Pilar Quintana es una reconocida autora colombiana nacida en Cali, en 1972. Es autora de La perra (Literatura Random House), un título provocativo para una novela breve, hipnótica, de 100 páginas, que cuenta una historia principal pero en la que hay muchas historias apenas esbozadas que podrían, cada una de ellas, ser a su vez una novela. Es una ficción abundante, frondosa, aún en su brevedad elaborada. Quintana la escribió luego de ser madre: mientras amamantaba a su hijo Salvador, tomaba notas en un celular.
La novela, además de haber sido celebrada por la crítica y los lectores, recibió otro tipo de reconocimientos. Por caso, es finalista del 2020 National Book Awards (quizá el premio literario más importante de Estados Unidos) en la categoría de Literatura traducida (Translated Literature). Mientras en español el título de la novela tiene múltiples sentidos, en inglés opta básicamente por uno de ellos ya que se tradujo como The Bitch.
La protagonista de la novela es Damaris, una mujer corpulenta, maciza, de piel oscura y manos de hombre. Vive en la selva, en el Pacífico, con su marido Rogelio y tres perros hostiles. Damaris y Rogelio no tienen hijos, no pudieron tenerlos. En la selva no hay clínicas especializadas ni tratamientos de fertilidad. Hay, sí, hombres y mujeres que intentan curas con hierbas y rezos y remedios caseros. La escritora construyó un universo pleno de matices y colores narrativos en donde la ternura y la fiereza se confunden todo el tiempo. Quintana vivió casi diez años en la selva pero recién pudo escribir sobre estas experiencias cuando se mudó a Bogotá.
¿García Márquez es una presión para esta escritora colombiana? Pues no, para Quintana Gabo no es una sombra: “Para mí, García Márquez nunca ha sido una sombra porque yo creo que él fue más un abuelo y un abuelo querendón, un abuelo al que uno quiere, y al que uno le debe. (...) Mi padre literario es más como Andrés Caicedo, que es un caleño. Un escritor rebelde, que se suicidó a los 25 años porque él decía que no valía la pena vivir más allá de los 25 años”.
Competencia de lealtades
La perra arranca con un diálogo entre Damaris y Doña Elodia, una vecina que le cuenta muy preocupada que envenenaron a su perra en la playa y quedaron diez cachorros huérfanos de apenas seis días. Damaris, en un impulso, se decide por una cachorra. Se resiste a atarla hasta que la perra comienza a rebelarse y a escapar al monte, o adonde sea. Y queda preñada una vez. Y queda preñada otra vez. Y lo que en un comienzo es una relación entre una mujer melancólica con necesidad de dar cariño y una cachorra indefensa se va transformando en una competencia de lealtades, salvajismo y potencia entre dos hembras.
Recientemente fue también publicado en Colombia el libro de cuentos Caperucita se come al lobo, un conjunto de relatos en los que Quintana reflexiona sobre el deseo y la violencia. Hace algunas semanas, la escritora caleña fue entrevistada para el programa Vidas Prestadas, de Radio Nacional. Lo que sigue es la transcripción de esa charla.
— Estás viviendo en Bogotá, pero viviste en un lugar muy parecido al que describís en La perra entre los 30 y los 39 años, ¿verdad?
— Exactamente. Viví 9 años en un lugar muy parecido al de La perra; no quise darle nombre porque al ficcionarlo le hice cambios, pero está muy basado en ese lugar, que queda a una hora en lancha rápida de la ciudad más cercana, que se llama Buenaventura y que es el puerto más grande de Colombia sobre el océano Pacífico. Pero, igual, todo el Pacífico es una región que está bastante aislada del resto del país.
— Los personajes centrales en La perra son un hombre y una mujer negros; en algunas entrevistas hablaste sobre el racismo estructural en Colombia. Dijiste que era una tierra en la que los negros no son dueños de la tierra que han habitado por cientos de años. ¿Era un tema que te preocupaba y sobre el que querías escribir?
— Yo quería contar la historia de una mujer contra los elementos. Quería hacer El viejo y el mar, sólo que con la señora y la selva. Pero una de las preguntas fundamentales que me hice para empezar a escribir era: bueno, quién es mi personaje. Mi personaje va a ser una mestiza del interior de Colombia llegada a esa costa o quién va a ser. Y ese personaje de la mestiza era más cercano a mí pero no me permitía contar la historia que yo quería porque una mestiza del interior del país tiene oportunidades, puede volver a la ciudad, puede hacerse tratamientos de fertilidad, y no está sola contra la naturaleza. En cambio, una mujer negra nacida pobre en el Pacífico colombiano está sola contra el medioambiente. Entonces ahí me di cuenta de que tenía que contar una historia en la que la protagonista iba a ser negra y los personajes alrededor también iban a ser negros. Ahí empecé a pensar que tenía que señalar el racismo; que tenía que ponerlo en escena, retratarlo. No sé tanto si a hacer una denuncia, pero sí ponerlo en escena.
— La perra es una novela muy breve pero muy frondosa. Estamos hablando justamente de la idea del racismo estructural y la anécdota central tiene que ver con esta mujer que no puede quedar embarazada y la presión social por el embarazo. Por otra parte, hay cuestiones que tienen que ver con las diferencias entre clases sociales. ¿Todo eso fue creciendo junto con la idea de original de esta mujer contra los elementos?
— Lo fue, pero cuando yo me fijo en el resto de mi obra y de mis novelas, digamos, siempre ha estado presente la lucha de clases y siempre tenemos en oposición una clase más alta y una clase media o una clase baja, ¿verdad? Entonces ese es un tema que siempre he puesto en escena no a modo panfletario, no a modo de denuncia sino como una realidad que hay que retratar y que está presente en la realidad colombiana. No puedo yo hablar de personajes sin enunciar eso, sin que eso esté presente. Acá había un tema adicional y era el tema de ser negro.
— Y que, además, ser negro y pobre hace más pronunciada la presión social por el embarazo. Porque en este momento, si uno se pone a pensar en otras clases sociales y en otros espacios físicos que no son la selva, ahora hay otra presión social sobre la mujer, una más feminista si se quiere. Damaris siente la presión porque no queda embarazada y de repente hoy hay mujeres que desean el embarazo pero sienten que el actual no es un momento para que una mujer sienta esos deseos. No sé si se entiende lo que digo.
— Se entiende perfectamente. Y ahí me gustaría hablar de dos cosas. Una es que yo de los 30 a los 39 años, que era cuando mis amigas del colegio y de la universidad buscaban quedarse embarazadas y teniendo bebés, algunas con éxito, otras sin éxito, yo no quería tener hijos. No sé, desde los 15 años, desde que uno empieza a pensar en eso, yo decía: “no quiero tener hijos”. Y ya vieja, después de los 39 años, me dieron ganas de tener un hijo. En esos momentos yo sí sentía una diferencia notable: mis amigas de la ciudad sabían que no quería tener hijos y ya, no era un rollo. No había un problema con eso. Pero en el Pacífico, cuando me preguntaban "¿y por qué no tienen bebés?, yo decía: “pues no queremos”. Y mi respuesta no les parecía verdad. No les parecía posible que una mujer dijera…
— Tomara la decisión, claro.
— Exacto. No les parecía que eso fuera posible. Y me decían “no se preocupen, nosotros acá tenemos unas hierbitas que son buenísimas para quedar embarazada”. Y yo decía: “decime cuáles son para no tomármelas nunca porque yo no quiero”. Y de verdad me miraban un poco como si yo fuera extraterrestre. Y, entonces, al armar La perra yo decía: imaginate vos la presión de no quedar embarazada, queriéndolo pero con la presión adicional de una sociedad en la que se valora a la mujer porque puede tener hijos.
— El valor de la fertilidad.
— Exacto. En la que la fertilidad es un valor absoluto. Que lo sigue siendo en nuestra sociedad, en el común de nuestra sociedad. Pero creo que para una mujer como yo, de clase media, educada en la universidad, escritora, digamos, progresista, pues eso no es un rollo tan tremendo. Cuando publiqué La perra, me decían “pero ¿por qué hacer una novela sobre una mujer que quiere tener hijos y no sobre una mujer que no quiere tener hijos?”.
— Sí, me quedé pensando en lo que estabas diciendo porque en la novela aparece también se dice en un momento “cuando la mujer se queda seca”. Hay algo con la edad y con la vejez que las mujeres padecen mucho más en términos de presión que los hombres.
— Sí, y hay un momento en que toda mujer tiene que decirse: ¿voy a tener hijos o no? Y creo que esa pregunta cada vez está corriendo más el tiempo de hacérsela pero recuerdo cuando mis amigas estaban teniendo hijos, todas sentían la presión de que tenía que ser antes de los 35 porque después se hacía más difícil. Ahora esa edad se ha corrido y yo creo que es a los 38, 39, que ya tienes que decidir porque, si no, luego no vas a poder. A todas las mujeres nos llega ese momento, y yo fui esa mujer que a los 39 dije bueno, ya, o tengo un hijo o no tengo un hijo. Y dije: sí, lo voy a tener y sí lo quiero tener.
— Decidiste que ibas a tener un hijo pero decidiste también que ibas a seguir escribiendo y, por lo que estuve leyendo, escribiste La perra en un celular, mientras amamantabas a tu bebé.
— Sí, que es algo… Mis compañeras del colegio y de la universidad, sobre todo las del colegio, son todas profesionales y ellas van a la oficina. Y entonces son madres y tienen su licencia de maternidad, que en Colombia es de 3, 4 meses, y luego vuelven a la oficina. Mi oficina es mi casa. Y yo siempre he trabajado en la casa. Entonces yo tenía un bebé en la casa y estaba entregada a la maternidad, era algo que quería hacer, fue una decisión consciente, no era una niña de 20 años que no sabe bien a qué se está enfrentando, yo lo sabía muy bien, pero fue difícil porque no encontraba el momento para escribir. Entonces, yo tenía una ventanita de tiempo que era de dos horas. A las dos de la tarde mi hijo hacía la siesta hasta las cuatro. Pero él era un bebé descaradísimo, que tomó teta hasta los dos años y siete meses, y tomaba teta y si yo me movía o me iba, él se despertaba y se iba detrás de mí. Entonces la única opción que tenía, ya no era un bebé chiquito, que me permitía sentarme en el computador mientras dormía, ya era un bebé grande en ese momento. Cuando empecé a escribir la novela tendría 9, 10 meses. Y entonces la única manera en que podía escribir era en el celular, en el bloc de notas.
Una novela en un bloc de notas
— A mí no me sorprende que una mujer pueda escribir una novela en el celular hoy, lo que me sorprende es que pueda escribir esta novela en un celular. No es solo un argumento, de por sí que da muchísimo para el debate, sino que es una forma de la prosa completamente exuberante, muy elaborada. ¿Cómo podías escribir así en un celular, en donde uno está acostumbrado a escribir de una manera más elemental, por llamarlo de algún modo?
— Sí, bueno, la primera versión, el primer borrador que fue escrito en el celular era más simple y el lenguaje no estaba todavía del todo elaborado. Y yo lo que saqué ahí fue la trama en limpio y ese borrador tenía -me acuerdo- 72 páginas. Yo había pensado que estaba haciendo un cuento; pasaban los meses y yo seguía escribiendo y yo decía “está como largo, o se me oxidaron las manos y ya no sé escribir porque me estoy demorando mucho sacando un cuento”. Y cuando ya terminé y lo imprimí y lo pasé a Word dije “ojo, hice una novela, estoy haciendo una novela”. Pero le faltaba. Era un edificio en obra negra al que le faltaban la pintura, los acabados, los muebles, los cuadros en las paredes de los apartamentos. Le faltaba todo el decorado. Le faltaban la selva, los mosquitos, la lluvia. Estaba el mar, porque es un elemento tan importante dentro de la historia como la selva.
— Es el protagonista.
— Claro, el mar y la selva son protagonistas, entonces estaban. Pero todavía no estaba creada la atmósfera. Eso lo hice en el trabajo de reescritura. Y ahí ya fue un momento en que le dije a mi marido “bueno, aquí está su hijo, acaba de tomar teta, está lleno, entonces téngalo usted”. Y él me miró con los ojos así abiertos como platos como diciendo “y ahora yo qué hago”, ¿verdad? Y creo que fue muy bueno porque como fui una mamá que dio tanta teta, entonces el hijo era mío y mi esposo (Eduardo Otálora, escritor) estaba presente, ejercía la paternidad, pero acá le tocó ya encargarse del muchachito él solo.
— Cuando empezaste a escribir la historia de Damaris, ¿sabías de entrada de su frustración por la maternidad?
— No, lo primero que yo tuve fue el desenlace. Y lo que yo sabía era que quería llevar a ese desenlace a una mujer buena, una mujer con buenas intenciones. Ese era el reto que yo quería contar, convertir a una persona buena, noble en alguien que es capaz de cometer algo que al principio del libro ella dice “es imposible que alguien haga eso”.
— ¿En qué lector pensás cuando escribís?
— Qué buena pregunta es esa. Hay escritores en mis talleres que llegan y me dicen “es que yo quiero escribir para mí”, y yo les digo “si quiere escribir para usted, entonces haga diarios”. Yo siempre pienso que me van a leer. Y mi lector ideal son mis amigos y mi esposo, que son los lectores más exigentes, con quienes compartimos gustos literarios y de cine. Con quienes hablamos mucho sobre la creación. Mi mejor amigo es escritor, mi otro mejor amigo es escritor, mi esposo es escritor. Todos somos escritores, entonces creo que siempre estamos hablando mucho sobre la creación, sobre lo que nos gusta ver, sobre lo que nos gusta leer, y creo que ellos son como mi público base. Y yo quedo tranquila cuando termino algo y a ellos les gusta, porque además son mis lectores honestos, que son capaces de decirme “está bien pero todavía le falta”, o “eso no está funcionando”.
— Justo se abre a dos preguntas que te quería hacer, la primera es cómo es ser una mujer escritora en Colombia. Cómo se vive hoy todo lo que está pasando en materia de revolución de género porque si en la Argentina tuvimos a Borges, ustedes tuvieron a García Márquez, ni más ni menos, con lo cual es un poco complicado superar al gran padre y superar los temas de género, ¿no? Hablo de la cuestión del patriarcado literario.
— Sí, sí, lo es. Para mí, García Márquez nunca ha sido una sombra porque yo creo que él fue más un abuelo y un abuelo querendón, un abuelo al que uno quiere, y al que uno le debe. Yo crecí leyendo en el colegio. Pensaba que la literatura pasaba en los pueblos perdidos del Caribe colombiano. Para mí eso era la literatura, ¿verdad? Luego mi padre literario es más como Andrés Caicedo, que es un caleño. Un escritor rebelde, que se suicidó a los 25 años porque él decía que no valía la pena vivir más allá de los 25 años. El se suicidó en el año 76 o 77, cuando yo tenía 5 años, entonces pues no lo conocí pero sí lo leí de adolescente y él era como un mito en mi ciudad y todos los jóvenes en Colombia lo siguen leyendo y es un padre literario para muchos.
— Sí claro.
— Suicida, rockero. Entonces a él lo entiendo más como mi padre literario que me dijo “oye, puedes escribir sobre Cali, sobre la salsa, sobre el rock, sobre drogas, sobre las cosas que te gustan a vos”. Estoy asistiendo a esta revolución feminista primero un poco con sorpresa, un poco con desconcierto, porque el mundo en que a mí me tocó empezar a publicar era otro en el que te tenías que abrir un lugar a codazos y en contra de una serie de prejuicios. Como que en todas las entrevistas de mi vida me preguntaban si mi literatura era femenina, y cómo era mi sensibilidad femenina, y estos temas femeninos sobre los que yo escribía. Y yo me pasé años diciendo “mi literatura es literatura a secas”, “¿por qué no le preguntas a mi compañero Antonio si su literatura es masculina o si él escribe con los testículos?” Era un mundo en el que las mesas eran de ocho escritores y una escritora. Los invitados a los eventos eran veinte escritores y dos escritoras. Y entonces yo siempre fui un poco una privilegiada porque me dejaron entrar a ese club que era eminentemente masculino. Y entonces he asistido con mucho desconcierto pero también como con mucha felicidad a esta revolución donde ahora las mujeres escritoras son valoradas, donde la escritura de las mujeres es buscada. Hace poco que estuve en la Feria del Libro de Frankfurt y me contaba mi agente: “es que no quieren leer hombres” O sea, están buscando autoras mujeres. Y yo veía eso como “no puede ser este mundo que me tocó, que maravilla”.
— Sí, es una maravilla que los hombres autores que recién empiezan también están viviendo con mucho desconcierto. O sea, me parece que lo que tiene que ocurrir en algún momento es que aparezca un equilibrio. Estamos viviendo la compensación de años y años de mujeres escritoras sepultadas por la historia, ¿no? Entonces era tiempo para empezar a leerlas. Porque al mismo tiempo que se leen a las mujeres que publican ahora se están buscando desesperadamente mujeres que no se publicaron o mujeres que se publicaron y nadie leyó. Es decir, es un momento en donde efectivamente la literatura escrita por mujeres está llamando mucho más la atención.
— Claro. Y a mí me está hablando la literatura hecha por mujeres. Yo siempre leí mujeres, desde el colegio, y tuve la fortuna de estudiar en un colegio que tenía una gran biblioteca y que tenía grandes profesoras de Literatura y que me inculcaron el amor por la literatura, entonces yo siempre leí mujeres escritoras, mucho más hombres obviamente, y mi biblioteca era masculina con ciertas mujeres, muy poquitas y muy pequeñas. Pero ahora últimamente, digamos este año, he leído libros sobre todo de mujeres y algunos de hombres, pero los libros que me han marcado y que me han asombrado son escritos por mujeres.
— En La perra, Rogelio tiene un lugar importante aunque no hable tanto, pero tiene un lugar importante porque es el marido de la protagonista, y hay algo en ese personaje que por un lado es un bruto, pero por otro lado es un gran compañero. ¿Cómo fue construir la figura de Rogelio para vos?
— Bueno, había un personaje en Juanchaco, en el Pacífico colombiano donde yo vivía, a quien le decían Cariño. Y Cariño era un hombre hosco, casi como un ogro. Vos lo veías y era un hombre inmenso, grande, un pescador, musculoso, con manos gigantescas llenas de heridas de la pesca. Y a Cariño le decían Cariño y yo jamás entendí por qué. Nosotros éramos cercanos a su familia, y un día su hija cumplió 15 años, le hicieron el quinceañero, bajamos al pueblo y él, que siempre era muy callado, en algún momento me dijo “ya la marea está subiendo, entonces si se van a quedar pueden dormir en mi casa, si se van a ir, se tienen que ir ya”. Y nosotros estábamos ya borrachos en medio de la fiesta y entonces decidimos irnos para la casa, pero la marea estaba subiendo muy fuerte y cruzar el estero para ir a la casa pues era peligroso. Y de repente, cruzamos el estero y yo sentí que venía alguien detrás de nosotros con una linterna, pues dije: "¿quién anda ahí? Era Cariño. Yo le dije “Cariño, usted qué está haciendo”. A mí me dio miedo porque dije “este hombre a lo mejor nos está persiguiendo a la casa”. Y entonces me dijo: “estoy siguiéndolos para ver que lleguen bien a su casa”. Y yo ahí descubrí toda la ternura de Cariño, de ese hombre que parecía un ogro, descubrí toda esa ternura que él tenía. Y descubrí por qué quizás le decían Cariño. Entonces quise hacer un poco un homenaje a esos personajes de pescadores que tienen una vida tan dura, hombres fuertes, secos, serios, y que tienen ternura por dentro.
La vida en la selva
— Tenías 30 años, habías vivido bastante, habías estudiado Comunicación, habías trabajado en publicidad, habías vivido incluso fuera de Colombia, o sea que conocías el mundo, y decidiste irte a vivir a Juanchaco, al Pacífico colombiano, a la selva, a todo esto que estás describiendo. ¿Cómo fue esa decisión y cómo fue vivir ahí?
— Bueno, yo soy escritora desde los 7 años, cuando me enseñaron en el colegio a escribir. Y apenas tuve un vocabulario escribí mi primera historia. Y siempre supe que me quería dedicar a escribir. En la universidad yo me imaginaba como adolescente que iba a ser como Oriana Fallaci, una señora que entrevistaba a jeques árabes, príncipes y no sé qué, ella siempre salía en las entrevistas fumando, entonces aprendí a fumar muy rápido. Y luego entré a la universidad con la idea de convertirme en periodista y en la primera clase de redacción dije “yo esto no lo quiero hacer”. Yo no quiero redactar, yo quiero escribir ficción. Entonces empecé a dedicarme a la ficción, pero uno no puede salir de la universidad a publicar libros porque tus libros no van a ser buenos en ese momento, nadie te va a creer, de eso no puede vivir. Entonces me dediqué a escribir libretos para televisión. Y esa fue mi escuela, como para muchos de los escritores de mi generación sus escuelas fueron las redacciones de los diarios, las revistas, la mía fue la escritura de guiones. Fue la época de mi vida en la que más páginas he escrito pero menos páginas para mí, menos páginas de lo que yo quería hacer. Escribía para un gran público pero con ciertas restricciones de censura porque el horario era familiar entonces los personajes tenían que actuar de cierta manera, bueno. Y decidí renunciar, irme, yo estudié en Bogotá pero soy de Cali. Decidí volverme a Cali y conseguirme un trabajo de oficina que me permitiera por la noche llegar a mi casa a escribir. Y entonces ahí vino la publicidad, pero la experiencia de trabajar en una oficina para mí fue terrible, entonces que me iba a convertir en escritora de libros y que me iba a ir a viajar por el mundo. Y eso hice. Y me resultó, la novela que escribí la publicaron. Pero igual tampoco podía viajar eternamente ni podía vivir de mis libros en ese momento.
—Claro.
— Entonces decidí asentarme en un lugar como el Pacífico colombiano. Compramos con mi ex marido un pedacito de tierra que era muy barata, hicimos nuestra casa con las propias manos, y viví una vida muy sencilla donde yo tenía que escribir un artículo al mes y con eso podía vivir, vivir tranquilamente. O iba a la ciudad, dictaba un taller, y con lo que me pagaban podía vivir dos meses. Entonces creo que la experiencia fue en parte para poder costearme la vida de escritora y también porque quería vivir con intensidad, o sea, quería agarrar la tierra y hacer mi casa con mis propias manos.
— Claro, mientras te escucho pienso que de esa manera podías vivir como escritora pero también adquirías la suficiente experiencia y aventura, si se quiere, como para completar una vida de escritora.
— También. Y lo que pasa es que yo tuve una vida muy protegida. Cali es una ciudad que parece muy liberal porque es la ciudad de la salsa, de tierra caliente, del baile, pero la sociedad en la que yo crecí es tremendamente conservadora. Y es una ciudad que castiga a los que no son apropiados para esa ciudad. En Cali todo el mundo se viste de cierta manera. Tenés que opinar de cierta manera. Y yo siempre me sentía inapropiada en Cali, ¿verdad? Entonces también fue como un acto de rebeldía, de decir “voy a hacer mi vida y no voy a seguir lo que me dijeron que tenía que ser ni en el colegio ni en mi familia ni en mi barrio ni en la sociedad caleña a la que pertenezco”.
— Entiendo. Recién, cuando hablabas de tus talleres, decías que a las personas que van y dicen “yo quiero escribir para mí” les aconsejás que escriban diarios. ¿Cómo es eso de enseñar a escribir?
— Sí bueno, yo también soy de la opinión de que si podés vivir de otra cosa que no sea escribir, mejor viví de eso. Casi como que si no podés no escribir y te vas a suicidar, bueno, sí, sí, tenés que ser escritor (risas). Uno puede ser un abogado mediocre y comprarse con eso una casa, enviar a los hijos a la universidad, sostener una familia. Pues puedes ser el mejor escritor de tu generación e igual te toca ser profesor universitario, o dictar talleres, o, no sé, vender la lotería en la esquina, porque es probable que aun siendo el mejor de tu generación no alcances a vivir de eso. Es una profesión muy ingrata, entonces, si uno puede evitarlo, mejor. Yo desde hace bastante tiempo vengo dictando talleres. En los últimos dos años no lo he hecho porque estaba dedicada a una novela. Pero los últimos talleres que doy son en una librería en Bogotá que se llama Lumina y me gusta mucho. Generalmente todos tienen otra profesión y van al taller porque quieren, porque les gusta escribir y quieren aventurarse como, no sé, como si me dan ganas de ir a una clase de pintura porque me gusta y quiero explorar esa faceta artística. Entonces me divierto mucho porque no son personas generalmente que tengan la ambición de convertirse en escritores y vivir de eso sino es porque tienen algo que contar, o quieren explorar algo en lo que son buenos, que siempre les ha gustado hacer que es la lectura y la escritura. Y me gusta mucho porque al enseñar, aprendo yo. Yo creo que soy la primera beneficiada en los talleres porque cuando leo lo que hacen mis estudiantes y veo alguna torpeza soy capaz de verla en el texto de ellos y así mismo en el mío. Es entonces cuando digo: “eso que está haciendo él mal, yo lo estoy haciendo también”.
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