La mirada precisa de Leila Guerriero sobre la escritura, el periodismo y la edición

Tras la publicación de “Teoría de la gravedad”, la autora argentina repasó las claves esenciales que desarrolla en la profesión. “Puedo pasarme mucho rato buscando una palabra si necesito que una frase tenga una determinada métrica”, dijo

Guardar
Leila Guerriero (El Pais)
Leila Guerriero (El Pais)

En Teoría de la gravedad, la periodista y editora Leila Guerriero recuperó sus columnas escritas para El País de España durante cinco años, las editó y reorganizó a partir de ejes como la escritura, el duelo, la vida en la ciudad y la convivencia, para dar lugar a una condensación de sentidos que, en forma de crónicas breves, golpean, conmueven e interpelan al lector en torno a la práctica de la existencia.

Instalada en su estudio de Villa Crespo, la autora de Los suicidas del fin del mundo se dispone a una de las tantas conversaciones que mantiene en estos días vía Zoom con periodistas de distintas partes o con participantes de festivales de periodismo y literatura que se inscriben para escuchar sus intervenciones, y lo hace con un entusiasmo que crece cuando habla de su oficio, de su manera de contar el mundo.

En esta entrevista, Guerriero dice que “tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable”, compara el momento de la escritura con el de amasar o cosechar porque “no siempre sale igual y requiere tiempo” pero dice que “hay que hacer el esfuerzo” por preguntarse por lo que uno tiene para decir si va a romper el silencio y hablar con un altavoz porque asevera que una columna es eso: un altavoz.

- ¿Cómo fue el trabajo de selección de estas columnas?

- Son un recorte muy específico, son aquellas que tenían un punto de vista más personal, un paisaje que licúa lo interior con lo externo pero no hay cuestiones coyunturales. El editor y yo queríamos que el libro tuviera una especie de poética propia y, en ese sentido, hay columnas que funcionan como pequeñas crónicas, como un viaje a Junín, a mi pueblo, a mi ciudad y de pronto todo lo que son las reflexiones, añoranzas o no, lo que sale de un paseo por el campo o la ruta. En ocasiones funcionan como pequeñas crónicas, no siempre, pero hay en todas una mirada periodística. Sobre todo porque se trata de hablar de algo que puede tocar al lector más allá de mi propia historia. Siempre me interesa mostrar la tradición. No se me ocurrió hacer esto de la nada. Hay una serie de cronistas como Clarice Lispector que abundaban en ese mundo interno, a veces un poco atormentado, excusas para hablar de la escritura.

Teoría de la gravedad
Teoría de la gravedad

- Hay referencias a la poesía, muchos poetas citados. Pensaba en la potencia en los finales de estas columnas, ¿relacionás eso con la poesía?

- Puede ser, las columnas tienen un tipo de escritura que sería difícil de llevar a una crónica muy larga. Tienen un estilo muy denso, un perfume muy concentrado y llevar eso a un texto de 17 páginas, puede generar empacho. Así que por momentos es necesario aplicar una escritura mas efectista, como algo muy encendido. Me interesa también la dimensión visual, auditiva del texto. Puedo pasarme mucho rato buscando una palabra si necesito que una frase tenga una determinada métrica o si tengo que poner un subrayado, si la palabra que encontré suena débil y no convoca a la temperatura y la textura que quiero sobre el texto. Mucho de eso proviene de la lectura y de la poesía. Leo bastante poesía y adiestra mucho el oído. Muchas veces escribía una columna y entendía lo que quería decir y donde tenía que llegar pero faltaba algo para ese remate. Necesitaba que todo lo que postulaba fuera apoyado por una voz más fuerte y de golpe recordaba aquel poema de Viel Temperley, de Fabián Casas o de Mariano Blatt, de Sharon Olds o Louise Gluck y a veces terminaba encontrando una cosa inesperada. Otras encontraba un verso que era tan maravilloso que había que construirle una columna, ese verso decía tanto que quería expandirlo.

- Hacés un paralelismo entre escribir y amasar. ¿Cómo pensás la variable del tiempo en la escritura?

- Tenerse paciencia cuando las cosas no salen es indispensable. Hay columnas que uno las escribe en un estado de gracia, de suspensión, pero si espera escribir todo en ese estado, como dice Lililana Heker, se puede llegar a escribir dos páginas en toda la vida. Ese estado también hay que convocarlo, trabajarlo, con la humildad de saber que no siempre vas a poder escribir a ese nivel. Pero es una columna, la tenés que entregar. Estas columnas me han llevado días pero no es lo único que hago entonces no es que estoy tres días solamente escribiendo 360 palabras. No es así como funciona pero el tiempo es importante. Es como el pan, que es como cosechar: tenés que dejar levar, amasar, después dejar levar de nuevo, después fijarte de hacer un segundo levado y no siempre te sale igual aunque pongas los mismos ingredientes. El tiempo hay que hacérselo. Hay que hacer el esfuerzo de preguntarse: “si voy a romper el silencio, si voy a decir algo en voz alta con un altavoz -porque una columna es eso, un altavoz- ¿para qué voy a aprovechar este espacio? ¿para decir lo que ya dijeron todos, para regodearme y que miren todos diciendo qué linda metáfora tiene para decir?”. No, es para tener algo para decir. Escribir desde un lugar de incomodidad, no quedarte con lo primero que se te ocurre.

"Opus Gelber. Retrato de un pianista", de Leila Guerriero
"Opus Gelber. Retrato de un pianista", de Leila Guerriero

-¿Estás de acuerdo con la idea de que la escritura es una práctica en soledad?

- En mi caso sí. No conozco a tantas personas que puedan escribir sin estar solas pero hay. Sergio Olguín puede escribir en cualquier circunstancia. Una vez le hice una entrevista y la mesa de escritura estaba en el medio de la cocina. Me produce mucha admiración esa capacidad de abstraerse. Otros escritores, como Martín Kohan, escriben en bares. No estaría de acuerdo en generalizar. Puedo tomar nota en bares pero no puedo escribir. Ahora, aún en los que escriben rodeados de gente hay introspección, concentración, es estar metidos en un mundo propio, que eso es la soledad en definitiva. Hay que escribir muy conectado con ese mundo que uno está intentando capturar y que se escapa todo el tiempo y para eso hace falta, no sé si estar solo, pero sí concentrado. Y la concentración en mi caso es casi sinónimo de soledad, para la escritura por lo menos.

- ¿Y cómo funcionaron en ese sentido las redacciones?

- Me encantó estar en redacciones pero tengo que decir que nunca, salvo excepciones, escribí un texto en una redacción. Siempre me iba a escribir a mi casa, me malacostumbraron en Página/30. Trabajaba mucho en la investigación, en el reporteo, durante la semana y después escribía en mi casa. Para las notas más complejas, empecé a pedir quedarme en mi casa. Siempre trabajé en revistas, que es un ventaja para mis tiempos porque soy muy lenta, pero después cuando trabajé en otras redacciones hablé con el editor y planteé que mi manera de trabajar era esa, que cuando escribía necesitaba estar muy ensimismada y en un lugar tranquilo. La redacción tiene esta cosa de la conversación informal, viene alguien a tu escritorio y te interrumpe, es muy invasivo. Me resultaba estimulante pero muy distractiva también. No podría decir cómo funciono escribiendo largo en una redacción porque salvo alguna cosa muy urgente, la tarea de escritura fuerte la hacía en casa.

-¿Identificás el momento en el que definiste como periodista?

- Apenas empecé a trabajar como periodista y me compré mi primer grabador, al día siguiente de empezar a trabajar en Pagina 30. Me mandaron a hacer una nota sobre caos de tránsito en la ciudad de Buenos Aires. La posesión de ese grabador y de los TDK y el empezar a hacer entrevistas fueron claves. Ahora uso el digital, no uso el teléfono. Después hubo otro momento: ese mismo año viajé y tuve que llenar la ficha de migraciones a mano y en oficio puse periodista.

- Al comienzo de la pandemia abriste un taller y tuvo récord de inscriptos. ¿Cómo fue esa experiencia?

- Estaba con la idea de que este tiempo sirviera para llegar a lugares a los que no llego habitualmente. Entonces este año armé un taller más federal para inyectar el entusiasmo por el oficio y la idea de hacer un buen periodismo en colegas de todo el país y la verdad es que funcionó muy bien. Hay gente de todos lados: Córdoba, Rosario, Santiago del Estero, también del conurbano y se formó un grupo con una sinergia super interesante. Es la posibilidad de ver los problemas que tienen los colegas de esos lugares, los temas que proponen, esa riqueza se reproduce en el taller. Hay gente de diversas generaciones, son casi todos periodistas salvo algunas excepciones, que son interesados por la contundencia de la prosa y que no tienen mucha experiencia en el oficio. Cuando lancé la convocatoria me escribieron algo así como 380 personas en una semana. Siguen llegando mails pero mi idea es seguir el año que viene con quienes quieran y puedan, mientras las otras actividades me lo permitan.

-¿Cómo cambió tu forma de trabajo en este tiempo?

- Los talleres ocupan un lugar más grande ahora. No puedo sostener mi actividad habitual de viajes y escritura con tantas horas dedicadas a la docencia, aunque no me gusta decir docencia porque siento que estoy usurpando un lugar, al grupo de los talleres. Me gustó mucho generar esta dinámica, hace años que doy taller los lunes en casa, ahora por zoom y, apenas se pueda, pasará a modo presencial. Hubo nervios en el inicio porque me preguntaba cómo generar entusiasmo, hacer que no sea un plomazo. No se trata de sentarse y declamar. Los viernes empecé con unas 30, 33 personas, después fui viendo como funcionaba y fue decantando un poco, ahora son 26. Se generaron algunos cupos y decidí no cubrir, salvo en casos en los que alguna persona me interesaba mucho y ha entrado.

- ¿Y en relación a la escritura?

- La tarea de escritura la continúo, no ha estado haciendo muchas notas y perfiles largos porque la misma situación hace que ponga un punto de interrogación acerca de si quiero hacer perfiles y crónicas, que me interesan mucho, de esta manera. De a poco uno ve que se puede ir a la casa de alguien a entrevistarlo con distancia, aunque no todo el mundo está dispuesto a recibir un periodista en la casa. Además no voy una sola vez, voy tres, cuatro. El desplazamiento está ligado a escritura y es importante. No digo como no puedo viajar, no puedo escribir, el desplazamiento por otra parte también lo busco acá en la ciudad. Al principio, hacía largas caminatas largas sola o con mi pareja. Por una cuestión de buscar estímulo pero también porque soy ávida, no me gusta pensar que me quedo fuera de la observación de lo que está pasando. El paisaje de las primeras semanas del confinamiento era de bomba neutrónica, era muy desolador. La realidad grita precariedad por todos lados: hay una cantidad de vendedores ambulantes de lo que sea, gente durmiendo en los portales, las persianas de los locales bajas, con carteles que dicen “en alquiler”, “en venta”, “gracias por estos años, no aguantamos, nos fuimos”. La precariedad está ahí, no es que me falten temas pero me molesta un poco que todos los temas terminen derivando en lo mismo. Todo lo que escribo termina derivando en la misma historia: la pandemia.

El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones
El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones

Por estos días también salió El otro lado. Retratos, fetichismos, confesiones, un libro en el ejerció otro de sus roles, el de editora, esta vez el trabajo con los textos de no ficción de Mariana Enriquez, una escritora a la que define como “buena en todo”.

Entre la edición y los talleres, Guerriero cuenta que está trabajando en un proyecto de escritura “muy embrionario”: “Nunca hablo de lo que estoy haciendo porque me puedo cruzar con alguien que me diga ‘¿eso te parece interesante?’. Es imposible no hacerse esa pregunta después. O puede pasar lo contrario y te llenan de prejuicios porque te dicen ‘reverendo hijo de perra’ y vos decís hasta ahora no me pareció. Prefiero preservar mi criterio propio”.

- ¿Cómo influyó el empezar a editar al momento de escribir? ¿Recordás esas primeras experiencias como editora?

- Los primeros textos que edité fueron para la revista de crónicas Gatopardo y de viajes Travesías, ambas de México. Me convocó el director de la editorial Guillermo Osorno y dije “¿Te parece? Nunca edité”. Me dijo que ya era editora porque era editora de mis textos y que iba a poder hacer eso con los textos de los otros. Así empecé a editar y me armé una manera. Contaba con el plus de que todos los autores que editaba eran colegas entonces cuando decía “acá falta tal cosa, por qué no hacemos un esfuerzo para ordenar la estructura”, entendían que se los estaba diciendo un par, no una persona que estaba sentada en una nube de humo y nunca se había enfrentado a esos problemas. Eso fue fantástico y muy rápido empecé a sentirme muy cómoda. Con un autor o autora se genera una relación de complicidad, de intimidad, de respeto mutuo que es fabulosa. Después empecé a editar para Universidad Diego Portales de Chile para un trabajo de enorme envergadura: un libro que se llamó Los malditos, una serie de perfiles de editores malditos. Fue fantástico porque tenía una escudería en la que estaban Alberto Fuguet, Alan Pauls. Había que lograr que el libro tuviera parámetros similares en todos los perfiles, que no fuera una colcha de retazos. No podía mezclar un perfil con un ensayo, tenían que ser todos perfiles, crónicas. Ese fue el primer libro grande que edité.

Los malditos
Los malditos

- ¿Cómo fue el trabajo con Mariana Enriquez?

- Siempre me pareció que su obra de no ficción era soberbia, tiene una especie de erudición acerca de las cosas que le interesan y le interesa casi todo. No sé de dónde saca tiempo para leer tanto, para ver tantas series, escuchar tantos discos y trabajar como una obrera porque es editora del suplemento Radar y trabaja mucho, escribe mucho allí. Es buena en todo además: en la ficción, en la no ficción y esto permanecía un poquito más oculto. Nunca se había hecho una tarea de recopilación de sus columnas así que fue un trabajo largo, de un año y medio o más. Desde el momento en que le comuniqué la intención de hacer el libro dijo que sí y me empezó a mandar material. Le pedía textos, me acordaba cosas de La mujer de mi vida, de El País cultural, Guardián porque la leo desde siempre. Y un día descubrió que su marido había guardado su trabajo publicado en revistas en archivo en papel. Cuando los fui a buscar me dijo “traé una valija” y cuando estaba por salir me dijo “mejor, traé dos”. Coloqué todo ese material en un amplio pasillo que conecta mi estudio con el resto de la casa y seleccionaba, estaban en orden cronológico así que fui muy cuidadosa. Hubo algunas pocas notas que hubo que transcribir. Es muy ordenada así que le decía que me interesa una nota, iba a su archivo en la computadora y la encontraba. Lo más difícil fue encontrarle una lógica interna. No quería un orden cronológico, me parece un plomo: tampoco le di un orden cronológico a las crónicas de Teoría de la gravedad. Quería que el libro tuviera diferentes temperaturas, zonas temáticas y vislumbrar todo eso en un trabajo tan enorme era muy difícil. Una semana de verano entendí cómo tenía que ser el libro. Había muchas columnas sobre su mundo propio: cuestiones de género, el tener o no hijos, su pareja, el aborto, sus consumos. Todo eso no podía estar condensado en un solo lugar entonces inventé secciones que se llaman mundo privado que cada tanto irrumpen entre esas columnas de literatura, discos y que, a su vez, están divididas en secciones como fetichismos, dioses y una cantidad de cosas. Le propuse el libro así a Mariana y le gustó. Cuando le devolví el material, tuve que sumar una tercera valija. Se los devolví dos o tres semanas antes del confinamiento.

Fuente: Télam

SIGA LEYENDO

Guardar