Fotografías de un mundo flotante y también del otro, el que cada vez más se acerca a lo terrenal. La obra del japonés Kusakabe Kimbei (1841–1934) convivió con dos épocas, antes y después del surgimiento del Imperio del sol naciente.
Por un lado, en muchas de sus capturas reina ese espíritu del ukiyo, ese estilo de vida urbano y hedonista que parece haber perpetuado una imagen del Japón del shogunato mucho más allá del periodo Edo (1603-1868). Por otro, realizó una serie de trabajos de los campesinos y trabajadores de la ciudad, de los mercados callejeros, de los transportadores de rickshaw, como también de templos budistas y procesiones religiosas como así también de los muy cotizados primeros semidesnudos.
Durante el periodo Meiji (1868 - 1912), la del “culto a las reglas”, Japón se unifica y comienzan las relaciones comerciales con las naciones occidentales, por lo que se produce un avance tanto tecnológico como económico, y un reordenamiento de las castas sociales, tomando como modelo a Prusia, entre otros cambios. Para 1867, el país participa por primera vez de una exposición universal, en París, por lo los productos de su cultura comienzan a ser incorporados por coleccionistas de Francia, Gran Bretaña, Alemania, Italia y Estados Unidos, sobre todo.
Ya para para mediados de los ’70, artistas como Félix Bracquemont y Claude Monet, y los escritores Édmon y Jules Goncourt mostraban admiración y adquirían obras y escritos originales. También Vincent Van Gogh junto a su hermano Theo reunieron más de 400 grabados, que hoy se encuentran en el Museo Van Gogh de Amsterdam.
Volviendo a Kimbei. En lo fotográfico se convirtió en los ojos de ese mundo flotante que se desvanecía, que desaparecía en los contrastes del cambio de época. Su fotos de samuráis en el estudio Yokohama tienen esa estela de lo que se extingue, pero que puja por mantenerse. Lo mismo sucede con las geishas, a quienes documentó posando como en sus lugares de trabajo, aunque en el segundo caso, a la distancia, algunas en los balcones en algún momento de distracción, y otras detrás de los barrotes de bambú que las separaban del mundo exterior.
Es que el fotógrafo, así como vivió en ese cambio de época, también cohabitó entre dos tipos de clientes diferentes. Por un lado los locales, que buscaban recreaciones, como es el caso de Joven en una tormenta y por otro el de los extranjeros cada vez más interesados en la moda del Japonismo, quienes era los que más solicitaban sus servicios.
Como en otras partes del mundo, la fotografía llegó al Japón debido a los inmigrantes y Kimbei tuvo dos maestros que fueron pioneros en acercar a la isla al mundo: Felice Beato, el ítalo-británico que fue uno de los primeros en captar imágenes en Oriente -y padre de la fotografía de guerra- y el Barón austríaco Raimund von Stillfried, fudandor de la Asociación Fotográfica del Japón.
Kimbei no solo trabajó en sus estudios, sino que incluso heredó el archivo de Von Stillfried -que a su vez había comprado el de Beato- cuando el austríaco dejó el país para siempre en 1881, por lo que hay muchas imágenes que son de difícil atribución con respecto a quién las realizó. Para sumar aún más confusión, también se hizo con negativos de dos pioneros locales: Ueno Hikoma, considerado como el primer fotógrafo profesional en Japón, y los de Uchida Kuichi, aprendiz de Hikoma, y el único fotógrafo al que se le concedió una sesión para fotografiar al emperador Meiji.
A lo largo de su carrera, Kimbei también fue un notable colorista de sus maestros, oficio que realizó tanto para sus obras como en aquellos negativos que adquirió una vez independizado en 1881. Hoy, sus trabajos se encuentran en diferentes museos del mundo, de Alemania a EE.UU,, aunque lo más codiciado de todo su legado -además de las finas estampas de mujeres en situaciones de intimidad- son sus álbumes acordeón, con fotografías montadas por las dos caras.
Entonces, Kimbei es una parte esencial de la historia de la fotografía japonesa en un doble sentido. Por un lado, por su propio ojo, en que se aventuró a romper con los moldes estéticos predominantes de aquello que se esperaba del Japón, revelando el cambio de época, y, por otros, por que como un protector de la historia de la imagen, salvaguardó y eternizó los trabajo de sus predecesores.
Se retiró de la fotografía a inicios de la década del ’10, justo en el comienzo del periodo Taishō (1912-1926), marcada por los conflictos sociales, el ingreso a la Gran Guerra y la militarización interna. Quizá para Kusakabe Kimbei fue demasiado, ya que de aquel mundo flotante solo quedaban estampas que esperaban ser coloreadas con la mirada romántica de lo que nunca se volverá a ser.
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