¿Qué tienen en común un bagel de yeso, un camión de heladero, un billete de 20 dólares, un llavero con forma de calavera y una pomada para las quemaduras? Son los elementos que cambiaron para siempre la vida de Martin Scorsese, justo cuando parecía que su carrera como director había llegado a su fin. Tras haber conocido el éxito encuadrando el rostro lunar de Robert de Niro (Taxi Driver y Toro Salvaje), Scorsese se encontraba trabajando en 1983 en uno de sus proyectos más ambiciosos: La última tentación de Cristo. Pero su presente profesional no podía ser peor: luego de cargar con el fracaso de El Rey de la comedia (la comedia oscura de 1982 protagonizada por Jerry Lewis y de Niro), la Paramount postergó por tiempo indeterminado la producción de La última tentación de Cristo.
El jefe del estudio llamó a Scorsese y le anunció, entre risas, que el proyecto no continuaba. Una noticia que devastó al cineasta, a tal punto que le quitó el entusiasmo por volver a filmar. La industria del cine ya no era la misma que en los años 70, y su carrera empezaba a resentirse con esos incómodos cambios. ¿Cómo superar el fracaso de una obra? ¿De qué manera adaptarse a las nuevas reglas de una industria despiadada? Scorsese debía volver a las raíces de su cine, pero con la presión de tener que demostrar algo. Y justo cuando creía que ya no había lugar para él, sonó el teléfono. Era Jay Julien, su abogado, quien le ofrecería el proyecto que lo haría renacer: After Hours. Una comedia como El Rey de la comedia, pero muy distinta en el nivel de producción: este nuevo proyecto era independiente y de muy bajo presupuesto. Apenas 4 millones y medio de dólares.
Hay un dato peculiar que a Scorsese lo enamoró de esta futura película: el personaje principal, Paul Hackett, le recordaba mucho a él mismo. La pesadilla que experimentaba el protagonista describía cómo se sentía Scorsese en ese momento de su vida. Perdido, imposibilitado de encontrar una salida para volver a casa. “Marty disfrutaba de las desgracias que le pasaban a Paul Hackett”, contó el actor protagonista de After Hours Griffin Dunne. Las disfrutaba tanto que mientras Dunne actuaba cada situación surrealista, Marty debía alejarse de la cámara, y la escena, porque no podía contener la risa. Relata el actor, con mucho amor, que escuchaba a lo lejos la carcajada reprimida de Marty (para no distraer al equipo). Se ponía de espaldas y tapaba su boca con una mano para hacer el menor ruido posible. La pregunta es, ¿cómo llegó el guion a las manos del abogado de Scorsese? Es ahí donde empieza la historia más curiosa: aquel abogado era el mismo del hoy famoso actor (y director) Griffin Dunne. Actor y productor, junto a Amy Robinson, de la futura After Hours. La comedia agitada que se transformaría en una película de culto.
Las pesadillas pueden ser divertidas
Apenas comienza la película, nos acercamos al protagonista, Paul Hackett (Dunne, en ese entonces con 30 años), de manera acelerada. Como si nos hubiéramos tirado de un tobogán tubular para impactar contra su rostro. La cámara nos avisa desde el primer segundo que este relato no será calmo ni predecible. Paul Hackett se encuentra en una oficina, rodeado de personas con traje y polleras color beige. A su alrededor hay movimiento y el ruido ensordecedor que generan los dedos apurados en una máquina de escribir. Paul es un procesador de textos que está enseñándole cómo poner el código de prefijo en la computadora a otro empleado. El personaje parece conforme con su vida, hasta que su aprendiz le dice “Igual esto es provisorio. No pienso pasarme el resto de mi vida haciendo esto”. Paul cambia el gesto y mira atónito la oficina. Los papeles que se amontonan, los escritorios repletos de fotografías enmarcadas. De repente, su vida que creía perfecta no le alcanza. Se plantea que él está para más, como su aprendiz. Entonces sale del edificio, traspasa unas enormes puertas elegantes y doradas, tan pesadas y altas que la deben abrir dos porteros.
Paul Hackett sale del encierro y piensa que ahora está libre. Lo que no sabe es que al pisar la calle neoyorquina quedará atrapado. La aventura se origina al conocer una bella mujer en un bar, Marcy (Rosanna Arquette). Paul leé Trópico de cáncer, de Henry Miller. Un libro que a Marcy, sentada en otra mesa, le encanta y se lo hace saber. Hablan un par de minutos. Ella le cuenta que vive en un loft en el Soho junto a una artista escultora que hace bagels de yeso y piensa venderlos como pisapapeles. Le ofrece comprar uno llamando al 243-3460. Ese intercambio marca el inicio de una noche fatídica, donde el sol se hará rogar. Paul anota el número en una página de su libro para volver a hablar con la chica, pese a que la birome parece seca de tinta y no escribe. Es la señal que le advierte que no avance con su estrategia de galán. La primera de muchas que él no querrá ver.
After Hours, estrenada el 11 de octubre de 1985, es un relato circular que nos hace ser testigos de la peor noche en la vida del protagonista. Paul Hackett llega al Loft de la artista, Kiki (Linda Fiorentino), y se topa con una escultura de papier mache. Un hombre asustado gritando en silencio. Es su futuro (metafórica y literalmente). Queriendo ser alguien que no es, Paul le tira canchero a Kiki que su obra se parece a la de Munch, El chillido, desliza. La artista lo mira seria y lo corrige: “El grito se llama”. Minutos antes de llegar, Paul toma un taxi que lo traslada desde su casa. Apoya los 20 dólares en el cenicero del auto, y el conductor maneja tan rápido que el dinero se escapa por la ventanilla. La suerte jamás estará de su lado esas horas. Paul se convertirá en un coleccionista de desgracias que nos harán estresar, sufrir y, sobre todo, reír.
Hay un chiste singular en ese viaje que surgió en la sala de montaje entre la montajista Thelma Schoonmaker y Scorsese. Al terminar de filmar la película, el corte duraba más de 2 horas, y tomaron la decisión de reducirla a 97 minutos. En esos recortes descubrieron lo gracioso que quedaría si los traslados en taxis y camionetas se mostrarán en cámara rápida. Como una escena de Benny Hill. Un recurso formal (entre otros) que se convierte en gag.
A diferencia de tantas películas de Scorsese, el director no busca que empaticemos con ningún personaje. Y menos que menos con el protagonista. Scorsese pronuncia un discurso político y social en After Hours: sobre el gobierno de Ronald Reagan, el peligro de las calles de Nueva York y su opinión acerca de los yuppies. Sin embargo, como público, seguimos el paso agitado de Hackett, y terminamos tan agotados como él luego de correr de aquí para allá toda la noche. Intentando salvar su propia vida. ¿De qué o de quién? De las malas decisiones que lo llevan a su abismo, el Soho. Situándolo una y otra vez en el lugar y el momento equivocado.
Joan Didion, la tía amada de Dunne, decía que el carácter es la voluntad de aceptar la responsabilidad por la propia vida. Y esa es la fuente de donde surge el amor propio. Todo aquello que no posee Paul Hackett. Scorsese mostró en After Hours que no es necesaria la presencia de un monstruo para confirmar que uno está dentro de una pesadilla. Excepto que, tal vez, el monstruo sea el protagonista del relato. Quien edifica sus propios terrores.
Un guion demasiado extremo
Tiempo antes de llegar el guion a las manos de Scorsese, Amy Robinson se topó en Sundance con esas páginas de Joseph Minion a principios de los 80. Se titulaba Lies, por el monólogo radial de Joe Frank. La futura productora leyó las páginas de un tirón y llamó de inmediato a Griffin Dunne. “Sería un buen papel para ti, y deberíamos producirlo”, le dijo. Minion escribió el guion mientras estudiaba en Columbia, una tesis que jamás imaginó terminaría dirigiendo Martin Scorsese. Dunne leyó el guion de parado, pasando las páginas con el dedo gordo del pie. Sintió una emoción similar a la de Robinson: estar frente a una comedia muy divertida pero con un alto grado de ansiedad. ¿La característica que volvió a un guion sin pretensiones en una gran película? Una de tantas. Dunne frenaba la lectura del guion cada dos páginas. Era demasiado el estrés que le causaba pensar en todo lo que debía atravesar el protagonista en esa noche alocada y asfixiante en el Soho.
En aquella época, el actor se sentaba constantemente a esperar que el teléfono sonara, ser llamado para algún proyecto. En medio de un paro de actores, y a falta de trabajo, decidió hacer él mismo una película. “La produjimos porque no quisimos esperar más a que nos saliera trabajo”, cuenta Dunne. Compraron el guion sin dudarlo y empezaron la búsqueda de financiación en Hollywood. La respuesta de varios era que el guion era muy divertido pero que no podían terminar de leerlo del dolor de cabeza que les ocasionaba digerir cada acontecimiento sufrido por el personaje. No todos estaban preparados para un relato tan intenso. La pregunta era: ¿quién querría dirigir un guion tan extremo? Dunne y Robinson salieron en busca del cineasta apropiado. Robinson conocía a Scorsese porque había trabajado con él, como actriz, en su película Calles salvajes (1973). Dunne también conoció a Scorsese años atrás: en el casting de niños de la película Alicia ya no vive aquí (1974). Buscaban niños de 11 años y Dunne se presentó con 18. Scorsese le permitió hacer la prueba aunque se veía (y era) bastante mayor de lo que pedían en el anuncio. Robinson pensó que a Marty (así lo llama ella cariñosamente) le gustaría mucho el guion por su componente neoyorquino. La productora no lo dudó y se lo mandó junto a una carta. El problema era que Scorsese estaba bastante ocupado en ese entonces, filmando la ambiciosa película La última tentación de Cristo. No parecía contestar ni estar disponible. Era inalcanzable.
Mientras la silla de director seguía vacía, Robinson y Dunne descubrieron un cortometraje animado fascinante: Vincent (1982), la película de Tim Burton que llevaba la voz de Vincent Price. Apenas lo vieron tuvieron el mismo pensamiento: este joven dibujante es la persona indicada para dirigir After Hours. Burton recibió el guion y su reacción fue entusiasta: “Es increíble, es increíble”, expresó. Tras dos meses de planear el proyecto sucedió lo inesperado: Dunne y Robinson recibieron un llamado donde se les informaba que Scorsese no podía llevar adelante la producción de La última tentación de Cristo, y ahora estaba disponible para ellos. ¿Qué hacer si Scorsese quiere dirigir tu película, pero ya has empezado a trabajar con otro cineasta?
Robinson y Dunne sentían una alegría inmensa que no podían concretar, era demasiado tarde para cumplir ese sueño. Dunne compartió esta noticia con Burton, porque no podía salir del asombro: “Tim, hoy nos ha pasado algo de lo más curioso. Nos ha llamado el abogado de Martin Scorsese. Nuestro abogado. Le enviamos nuestro guion hace meses. Su película ha fracasado. Y fue lo primero que leyó que realmente quiere hacer. Quiere hacer esta película, pero volvamos a lo nuestro”, le contó. Dunne tenía pensado seguir trabajando con el director de los pelos locos, pero Burton detuvo su anécdota y le dijo “Espera un momento. ¿Que Martin Scorsese quiere hacerlo? Me retiro gentilmente de este proyecto. No puedo interponerme si Martin Scorsese quiere hacerlo”. Dunne y Robinson pensaban que Scorsese le daría a ellos un giro en sus carreras, lo que nunca sospecharon es que serían Dunne y Robinson las personas que rescatarían a Scorsese del pozo. “Pensé que si no lo lograba con ésta (After Hours), se acabaría. Nunca volvería a hacer otra película”, confesó Scorsese en 2004 recordando ese momento angustiante.
Obsesiones de rodaje
Una de las claves por las que lograron que sea una película tan elegante y detallista es el equipo técnico que hay detrás: el alemán Michael Ballhaus diseñó cada plano con peso simbólico. Nada más ni nada menos que el director de fotografía de Fassbinder. La banda sonora estuvo a cargo de Howard Shore (el compositor de las películas de David Cronenberg). La montajista Thelma Schoonmaker era la favorita de Scorsese. Trabajó con él desde la primera película de ficción del director en 1967, I Call First, hasta su última película The Irishman (2019). Conocía de cerca todas sus obsesiones estilísticas y formales. Ella fue (y sigue siendo) su cómplice en el juego.
En After Hours, Scorsese tomó la compleja decisión de filmar de noche, interiores y exteriores. Quería crear ese clima no solo para el espectador, sino también para los actores y el equipo técnico. Conseguir que todos vivan dentro de esa madrugada eterna donde la luna maldita parece no marcharse jamás. La película logra una atmósfera pesadillesca tan convincente que quien mira queda atrapado entre ese vecindario sin salida. Cada día de rodaje comenzaba al atardecer y culminaba al salir el sol. Como si esa noche sin fin que padece Paul se repitiera una y otra vez. Todo el equipo se ponía en la piel del protagonista. Cuenta Dunne que durante el rodaje vivió como un vampiro durante las ocho semanas de rodaje. Dormía de día para filmar cuando caía el sol. Para construir el laberinto en el que queda atascado Paul eligieron esquinas que indicaban quietud y tranquilidad. Sin presencia de autos ni movimiento.
Griffin Dunne cuenta que vio en Marty (Scorsese) un gesto que nunca vio en otro director: el entregar la lista de planos a quien quisiera verla. “No había dudas sobre lo que se iba a rodar”. Robinson explicaba que Marty confía tanto en lo que quiere que permite a la gente que aporte lo que pueda. Dunne se formó como director durante ese rodaje. Años más tarde dirigiría, entre otras, Adictos al amor (1997), Hechizo de amor (1998), y el hermoso documental sobre su tía favorita, Joan Didion: The Center Will Not Hold (2017). Mientras filmaban After Hours, Dunne apuntó en su cabeza cada uno de los trucos técnicos de Scorsese. Por ejemplo una caja de cristal con un ladrillo para lograr un efecto sonoro. La función es conseguir una reacción a un disparo o despertar al espectador. También aprendió cómo usar la claqueta. “Esta es la única película donde me han pedido que corra lo más rápido posible. Como si fuera cuestión de vida o muerte”, dijo Dunne. Era la primera vez que no fingía correr, corría de verdad. “Hice mucho ejercicio en esta película”, confesó entre risas.
Una de los mayores desafíos de Scorsese para esta película fue cómo filmar la secuencia de la caída del juego de llaves que lanzaba el personaje de la escultora desde la terraza del loft. Ese detalle distingue a After Hours de cualquier película de la época. El truco para filmar ese plano fue instalar una tabla con un agujero en el medio. La cámara iba justo detrás de ese hueco. Aquella tabla estaba atada a la parte superior del edificio con correas elásticas. Se soltaba para que pudiera bajar y provoque la sensación de caída. Una caída a la altura de la cabeza del personaje Paul Hackett. Era un truco peligroso: si las correas quedaban flojas, Griffin Dunne se abriría la frente tras el golpe. Tan riesgosa era la maniobra que Scorsese gritó que no podrían repetir la escena. Sin embargo, Dunne propuso realizar una segunda toma. “En ese momento estaba encantado con el papel. Me gustaba tanto que no pensaba en el peligro”, reflexionó hace unos años, recordando lo inconsciente que fue.
En busca del final adecuado
El mayor problema de la película fue encontrar el desenlace perfecto. ¿Cómo darle un cierre a esta bola de nieve de fatalidades hambrientas? Invitaron a Minion, el guionista, a sugerir ideas. Scorsese le había enseñado la película a algunos amigos directores. Entre otros, Steven Spielberg y Brian de Palma. Lanzaron ideas alocadas, como Paul Hackett volando en un globo. “Queríamos una especie de final victorioso...no al estilo de Rocky, pero algo que liberara al público y a Hackett de los confines del drama que ha sufrido en la ciudad”, explicó Dunne sobre esa compleja búsqueda.
Uno de los finales que no eligieron, el más inolvidable para Dunne, consistía en que June (Verna Bloom) le ofrecía a Paul una solución un tanto surrealista. “Tengo un sitio donde te puedes esconder”, le dice June. Ella miraba hacia abajo, mostrándole que debía meterse dentro de su útero para salvar su vida. “Vamos, Paul”, insistía. Sobre la Avenida West Side Highway ocurría el milagro: June daba a luz a Paul Hackett. El protagonista quedaba tirado en la calle cubierto de fluidos. Sin embargo, fue el famoso director inglés Michael Powell (además marido de la editora de After Hours, Schoonmaker), quien sugirió que el personaje debía terminar en su trabajo. Después de varias semanas de discusión, Scorsese entendió que el final adecuado era ese: Paul siendo depositado (o escupido) en la entrada de su lugar en el mundo, la oficina. Una entrada con majestuosas puertas doradas que se abren prometiendo el cielo o el infierno. Un encierro por otro. Un relato circular pesimista que muestra al personaje sin posibilidad de despertarse de su pesadilla cotidiana.
After Hours también depositó a Scorsese de nuevo en su trabajo. Pero en su caso la pesadilla se transformó en un sueño esperanzador: su carrera como director no solo no había terminado, estaba a punto de comenzar uno de sus períodos más exitosos. ¿Qué hubiera sido de la carrera de Scorsese si no la hubiera dirigido? Al terminar el rodaje, tras la última toma, todo el equipo técnico brindó con champagne en la calle. Scorsese se acercó a Amy Robinson y Griffin Dunne, los miró a los ojos y les dijo: “Gracias por devolverme la pasión de hacer películas”. After Hours fue ese renacer que iba a experimentar Paul Hackett al ser parido en la Avenida West Side Highway.
La película le brindó una nueva vida que el director supo valorar. Luego de llevarse el premio a mejor director en Cannes por After Hours filmó Buenos muchachos, Casino, La edad de la inocencia, Cabo de miedo, Los infiltrados, Pandillas de Nueva York, y hasta se dio el lujo de concretar La última tentación de Cristo en 1988. Sin embargo, y más allá de que dirigió varios films que para el público y la crítica fueron los más importantes, After Hours sigue siendo una de sus grandes obras maestras.
Cuando le preguntaron en 2014 a Griffin Dunne por qué creía que After Hours se había convertido en una obra de culto él respondió sin dudarlo: “Es porque se ha convertido en un adjetivo para tener una noche terrible que va de mal en peor. El terror cómico de una catástrofe acumulada sobre otra es algo que resuena en la gente”. Nadie puede escapar de quedar atrapado en un mar de malas decisiones. Pero desde 1985, si eso sucede, al menos tenemos una vía de escape: pensar en el protagonista de After Hours y reírnos a carcajadas. Al igual que lo hizo Scorsese cuando se miró en el espejo de Paul Hackett.
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