Si el lenguaje es un terreno de intensa lucha política —la arena de la lucha de clases, decía Voloshinov—, el idioma es un campo de batalla que repercute en todas las esferas de las relaciones sociales. “En la historia occidental, hubo muchas ‘lenguas del imperio’. Al español le tocó su hora, lo sabemos por nuestra propia historia latinoamericana. Bastante simplificado se puede decir: primero fue el italiano, después el español, luego el holandés, luego el francés y por último el inglés”, dice Mariana Dimópulos, autora y traductora. ¿Y qué implicancias tiene la supremacía del inglés en las literaturas y mercados editoriales periféricos? ¿Se puede seguir hablando de colonialismo cultural en este mundo globalizado, hiperconectado y sobreinformado? ¿Cómo se tallan los libros en los márgenes lejanos del gran imperio?
Desde 2007, Ariana Harwicz vive en Francia, donde “la lengua es todo”. “El que maneja la lengua se puede defender. El que no la maneja está muerto socialmente, políticamente. Con excepción del comodín del inglés. Digamos que los franceses te lo perdonan por esa devoción oculta y esa relación contradictoria y de fascinación que tienen con el inglés. Pero todas las otras lenguas son ‘menores’. En Francia la adaptación a la cultura pasa por la lengua, pero cada nación, cada país y cada cultura se define por la relación que establece con su lengua, y también respecto a los inmigrantes, a los extranjeros, que no la hablan o que la hablan de otro modo. Es eminentemente, de manera obvia, una relación de poder, de centro y periferia, de centralidad y marginalidad, de imperio y subordinados”, agrega la escritora argentina.
“Yo siempre lucho para poder hablar en español —continúa la autora de Matate, amor y Degenerado—. Más allá de que soy bilingüe con francés y entiendo inglés, no es que tenga una postura firme e inamovible de no pasar de lengua. Es una cosa muy interesante pasar de lengua. Lo digo yo que vivo en otra lengua. Lo que pasa muchas veces es que todos los latinoamericanos que conozco en todos los ámbitos se esfuerzan por hablar un inglés perfecto. Al revés no pasa nunca. Me acuerdo en la Alianza Francesa, antes de irme a vivir afuera, y me acuerdo del Instituto Goethe y de cualquier evento: cuando vienen de afuera son dioses, viene un francés o un yanqui o un inglés y todos corremos a hablar la lengua de ellos. Ellos no pueden hablar español, ni tres palabras, ni aunque estén en nuestro país. Y cuando nosotros vamos allá, no hablamos español porque somos los recibidos. Hay una relación de fuerza que la asumimos como statu quo y no la peleamos, y me parece que sería interesante pensarla.”
Por su parte, Martín Kohan prefiere matizar las implicancias del supremacismo inglés en las literaturas periféricas: “En lo que a mí respecta, [no repercute] en nada que yo alcance a advertir. Hay novelas mías traducidas al inglés, como las hay en otros idiomas. Y en cuanto a las ferias del libro o los festivales literarios, me ha tocado estar por caso en Gran Bretaña, en Francia, en Italia o en Brasil: siempre me ofrecieron la posibilidad de contar con un traductor, si lo precisaba. Supongo que pasa a ser un requisito de importancia para un agente literario o para un agente de prensa; pero como yo no me ocupo de gestionar mis libros ni tampoco de promocionarlos, la cuestión no me afecta”. Respecto a si existe un imperialismo cultural en la cuestión de la lengua, sostiene que, “en términos económicos, sin duda; pero en términos lingüísticos, no me parece”.
Víctor Malumián, editor de Godot y coautor de Independientes, ¿de qué?, ha concurrido a varios festivales internacionales y sostiene que “en todos los países la lengua de habla entre una persona proveniente, por ejemplo, de China y de Alemania suele ser el inglés. No es un tema solo del castellano”. En Argentina es común la figura del traductor en mesas de festivales, pero ¿qué ocurre en los eventos literarios de otros países? “Es común, en parte no solo por una tradición, además influye el excelente trabajo de instituciones como el Goethe, Institut Français Argentina y CCEBA, que están siempre pendientes de lo que sucede a nivel cultural e intentan generar una conversación donde se hacen eco del trabajo local y logran un estupendo nivel de participación. Es determinante si se piensa en una política cultural de la lengua o de nuestro país en otros territorios y lenguas”.
“Toda literatura en lengua que no sea la inglesa ‘depende’ en buena parte de la traducción para poder circular internacionalmente”, dice Dimópulos, autora de Quemar el cielo y Carrusel Benjamin. “Esto está condicionado por los lectores en las editoriales, los editores, y por supuesto los agentes. Le pasa tanto a un libro de un autor alemán u holandés como a un libro de un autor latinoamericano. Claro, las editoriales de mayor poderío pueden mandar a traducir muestras de libros para ‘competir’ en el mercado internacional. Esto respecto a los libros en sí mismos. Ahora bien, seguramente el autor alemán y el autor holandés tienen, por el simple hecho de pertenecer a sociedades de bienestar y de enorme vinculación con el mundo angloparlante, muchas mayores posibilidades de hablar (bien) en inglés si alguna vez son invitados a un festival o a un congreso. No les pasa sólo a los escritores, esto es un fenómeno que se da en el comercio, en el arte, en los intercambios culturales en general. Sólo que el escritor se ve afectado especialmente: su medio de trabajo es la misma lengua que debe abandonar”.
Para Malumián, la cuestión imperialista en este debate por la lengua "es determinante. Los pocos países de primer mundo que no tienen programas de traducción para facilitar la internacionalización de la producción cultural son Estados Unidos e Inglaterra, y eso está dado, en gran parte, porque su idioma se ha convertido en el punto de encuentro del resto del mundo. La lista de países o lenguas que invierten en promover su cultura ya sea mediante traducciones, apoyos a viajes, promoción, etc. es bastante extensa y oscila desde el francés y el alemán hasta el polaco y el esloveno. No solo depende de la tensión entre centro y periferia sino además de la voluntad gubernamental de construir una política cultural que ayude a difundir lo que sucede puertas adentro de un país.
“Es muy común la figura del traductor, del intérprete en festivales de toda Europa, pero siempre con la excepción del inglés. Alguien me podrá decir: es obvio, es la lengua del imperio, es la lengua común. Pero la desproporción, la disparidad, la injusticia es enorme”, comenta Harwicz. “Digamos que se sobreentiende que tenés que saber inglés. No importa cuán consagrado estés, cuánta visibilidad tengas, cuán importante o no sea tu obra, si no sabés inglés quedás excluido de muchos eventos. Contrariamente a lo que veo que pasa en América Latina y en Argentina, que lo conozco más, en donde seguimos en esta época con luchas sobre paridad de género, una lucha revolucionaria retomada por las feministas hoy, me llama la atención que ese otro modo de sumisión concreto, político, ese otro modo fuertísimo, feroz de sumisión que es la lengua, una lengua sometida a otra, no sea denunciado en ámbitos culturales”.
Agrega Ariana Harwicz: “Veo una gran pasividad y una aceptación. No veo que se esté ‘combatiendo’ eso, veo una docilidad respecto de esa desigualdad de poder y hasta algo ciertamente snob con la lengua inglesa. En algunos festivales, hablar inglés es excluyente. Me llama menos la atención que en festivales de la India, por ejemplo, donde se podría considerar ‘neutral’, te exijan que hables en inglés como lengua común... eso me llama menos la atención que editoriales y festivales que trabajan sobre la cultura latinoamericana; ahí me parece más contradictorio el regodeo con la lengua inglesa cuando de lo que se trata es de hablar de literatura latinoamericana. Vienen autoras inglesas o norteamericanas al Filba y las entrevistan las argentinas que mejor hablan inglés: perfecto. Pero después cuando esas mismas autoras van afuera y ellas piden hablar español no se les permite”.
“La lengua fabrica y a la vez expresa los dominios culturales en general”, apunta Mariana Dimópulos, y continúa: “En la circulación de las traducciones se ve fácilmente: Londres y Nueva York traducen muy poco en comparación con lo que exportan a otras lenguas. Acá no hay discusión alguna, para mí: el inglés es la lengua de los intercambios internacionales, en la literatura, en la filosofía, por no hablar de las ciencias. Hay que ver si se trata de ‘imperialismo cultural’: no todo el que tiene que usar el inglés para comunicarse en escenarios de intercambio internacional ‘consume’ los productos de habla inglesa necesariamente, y mucha, muchísima gente que no participa de esos intercambios, y que no habla inglés, consume la producción cultural de las metrópolis de lengua inglesa. ¿Está en la lengua el dominio mismo? No, a la lengua en sí no le podemos imputar semejante cosa. Es la política, la economía, la circulación de capital, lo que determina esto”.
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