Es sabido que las novelas y otros asuntos de la vida arrancan con un rumbo presunto y en la escritura –de la vida también- esos rumbos se van al carajo. Lo cual, para quien escribe, implica alto goce. Alguna vez, en la escritura, me pareció que el rumbo estaba demasiado claro y que lo que restaba era burocracia. Horror.
Ni qué decir de lo que hagan luego los lectores, con sus lecturas
En El eterno silencio hubo un disparador. Yo quería que un protagonismo, o un protagonista, no fuera ser humano, animalito de Dios o cosa material. Quería un ente abstracto protagonizando, un qué sé yo. Recordaba para eso dos antiguas lecturas de preadolescencia, libros que pedí en la Biblioteca Popular de Olivos, cerca de mi barrio verde, La Lucila. Invoco al verde porque el verde es un asunto esencial en mi vida: los paisajes, y eso que llaman “el interior”. Las dos lecturas eran un libro de Asimov (Los propios dioses, 1972, “mi mejor novela” dijo el hombre) en la que unos seres ambisexuales habitan un universo paralelo que agoniza. La otra se llama Las Haploides, de Jerry Sohl, de la que no recuerdo un pomo.
En mi novela una parte del protagonismo se lo lleva un Mal sin nombre ni materialidad que se expande y encapsula un no lugar de la pampa bárbara argentina. Ese mal se encarna en una niebla inusual, en unos cielos que según (la lectura de) Juan Sasturain “son de Lovecraft, dibujado por Breccia”. Hay un tipo solísimo en el centro de esa niebla, bajo una enorme higuera reseca, que hace tareas de campo sobre una mesa de mármol símil lápida. El chabón es medio TOC, entre otras patologías, y tiene algo de Robinson Crusoe. A unos kilómetros de su rancho hay los restos de algo así como una colonia de dementes liberados. Quién te dice: acaso esa colonia de avanzada fue fundada por Eva Perón con los últimos adelantos de las ciencias y las políticas sanitarias. Yegua. Pero pasaron los años y la colonia es ruina, y el tipo también, y el paisaje pampeano es casi de terror. Gótico-pampeano puede decirse, no hay ofensa.
Hay una cacería fantástica de jabalíes bajo cielos tremebundos, asesinatos en la colonia, alguno inspirado en La gallina degollada de Quiroga, el Mal parece tomar el poder, hay una banda sonora con temas de Chico Novarro y Rita Pavone y una madre ciega que se quedó a vivir en el mundo de las viejas fotonovelas.
Hay tres perros: Dogo, Dogo y Hiena. Una relación mutualista y amistosa entre el tipo –que algunos podrán calificar de flor de hijo de puta –eso hacen sus hijos- y su carancho imponente.
Suelo escribir en joda, en ácido. Acá me propuse una cosa más severa, aquello de frases cortas y al pie. Lo que no quita intensidad.
Hay un cementerio junto a una laguna triste donde los dementes entierran a sus difuntitos. Me dicen los primeros lectores que lo conseguí: que la novela es inquietante. Iupi.
Cuestión que me salió una novela medio pandémica A. de P. (Antes de la Pandemia).
Ustedes sepan disculpar, pero me encanta mixturar lo fantástico y el realismo argento. Sabrán disculpar que no me ponga solemne en este texto. Escribo porque se me canta, con enorme placer, y de mis lecturas de infancia me quedó el acné de esperar de los textos el asombro y la buena prosa. Dice Sasturain –tipo amoroso- en la contratapa que cada día escribo mejor, que el relato es “memorable”, que la novela es “tremenda y hermosa”. Será porque compartimos sensibilidades. Disculpen el autobombo: pero es que me sugiere el presidente Trump una cierta caradurez, que a él con eso le fue bien.
Si nos ponemos sutiles, y si no también, hay en la novela un algo de biografía colectiva y está permitido hacer lecturas políticas de eso. El tipo es un desastre, su degradación, pobre hombre. La realidad también es un desastre, y no les digo el Mal que se expande. Bien podría decir el tipo como tanto argento “Este país es un desastre”. Pero está demasiado chapa para tales razonamientos del común.
Si quieren sexo hay una escena en un prostíbulo (es un espanto ese lugar). Suena la cumbia El orangután. La prostituta se llama Lagaña. Lagaña le tiene cariño al tipo. Pero al tipo le falta, cómo decirlo, empatía.
Resumamos: a los más valientes entre ustedes les recomendaría, si quieren vivir una experiencia intensa y anómala, explorar el campo donde vive el tipo, donde se pasea en patas una loca en camisón plateado, donde una evangelista se la pasa trapeando una placa de bronce con Brasso, dale que va. Donde dos locos van vestidos de marineros y relatan partidos de fóbal. Eso sí, en un momento la pampa se convierte en un desierto saharahui (pero los cielos nocturnos adoptan colores bellísimos).
Danger. Warning. Sugiero llevar un traje de astronauta y un par de pichichos fieles, entusiastas, buenos rastreadores. No sea cosa que se pierdan por ser seres urbanos, no aptos para la aventura.
Cariños.
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