En una –bienvenida- época en que se celebra la diversidad de la belleza y la libertad de las mujeres respecto de su propio cuerpo, una estatua de dos metros y pico es emplazada en las afueras del tribunal de Manhattan, muy cerca de donde fue juzgado el acosador y violador serial Harvey Weinstein, condenado a 23 años de prisión. La escultura de marras, que invierte la leyenda de la mortal Medusa y su decapitación por parte del semidiós Perseo, representa a una joven y esbelta mujer en plena forma: los pechos enhiestos, el trasero redondo, brazos y piernas bien torneados, toda su piel tersa; completamente desnuda, el pubis sin un pelito, el sexo apenas esbozado, casi invisible (todo lo contrario de la pieza maestra de Benvenuto Cellini del siglo XVI, que invoca). E ineludible, la melena de serpientes, pero enmarcando una cara bonita aunque tristona.
Es decir que esta Medusa de belleza estándar al gusto de voyeurs masculinos propone el negativo revanchista de la versión original que, como todos los mitos de larga duración, ofrece variaciones, desde el poeta Ovidio en los primeros años de nuestra era, hasta Boccaccio en el XV, llegando, para resumir, a Robert Graves, Pierre Grimal y Carlos García Gual en el XX.
Por azar, llega al Collect Park Pond la Medusa hecha en 2008 de Luciano Garbati: el autor publica una foto que se viraliza en redes de su obra y algunas feministas se apuran a tomarla como símbolo de igualdad y justicia del movimiento MeToo. Decisión muy discutible, por cierto. Por ahora, Medusa con la cabeza de Perseo permanecerá en esa plaza, instalada sobre una base circular, hasta marzo de 2021. Entretanto, la polémica se acentúa en torno a la calidad estética de la estatua, su enfoque tradicionalmente masculino –male gaze- en cuanto al tratamiento del desnudo y al manifiesto espíritu de venganza ojo por ojo, cabeza por cabeza que le adjudicó Garbati. Aunque ahora, supuesto feminista converso, trata de desdecirse verbalmente.
Desde la Antigüedad, muchos artistas y artesanos intentaron capturar el poder de la mirada petrificadora (en 2012 se pudo ver en el Museo de Bellas Artes la Medusa Murtola, 1597, de Caravaggio, un trabajo previo al Scudo con testa di Medusa que está en la Gallería degli Uffizi, de Florencia). Según Boccaccio, Medusa, una de las tres Gorgonas, era hija de Forco y un monstruo marino. Hermosa mujer de cabellos de oro que cautivó a Poseidón (este escritor lo llama Neptuno porque, como se sabe, los romanos se apropiaron de la mitología griega, cambiando algunos nombres y hechos), ella lo rechazó y él la violó en un templo consagrado a Atenea (Minerva), lo que provocó la cólera de esta diosa que, en vez de cargar contra el agresor, trocó la belleza de la joven en horrible fealdad, su pelo en melena serpentina, la mirada de sus ojos recibió el poder de petrificar.
La mala fama de Medusa se extendió; por una apuesta y con el apoyo de Atenea, Hermes y las Ninfas, Perseo sorteó todos los escollos y llegó hasta donde moraba esta Gorgona junto a sus hermanas. Entró sin ser visto y –aquí habría que decir cobardemente- se le acercó por la espalda a Medusa dormida y, siguiendo ahora la narración de García Gual, “con un raudo tajo de la afilada cuchilla de Hermes le rebanó el cuello. Al ser degollada, Medusa dejó salir de su interior dos prodigios: un caballo alado blanco (el célebre Pegaso) y un extraño joven con espada de oro (Crisaor)”.
En este punto, vale sumar la glosa de Ítalo Calvino en sus Seis propuestas para el próximo milenio: “De la sangre de Medusa nace un caballo alado (…) que de una coz hace brotar en el monte Helicón la fuente donde beben las Musas. (…) En cuanto a la cabeza cortada, Perseo no la abandona, la lleva consigo escondida en una bolsa y cuando sus enemigos van a vencerlo, le basta mostrarla alzándola, sostenida por la cabellera de serpientes y el despojo sanguinolento se convierte en un arma invencible en la mano del héroe, que solo la usa en casos extremos”. En el viaje de vuelta a Argos, pasando cerca de Etiopía, el semidiós avistó a una damisela en apuros, que no era otra que Andrómeda, a quien salvó de un dragón marino e hizo su esposa. Pero esa ya es otra historia. En cuanto a la cabeza de la doblemente, triplemente victimizada Medusa, fue obsequiada a Atenea, que la implantó en su escudo, la égida.
Male gaze en las artes
En 1975, la crítica de cine británica Laura Mulvey (1941) publicó un movilizador ensayo que abrió caminos a otras teóricas feministas y que aún mantiene vigencia: Visual Pleasure and Narrative Cinema. El concepto male gaze lanzado en este texto fundador designaba el hecho de que la cultura visual dominante, según el sustancial hallazgo de Mulvey, imponía al público en general que adoptara una perspectiva de varón heterosexual. En el caso particular del cine, por ejemplo, a través de la manera en que la cámara suele detenerse sobre las formas de un cuerpo femenino. Este concepto opera no solo en expresiones audiovisuales sino, paradójicamente, en cierta prensa denominada “femenina” y se pone de manifiesto en las poses de las modelos frente a la cámara, en los consejos de belleza y seducción, en las publicidades…
Como resultado, el público femenino colonizado internaliza una óptica y por extensión una visión del mundo implantadas. Mulver, militante activa del Women’s Lib de Londres desde joven, demuestra cómo las diversas violencias ejercidas sobre las mujeres por el patriarcado y el capitalismo se vehiculizan en las imágenes cinematográficas y en otros medios con ese enfoque masculino próximo al voyeurismo.
Una perspectiva que englobaría la mirada del director, de los personajes de varones y del espectador. Mulvey analiza en especial las películas de Hollywood que subrayan la imagen sexualizada de las actrices para placer del hombre. Entonces, hace más de 40 años, LM revelaba un rasgo cardinal que, auspicioso es reconocer, se ha ido modificando en el siglo XXI mediante la influencia de las cineastas, de los estudios de género y los avances cada vez más firmes del feminismo. En otras palabras, los personajes de mujer se han humanizado, han empezado a dejar de ser objeto pasivo de la mirada del varón y, en consecuencia, las espectadoras a desprenderse de esa perspectiva y a desarrollar una visión propia, que Mulvey llama en 1981 female gaze. Anteriormente, esta brillante teórica se había referido al fetichismo que devela no solo la mirada de artistas masculinos sino también el inconsciente masculino colectivo. Mulvey reconoce la importancia de las teorías de Freud que, aunque teñidas de la misoginia de su época, resultan útiles para comprender ese inconsciente que estructura una sociedad dominada por los hombres, y asimismo las representaciones que genera.
En el ámbito del cine de Hollywood, LM se refiere al show girl, ese dispositivo tan usado por cierto cine hollywoodense: la presentación en determinado momento del film de una mujer sexy para brindar un espectáculo a personajes masculinos. Nunca antes se había decodificado tan certeramente, en las películas destinadas al público masivo, la utilización de un erotismo que responde al lenguaje del orden patriarcal dominante. La construcción de una estética occidental con enfoque masculino de rasgos misóginos ya había sido cuestionada en 1971 por la historiadora del arte Linda Nochlin, feminista estadounidense, remitiéndose a las artes visuales y reclamando un cambio de paradigma.
Entre otros muchos trabajos valiosos dedicados a analizar la representación sesgada de la mujer en la pintura y la escultura, vale citar Ídolos de perversidad (Bram Dijkstra, 1986), Las hijas de Lilith (Erika Bornay, 1990), y especialmente, Visión y diferencia (Griselda Pollock, 1988).
La mala fe de la violación erotizada
El hecho de que Medusa haya sido violada y luego castigada por haber sufrido el atropello vuelve más reprobable el desnudo de bronce instalado en Manhattan para regocijo de paseantes varones. Tornando al cine, viene a cuento recordar que unos cuantos directores cayeron en la banalización y la erotización de la violación por la forma de presentar y editar la escena del ataque, por más que hipócritamente se pretendiera censurar ese asalto a una mujer que no podía defenderse. En reiteradas oportunidades en la pantalla las víctimas hacían justicia por mano propia. Algunos ejemplos: Lipstick (1976), Extremities (1986), Dulce violación (vaya título para Hand Gun, 1982). Y sobre todo, corresponde mencionar Ángel de venganza (1981), exitosa realización de Abel Ferrara, por la violencia extrema que despliega una sordomuda que es atacada dos veces y sale a exterminar no solo a uno de los violadores sino a cuanto proxeneta, acosador, maltratador se le cruce… Justo es aclarar que hubo films como Acusados (1988) o Pecados de Guerra (1989), dirigidos respectivamente por Jonathan Kaplan y Brian De Palma, que contribuyeron a concientizar acerca del crimen brutal que es la violación.
No fue precisamente el caso de Irreversible (2003), del pretendido transgresor Gaspar Noé, que sometió al público (y a críticos sensibles a su manipulación) a una suerte de tratamiento de shock al contar una exigua historia de atrás para adelante, pretexto para mostrar largamente una escena de violación en supuesto tiempo real. Pero eso no era todo: a la postre, en dos golpes efectistas hace saber que el tipo al que le aplastaron la cabeza no era el violador y, encima, que la violada estaba embarazada. El director elige a la atractiva Mónica Bellucci, la hace llevar un vestido satinado de finos breteles, acaso para reforzar el mito sexista de que las mujeres provocan el ataque. Y, para que no queden dudas, Bellucci se expone tarde en la noche parisina atravesando un túnel solitario y oscuro.
Muchos años antes de Irreversible, una directora francesa feminista, Yannick Bellon, realizaba El amor violado, donde se refería a las implicaciones individuales y sociales derivadas de esta agresión a partir del calvario de una enfermera golpeada y violada por cuatro hombres. Nicole, la protagonista, a pesar de ser censurada por su novio, tomaba la decisión de hacer la denuncia a la policía y de enfrentar un juicio que le traería nuevas humillaciones. Pero ella elegía ese camino, el único posible para romper la conspiración del silencio en torno a la violación, según manifestaba. Un tema todavía tabú a fines de los ’70. Sin embargo, la propuesta de este film de dar todos los pasos legales sin ceder un ápice es de total actualidad.
Desnudando vanamente a Medusa
Recibida casi con general beneplácito por la prensa local -acaso por tratarse de la obra de un argentino que “triunfaba” en Nueva York-, Medusa con la cabeza de Perseo recibió críticas negativas en los Estados Unidos y en países europeos, tanto por sus aspectos estéticos como por los conceptos que transmite la inversión del mito y la injustificada desnudez. Tessa Salomon la trató de “convencionalmente bella” en ART News. La publicación Curbed habló de “falso feminismo” y de “realismo convencional”. Jerry Saltz anotó: “Arte conceptual 101 en su forma más obvia. Será objeto de las miradas masculinas”. “Un’opera inutile, destinata a essere pronto dimenticata”, se despachó en Italia Dalmazio Frau. “Ejercicio manierístico, nada nuevo bajo el sol”, fue otro de los comentarios mientras que Elisabetta Moro escribió en Elle: “Enésimo desnudo femenino en clave male gaze”.
Consultada la descollante pintora Diana Dowek –actualmente trabajando en una serie titulada La Pandemia, Una larga marcha- comenta sobre esta Medusa: “Naturalmente, creo en la necesidad de igualarnos las mujeres conquistando los mismos derechos y oportunidades que los hombres. En esto han batallado y siguen dando pelea el Ni Una Menos y las disidencias. Pero no creo que sea un símbolo del feminismo cortarle la cabeza a un hombre, creo que debemos luchar junto a ellos por la liberación”. Dicho esto, opina la artista: “Creo que esta escultura puede ser discutible. Está bien moldeada aparentemente, pero resulta un tanto decadente para estas fechas. ¡Y con esa pelvis tan rasurada! Me parece que no interpreta a las mujeres feministas ni a sus luchas”.
En los Estados Unidos no faltaron las objeciones a la elección de la obra de un varón, considerando que son numerosas en la actualidad las artistas con neta perspectiva feminista que habrían representado cabalmente el movimiento MeToo, y hubo quien recordó una vez más la famosa frase de Audre Lorde: “Las herramientas del amo no desmantelarán nunca la casa del amo”. Entre las creadoras que tratan de influir en la transformación de estereotipos de vieja data figura la fantástica Kara Walker (1969), afronorteamericana de gran audacia e irreverente sentido del humor: pintora, grabadora y escultora que explora la raza, el género, la sexualidad, la identidad. Walker dio la nota en 2014 con una enorme estatua realizada con bloques de poliestireno y cubierta con suspensión de azúcar blanca que tituló Sutileza.
La obra, homenaje a los trabajadores explotados en la etapa industrial de Nueva York representa, cual una esfinge que une lo antiguo y lo contemporáneo, a una negra desnuda de formas opulentas, apoyada sobre sus codos, los puños cerrados, un pañuelo en la cabeza como la caricatura de la Mammy esclava de antaño. Está emplazada en una refinería abandonada, la Domino Sugar Factory, en Brooklyn, cuyas paredes aún destilan un aroma a dulzura quemada.
Kiki Smith, Alicia Neel, Sylvia Sleigh, Jenny Saville, Amy Sherald, Louise Bourgeois, Ana Mendieta, Judy Chicago, Tracey Emin, y –la última pero no la menos importante- nuestra admirable Marcia Schwartz –cuyo cuadro Acerca del descubrimiento aúna desnudez y menstruación- figuran entre otras muchas artistas que han dado su propia versión del desnudo femenino representando a la mujer como sujeto, subvirtiendo la tradición masculina en el arte, quebrando cánones arraigados, desafiando normas dominantes.
El desnudo “escandaloso” de Mary W
Bien diferente a la Medusa de Manhattan es el desnudo de la extraordinaria artista británica Maggi Hambling -celebrada en octubre pasado por el documental Making Love with the Paint, de la BBC- representando el espíritu de la llamada “madre del feminismo”, Mary Wollstonecraft (1759-1797), a su vez progenitora de la genial Mary Shelley. MW, filósofa de la Ilustración, escribió a los 33 Reivindicación de los derechos de las mujeres, donde proponía un orden social de total igualdad, sin distinciones de sexo.
Esta escultura plateada de Hambling, 75, -actualmente exponiendo paralelamente la muestra 2020, con obras hecha en cuarentena- ha recibido comentarios a favor y en contra, de diversos sectores, incluso de feministas que no ven con buenos ojos el desnudo y que eligieron cubrir las partes íntimas de la figura de la obra. “Cohete a las esperanza que se eleva”, “Monumento que estimula un diálogo visual con los ideales por los que luchó”, “Mezcla de Metrópolis con El nacimiento de Venus”, fueron alguna de las alabanzas que mereció esta figura pequeña de mujer que emerge de ondulantes formas femeninas y que pretende representar a mujeres de todas las épocas. Justamente, la respuesta de la artista -y de quienes la defienden- a las críticas es que la escultura representa a todas las mujeres y por eso M.W. no está vestida con ropas victorianas.
“Está en la cima, es abierta y desafía al mundo. La lucha sigue en curso”, dijo Maggi Hambling, que es una pintora y escultora bastante radical, de bajo perfil pero alto prestigio. Para que queden claras sus intenciones, Hambling talló al pie una gran frase de MW: “No deseo que las mujeres tengan poder sobre los hombres sino sobre sí mismas”.
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