“Murió el último gran filósofo del marxismo”, decían los noticieros del mundo el lunes 22 de octubre de 1990 y la noticia se repetía en los diarios durante todo el día siguiente. Louis Althusser murió de un paro cardíaco, a los 72 años, en un centro geriátrico parisino, pero venía girando de hospital en hospital desde hacía una década. Eso también tiene su explicación, pero es necesario empezar por el principio. Nacido en 1918 en Bir Mourad Raïs, Argelia, Althusser es, en palabras del historiador Martin Jay, “un producto de la cultura colonial francesa en el norte de África”, como Albert Camus, como Jacques Derrida, como tantos otros. Su padre era militar pero también fue empleado bancario; su madre, una maestra de escuela devota al catolicismo que le enseñó a su hijo la fe en Dios.
Cuando cumplió doce, él y su familia se mudaron a Marsella. Luego, en Lyon, se unió al movimiento Jóvenes Estudiantes Cristianos, pero al poco tiempo fue reclutado para el Ejército Francés. Cuando Alemania invade Francia en 1939, Althusser queda acorralado. Al año siguiente, en Vannes, cae prisionero del nazismo y lo envían a un campo de detención a hacer trabajos forzados. Estuvo cinco años allí. “Fue en el campo de prisioneros donde escuché por primera vez a un abogado parisino hablar del marxismo, y también la primera vez que conocí a un comunista”, contó Althusser. Fueron años duros: depresión, soledad, incertidumbre. Para su amiga, la psicoanalista francesa Élisabeth Roudinesco, esa triste experiencia fue muy influyente en su pensamiento, pero también en su inestabilidad mental posterior.
Ya libre y en suelo francés, Althusser conoció a la socióloga judía Hélène Rytmann que fue parte de la Resistencia Francesa, de quien se enamoró profundamente. Por esos años, se relacionó con una enorme cantidad de intelectuales, se unió al al Partido Comunista Francés y al movimiento de Sacerdotes Obreros. Cuando el Vaticano, en 1950, le prohibió a los católicos formar parte de esta agrupación, Althusser dejó de tejer esa síntesis entre el cristianismo y el marxismo que tanto le interesaba. La docencia fue fundamental en su vida: fue uno de los profesores más respetados de la prestigiosa Escuela Normal Superior (ENS), en París. Fue maestro de Jacques Derrida, Pierre Bourdieu y Michel Foucault, pero además revisó la obra de Karl Marx como nadie, la revalorizó y con sus textos influyó en una generación entera.
Rescatar a Marx
“Yo diría que sus aportes son heterogéneos”, le dice a Infobae Cultura Juan Dal Maso, autor del puntilloso Althusser y Sacristán: itinerarios de dos comunistas críticas, junto a Ariel Petruccelli, que acaba de publicar IPS Ediciones. “Sin duda ayudó a que una generación de jóvenes en los sesenta y setenta se acercase al marxismo en distintas geografías (especialmente Francia y América Latina). Desde el punto de vista teórico, aportó un intento de hibridación entre marxismo y estructuralismo primero (que es lo que más se conoce de él) y luego intentó orientarse más hacia un marxismo centrado en la problemática de la lucha de clases, primero reivindicando el rol de la filosofía en la lucha ideológica y luego del Mayo Francés (tendría un balance crítico de la actuación del PCF por su rol conservador y conciliador)”.
Sostiene Dal Maso que el gran intento de Althusser fue “pensar la cuestión del Estado y el rol de la lucha de clases como elemento central para pensar el problema de la política de la izquierda (a diferencia de las vías parlamentarias o de alianza con la burguesía ‘progresista’). Finalmente, en sus últimos años, trató de pensar sobre la relación entre la clase trabajadora y otros movimientos populares, aunque también se volcó a una reflexión filosófica, la del materialismo ‘aleatorio’ o ‘del encuentro’ que rescata de manera unilaterial la contingencia y se separa en diversos aspectos del marxismo clásico”.
Por su parte, Petruccelli comenta que “un aspecto importante fue la mirada crítica sobre la influencia de Hegel en Marx. El hegelianismo había sido una fuente grande de confusiones y de mitos en la tradición marxista, y el intento de Althusser por deshegelinaizar la tradición marxista era ciertamente interesante. Pero la manera en que abordó la empresa fue muy problemática, como queda claro al comparar su crítica a las influencias de Hegel en Marx con las que realizó, paralelamente, el otro autor que analizamos conjuntamente en nuestro libro: Manuel Sacristán. Para Sacristán, Althusser se equivocaba exegéticamente al plantear que en algún momento Marx habría roto por completo con la herencia hegeliana; y mostró cómo esta herencia (ciertamente problemática ) había tenido, por así decirlo, una doble cara”.
¿Qué veía Althusser en el hegelianismo de Marx? “Un contenido teleológico y especulativo que no encajaba con la rigurosidad y precisión de la ciencia”, sostiene Ariel Petruccelli. “Como entendía (al menos a mediados de los años sesenta) que el marxismo era ciencia tout court, debía postular que en algún momento Marx rompió con su inicial concepción filosófico-especulativa para convertirse en un científico puro y duro. Aunque el componente científico fuera creciendo con el tiempo, Marx nunca abandonó (a juicio de Sacristán: ¡por fortuna!) ni sus preocupaciones filosóficas ni sus intereses políticos. El desarrollo intelectual está lleno de ironías y paradojas, y Sacristán no dejó de señalar que lo más rigurosamente científico de de Marx se fundó al menos en parte en un cierto retorno a Hegel, antes que en su abandono”.
Maximiliano Crespi también es un estudioso de la obra de Althusser y en Pasiones terrenas (Taurus, 2019) le dedicó un interesante ensayo titulado “Descripción de un juego”. “El aporte central de Althusser al marxismo —le dice Crespi a Infobae Cultura— es el haber abierto la alternativa de pensar la estructuración de las luchas sociales no ya sobre los sujetos de las clases sino por las relaciones que producen. En ese sentido, consiguió despegar la teoría marxiana de la confiscación del progresismo humanista que hasta mediados de los setenta funcionaba como patrón de adhesión y que se basaba en una lectura del corpus marxiano centrada en los textos todavía idealistas del joven Marx. De más está decir que aportes como su reflexión sobre los aparatos ideológicos y su noción de sobredeterminación tienen una vigencia indiscutible”.
Cómo maté a Hélène
A fines de los años sesenta, los colapsos nerviosos de Althusser se hicieron más fuertes. Su filosofía se volvió más introspectiva, más autocrítica, más inquietante. Era, sin lugar a dudas, uno de los pensadores marxistas más influyentes del mundo entero. Pero en 1980 ocurrió la desgracia, el asesinato. Un domingo por la mañana, lo que empieza como un masaje en el cuello de su esposa, Hélène Rytmann, termina en ahorcamiento. “De repente, me sacude el terror: sus ojos están interminablemente fijos y la punta de su lengua reposa, insólita y apacible, entre sus dientes y sus labios. Ciertamente, ya había visto muertos antes, pero en mi vida nunca había visto el rostro de una estrangulada. No obstante, sé que es una estrangulada. Pero ¿cómo? Me levanto y grito: ¡He estrangulado a Hélène!”, escribió mucho tiempo después.
El femicidio ocurrió el el 16 de noviembre de 1980 y el libro donde lo describe se titula El porvenir es largo, su autobiografía que se publicó en 1992, dos años después de la muerte de Althusser. Ese episodio lo colocó de forma intempestiva en las tapas de todos los diarios de la época. Fue procesado pero enseguida lo determinaron inimputable: los peritos aseguraron que cometió el crimen en estado de demencia, en un acto de locura. Antes de eso, ya había tenido algunas internaciones por cuadros de psicosis maniaco-depresiva. Después, su salud mental se agravó notablemente y comenzó a girar de neuropsiquiátricos, hospitales y geriatricos. Dos de sus amigos y discípulos, Michel Foucault y Jacques Derrida, lo visitaron constantemente. Murió el 22 de octubre de 1990, de un paro cardíaco.
“Más allá de los sucesivos encierros y a pesar de que desde 1982 volviera incluso a escribir filosofía, en sus últimos diez años de vida Althusser se convirtió en una suerte de tabú, ‘una sombra maldita’ incluso al interior del movimiento comunista europeo”, escribe Crespi en Pasiones Terrebas. Ahora, dice a Infobae Cultura: “Tengo la impresión que lo relativo a la desaparición de la discusión en torno a la obra althusseriana está sin duda vinculada a los acontecimientos que marcaron el final de su vida. Creo que el trabajo de Etienne Balibar sobre su maestro (Écrits pour Althusser) describe con lucidez la oportunidad formidable que el asesinato de Hélène Rytmann a manos de Althusser dio tanto a la derecha como a la izquierda para conjurar y sacarse de encima, sin escatimar indignación, una presencia y una obra que incomodaba y todavía incomoda a pares y nones”.
Agrega Juan Dal Maso: “Althusser fue paciente psiquiátrico desde 1946. Pasó largos períodos de hospitalización durante toda su vida, pero en los últimos años sufrió un franco deterioro (sobre el que han testimoniado amigos suyos como Lucien Sève que en 2016 publicó su epistolario con Althusser). En su autobiografía, titulada El porvenir es largo, Althusser intentó dar una explicación incluso del femicidio de su esposa, por el cual fue internado pero declarado inimputable desde el punto de vista penal, apelando a una especie de psicoanálisis de su historia personal. Él mismo hace referencia a un fuerte componente narcisista en su personalidad. Esto, sumado a sus crisis recurrentes, había marcado toda su relación con Hélène, aunque habían compartido convicciones fuertes y momentos muy duros y se consideraban dos personas muy unidas. Pero en definitiva, su historia personal es un desastre”.
Travesía en el desierto de hoy
Althusser no es un pensador del pasado. No sólo porque Ideología y aparatos ideológicos de estado, Para leer El Capital, La revolución teórica de Marx, sus textos sobre psicoanálisis, sobre Montesquieu o sobre Lenin resultan sumamente interesantes para pensar el presente. También porque su gesto filosófico es tan potente como inquietante, lo cual lo vuelve actual. “Tengo la impresión de que el Althusser que mejor dialoga con esta etapa de desarrollo del capitalismo que podríamos consensuar con Nick Srnicek se alimenta y retroalimenta bajo la lógica de plataformas e instancias de enunciación virtual es justamente ‘Contradicción y sobredeterminación’, un texto de comienzos de los 60, sobre todo en la medida en que deja en claro que las contradicciones sobre las que se apoya una estructura social nunca son puras, transparentes y visibles”, sostiene Crespi.
Y agrega: “Gran lector de Valéry, Althusser sabía de la densidad que tienen las fuerzas ficticias sobre las que se constituye cualquier fractura o cualquier legitimación de orden. Nunca hay un punto cero, un comienzo identificable en el proceso ideológico. La diferencia, en tanto diferencia, no se presenta más que producida siempre en y por una coyuntura compleja en la que los elementos han sido ya afectados. Si asumimos el presente como una unidad compleja que no puede ser afectada por algo distinto que ella misma, entendemos que cualquier horizonte de transformación debe formularse no simplificando la lectura de los objetos y los procesos históricos sino abordándolos en su materialidad resistente dentro de una complejidad estructural”.
“Varias cuestiones”, dice Juan Dal Maso y toma aire. “Primero, que el Estado tiene un carácter de clase y no está ‘en disputa’, como bien señala en ‘Sobre la reproducción’, lo cual se ha visto con el derrotero de los llamados “progresismos” que una y otra vez se detuvieron ante los grandes problemas estructurales, defendiendo los contornos del capitalismo. Por eso Althuser pensaba que los cambios progresivos para las grandes mayorías solo pueden venir del crecimiento desde abajo de la lucha de clases. Segundo, que las ideologías pesan no tanto por si son racionales o sólidamente argumentadas sino por su capacidad de producir efectos y por eso las ideologías reaccionarias deben combatirse desde la óptica de la teoría pero también con prácticas que se le contrapongan abiertamente”.
“Por último —concluye Dal Maso—, que el marxismo tiene que tomar nota de los debates concretos de cada coyuntura en todos los planos (científico, político, teórico) y buscar intervenir en base a un análisis concreto de la situación concreta, manteniendo como óptica principal la primacía de la lucha de clases”. Por su parte, Ariel Petruccelli agrega que “en sus últimos años Althusser avizoró un largo período de reacción y de estabilización del capitalismo, advirtiendo que los revolucionarios tendrían ante sí una larga ‘travesía del desierto’. En esto coincidía (emplearon incluso la misma expresión de manera independiente) con Sacristán, y creo que hubiera suscrito la fórmula de este último: ante situaciones tan difíciles, la tarea es no engañarse y no desnaturalizarse”.
SEGUIR LEYENDO