El lado B de “Patria”, un viaje introspectivo hacia los años de plomo

La serie de HBO, basada en la novela homónima de Fernando Aramburu, aborda el accionar armado de ETA desde una perspectiva íntima que desnuda los conflictos de dos familias enfrentadas por el nacionalismo vasco

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Trailer de "Patria"

En un pueblo sin nombre de Guipúzcoa una matriarca maneja con mano de hierro una familia de clase trabajadora mientras otra persigue sin tregua una verdad que le permita morir en paz. Miren y Bittori, antiguas amigas, están ahora distanciadas por la violencia etarra y son el motor de la trama que protagonizan. No es casualidad que tanto Fernando Aramburu en su best seller Patria como Aitor Gabilondo en la adaptación para la televisión, que lleva el mismo título, se hayan enfocado en las figuras maternas como punta de lanza. El matriarcalismo es uno de los símbolos distintivos de la sociedad vasca y, para una historia que afronta esencialmente los desgarramientos familiares generados por el conflicto de ETA, poner el foco en este aspecto es un comienzo categórico.

El “fenómeno Patria” explota en un momento de profunda revisión histórica en España. A diez años del enésimo y definitivo cese del fuego de la organización terrorista y a casi dos de su completa desmilitarización, los españoles no llegan a un acuerdo sobre las responsabilidades en el conflicto más dramático por el que atravesó el país desde la caída del franquismo. En ese sentido, Patria es imprescindible justamente por su propósito. No pretende explicar 60 años de enfrentamientos por el nacionalismo vasco en las grandes esferas, sino sacar a la luz los padecimientos a los que han sido expuestos los ciudadanos de Euskal Herria, ya sea aquellos que fueron víctimas de los atentados terroristas que ETA sigue considerando “daños colaterales” como los familiares de los etarras, que veían con resignación como sus hijos y hermanos marchaban a la guerra y que hoy sufren por ese destino. Patria, en resumen, no se enfoca en el Gobierno, en los líderes de la Organización ni en las fuerzas de seguridad del Estado, sino en las familias de a pie. Y en esa lucha de matices nadie es tan bueno ni tan malo.

Miren y Bittori, entonces, son las protagonistas de una ficción dramática que encuentra equivalencias en miles de casos reales. La primera es una nacionalista ciega que no es capaz de descifrar en Joxe Mari, su hijo, un etarra hecho y derecho, y la segunda es la viuda de Txato, un empresario de los transportes tildado de explotador que pagó con sangre no haber saldado el impuesto patriótico. El salto temporal de la serie, que oscila entre los ochenta y el 2011, encuentra a Bittori intentando comprender quienes fueron los asesinos de su esposo, a Miren visitando a Joxe Mari, que cumple una condena eterna en la cárcel, y a un puñado de hermanos que quedaron anclados a la suerte de ambas familias. Algunos pagaron con el destierro. Otros con una permanencia penitente en un pueblo vasco en el que por mucho que llueve no alcanza para barrer el pasado.

El estreno de la serie, por otra parte, estuvo espoleado por una polémica en el cartel publicitario, que mostraba a una mujer sosteniendo el cuerpo inerte de un hombre ejecutado en un atentado, y en paralelo la imagen de un presunto etarra quebrado por las torturas. Al respecto, Aramburu aseguró no estar de acuerdo con la forma promocional pero defendió la fidelidad con la que se reescribió el guión de su novela. No obstante, el entredicho por la publicidad puso en el tintero una vez más las posturas más radicales. Por un lado la izquierda abertzale sigue sin reconocer que ETA dificultó el periodo democrático con su paso definitivo a la clandestinidad, ya que la mayoría de los atentados fueron posteriores a 1977, y por el otro tampoco supo comprender que los métodos nacionalistas perdieron apoyo tras la aprobación de la Constitución española y el Estatuto de Autonomía del País Vasco. En la otra vereda, los sectores opositores a los partidos independentistas siguen defendiendo el accionar de los grupos parapoliciales durante los ochenta y noventa e insisten, con argumentos respetables, en que no hay unanimidad en comparar el dolor de los etarras con el de las víctimas.

La persecución internacional de ETA es otro aspecto que está muy bien reflejado en Patria. La Unión Europea aunó esfuerzos por erradicarla en cuanto consideró a la estructura terrorista una amenaza fuerte y la colaboración de Francia, que tiene una porción de su territorio reivindicado por el independentismo vasco, fue vital para el deterioro de las células armadas. Durante años los secuestros, extorsiones, atentados y coches bomba de la organización fueron el desvelo de la policía y la Justicia europea.

La recreación histórica de la serie, legataria de la minuciosa narración de Aramburu en su novela, es muy acertada en cuanto al vestuario de época y al maquillaje de los personajes a medida que pasan los años. El guion de Patria se permite saltos temporales más agresivos que los del libro, en el cual la historia transcurre de manera un poco más lineal. Fuera de esa licencia, ambas obras se obsesionan en mostrar cómo viven las personas corrientes un conflicto armado, y cómo terminan siendo perjudicados por estas variables. El dolor humano es el hilo conductor que a su paso no deja indemne a nadie.

Una de las escenas más irrevocables de Patria es la de una turba persiguiendo entre cánticos de libertad el féretro de un etarra. En ese grupúsculo marchan su madre y muchos otros familiares de esos autodenominados soldados. En el acto siguiente el padre del muerto, un carnicero local, hace catarsis con Joxian, el esposo de Miren: “Si yo hubiese sabido donde estaba escondido lo hubiese denunciado a la policía. De la cárcel se sale alguna vez, de la tumba nunca”. El pueblo en el que todo transcurre y que no se nombra ni en la serie ni en el libro cuadra con las características de Hernani, un municipio de veinte mil habitantes que fue epicentro del reclutamiento de ETA. Gabilondo intentó filmar en locaciones pero el alcalde, del partido de izquierda abertzale Bildu, no otorgó los permisos, por lo que el rodaje peregrinó por varios puntos de San Sebastián.

El pueblo como escenario central es fundamental para Aramburu, vasco de Donostia. En más de una oportunidad se cuestionó por qué él no tomó las armas y muchos de sus congéneres sí. Incluso recordó alguna vez que ETA no actuó simplemente como una organización terrorista sino que también reclutaba jóvenes en las barriadas. Entre las razones de su falta de interés por el independentismo a sangre y fuego encontró su tempranero hábito de la lectura y, principalmente, haber vivido en una ciudad como San Sebastián en la que el adoctrinamiento es menos fértil que en pueblos rurales y trabajadores. Patria, en tanto, es un relato en el que convergen las miserias humanas de anónimos arrastrados por la vergüenza, el miedo, la ignorancia y el qué dirán.

La vigencia del conflicto y la retrospectiva sobre los años de plomo convierten a la novela-guion de Aramburu en una historia urgente. En el mismo sentido se estrenaron recientemente dos miniseries, La línea invisible y El desafío: ETA, pero ninguna de las dos refleja la tragedia de los comunes con la fidelidad con la que lo hace Patria. La serie traduce ese clima en los primeros minutos, cuando Bittori escucha los disparos y se pierde en una lluvia torrencial junto a su esposo bañado en sangre. Lo que sigue es el comienzo del final, el fundido a negro.

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