Manuel Belgrano y una ucronía de amor prohibido e independencia

La novela recrea la relación entre el prócer argentino y la ficcional Nuna, llamada a ser la monarca inca en América Latina tras el Congreso de 1816

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"La reina" (Planeta), de Gabriela Saidón
"La reina" (Planeta), de Gabriela Saidón

Lo primero fue una pregunta contrafáctica: ¿Qué habría pasado si el proyecto monárquico de Belgrano hubiese prosperado? El estratégico Plan del Inca, que consistía en elegir a un rey Inca y establecer la sede del gobierno americano en el Cusco, fue propuesto por Manuel Belgrano en una sesión secreta el 6 de julio de 1816, tres días antes del Congreso de Tucumán, que declaró la Independencia del Río de la Plata de la corona española. Tenía adeptos, entre ellos Güemes y San Martín, y representantes de las zonas cercanas al Alto Perú.

Y también, detractores, sobre todo los porteños.

¿Por qué una monarquía constitucional resultaba una propuesta progresista en el contexto de la Independencia? ¿Cómo puede entenderse ese anacronismo, ya entonces, para la época?

Hay mucho escrito sobre el tema, y me dispuse a investigar. Así como a sumergirme en esa disciplina que es la historia contrafáctica (qué habría pasado si…), tanto que hoy creo que toda literatura puede pensarse como ucronía.

El candidato propuesto era Juan Bautista Tupac Amaru, hermano de José Gabriel Condorcanqui, el líder de la rebelión trunca de 1781, que lideró junto con su mujer Micaela Bastidas. La pareja tenía tres hijos varones. Dos sobrevivieron a la matanza y uno de ellos, Mariano, dejó embarazada a una mujer. Eso lo supe después.

Cuando me di cuenta de que ese material podía alimentar una novela ucrónica, doblé la apuesta y dije: ¿y qué tal si Juan Bautista, entonces preso en una cárcel en Ceuta, en África, no puede ser deportado o lo secuestran, y entonces la posibilidad es una descendiente de esa estirpe noble?

Primero, entonces, la pregunta. En 2018 me postulé a una beca BECAR del Ministerio de Cultura de la Nación y propuse como destino Lima y Cusco, Perú. La beca salió y eso me permitió ir “al lugar de los hechos”. Allí visité museos, bibliotecas, universidades, iglesias y monasterios, espacios sagrados de los incas y otras poblaciones originarias; hablé con referentes del ámbito de la historia, la literatura, la antropología. Esas personas fueron más que generosas conmigo porque se involucraron en la historia, me dieron ideas y sugerencias, me recomendaron lecturas y me ayudaron a encontrar a mi reina. La nombré Nuna no tanto por el significado del nombre en quechua (alma, espíritu) sino porque me había encantado el nombre de Nomi, la periodista trans de Sense8, la serie de las hermanas Wafchowski. Pero a mi cabeza volvía una y otra vez María Antonieta, la reina adolescente, de Sofía Coppola.

Por supuesto, me enamoré del Cusco, esa ciudad en altura, enmarcada por montañas (los apus que los incas veneraban), donde el presente coexiste con las distintas capas del pasado. Supe, entre otras cosas, de la coexistencia de una nobleza incaica con privilegios aún en tiempos de la colonia.

En la Plaza de Armas, un domingo, mientras la fanfarria militar se desplegaba delante de la Catedral a la cual recién había vuelto, restaurada, la imagen del Señor de los Temblores, el Cristo negro patrono de la ciudad, me puse a conversar con dos jubilados que me contaron un montón de historias al saber el motivo de mi viaje.

 Gabriela Saidón
Gabriela Saidón

Usted vino a cumplirle el sueño a Belgrano, sentenció uno de ellos. Ni yo sabía entonces que el hombre me había dado parte del título, ni se publicaría en el año belgraniano de 2020.

El 20 de junio de 2019, cuando la ex presidenta Cristina Fernández dijo, en un acto por el Día de la Bandera, que su creador nunca se había casado y que ella “hubiera sido amante de Belgrano”, además de divertirme por la ocurrencia, empecé a ver de otro modo a ese prócer: como un sex symbol. El libro de Florencia Canale, Amores prohibidos: las relaciones secretas de Manuel Belgrano, y algunas reflexiones de Felipe Pigna, autor de Manuel Belgrano, en referencia a comentarios que se habían hecho sobre su identidad sexual supuestamente para denostarlo (como si un prócer gay fuera impensable o algo malo), abonaron esa línea que luego, en la novela, se bifurcaría y complejizaría entre los meandros del deseo de un hombre con gustos “clásicos”: adolescentes vírgenes. Para protegerse, Nuna apelará a aquello que Josefina Ludmer llamó “las tretas del débil” (en alusión a Sor Juana Inés de la Cruz). Y, con el objeto de postergar el momento del encuentro con el hombre mayor, y a la espera de su príncipe no tan azul, se convertirá en una Scherezade inca.

La construcción de la protagonista terminó llevándose la mayor parte de la historia. Sirvió de modelo un libro que nada tiene que ver con el género: El amigo americano de Patricia Highsmith (y que Win Wenders llevó al cine en una versión notable). Belgrano se convirtió en el General y fueron apareciendo personajes por necesidad de la trama. Desde un sarcástico almirante inglés, Smith, hasta un oculista irlandés, Doyle, que toma su nombre del creador de Sherlock Holmes y que tiene a un asistente, Bernardo, que es mudo y pretende ser sordo, como el personaje de El zorro. Una madre poderosa, Irenea (anagrama de reina), una hermana celosa, Shiamara (y la construcción de ese vínculo también cobró importancia al correr de los dedos sobre el teclado); Gloria y Baltasar, la cocinera y el sirviente negros que exigen reconocimiento antes de la abolición de la esclavitud. Una familia de nobles incas. Seguir sería espoilear.

La crónica-bitácora-diario de viaje de La reina. El gran sueño de Manuel Belgrano (Planeta) fue escrita mientras hacía la investigación y siguió al correr de la escritura de la novela. Pero ese es otro libro. Un libro de no ficción.

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