I
Dos siglos después de la muerte de Diego Velázquez, nació Pablo Picasso. Ambos españoles y referentes de su época, sus obras poseen estilos diferentes pero hay un punto en que se tocan. Y fue el mismo Picasso el que así lo decidió. Tenía 13 años cuando sus ojos se posaron por primera vez en una obra de Velázquez. Fue en el verano de 1895, en un viaje al Museo del Prado.
Allí estaba La familia de Felipe IV, pintada en 1656 y más tarde conocida como Las meninas. “Me quedó fijado en las retinas de una manera obsesionante”, recordó. Dos años después, en octubre de 1897, se instaló en Madrid y una de las primeras cosas que hizo fue volver al Museo del Prado. Durante las tardes se paraba frente a la obra y hacía dibujos y bocetos en un cuaderno. Estaba maravillado.
Así fue que surgieron Las meninas de Picasso. Es una serie —aquí presentamos la que es, cronológicamente, la primera obra de la serie y tal vez la más conocida— de 58 cuadros pintados entre el 17 de agosto y el 30 de diciembre de 1957. Se trata de un análisis exhaustivo donde se reinterpretan distintos aspectos de Las meninas de Diego Velázquez. Parte de la serie está en el Museo Picasso de Barcelona.
II
La pintura de Velázquez fue un pedido del Rey de España, por eso el título original es La familia de Felipe IV. Meninas es una palabra de origen portugués que designa a las damas de honor que asisten a las Infantas de la nobleza. De eso se trata el cuadro, no del personaje en el centro, hija de Felipe IV, que tenía cinco años, sino de las dos mujeres que la asisten. Por eso, con el tiempo, se rebautizó como Las meninas.
Para muchos es una composición perfecta. Y así lo sintió Picasso la primera vez que la vio, pero también cada tarde que iba al museo a observarla, estudiarla y dibujarla. Cuando todo estuvo listo, decidió hacer su propia versión. Lo primero fue cambiar el formato vertical. Prefirió desplegar la escena sobre un plano horizontal para que los personajes adquieran otra relevancia.
Luego cambió el papel protagónico. Si en el cuadro de Velázquez todo gira alrededor de la infanta Margarita, en el de Picasso la centralidad es compartida entre la infanta, una de las meninas y la figura del pintor que adquiere una proporción desmesurada. Además, vista con atención, a la derecha están las figuras más detallistas y a la izquierda las más simplificadas y funciona como una suerte de degradé.
III
Las grandes variaciones entre ambas obras están en el color —la obra de Picasso es prácticamente monocromática—, en la luz —la luminosidad se centra en la apertura de los grandes ventanales a la derecha, que en la obra de Velázquez permanecen cerrados— y fundamentalmente en el estilo, dado que uno es el maestro del barroco y el otro del cubismo. Ambos, eso sí, maestros.
Luego están los detalles, como el dogo de Velázquez que es sustituido por el basset que tenía Picasso en La Californie. Son guiños que el pintor hacía a los espectadores, pero también licencias que se permitía. Tenía muy claro que lo que estaba haciendo era un trabajo lúdico pero también profesional. Una reversión subjetiva y personal de nada más y nada menos que Velázquez. Así lo contó:
“Si alguien se pusiese a copiar Las meninas, totalmente con buena fe, al llegar a cierto punto y si el que las copiara fuera yo (...) me llevaría de seguro a modificar la luz o a cambiarla, con motivo de haber cambiado de lugar algún personaje. Así, poco a poco, iría pintando unas Meninas que serían detestables para el copista de oficio; no serían las que él creería haber visto en la tela de Velázquez, pero serían mis Meninas”.
IV
Cualquier estudiante de arte lo sabe: Picasso es un genio también por su abrumadora persistencia. Estudió e interpretó obras de los grandes maestros: Mujeres de Argel en su apartamento de Eugène Delacroix y Almuerzo sobre la hierba de Édouard Manet, así como también cuadros de Cranach, Courbet, Rembrandt y Poussin, pero sin dudas la serie de Las meninas es su mejor trabajo.
Picasso pintaba y pintaba como si el mundo explotara en un par de días. Experimentó distintos estilos —junto a Georges Bracque creó una de las grandes vanguardias estéticas que sacudieron el siglo XX: el cubismo— y abordó varios géneros, además de la pintura, como el dibujo, la pintura, el grabado, la escultura, la cerámica, el diseño, la ilustración de libros, incluso la literatura.
El mundo nunca explotó y él, con su gran voracidad artística, murió a una edad avanzada, producto de un edema pulmonar. Tenía 91 años aquel 8 de abril de 1973 cuando sus ojos se cerraron para siempre. Estaba en su casa de Mougins llamada “Notre-Dame-de-Vie”. Hoy su cuerpo está enterrado en el parque del castillo de Vauvenargues y sus obras, sus incontables obras, desperdigadas por el mundo.
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