Al salir de su laboratorio en bicicleta para regresar a su casa en Basilea, el químico Albert Hoffman no hubiera sospechado que aquella intensidad de sensaciones que lo aquejaba era consecuencia de la manipulación de ácido lisérgico que había aspirado accidentalmente y que cambiaría radicalmente la cultura de la juventud en el siglo XX.
Corría el año 1943 y luego de escribir los resultados de los experimentos posteriores a aquella jornada en bicicleta atravesando la campiña suiza, Hoffman tendría conciencia de que había descubierto las propiedades psicoactivas del LSD. Ese mismo año 1943 en la Universidad de Alabama, Estados Unidos, Timothy Leary obtendría el título de psicólogo clínico y mostraría un espíritu inquieto que acompañaba una gran curiosidad por lo novedoso que lo llevaría en 1959 a tomar mescalina y unos años después LSD, droga que sería objeto de su experimentación y militancia, a la vez que la causa de que fuera arrestado innumerables veces por la difusión pública del ácido lisérgico.
Leary había nacido el 22 de octubre de 1920 en Massachusetts y, luego de recibirse en Alabama, cursó su doctorado en la prestigiosa Universidad de Berkeley, donde dio clases de psicología, y más tarde fue reclutado como profesor por la Universidad de Harvard, una usina de los más capaces pensadores, científicos y académicos. Fue en medio de esa carrera académica que el LSD llegó a su vida y, a través de él, a miles de personas. Sin embargo, esos primeros experimentos con el LSD para comprobar los límites de la expansión de la conciencia y los primeros grupos de adeptos que Leary captó le valieron la expulsión de Harvard, así como la de sus seguidores.
A pesar de protestar por una decisión que consideraba atentatoria contra las libertades civiles, su nueva situación le permitió dedicarse por entero al LSD y las drogas psicodélicas al punto de fundar la Liga para el Descubrimiento Espiritual, una religión laica cuyo principal objetivo era brindarle al LSD un estatus jurídico favorable y que se ocupaba de brindar el alucinógeno a sus adeptos. Es que nacían los agitados años sesenta.
Leary, que había discutido con William Burroughs los beneficios de plantas como el peyote o la ayahuasca (sobre la que Burroughs había escrito su libro Cartas del Yagé) en Tánger, probó en la primavera de 1962 el LSD de Hoffman. Luego recordó: “Han pasado 20 años desde aquel primer viaje. Nunca lo he olvidado ni tampoco me ha sido posible regresar a la vida que llevaba antes de la sesión. Jamás me he recobrado de aquella confrontación ontológica. Jamás he sido capaz de tomarme a mí mismo, mi mente o el mundo social tan en serio. Desde ese momento he sido agudamente consciente de que todo lo que percibo, todo lo que tengo dentro y todo lo que me rodea es una creación de mi propia consciencia y de que todo el mundo vive dentro de un capullo nervioso de realidad privada”. No abandonaría la causa psicodélica.
Richard Alpert, su profesor adjunto en Harvard -también expulsado de la universidad- fue su lugarteniente en aquella militancia y más tarde tomó el nombre de Baba Ram Dass, vivió temporadas en la India y se convirtió en uno de los gurúes espirituales que emergieron en los sesenta. Mientras tanto, Leary proporcionaba de LSD a figuras prominentes de la cultura estadounidense y de otras naciones, a la vez que sus seguidores practicaban diversos oficios: Allen Ginsberg, Aldous Huxley, Arthur Koestler, Wilhelm Reich, Neal Cassady, Jack Kerouac, Gary Snyder, Marshall McLuhan, John Lennon, Yoko Ono y hasta el actor Cary Grant eran provistos regularmente de LSD por el psicólogo de Massachusetts. Pero a fines de 1966 el LSD fue penalizado como droga peligrosa. Los sesenta agregaban a su espíritu contracultural de revulsión de la sociedad burguesa el de la ilegalidad.
Leary conoció por dentro las celdas de cuarenta cárceles en cuatro continentes, raid patibulario que le valió que el presidente Richard Nixon lo denominara: “el hombre más peligroso del mundo”. Probablemente su condena más espectacular haya sido aquella que dictó diez años en una cárcel de baja seguridad de la que, claro, escapó. La Hermandad del Amor Eterno, un grupo de hippies monetariamente pudientes (obviamente Leary ya era un ídolo de los hippies y había dado un discurso antológico en San Francisco ante 30 mil de ellos) brindó una colaboración a la organización armada The Weather Report, una extravagante guerrilla estadounidense, para que sacara del país a Leary y su esposa, que así llegaron a Argel. En 1976, y varias cárceles después, un juez dictó su excarcelación. Dedicó el resto de su vida a la cibernética. Como cada vez que ingería unas gotas de LSD, su vida también había sido un viaje que marcó la contracultura.
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