1992—, Carmen Balcells que fue su agente.
Algunas frases del libro:
“Agradezco esa infancia infeliz porque me dio material para la escritura. No sé cómo se las arreglan los novelistas que tuvieron una infancia amable en un hogar normal”.
“Mi carácter obstinado y desafiante, que en mis hermanos se aprobaba como condición esencial de la masculinidad, en mí era una patología. ¿No es casi siempre así? A las niñas se les niega el derecho a enojarse y patalear”.
“¿En qué consiste mi feminismo? No es lo que tenemos entre las piernas, sino entre las dos orejas. Es una postura filosófica y una sublevación contra la autoridad del hombre”.
“Se podría alegar que la Revolución rusa de 1917 fue la más notable, pero la del feminismo ha sido más profunda y duradera, afecta a la mitad de la humanidad, se ha extendido y tocado a millones y millones de personas y es la esperanza más sólida de que la civilización en que vivimos puede ser reemplazada por otra más evolucionada”.
“Sylvia Plath, activista y poeta, decía que su mayor tragedia era haber nacido mujer. En mi caso ha sido una bendición. Me ha tocado participar en la revolución femenina, que a medida que se consolida va cambiando la civilización, aunque a lento paso de cangrejo. Mientras más vivo, más contenta estoy de pertenecer a mi género, sobre todo porque di a luz a Paula y Nicolás; esa experiencia trascendental, que hasta ahora los hombres no tienen, definió mi existencia”.
La mujer contra el tabú
En tiempos en que las entrevistas se dan a través de pantallas y programas con nombres que parecen salidos de algún cómic —zoom, meet, skype—, Isabel Allende pide que la conversación sea a través del teléfono. Contrariamente a lo que uno podría pensar, el teléfono da una sensación de intimidad. O tal vez sea la forma de hablar de Allende. Uno puede imaginar que habla mientras pasea por la casa, siempre activa, siempre atenta, siempre en movimiento.
—¿Se considera un modelo para el resto de las mujeres?
—Estoy conectada con muchísimas, con millones de mujeres en muchas partes y en muchos idiomas. Eso me da una gran alegría, una gran felicidad y un sentido de responsabilidad. Quiero contar mi propia experiencia por si les sirve a otras, pero no me considero un modelo. No soy un modelo de nada. En las últimas entrevistas me preguntan a cada rato sobre el amor. Tengo 78 años y parece que es tabú tener una vida sexual a esta edad. A la gente le parece chocante. Pero nada más que por hablar de eso se van soltando las amarras en otras personas también.
Tengo 78 años y parece que es tabú tener una vida sexual a esta edad
—El amor romántico parecería ser propiedad de los adolescentes y los jóvenes: ¿cómo se vive a los 78?
—¡Igual! Se vive igual pero con un sentido de urgencia, porque no tienes tiempo para perder. Cuando eres adolescente te das tiempo para pelear, para los celos, para la impaciencia, la intolerancia, los jueguitos de las relaciones. A mi edad no hay tiempo para eso porque tenemos los días contados y cada día que se va es un día que no queremos perder. Nos encontramos con Roger a una edad muy avanzada, nos casamos hace muy poco y ahora nos pilla la pandemia en una forzada luna de miel. Llevamos ocho meses encerrados en una casa chiquita. Lógicamente se presentan problemas de convivencia, pero cada vez que se presenta uno, pensamos en el calendario. Si fuéramos jóvenes no pensaríamos en eso.
—Este es su tercer matrimonio.
—He tenido tres maridos y cada relación me dura mucho. El primero veintinueve años, el segundo veintiocho y si este me dura veintiocho, todavía me van a quedar años para casarme una cuarta vez. Roger tuvo que vender su casa, dejar todo lo que tenía y venirse de Nueva York a vivir conmigo en California en circunstancias mucho más reducidas de las que él vivía antes. Roger es un hombre que ha tenido una vida regular sin melodramas. Estuvo casado cuarenta y tantos años con una mujer que adoró y se murió de cáncer; ha trabajado siempre como abogado. Mi vida ha sido una montaña rusa, un melodrama constante, y él ha tenido que adaptarse a una vida totalmente distinta. En algún momento, le preguntó a su hijo Anthony si creía que estaba loco. “Papá”, le dijo él, “qué tienes que perder”. Y entonces se vino con dos bicicletas y su ropa. Y aquí estamos.
—¿Le tiene miedo al fracaso?
—No pienso mucho en eso; ya no tengo vanidad. Lo único que quería desesperadamente era que alguien leyera el manuscrito de La casa de los espíritus. Nadie lo quería leer, hasta que lo leyó Carmen Balcells en España. Ella fue la madraza que me echó a andar como escritora.
—Cuando uno piensa en el Boom, todos los escritores eran hombres, pero la persona que lo llevó adelante fue una mujer.
—Lo llevó adelante Carmen, sí. Cuando escribí La casa de los espíritus yo venía a la cola del Boom, pero no me habrían incluido de ninguna manera. Carmen me lo dijo claramente.
La mujer contra la (verdadera) pandemia
—En el libro hay una idea de fortaleza, pero no solo como el sentido de una mujer fuerte sino como el de alguien que construyó una fortificación. ¿Cómo se opone esa fortaleza al lugar común del sexo débil?
—Nunca me lo he planteado. Desde chica tuve una rabia tremenda por la injusticia que vi contra mi mamá y contra tantas mujeres. Esa sensación de que las mujeres eran desvalidas económicamente, que no tenían autonomía, que no tenían recursos, que no tenían oportunidades. Desde chiquita me sublevé sin un planteo intelectual; después, cuando ya pude trabajar como periodista en una revista femenina y feminista, empecé a leer a las feministas americanas y europeas y a darme cuenta de que existía un movimiento, que no era una lunática y que esa rabia se podía encaminar de una manera articulada. A los 78 puedo mirar para atrás y decir: “Este fue el camino que recorrí”. Pero cuando uno empieza la vida anda a tientas. El camino se hace al andar, como decía Machado.
—¿Cuál es la relación entre la emancipación de la mujer y los movimientos políticos? Sobre todo, en América latina.
—El movimiento de liberación femenina es un movimiento político porque de lo que se trata es de cambiar no solo las costumbres y las tradiciones y la religión, si no las leyes. El objetivo final del feminismo es derrocar al patriarcado. Y el patriarcado es un sistema de opresión que le da dominio al género masculino sobre las mujeres primero, pero luego sobre los oprimidos, los derrotados, los pobres, los marginados, los que no calzan con el estereotipo de la masculinidad tóxica que impone el patriarcado. Se trata de cambiar las reglas del juego, de que haya paridad, de que la gerencia del mundo esté por igual en manos de hombres y de mujeres y que los valores masculinos y femeninos tengan el mismo peso. Nosotros vivimos en un continente bastante machista. Basta un mal gobierno, una crisis económica, un terremoto, lo que sea, para que se retroceda y haya que volver a empezar. Hay que estar siempre alerta.
Con la pandemia, las mujeres fueron las primeras que perdieron el trabajo y las que lo van a recuperar con mayor dificultad
—Si sucede algo y retroceden las victorias del feminismo, ¿cómo se vive en la pandemia?
—Se vive con mucho dolor, porque ha habido un aumento grave en la violencia contra la mujer. Pero también las mujeres fueron las primeras que perdieron el trabajo y las que lo van a recuperar con mayor dificultad. Lo que se había obtenido en igualdad de salario y de oportunidades se perdió; hay que volver a empezar. Dentro del confinamiento, la mujer tiene todo el peso de educar a los niños en la casa porque se cerraron las escuelas y de manejar la casa. Les va a costar más a las mujeres que a los hombres recuperar la normalidad.
—En el libro retoma el lenguaje de una de sus nietas y dice “Bienvenides”. ¿Cómo se hace para mirar a las generaciones jóvenes y aceptar los cambios? En relación al lenguaje inclusivo, ¿cómo hacemos para aceptarlo —aún si no lo usamos— y no caer en una mirada reaccionaria?
—Hacemos un esfuerzo tremendo. A mí me cuesta mucho y además vivo en inglés, que ni siquiera es mi lengua. Pero hay que hacer el esfuerzo para estar al día. El lenguaje es importante. En tiempos de la dictadura en Chile, en veinticuatro horas cambió el lenguaje y pasamos a un lenguaje militar. No podías decir la palabra “pueblo”: era subversiva. No podías decir “compañero”: te podían llevar preso. No podías decir democracia sin agregarle un adjetivo: democracia condicionada, democracia autoritaria, creo que hasta se llegó a decir democracia totalitaria. No se decía “sí”, se decía “afirmativo”. Las mujeres ya no eran mujeres, eran damas. “Afirmativo, dama”, así te contestaban. Los nombres de las provincias se cambiaron por números. El lenguaje determina la realidad. Como mi única materia prima es la palabra, tengo mucho cuidado al usarla porque depende de cómo lo hagas es como planteas la realidad. Por eso es tan importante la narración. Mira lo que ha hecho Trump con la mentira: ha institucionalizado la mentira. Hasta el punto de que ya no la cuestionan.
La mujer y el presidente
—Después de la condecoración que le dio Obama, ¿le queda algún reconocimiento por recibir?
—Ay, no sé. ¡No pienso en eso nunca! Esas cosas son bonos. Te llegan como regalos del cielo que uno no las ambiciona para nada.
—Pero la Medalla de la Libertad es un reconocimiento muy importante.
—El reconocimiento más importante son los lectores y a mí no me faltan. Sobre todo, lectoras. Que son apasionadas para escribirme y para leer mis libros y para comprarlos y para discutirlos. Los premios y los reconocimientos suceden en un círculo externo que no afecta ni mi trabajo ni mi vida personal. Lo que sí lo afecta son las lectoras. La Medalla de la Libertad es el honor más alto que puede recibir un civil en este país y el presidente se la entrega a muy pocas personas. Yo creo que me eligió en representación de los latinos. A Obama lo han acusado de haber deportado a mucha gente; él heredó leyes que venían de antes y que trató de remediar, pero se topó con la tremenda oposición de los republicanos en el congreso. Tal vez pensó en dársela a alguien que fuera latina. Había leído algunos de mis libros. Michelle también. Supongo que por eso.
—Con qué naturalidad dice que el presidente de Estados Unidos leyó sus libros. ¿No es un reconocimiento inestimable?
—Es lo mismo que otro lector, ¿por qué tiene más valor por ser presidente? Cuando leen mis libros es como si se hicieran amigos míos. Me siento agradecida y conectada y son todos iguales. Por supuesto no se puede decir que toda la gente es igual entre sí, pero todos son lectores. Para mí tiene el mismo valor el crítico y la lectora de Zimbabue que me envía un correo.
La mujer contra el fascismo
—El referéndum por la nueva constitución en Chile se vivió con mucho entusiasmo y mucha emoción. ¿Va a ser un cambio o gatopardismo?
—Es una esperanza muy interesante. La constitución de Pinochet había sido reformada por gobiernos democráticos sucesivos, pero la estructura neoliberal permaneció y creó una situación de tremenda injusticia, de desigualdad y empobrecimiento de una clase media, que pasó a vivir a crédito. Lo que se propone no solamente es que se cambie el sistema neoliberal, sino que se incluya en la constitución la paridad de género, la inclusión de los pueblos originarios, que esté la voz de todos. Y como es una constitución que se hace fresquita, nueva, puede ser genial. Ojalá lo sea. Se nos presenta la oportunidad de cambiar las reglas del juego y se va a ir presentando en diferentes países. Acuérdate de lo que te digo: se va a ir pegando en otras partes porque los sistemas económicos, políticos, sociales y las instituciones que hemos heredado desde el siglo XIX no sirven. Los jóvenes no quieren votar porque no creen en el sistema. Quién cree en el sistema judicial, quién creer en el congreso. En Chile nadie cree ni en los curas. Hasta la religión está desprestigiada.
—Hubo un momento en que había muchos gobiernos populares en América latina: Kirchner en la Argentina, Mujica en el Uruguay, Lula en Brasil, Evo en Bolivia. Pero esa “patria grande” fue cayendo y hoy hay crisis económicas y de representatividad. ¿Cómo ve la región?
—Esa crisis es mundial. En Europa y Estados Unidos hay una ola de regreso a la derecha; el fascismo está siempre presente y, dadas las circunstancias, emerge. Yo he visto cómo vamos en zigzag de una cosa a otra, sobre todo en América latina, como si anduviéramos buscando nuestro destino, nuestra voz. Tengo fue en que a la larga se encuentra un término medio. Pero no se puede continuar con la exclusión, porque no lo va a soportar la gente. Ya no.
Los jóvenes no quieren votar porque no creen en el sistema. Quién cree en el sistema judicial, quién creer en el congreso. En Chile nadie cree ni en los curas
—¿Y en los Estados Unidos? ¿Cómo vive la crisis institucional donde Trump se rehúsa a aceptar la victoria de Biden?
—Hemos soportado cuatro años de Trump. Cuatro años en que no ha habido nada que se pueda decir que uno está orgulloso del país. Hemos vivido la elección con un tremendo estrés y estamos viviendo la postelección con incredulidad. No podemos creer que Trump esté apernado en la Casa Blanca y que algún día haya que sacarlo a patadas. En este país, que se supone que es la cuna de la democracia, están fallando una a una las instituciones, que han sido minadas por Trump. Y por los republicanos, porque Trump no habría podido hacer nada de esto sin el apoyo incondicional del Partido Republicano.
—Trump obtuvo 70 millones de votos: ¿qué habla eso de Estados Unidos?
—Vine a Estados Unidos hace cuarenta años más o menos. Vine porque me enamoré de un señor que se llamaba Willy y le dije: “Este país es peligroso, este país tiene una brutal capacidad de fascismo”. Y él me respondió de qué hablaba si esta era una gran democracia, la democracia del mundo. Le dije: “Pero, ¡por Dios!, la mitad del país no participa de tus ideas, es un país muy racista y esa gente está armada y andan con armas en la calle. Si se dan las circunstancias, esta gente puede salir a la calle y tomarse el país”. Lo que hizo Trump es un poco lo que pasó en Alemania en el año 33, donde una parte de la población que tenía un gran descontento fue envalentonada con la supremacía racial y con el gran proyecto del Tercer Reich. Esos que se sintieron marginados encontraron un megáfono en Trump. Esa base existe; siempre ha existido, él no la inventó, la representa. Pero está Biden, que representa a la otra parte del país, que también existe. Es una parte progresista, que mira al futuro y trata de resolver la herencia del racismo, la exclusión y la violencia.
—Dice la palabra “representa” y pienso en el inmenso poder de representación de Estados Unidos: cuánta gente, estando Angela Merkel y Jacinda Ardern, entre otras, festejaba la llegada de una mujer a la vicepresidencia. Quería preguntarle por ese poder de representación y también por cómo el feminismo acompaña la vicepresidencia de Kamala Harris.
—La representación de los Estados Unidos se ha debilitado muchísimo en el mundo. Ahora hay otras potencias: la India, la China, que tienen casi más visibilidad que los Estados Unidos. Y Estados Unidos ha perdido sus aliados en Europa, porque los cuatro años de Trump lo han aislado. De eso se trataba “Make America great again”: volverte hacia adentro, mirarte el ombligo, cortar las relaciones internacionales que a Trump le parecían poco importantes. No sé si Biden, con todos sus contactos internacionales, va a recuperar algo de eso. Y con respecto a Kamala, ella representa no solamente a la mujer, sino a la mujer de color. Dado que es la vicepresidente, si algo le pasara a Biden —que es el presidente más anciano que hemos elegido— ella está, como quien dice, al final de la carrera. Tiene mucho valor, no solamente para las mujeres aquí, sino para la gente de color, que somos muchos.
Aquí soy una persona de color. Paso por blanca hasta que abro la boca
—¿Se incluye en ese grupo?
—Claro. Aquí soy una persona de color. Paso por blanca hasta que abro la boca.
La mujer contra el patriarcado
—¿Qué deberían aprender las jóvenes de las feministas de su generación?
—No creo que tengan que aprender de nosotras porque están haciendo algo importante. Mira lo que hicieron esas cuatro chicas en Chile, Las Tesis. Se pusieron a cantar y se convirtieron en un fenómeno viral y la canción se tradujo a todos los idiomas y todas las mujeres cantan y con esa canción crean conciencia de que el violador eres tú. Eso es extraordinario. Cada generación tiene su lenguaje, sus herramientas, su manera de comunicarse. El lenguaje es destino, pero el objetivo sigue siendo derrocar al patriarcado.
Hubo una época en que las mujeres no querían llamarse feministas porque no era sexy
—¿Cuál debería ser el rol de los hombres en relación al feminismo?
—Es importantísimo. Los hombres jóvenes fueron criados por mujeres que ya tenían consciencia de la desigualdad de género. Y que, si no eran feministas declaradas, actuaban como si lo fueran. Hubo una época en que las mujeres no querían llamarse feministas porque no era sexy. Era una palabra que los hombres convirtieron en un insulto, pero el trabajo lo siguieron haciendo. Los hombres jóvenes son parte importantísima del movimiento y quisiera inventar un lenguaje para llamarles, para decirles: “Vengan, porque les conviene a ustedes también”. El patriarcado no le conviene a nadie.
—¿Podría escribir un Hombres del alma mía?
—¡Me has dado una idea genial! No sabía qué diablos iba a escribir el 8 de enero.
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