Hay pocas, muy pocas, poquísimas personalidades que logran ser indiscutibles en todo el universo literario: Joyce Carol Oates es una de ellas. Esta semana, su nombre fue uno de los más mencionados entre los candidatos a ganar el premio Nobel, que finalmente se entregó a la poeta —estadounidense como Oates— Louise Glück. Para sus lectores, que se cuentan de a millones en todo el mundo, queda el consuelo de la espera: Doris Lessing recibió el premio a los 88, Joyce Carol Oates tiene 82. Hay tiempo.
Hay quienes opinan maliciosamente que la Academia Sueca no le dio el premio porque no hay manera de que la lean en su totalidad. Con casi sesenta años de trayectoria, tiene una obra vastísima: más de 150 títulos —y otros tantos con seudónimos— entre novelas, ensayos, cuentos, poesía, obras de teatro, literatura infantil. Sumado a esto, hay artículos y cuentos inéditos que salen en una infinidad de medios. Da la impresión de que Oates piensa, respira, sueña y se alimenta con la escritura. Ella misma, de hecho, podría haber salido de uno sus libros tan exquisitamente góticos: una delgadez pálida, los ojos negros, los labios de un rojo intenso, anteojos redondos y unos sombreros oscuros de ala amplia. Y cuando los fotógrafos le piden que sonría, ella responde que claro, que está sonriendo.
En Austerlitz, la novela de W.G. Sebald, hay una página con fotos que compara la mirada de los animales nocturnos con algunos intelectuales —Wittgenstein, uno de ellos—. Son recortes que sólo muestran los ojos, un cuadro encima del otro. En esas miradas hay una intensidad que eriza la piel. Si uno se tomara el trabajo de recortar las fotos de Joyce Carol Oates encontraría esa misma vivacidad despierta.
La vista, justamente en ella que bordea el peligro de la ceguera, es uno de los temas recurrentes de sus historias. Por mencionar dos libros: en el volumen Tan cerca en todo momento siempre, que incluye cuatro novelas cortas, y en Persecución, su novela más reciente, los ojos son una clave de lectura. La protagonista de Persecución trabaja en un centro de rehabilitación de la vista y allí conoce a quien será su marido. En los relatos de Tan cerca hay personajes a los que les falta uno ojo y en la historia que le da título al libro, el protagonista vive pegado a su polaroid.
“Quizás sea un interés en la visión y el visionario”, dice Oates en un diálogo que mantiene con Infobae Cultura a través del correo electrónico. “La vista”, dice, “se vuelve metáfora de la percepción interior y espiritual”. Uno podría responder en un plano más literal y plantear que Joyce Carol Oates es una escritora capaz de ver hacia dónde se dirige la flecha del tiempo. El año pasado en la revista The New Yorker publicó un cuento en el que el objeto más usado era… un barbijo.
El Nobel no es el único premio esquivo para Joyce Carol Oates: hasta ahora tampoco recibió el Pulitzer, aunque fue finalista cinco veces con The Wheel of Love and Other Stories y What I Live For, que no se tradujeron al español, y con Agua negra, Blonde y Mágico, sombrío, impenetrable. El resto de los premios y galardones estadounidenses y del extranjero, los recibió todos. En 2010, Barack Obama, por entonces presidente de los Estados Unidos, le entregó la National Humanities Medal —el mismo día que Harper Lee, Quincy Jones y Meryl Streep—. Dos años después, Oates publicó Mujer de barro, una novela en la que, con una historia sobre la orfandad y la vigencia del self-made-man —en este caso, una self-made-woman—, se preguntaba por el éxito: qué es, cuáles son sus beneficios y cuáles sus consecuencias. “¿Le queda alguna deuda literaria?”. Esa es una de las pocas preguntas del cuestionario que no responde.
Escritores y críticos que profetizan con su pluma
Inclasificable a fuerza de lo desbordante de su producción, se mueve en registros tan variados como la novela realista, la ciencia ficción, el terror, el ensayo académico, la novela psicológica. Tiene novelas río de varios centenares de páginas —da la impresión de que se aclara la garganta y ya escribe miles de caracteres— como Qué fue de los Mulvaney, Mamá, La hija del sepulturero, Un libro de mártires americanos, Rey de picas, pero también es capaz de comprimir su cosmos narrativo en cuentos y nouvelles que avanzan con un ritmo frenético.
Escribió sobre los temas más urgentes y más convocantes de la cultura norteamericana: la guerra, la política, el duelo, los movimientos cristianos antiabortistas, la violencia de género. También de Marilyn Monroe: “no hay otro mito como ella”, dice ahora por e-mail, “que combine fama, celebridad y autodestrucción”. Y hasta de Mike Tyson. Mariana Enriquez —que comparte con Oates el ambiente áspero del gótico— dice en su nuevo libro, El otro lado, que Sobre el boxeo es uno de los más deslumbrantes textos sobre el deporte jamás publicados. El hecho de que sea una mujer quien hable de box no deja de ser una cuestión menor, casi anecdótica. Nadie cuestionaría la idoneidad de David Foster Wallace al escribir sobre tenis en ese bellísimo ensayo El tenis como una experiencia religiosa.
Ya en 1981 —¡en 1981!— se descargó con amargura en contra de quienes amagaban psicologizar sus novelas y le preguntaban por qué su escritura era tan violenta. “Me lo preguntaron en Lieja, en Hamburgo, en Londres, en Detroit, en Nueva York”, escribió, “me lo preguntarían en China si fuera a China, me lo preguntarían en Moscú, en Hiroshima”. Esa pregunta le resultó siempre insultante, siempre ignorante, siempre sexista. Nadie se la habría hecho a Faulkner. “Una vez se me planteó directamente, y sin duda a menudo me lo han sugerido indirectamente”, continuaba, “que debería centrarme en material ‘doméstico’ y ‘subjetivo’, a la manera —por ejemplo— de Jane Austen o Virginia Woolf, y que debería dejar las grandes cuestiones socio-filosóficas a los hombres”. Oates ha hecho de la libertad narrativa una forma de feminismo.
En Persecución (Ed. Fiordo, 2020), el padre de la protagonista viaja a secuestrar a la madre y, mientras prepara la trampa, piensa: “El hombre preparado es el artífice de su buena suerte”.
—¿Se puede aplicar esa frase a su manera de escribir?
—Esa frase es una variante de la conocida afirmación darwiniana que la supervivencia depende de los preparados. Pero también puede ser una alusión a la teoría de William James, que dice que hacemos nuestras propias verdades a través de la acción, a través de nuestro esfuerzo. Y, obviamente, un escritor tiene que estar inspirado, pero también debe prepararse y debe trabajar muy duro. Hay que conquistar el logro.
—Hay una famosa cita de Faulkner que dice: “El pasado nunca muere, ni siquiera es pasado”. ¿Se puede pensar el devenir de sus personajes a partir de esta frase?
—La mayoría de mis personajes son perseguidos por el pasado, por la destrucción de los recuerdos. Luchan por escapar, por ser liberados y por comenzar sus nuevas vidas.
—Alguna vez dijo que no quería mirar la serie The Handmaid’s Tale porque le molestaba que las mujeres fueran tan maltratadas. Pero, ¿no son sus protagonistas también maltratadas? En libros como La hija del sepulturero, Violación. Una historia de amor y Bestias, por ejemplo —pero no los únicos— las mujeres son víctimas de la violencia de género. Y, en relación a esto, ¿cuál es el compromiso de la sociedad en torno a la violencia de género?
—Ver a las mujeres abusadas es muy diferente a leer sobre ello. Hay una suerte de excitación, de sensacionalismo que atrae a algunos espectadores y repele a otros. Mis víctimas de violencia de género se plantean como víctimas, pero, como en Bestias, suelen triunfar ante sus opresores. Sin embargo, no creo que todos los hombres sean adversarios de las mujeres. A menudo, mis personajes masculinos son aliados y partidarios de las mujeres, tal como sucede en Violación. Una historia de amor. Cuando la Justicia falla, hay un hombre que da un paso al frente y exige que se haga justicia simplemente porque está indignado por la decisión del tribunal y por la desgracia de la víctima, que ha sido vilipendiada en su comunidad.
Los tiempos están cambiando
Este fin de semana se realiza una nueva edición del festival internacional de literatura Filba, que, debido a la pandemia del coronavirus, esta vez será virtual, y Joyce Carol Oates es una de las grandes invitadas. Está a cargo de decir las palabras inaugurales —el viernes 16 a las 20 (hora de Buenos Aires) y se podrá seguir en vivo por el canal de YouTube de Filba—. En el año en que todo cambió, el tema del festival es la transformación.
“Las sociedades siempre están en un flujo de cambio”, dice Oates por correo. “Esperemos que la pandemia cambie nuestra conciencia sobre la importancia de los científicos e investigadores de la salud pública en la formulación de políticas. Deberían elegirse políticos que escuchen a los funcionarios de la salud y no a los que los desafían con propósitos crudos”. Para Oates, la nueva normalidad trajo —o traerá— un nuevo respeto por la vida más tranquila. “A partir del COVID-19”, señala, “muchos han descubierto que prefieren vivir en una zona rural antes que en una ciudad abrumada y congestionada, por ejemplo. Las personas que antes viajaban a menudo ahora se contentan con no viajar en absoluto —yo misma estoy en esta categoría, al menos por el momento—”.
El año de la pandemia es también el año de las elecciones en Estados Unidos y en unas semanas, el martes 3 de noviembre, se definirá la suerte política del país del norte, con la continuidad de Donald Trump en la presidencia por cuatro años más o la llegada de Joe Biden. Desde 2016, Joyce Carol Oates sostiene un discurso público anti-Trump e incluso ha dicho que no es el presidente verdadero —Hilary Clinton obtuvo tres millones de votos más que Trump—. En los últimos tiempos directamente comenzó a escribir T**p en Twitter, la red social en la que es sumamente activa. ¿Qué pasaría si Biden, como Clinton, consigue más votos pero pierde la elección? “¡No tengo forma de responder a esto! ¿Quién sabe lo que va a pasar? Es cierto que las elecciones en Estados Unidos han sido ‘arregladas’, pero no hay mucho que los ciudadanos individuales puedan hacer al respecto”.
—Hagamos un paseo por el futuro, aún cuando siempre haya Riesgos de los viajes en el tiempo: ¿cómo se imagina que los habitantes del futuro mirarán la era Trump?
—Imaginar el futuro siempre es arriesgado. Mi visión del futuro cercano era un estado de vigilancia en el que ni siquiera se conocía la personalidad del presidente de los Estados Unidos; posiblemente había algún tipo de poder corporativo global sería el “presidente”. Trump tiene la personalidad de un showman. Representa un retroceso hacia los políticos populistas más viejos, como George Wallace, que cabalgó hacia el éxito avivando los temores racistas en un electorado mayoritariamente ignorante, así como prometiendo recortes de impuestos para los ricos. Es más probable que en el futuro tengamos una nación más parecida a 1984 o Un mundo feliz. Quizás una combinación de ambos.
No es una casualidad que Oates mire la realidad desde una categoría literaria. Es, por otra parte, lo que solía hacer Jorge Luis Borges, por ejemplo. Hace un par de años, una revista invitó a quince escritores —entre ellos Stephen King, Lorrie Moore, Jeffrey Eugenides— a que le preguntaran “cualquier cosa” a Joyce Carol Oates. Bret Easton Ellis, el autor de Menos que cero y American Psycho, le preguntó si la novela estaba muerta. “Los novelistas nacen y mueren”, respondió Oates, “las novelas prevalecen”.
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