El teatro le toma el pulso al mundo por sus propias características e intenciones. En esto radica que la presencia del espectador frente a un escenario sea un acontecimiento único cada vez, irrepetible. Por eso, la prolífica escena teatral francesa es determinante a la hora de pensar la actualidad y futuro del teatro y, por sus propias virtudes, la actualidad y futuro del mundo. Y mientras la pandemia impone restricciones a los teatros en todo el mundo, una forma de acercamiento se produce en la lectura de las obras. Libros del Zorzal publica la colección Tintas frescas que permite conocer lo más actual del teatro francés. Por medio del Institut français d’Argentine esas obras se traducen al español rioplatense, de tal modo de que ya estén listas para su puesta a escena.
Infobae Cultura entrevistó a Fabrice Melquiot, uno de los dramaturgos franceses más prolíficos con más de sesenta obras puestas a escena y cuya dramaturgia de La grulla de Japón y Los girasoles -dos obras intensas, la primera sobre el amor sin edades y la segunda sobre cuatro mujeres reunidas por el destino- publicó la colección.
-¿Se considera parte de un nuevo teatro francés? ¿Qué vasos comunicantes tiene este con la dramaturgia del pasado?
-Publiqué mi primera obra en 1998. Hace más de 20 años que escribo para el teatro. Primero fui actor. Cuando empecé a interesarme por el teatro, soñaba con Audureau, con Koltès, con Beckett. Muertos recientes. Lo que yo viví creo que fue otra mutación que la que usted nombra. En veinte años, el estatuto de la escritura dramática y las realidades de los escritores para el teatro han evolucionado. Los colectivos de actores, la escritura en escena, los autores-directores, la improvisación y la performance le han impuesto a la escritura dramática nuevos matices y una remodelación. El “poema” domina menos. Con frecuencia es el resultado de un diálogo, de una manera de proceder empírica ligada a otros oficios artísticos. Sí tengo una certeza al respecto: no avanzamos solos. Sin conformar un movimiento, compartimos gestos, sentimos solidaridad y amistad.
- Usted es un autor prolífico. ¿Es así de prolífica la escena teatral parisina y la francesa?
-La escena teatral parisina es un lugar pequeño, afiebrado y abarrotado. Dominan las grandes instituciones, pero también existe un semillero de escenarios más pequeños donde los artistas pueden hacer sus primeras armas. Y también los artistas consagrados, aquellas y aquellos que no le temen a los pequeños escenarios. Siempre defiendo la mayor libertad posible. La posibilidad de circular de un lugar a otro, sin cálculos, sin preocuparse por la imagen que uno proyecta. Poco importa. El teatro es un pueblo y el espíritu de seriedad, una enfermedad ridícula. A veces, una lectura pública delante de diez personas puede proporcionar una satisfacción intensa. De todas maneras, salirse del eje, de su zona de confort, es para el teatro una medida sanitaria permanente y necesaria.
-La pandemia afectó la posibilidad de poner obras en un escenario, con público. Muchos directores traspusieron al video, al streaming, la transmisión de sus obras. ¿Es su caso?
-Por supuesto, la pandemia afectó mucho a las salas de espectáculo, a muchos artistas. La situación es dramática. Algunas estructuras penden de un hilo. Otras han cerrado. Ahora los lugares han empezado a abrir, el público vuelve, bajo la amenaza del virus y de la inestabilidad de la situación. Los nuestros son lugares dedicados a los vínculos. Y son justamente esos vínculos los que el virus tumba, agota, destruye. Vamos a tener que volver a tejerlos, de a poco, con convicción, con energía.
No pienso que la filmación en video de un espectáculo esté concebida para ser vista por el público. Es del orden del rastro. Pero no es la forma en sí. Es el rastro de la forma. Es del orden de la herramienta de trabajo. Es un poco particular. El albañil no le dice a su cliente: mira mi martillo, ¿viste qué lindo que es? Si no que le muestra la pared que levantó.
El teatro filmado pertenece al cine y el cine exige medios reales: un guion técnico, un storyboard, varias cámaras, y un equipo que actúa tanto para la película como para la escena.
-En el último tiempo manifestaciones como la de los chalecos amarillos mostraron una cara diferente de Francia. ¿Cómo se manifiesta ese pulso político en las obras dramáticas?
- El tema es inmenso y requiere largos desarrollos. La crisis sociales que se repiten resuenan en los escenarios, por supuesto. Sin embargo, el teatro “político” no me parece algo tan frecuente. O sino, todo teatro lo es. Pero es difícil evitar el escollo que consiste en fabricar espectáculos que no pican, que no rascan, con los que todo el mundo, tanto el público como los artistas, está de acuerdo por adelantado. Nos vemos limitados a celebrar nuestra visión común, nuestras opiniones compartidas. Por el contrario, deberíamos estar contentos de poder restablecer nuestros desacuerdos, no temerle a la confrontación. Pero hay pocos espectáculos que vehiculen esta verdadera dimensión política. Por mi parte, trato de ir al nivel más íntimo, esperando que bajo la piel, en la sangre, en las encías, se encuentre la ciudad, que haya algo del pueblo, del poder, de los mandatos masivos, de las expectativas colectivas, de las esperanzas individuales.
-Usted escribió más de 60 obras. ¿Lo considera una cuestión de método?
- Escribí alrededor de sesenta obras de teatro, pero sólo dirigí algunas. Tuve la suerte de colaborar con numerosos directores de teatro. Algunos fieles, otros que voy conociendo al ritmo de las temporadas y que se reconocen en lo que escribo. No es tanto una cuestión de método como de necesidad, de respiración. Escribí todos los días, hasta quince horas por día, durante años. Desde hace nueve años, dirijo un teatro en Ginebra, Suiza, el Teatro Am Stram Gram. Escribo con menos frecuencia, el trabajo como director de esta estructura me toma mucho tiempo; sin embargo, casi todos los días, escribo algunas impresiones, tomo notas, escribo una página. Participo también en experiencias de escritura colectiva, junto a otros escritores. Para mantenerse inmerso. Por el deseo y por la alegría. La escritura le agrega vida a la vida. ¿Por qué y cómo privarse de este excedente de energía, de presencia, de intensidad?
- Por último, ¿qué influencias artísticas reconoce en su obra?
- Tomo todo. Creo que hay que absorber de todo. Mantenerse poroso a todo. Sistema referencial abierto al máximo. Y dirigir el corazón hacia algunos libros, a algunas películas, a algunos espectáculos, con los que uno arma su vida. Pienso en Richard Brautigan, en Mauvais sang de Leos Carax, en Sylvia Plath, en Bernard-Marie Koltès, en Shakespeare, en las canciones de Bashung o en Gainsbourg, en Chavela Vargas, pienso en Patricia Zangaro, en Marikena, con quien compartí momentos espléndidos en Buenos Aires. Todo está ahí, todo sobrevuela la habitación, el bar, el tren, cuando escribo.
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