Esta entrevista se publicó originalmente en el mes de septiembre, luego de que El último Falcon sobre la tierra quedara entre los cinco finalistas del Premio Filba Medifé.
Era el gran desconocido, el nominado sorpresa, pero eso no significó un impedimento para ganar la primera edición del Premio de Novela Fundación Medifé - Filba. Su novela fue editada por Baltasara Editora, un sello independiente de Rosario, Santa Fe.
Juan Ignacio Pisano, doctor en Letras especializado en literatura gauchesca, 39 años, futbolero, metalero y fanático del Turismo Carretera, llegó a esta consagración gracias a El último Falcon sobre la tierra y se alzó con el premio de $300 mil y los elogios de un gran jurado integrado por Eugenia Almeida, Luis Chitarroni y Beatriz Sarlo.
“La historia se cuenta y nada sobra. Se expande, se agranda. El lenguaje justo, adecuado, y este libro excesivo y sobrio, exuberante e insuficiente, son los mejores testigos de la ficción que parece faltar y, sin embargo y sin lugar a dudas, prevalece e incluye la verdad puesta en juego”, dijo Chitarroni.
Almeida sumó: “Es una novela política en el sentido de poner en escena modos posibles de actuar en el mundo y evidenciar que también en los gestos más íntimos hay construcción de un mundo. Hay una potencia singular en escribir un texto que puede leerse como denuncia de nuestros males sin hacer explícita esa denuncia, sólo poniendo ante los ojos los infiernos que estamos incubando”.
Para Sarlo “Pisano escribe con precisión, y una proximidad que nunca cae en el sentimentalismo. Sus ancianos, sus niñas huérfanas, sus pobres no están allí para enternecernos sino para sorprendernos por su resistencia y su capacidad para inventar nuevos usos de objetos y técnicas que, en la ciudad, ya son obsoletos. Para ellos, en cambio, son el presente y la única forma del futuro”.
“Vengo escribiendo hace varios años y por distintos motivos nunca aposté de lleno a eso sino que fue simplemente una actividad que mantuve paralela a la supervivencia de mi vida como trabajador”, dijo Pisano del otro lado de la pantalla durante el anuncio.
El último Falcon sobre la tierra es una novela breve e intensa, una propuesta sorprendente, una distopía que en tiempos como los que estamos viviendo, es una cachetada de posible realismo. La novela está dividida en nueve capítulos que relatan cada uno de ellos un día. Hay una mujer joven, una nena discapacitada, un abuelo ciego que no puede valerse por sí mismo. Sobreviven en un escenario devastado, irreconocible y enigmático, las tierras bajas, las que se inundan, sin energía, con pandillas que se disputan el control del lugar. Hay bicicletas y caballos como método de transporte. La protagonista sabe leer y escribir muy bien, lo que se convierte en un valor en medio de la guerra entre bandas. Hay memoria del fútbol y del turismo carretera, hay memoria de un tiempo en que esa tierra era otra. No hay autos, hasta que aparece uno: el último Falcon sobre la tierra.
A continuación, reproducimos la entrevista con el escritor.
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En un paisaje suburbano y semi rural, una mujer —¿tendrá treinta años?— hace un surco en la tierra húmeda, coloca una serie de semillas —¿serán semillas de marihuana?— y las tapa con tierra seca. De pronto aparecen una perra negra y una nena de siete años que apenas dice “mamá”. Están en el patio, pero adentro de la casa, acostado en una cama, hay un hombre ya anciano y ciego. Así se compone el ambiente intrafamiliar de la protagonista que se encarga de cuidar a ambos, la niña, que es su sobrina, y el hombre, que es su abuelo. ¿Y qué pasa afuera? Afuera no hay nada o, mejor dicho, sucede todo. Un escenario postapocalíptico que se va adivinando de a poco: tras una inundación inédita, la región se dividió en Ciudad Alta, que viven con lujos y comodidades, y los marginados de abajo, que no tienen nada.
Cada tres días bajan unos camiones a traer cajas —polenta, harina, leche en polvo, esas cosas—, la gente hace cola y espera que “los azules” repartan las provisiones para luego volver a sus casas donde no hay electricidad ni esperanzas. Mientras tanto, bandas criminales que comercializan baterías para que los encerrados puedan ver algo en sus notebooks, se disputan las pocas joyas que encuentran, como un Falcon, que va a parar de la casa de la protagonista. ¿Para qué? El abuelo, ex corredor de Turismo Carretera que no tiene mucha idea de qué pasa afuera, es el único que puede hacerlo andar. La novela, dividida en breves capítulos de nueve días, avanza a la par que se descubre la trama donde se impone la naturaleza y la marginación.
“La novela iba a tratar de la vida de un anciano en un geriátrico, hasta que entendí que la historia no iba por ahí. A mí me gusta la ciencia ficción y las distopías en general, entonces empecé a pensar si la vida de ese anciano no podía estar contextualizada en un escenario distópico y más bien bonaerense, además. Un mundo distópico que oliera a Buenos Aires”, cuenta Pisano, Doctor en Letras, 39 años. Fueron tres meses de escritura y tres meses de corrección. “Un trabajo sistemático y continuo” donde escribía, como mínimo, media hora por día frente al mismo monitor por donde ahora da sus clases. Es profesor en la Universidad Nacional General Sarmiento, en la Universidad Nacional de Hurlingham y en el Colegio Nacional de Buenos Aires. Además, forma parte del Grupo de Investigación Interdisciplinaria sobre el Heavy Metal Argentino (GIIHMA), con quienes ha publicado dos libros, Se nos ve de negro vestido (2016) y Parricidas (2018). El último Falcon sobre la tierra es su primera novela publicada, pero antes hubo otra, aún inédita. No hubo tercera, con la segunda ganó la Convocatoria Editorial 2018 de Novela del sello rosarino Baltasara. Pero, ¿cómo surge el imaginario de esta historia?
Todo texto tiene las marcas de su autor. “Objetos de pasión”, le llama. “Son cosas que están cotidianamente conmigo: escuchando música, leyendo gauchesca”, cuenta. La música, no tanto el heavy metal, están todo el tiempo en esta novela. También Perú, un gaucho moderno que funciona como el aliado y protector de la protagonista en la disputa entre bandas. Ahí hay una influencia directa, reconoce, del protagonista de Aballay, la novela de Antonio Di Benedetto. “Un aguacho que nunca se baja del caballo”, dice. “Y le puse el nombre de Perú para quebrar ese verosímil gauchesco y latinoamericanizarlo”. Mientras escribía esta novela, terminaba la tesis de su doctorado sobre literatura gauchesca.
“En la novela hay una ruralización más bien primitiva, no moderna, tecnologizada y sojista que está comiendo el escenario urbano. Y la otra idea de la distopía es que hubo una especie de monocultivo obligatorio que terminó generando inundaciones. Ese es un tema que en lo personal me interesa porque, más allá de la gauchesca, en mi trabajo con el heavy metal trabajo a Raza Truncka, una banda que hace folk-metal que está muy metida con la militancia antiglifosato y esas cosas. El metal y la gauchesca van entrando por distintos frentes”, agrega. También está Ema, la nena de la novela: “está basado en Juana, una sobrina mía, ese personaje es pura biografía”.
Y también el fútbol. Flashes de San Lorenzo, Néstor Ortigoza y algún recuerdo de la protagonista que en esos partidos de fútbol adolescentes hubo destellos de su despertar sexual. “Sí, soy hincha de San Lorenzo. De hecho, vivo a cinco cuadras del ex Gasómetro, ex Carrefour y terreno sobre el que se alzará, cruzo los dedos cuando lo digo, el tercer estadio Cuervo. No solo representa a un cuadro de fútbol, sino a toda una tradición familiar. El terreno donde está mi casa lo compró mi bisabuelo cuando vino de España en la década del veinte. Así que, contando a mi hijo, vamos por cuatro generaciones de cuervos”, dice Pisano.
¿Y el Turismo Carretera? ¿Y el Falcon? “Yo de chico era muy fanático del Turismo Carretera y en la literatura no había leído nada, entonces me parecía que había una ausencia que había que suplir”, dice y agrega que, “sabiendo que el Falcon tiene un peso muy fuerte en la historia argentina, quería resignificarlo, usarlo de otra manera”. Así fue que Juan Ignacio Pisano tomó todos esos elementos, esos “objetos de pasión”, los metió en una licuadora imaginaria y sirvió una estructura narrativa atrapante con el objetivo de generar, en sus propias palabras, “una lectura que no pudiera suspenderse”. La cuota de extrañamiento está también en la voz femenina —la protagonista es lesbiana y profesora de literatura—, aunque tenía un desafío: “Al asumir una voz así podés caer en el ridículo, por eso lo que intenté hacer fue cruzar experiencias personales con una voz femenina. Me quise hacer hablar por esa voz”.
Además de escritor, Pisano es lector. Podría decirse que gran parte de su vida se la pasó leyendo, lo que decantó inevitablemente en la escritura. “La universidad te forma para ser crítico y/o docente. Para la escritura hay como una doble influencia: sin dudas, la lectura constante de textos y la afición a la literatura, y por otro lado el trabajo con interlocutores”. Hizo talleres con Pablo Ramos, Paula Giménez España, Inés Garland y Leandro Ávalos Blacha, con quien trabajó esta novela, pero también formó grupos de lectura con amigos y amigas. “Pienso la literatura como una actividad que tiene un costado comunitario necesariamente, no sólo porque los textos salen, también porque la interlocución es fundamental”.
¿Cuán distópica es El último Falcon sobre la tierra? “No es un mundo distópico futurista en el que haya habido transformaciones, es simplemente el derrumbe de nuestro mundo presente. Tuvimos una dosis de realismo distópico tan fuerte con esta pandemia que me da la sensación que cualquier tipo de escenario distópico postapocalíptico se va a tener que medir con esta pandemia. Tal vez textos que trabajan una cuestión de algún tipo de apocalipsis por algún virus, zombies o lo que sea, va a tener que jugar con que en el imaginario de los lectores y la población está la idea de que a la distopía la tocamos de cerca. La estamos atravesando, de alguna manera, porque si bien parece que el fin está cerca, todavía no ha ocurrido”.
Y continuó: “Esas imágenes de fosas comunes, de hospitales desbordados, de médicos que tienen que elegir a quien darle un respirador es algo que va a quedar como un contrapunto que va a haber que jugar de alguna manera para construir ficciones distópicas a futuro. No sé en qué va a devenir todo esto, sí creo que de algún modo la imaginación pública va a cambiar y va a empezar a percibir estas cosas de otra manera. Por ejemplo, a la serie El cuento de la criada la vi en pandemia y debo decir que seguramente le pude dar una lectura distinta que si la hubiera visto el año pasado. Estos contextos distópicos nos aproximan el imaginario de la posibilidad real del dominio de un gobierno más totalitario a las subjetividades desde miradas reaccionarias”.
“Esa posibilidad está más latente que nunca: el ascenso en el mundo de movimientos reaccionarios sostenidos en ningún tipo de consenso de conocimiento sino básicamente en creencias; lo que vimos acá en marchas contra el 5G o las vacunas, los movimientos antiderechos y los pro armamento civil. Bueno, la quema de barbijos no sólo pasó acá, también hubo manifestaciones antibarbijos en Estados Unidos y España. Hay una reacción contra ciertos consensos que teníamos más o menos acordados que lo veo realmente peligroso. Y trazo el paralelo con El cuento de la criada, que es básicamente una reacción conservadora y religiosa. Son movimientos muy peligrosos para la vida comunitaria. Y por otro lado, el ‘costado bueno’ para los que escribimos personajes de ese estilo es que nos va a dar bastante de comer”.
En la novela esa desesperanza aparece potenciada por un “un Estado elitista más que un Estado ausente, que protege a unos pocos. Hay un peso represivo muy fuerte, que ya no diría represivo, sino directamente asesino”. Esto hace inevitable una mirada política y social de la novela y desliza la vieja pregunta por la posibilidad de intervención de la literatura en la realidad. “Quisiera hacer una pequeña referencia bibliográfica y teórica. Es parte de mi formación y lo que soy también”, se disculpa y luego se refiere a Arqueologías del futuro de Fredric Jameson: “Por más que haya gente que lea a la ciencia ficción como algo alejado de la realidad, es el género más historiográfico, más que el realismo todavía, porque lo que está pensando la ciencia ficción es el modo de producción de una sociedad en un determinado contexto y en un futuro, es decir que está pensando qué va a pasar con esa comunidad. En ese sentido, mi novela está pensando el presente aunque no hay ningún programa o proyecto o cuestión resolutiva de los males de la sociedad”.
“La manera de intervenir de la literatura en el mundo real no puede pensarse como una relación directa, en el sentido de que si voy a denunciar tales cosas voy a producir tal efecto en la realidad. No creo que en esa relación directa de causa-efecto”, dice y menciona a Jacques Rancière. “Lo que puede hacer la literatura es proponer determinados modos de ser y de distribución de las subjetividades de los cuerpos en el mundo, es decir, proponer mundos posibles, proponer posibilidades. Ahora, el efecto que esa ficción pueda producir no es calculable de antemano. Lo que ocurre a veces la literatura denuncialista, cuando no juega con la forma, es decir, con los modos de producir ficción y confía demasiado en lo que dice y no tanto en cómo lo dice, falla”. El contraejemplo, sostiene, es Operación masacre de Rodolfo Walsh, que sortea este problema porque “construye un género nuevo”.
“Una de las grandes novelas que está entre las cinco del premio es Las malas de Camila Sosa Villada, un gran ejemplo de lo que hablábamos antes: una literatura que tiene un compromiso, pero que confía muchísimo en las posibilidades mismas de la palabra y no solamente en el mensaje. Me enorgullece estar nominado junto a esa enorme novela. Esa también es su primera novela, pero quizás se habla de revelación de mi novela porque de la de ella se viene hablando hace mucho. Mi novela salió en una editorial pequeña y de Rosario, además, y este premio permite visibilizarla y llegar a una cantidad mayor de lectores. Además, me pone muy contento también estar entre los cinco por Baltasara, que es una editorial que trabaja excelentemente bien con una editora como Liliana Ruiz, que es una gran lectora y una trabajadora incansable, y que luchó mucho en los últimos años donde las editoriales la pasaron mal. Me pone contento porque visibiliza también a la editorial”.
En la infancia de Juan Ignacio Pisano ya había literatura. Sus abuelos paternos compraban libros para sus hijos y para sus nietos. “La idea de que leer era importante estaba muy presente”, dice y recuerda la colección Centro Editor de América Latina que aún conserva. Del lado materno, su abuela estudió Letras y su bisabuelo, Juan Obeid, fue escritor y poeta. Si de recordar un momento se trata, la escena en su imaginación lo proyecta tirado en la cama, luego del colegio y luego de almorzar, leyendo Dailan Kifki de María Elena Walsh. Años más tarde, el recuerdo permanece pero cambia de títulos: Socorro y Queridos monstruos de Elsa Bornemann. Y después, cómics: Astérix, Lucky Luke, Clemente.
“Como quería ser corredor de Turismo Carretera, estudié la secundaria en un industrial en automotores. Me recibí ahí pero cuando terminé me di cuenta de que no iba a ser técnico. Me iba bien en las teóricas pero con el taller no me llevaba muy bien. Pasé por una experiencia de un primer análisis, soy practicante del Psicoanálisis, entonces empecé a estudiar Psicología pero al poco tiempo empecé Letras. De alguna manera la novela tal vez sintetiza ese recorrido”, sostuvo.
¿Y cómo se lee hoy? ¿Qué rol ocupa la lectura? “Se lee más que nunca”, dice Pisano y explica: “Un período de la humanidad con tasas de alfabetización altísimas y tecnología que hace circular la palabra de manera inmediata y permanente”. Y si bien “lo audiovisual desplazó a la literatura”, asegura que no tiene una “mirada nostálgica del lugar que la literatura tuvo en otro momento”. “La literatura te da otro tipo de goce estético, otro placer, otro tipo de afectos en el cuerpo. No se la consume tan racionalmente porque primero pasa por el cuerpo. Sí es una lástima que la literatura pierda valor porque es una experiencia muy enriquecedora en muchos sentidos para lo humano”.
“Me parece bien que la literatura se siga reforzando —concluye en esta conversación— porque permite otro tipo de experiencias estéticas, que se traduce en otras posibilidades de mundo. Como hablábamos antes: en un mundo donde hay movimientos que intentan cerrar a la posibilidad, hacer de lo posible algo muy chiquito, toda experiencia estética que amplíe ese campo perceptivo me parece positiva, siempre y cuando se agencie con políticas que sean emancipatorias, en el sentido de abrir la posibilidad, porque también hay formas de la literatura que son reaccionarias”.
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