Victoria Ocampo y Virginia Woolf: el menosprecio y unas palabras sobre la causa de las mujeres

A partir de la correspondencia entre la argentina y la británica se creó un falso mito acerca del supuesto desdén por parte de la autora de “Las olas”. Según este artículo, un análisis más profundo revela que esta creencia no se acerca a la realidad

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Virginia Woolf y Victoria Ocampo
Virginia Woolf y Victoria Ocampo

¿Qué es lo que no se le perdona a Victoria Ocampo? ¿Por qué razones sus posiciones políticas, feministas, sus ideas acerca de qué debería haber editado y hecho traducir en Sur, lo mismo que sus ensayos, son puestas en la mira, y criticados en mayor medida que las opiniones de otros escritores de su época con similares convicciones?

Muchas veces me hice esta pregunta al investigar y escribir sobre ella. Porque, aunque se la suele valorar como autobiógrafa, mecenas y editora, Victoria es frecuentemente “menospreciada” como pensadora, ensayista, como mujer que se relaciona con personalidades de la cultura en su rol de directora de una revista, editora y traductora. Elijo la palabra a consciencia, como dice el diccionario de la Real Academia Española, menospreciar es “tener a una persona o cosa en menos de lo que merece”. Lo cierto es que Victoria Ocampo es una de las más importantes escritoras testimoniales del siglo XX, una de las pocas mujeres que, sin educación formal, se animó a escribir en primera persona. Y que volcó sus opiniones a través del género que mejor le convino siendo autodidacta: el ensayo personal. Un género que plantea una problemática específica, sobre todo, cuando se trata de mujeres, no académicas. Pero además, Victoria no se dedicó a la ficción, escritura que las escritoras argentinas transitaban desde el siglo XIX. De ahí la particularidad de su arrojo.

Victoria Ocampo por Gisele Freund
Victoria Ocampo por Gisele Freund

Confieso que solo consideré que Victoria merecía mi atención al escribir la biografía de Virginia Woolf. De no ser así, no creo que me hubiera interesado especialmente en ella. El hecho es que Virginia me llevó de la mano, me presentó a Victoria. Como se la presentó a Leonard Woolf, quien a su vez la puso en contacto con el sobrino y primer biógrafo de Virginia, Quentin Bell. Gracias a los Woolf, Victoria conoció a varios integrantes de Bloomsbury, también a escritores que estaban relacionados con la Hogarth Press, la editorial de Virginia y Leonard Woolf. Entre ellos, los hermanos Lehmann, los por entonces jovencísimos Auden e Isherwood. Y la inevitable Vita Sackville West, con quien Virginia tuvo una relación amorosa ocasional y una amistad duradera, y a la que le dedicó Orlando. Victoria sostuvo correspondencia y publicó a muchos de ellos. Algún día, entre tantos proyectos de investigación posibles, pienso encarar esas relaciones con mayor profundidad. Ya algo está publicado en mi biografía de Virginia Woolf y en otros trabajos. Lo que me interesa ahora es tratar de despejar algunas confusiones.

Se ha insistido y repetido hasta el cansancio que Virginia se burlaba de Victoria. Que la menospreciaba. Creo que se trata de una confusión entendible entre quienes no han considerado el conjunto de la correspondencia de Virginia Woolf, ni su personalidad. Porque, hay que decirlo, en sus cartas, lo mismo que en su conversación, Virginia Woolf era brillante y divertida. Y eso a pesar de la imagen melancólica de sus últimas fotos, y de la visión depresiva y estereotipada derivada, presumiblemente, de esas imágenes y de su suicidio.

(Claudia Marciano)
(Claudia Marciano)

Pero, además de ser divertida y traviesa (en su niñez la llamaba “la cabra”), a Virginia no le costaba nada mostrarse irónica, burlarse de sus seres más queridos, de sus amigas más admiradas. Se trataba de una característica de familia. Su sobrino, Quentin dijo que Adrian, hermano de Virginia, era implacable y capaz de sostener en público una “vigilancia burlona” y una “ironía silenciosa”. A ese silencio Virginia tenía la capacidad de llenarlo de palabras. No deja de llamar la atención que al reseñar Fin de viaje, su primera novela, el periodista de The Observer haya sabido apreciar estas características de su autora al decir que algo especial “ilumina el ingenio de este libro. Su esfuerzo constante por decir lo verdadero y no lo esperado, su humor y su sentido de la ironía, la agudeza ocasional de sus emociones, su profunda originalidad”.

Virginia Woolf y Leonard
Virginia Woolf y Leonard

El humor, la ironía, la agudeza, la burla, la originalidad son constantes en la correspondencia y en los diarios personales de Virginia Woolf. Por eso, antes de tratar su relación epistolar con Victoria Ocampo, el menosprecio o la burla que supuestamente destilan, es preciso dar algunos ejemplos que ilustran cómo Virginia se refería a sus más caros afectos. Comienzo por una de sus más queridas amigas de juventud, Madge Vaughan, a quien llamaba cariñosamente en sus cartas “queridísima sapo” y que terminó convirtiéndose, en su correspondencia, en flanco de burlas. Si se toman parcialmente algunas definiciones tampoco quedó muy bien parada Violet Dickinson, que había cuidado de Virgina al morir su padre, ya que al intentar describir su forma de hablar escribió: “puesto que la naturaleza ha dejado voluntariamente fuera algún tornillo, ¿qué posibilidad me queda?”.

Por otra parte, Virginia no se privó de decir de Vanessa, su hermana adorada: “La querida Nessa no es ningún genio, aunque tiene todas las dotes humanas; y el genio es un simple accidente”. Hay mucho más, en las cartas de Virginia, su cuñado Clive pasaba de ser “pomposo” a “admirable”. En cuanto a Leonard Woolf, una de las personas que más respetaba en el mundo y de las pocas sobre las que apenas ironizaba, Virginia dijo: “Me desagrada el orador demagogo que hay en él”. Al referirse a un escritor de Chelsea, uno de los rivales de Bloomsbury, Logan Pearsall Smith, explicó que no le gustaba, que era grosero y que “si fuese un pez, hedería”. A su amigo entrañable, Lytton Strachey, cuyo “aplauso” ansiaba más que nada, y a quien al morir añoró especialmente Virginia lo retrató como un ser enfermizo, envejecido, egoísta, mezquino: cubierto de “una especie de funda de egoísmo”.

Katherine Mansfield, Logan Pearsall Smith, Vita Sackville West y Ethel Smyth
Katherine Mansfield, Logan Pearsall Smith, Vita Sackville West y Ethel Smyth

Podría seguir con los ejemplos, sumo unos pocos más. Virginia admiraba y se burlaba al mismo tiempo de Katherine Mansfield, de quien dijo que apestaba como una “civeta” (a su vez, Katherine escribió que “los Woolf” “eran apestosos”). Al conocer a Sackville West, Virginia la retrató como una “rubicunda, bigotuda, colorinche”, mujer “granadero”, con la desenvoltura de la aristocracia, pero sin la inteligencia del artista; y luego se enamoró de ella. Otro caso singular es el de la compositora y directora de orquesta Ethel Smyth, que Virginia describió como “una vieja pájara animosa” con “cara de coronel”, y que supuestamente escribía música “como un viejo y prosaico maestro alemán”. De todas maneras, encantada de conocer a Ethel, en 1931 confesó: “Si uno se aventura, debe aventurarse plenamente. Y ella es tan valiente, notable y lista que sería pura cobardía por mi parte mantenerla a raya por miedo al ridículo […] así que dejo que esa vieja hoguera arda furiosamente y quizá le ponga una mampara.”

En realidad, Virginia escribía cartas a sus amigos y familia haciendo bromas respecto de todos ellos. Lo más sencillo sería atribuirle una excesiva malicia. Pero lo cierto es que ninguno de ellos podía resistir el encanto de las charlas, del genio, de la correspondencia y del afecto que, a su manera, Virginia les brindaba. Llegado el momento, a Victoria Ocampo le tocó su turno.

Rara Avis publicó recientemente la correspondencia completa entre las dos escritoras
Rara Avis publicó recientemente la correspondencia completa entre las dos escritoras

Se conocieron en 1934, en una muestra de Man Ray. Aldous Huxley, un amigo en común, las presentó. En sus memorias Victoria recuerda que Virginia llegó “con un gran sombrero adornado con plumas”. -"Yo —continúa Ocampo— la miré con admiración. Ella me miró con curiosidad. Tanta curiosidad por una parte, y admiración por otra, que enseguida me invitó a su casa". La relación que establecieron no se apartó de esos parámetros. A la admiración de Victoria le respondía la curiosidad de Virginia, quien escribió en su diario:

Una rasta sudamericana... ¿era así como Roger llamaba a estos opulentos millonarios de Buenos Aires? […] muy madura y rica; con perlas en las orejas, como si una gran falena hubiera dejado caer cúmulos de huevos, el color de un damasco bajo vidrio; ojos abrillantados creo por algún cosmético; pero allí nos quedamos y hablamos, en francés e inglés, sobre la Estancia, las grandes habitaciones blancas, los cactus, las gardenias, la riqueza y opulencia de Sudamérica; así como de Roma y Mussolini, a quien ella acababa de ver.

Sin que tuviera que moverse de su isla, Victoria Ocampo le permitía proyectarse en los viajeros ingleses que observaron la realidad americana. Pero como sugiere una carta que dirigió a Hugh Walpole, donde la llamaba “Baronesa Okampo” (comparándola con una anfitriona londinense, Sybil Colefax) Virginia no consideraba seriamente a Victoria, al menos no desde el punto de vista literario. De todas, como veremos más adelante, de esto no debe deducirse que la menospreciara. Lo que hasta ahora ha primado, sin embargo, es la idea de que Virginia se burló de Victoria. Por ejemplo cuando, sorprendida porque le enviaba orquídeas y rosas, le contaba a Walpole: “se deshace de orquídeas como si fueran botones de oro”. Es cierto que Virginia le pidió que no le enviara más regalos. Pero Victoria, que en 1931 había iniciado Sur, su propia aventura editorial, y deseaba publicar sus libros en Argentina, no se daría por vencida fácilmente, quería conquistar a Virginia y que le permitiera editarla. Cartas y conversaciones mediante consiguió que le sugiriera, en principio, tres títulos para traducir y publicar en la Argentina: Un cuarto propio, Orlando y Al faro.

Los tres primeros libros publicados por Sur de Virginia Woolf
Los tres primeros libros publicados por Sur de Virginia Woolf

Pero además, hay una razón amorosa detrás de las burlas de Virginia. Divertida con su exótica adquisición, y con el fin de azuzar la curiosidad y probablemente los celos de Vita Sackville West que solía hacerle ese tipo de regalos, Virginia le escribía: “Estoy enamorada de Victoria Okampo” o “He tenido que pedirle a Victoria Okampo que cesara de enviarme orquídeas”. ¿Se puede hablar de menosprecio? Al poner en contexto estas apreciaciones con las mencionadas más arriba se abren nuevas perspectivas.

Tal vez, una de las más ricas surja del análisis de la correspondencia de Victoria y Virginia teniendo en cuenta un contexto mayor: el de la correspondencia completa de la escritora inglesa; su obra literaria; su amistad con las mujeres. Algo en lo que me he esmerado en estos últimos tiempos. Tal vez, uno de los aspectos que más me llamó la atención es que Virginia alentó a Victoria a escribir, no solo su autobiografía, cosa que hizo no bien la conoció. Cabe que nos preguntemos: ¿Se alienta a quien se menosprecia? Como había dicho en Un cuarto propio, como les decía a las mujeres que se acercaban, la escritura, Virginia estaba convencida de que en el siglo XX la escritura debía ser una de las causas de las mujeres. Las mujeres debían, a su entender, escribir “toda clase de libros”. De ahí la relevancia de las líneas que le envió a Victoria diciendo:: “I hope you will go on to Dante, and then to Victoria Okampo [sic]. Very few women yet have written truthful autobiographies (…) I still have a dream of your America. I hope you will write a whole book of criticism and send me, if you will find the time, now and then a letter

Victoria cumplió al pie de la letra con los pedidos. Al año siguiente, agrupó artículos, ensayos, escribió algo nuevo y publicó el primer tomo de Testimonios, que puede considerarse un libro completamente dedicado a la crítica. También siguió enviando cartas. Virginia y Victoria volvieron a verse. Tuvieron encuentros y algún que otro desencuentro. Pero lo que me parece más relevante es lo fructífero de una amistad literaria que debería estimarse más allá de alguna que otra ironía y discrepancia. El impacto que se produjo fue tal que se podría hablar de un antes y después de Virginia Woolf en la escritura de Victoria Ocampo.

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