La escritora Jamaica Kincaid, nacida en Antigua y radicada en Estados Unidos, mantuvo esta noche una larga charla durante el Filba en la que habló sobre su historia, su infancia en una colonia británica, sus migración a Estados Unidos, sus preguntas literarias y donde confesó que si hay algo que no se permite en sus libros es “decir una falsedad” y que para ella escribir es no tanto una toma de decisiones sino “algo que sucede, una emoción disruptiva”.
“Siempre tengo miedo de compartir mi escritura porque imagino que las personas van a saber lo que realmente pienso y no sé si quiero que alguien sepa lo que realmente pienso, pero esto me hace sentir feliz de haberlo escrito”, dijo como agradecimiento a su invitación a esta edición online del Filba, luego de ser presentada por la escritora argentina Valeria Tentoni.
Entre libros y plantas -qué mejor síntesis para una escritora que también es jardinera-, enmarcada en anteojos de carey, Jamaica Kincaid reflexionó fluida y divertida durante más de una hora sobre el hilo que atraviesa su escritura, muy vinculado a marcas de su infancia, anécdotas, influencias y preguntas que aparecen con el paso del tiempo. “Para mí escribir es una acción muy íntima, un compromiso. Es decir las cosas que no sabía que podía decir”, declaró apenas comenzada la charla.
En esa maniobra para decir lo indecible cambió su nombre Elaine Potter Richardson -con el que nació en 1949 en Antigua- por el de Jamaica Kincaid porque “tenía que escribir con el nombre que me di a mi misma, para ser yo misma”, confesó la autora de Autobiografía de mi madre, que vivió su infancia en la isla de Antigua, excolonia británica, y se radicó de muy jovencita en Estados Unidos, donde estudió fotografía, comenzó a publicar libros, tuvo hijos, se divorció, fue docente y ahora escribe y cuida su jardín.
Dispuesta a contar sobre su infancia, contó que comenzó a leer libros desde muy chiquita gracias a su madre, “que fue mi inspiración y obsesión, una mujer increíble, muy inusual para su época y su clase” a quien le “encantaba leer” y para que la “dejara en paz” le enseñó a leer mucho antes de conocer las letras que integran el alfabeto. “Yo leía libros con palabras que no entendía pero me encantaba cómo sonaban y hasta hoy ese amor por la palabras, la manera en la que suenan, el peso que tienen en la oración, es muy importante”.
Para la escritora fue precisamente esa práctica temprana la que la cruzó con la ficción porque, gracias a la lectura, la niña Elaine ingresó a la escuela con tres años y medio, edad distante de la promedio. Sabida la trampa, su madre le pidió que dijera que tenía cinco años, “en retrospectiva creo que ese fue mi primer encuentro con la ficción: construir una mentira y hacerla ficción”.
Tirando del recuerdo de la primera etapa de su vida, Kincaid habló de su rebeldía en la escuela, donde sufría lo que hoy se conoce como bullying pero donde también se divertía “haciendo lío” ya que era la preferida de las maestras -"creo que esta persona no es mucho más adulta, pienso que todavía tengo siete", se sinceró- y también se refirió a su adolescencia cuando fue enviada por sus padres como “sirvienta a Estados Unidos” para colaborar económicamente con su numerosa familia: “El niño más grande se sacrifica para ayudar por los errores que no cometió”, disparó.
También contó que no leyó ninguna obra de “literatura seria del siglo XX antes de cumplir los 19 años” porque si bien recibió una educación inglesa ya que se crió en una colonia bajo el Imperio Británico, no había escuchado hablar de Virginia Woolf o D.H Lawrence. Fue recién en Estados Unidos cuando descubrió en la biblioteca de la casa donde trabajaba como niñera libros de los que no había escuchado hablar. “Quería ser una escritora pero pensé que las personas ya no escribían libros”, dijo, como con broma pero remarcando la inocencia que sentía en aquellos años.
“No pensaba que pudiera escribir, no era cuestión de no haber visto a una persona negra escribiendo porque veía personas negras que sí lo hacían, especialmente estadounidenses negros, pero como no era estadounidense no me imaginé siendo parte de esa tradición de escritores”, sostuvo Kincaid refiriéndose a su época previa a la escritura, cuando por ejemplo, fue recepcionista de la agencia Magnum, puesto que ocupó sin dimensionar lo que significaba, acaso porque en aquellos años era más “inocente” o porque “la idea de fracaso no era vergonzosa”.
Más tarde, comenzó a trabajar en la revista The New Yorker -sin saber que “The New Yorker era The New Yorker-”; allí se formó como escritora y aprendió “a construir mi propia imaginación” y a defender su propio lenguaje, su forma de escribir, frente a las exigencias que a veces le reprochaba el medio. “A veces me caí, pero siempre me volví a parar y lo volví a hacer. En aquellos días no pensaba en el fracaso; no creo que ahora tampoco piense en el fracaso en la escritura, no es parte de mi vocabulario”.
En la obra de Kincaid hay un registro que la supone autobiográfica -la infancia en Antigua, por ejemplo-, “soy acusada de ser autobiográfica, de escribir sobre mi propia vida, como si eso fuese un delito” pero también Philip Roth o John Updike escribieron “sobre su vida todo el tiempo y nadie acusa a un hombre de ser autobiográfico. Y si lo hacen es de manera compasiva”.
Y agregó: “Me acusan de tener ira o de no escribir sobre la raza. Yo crecí con personas negras, entonces si me pides que diga ‘mi hermano negro’ es ridículo. Para mi todos son negros. Aquí hay una profesora que parece que ha hecho toda su carrera hablando sobre mis libros y los describe como literatura del trauma, como la llama. Yo creo que en esa definición hay ciertos rasgos de racismo pero me alegra que le haya dado un sustento de vida”.
Consultada por el cruce de géneros literarios o en todo caso por el descreimiento de esas fronteras que se manifiestan en su literatura, por ese juego entre la ficción y la realidad, Kincaid advirtió que eso sólo preocupa a “personas interesadas en categorizar las obras pero las personas que hacen esas obras no están interesadas en la categorización”.
En cambio, señaló que hay algo que se no permite, incluso en la ficción: “decir una falsedad”. Sobre todo, “ahora que vivimos en un mundo de enormes mentiras que se disfrazan de verdad, o la verdad se disfraza de mentira... pero creo que todos conocemos la diferencia y yo diría que incluso en mi ficción intento escribir la verdad”.
“Solo puedo escribir de ese modo, si pienso en algo verdadero. En términos de la justicia, de la oración, de la palabra. Puedo desarmar toda la oración porque hay una palabra que no va allí, entonces eso me lleva a rehacer todo un libro si la oración está mal y por eso me lleva tanto tiempo escribir”, confió.
Para Kincaid, la escritura “no es tanto una decisión, es algo que sucede. Y no me gusta hacerlo mucho porque es muy disruptivo. Me gusta escribir de manera rápida y simplemente librarme de eso porque es una emoción disruptiva”, dijo y sostuvo que cuando “crecés tu mundo se expande”, de ahí que sus libros los escriba de formas tan distintas: “No me interesa para nada escribir lo mismo. Nunca leo mi propia obra porque ya la escribí”.
Ya hacia el cierre de la charla, Tentoni le preguntó de qué forma creía que la jardinería dio forma a su escritura, a lo que Kincaid respondió que es un lugar donde escribe “mucho” porque le proporciona “metáforas, belleza, maneras de observar la historia” . Y también es el territorio donde piensa “mucho”. “Es un placer extraordinario, un goce maravilloso. Estoy tan contenta de estar viva cuando estoy en el jardín, siento gratitud”, celebró y de ese modo se despidió del Filba, como una de las escritoras internacionales más destacadas del evento pero también como la jardinera que es, enumerando semillas y plantas que quisiera tener de la Argentina si en una próxima edición visita el país.
Fuente: Télam
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