En la vida de Jorge Luis Borges hay dos polémicas que, a su pesar, se volvieron esenciales para entender su historia: por un lado, su acérrimo antiperonismo y, por otro, la expectativa nunca cumplida de recibir el premio Nobel de Literatura. Sobre la tensión entre Borges y Perón se han escrito miles de páginas; sobre la tensión entre Borges y el premio, también. Pero ahora hay una revelación que podría alterar la manera en que se la considera.
Es famosa la frase de Borges con la que se tomaba con humor aquella antigua tradición escandinava que consistía en nominarlo para luego premiar a otro. Borges y Beckett recibieron el Formentor en 1961: Beckett ganó el Nobel ocho años después. En cambio, Borges… Se dice que en 1967 había estado a punto, pero, por haber sido considerado “demasiado exclusivo o artificial”, quedó desplazado por Miguel Ángel Asturias.
La lista de los malditos del Nobel incluye a autores tan relevantes que muchos consideran que no ganarlo es casi más importante que haberlo hecho: James Joyce, Henry James, Franz Kafka, Virginia Woolf, Italo Calvino, Marguerite Yourcenar, Vladimir Nabokov. Los últimos en entrar en esta ilustre categoría fueron Philip Roth y Amos Oz. (Lo llamativo es que en la casa de apuestas Ladbrokes, Amos Oz paga 16 a 1 para este año cuando es imposible que lo gane: el premio se entrega a escritores vivos y Oz murió en diciembre de 2018).
Pese a los escándalos de los últimos tiempos, el Nobel mantiene un halo de prestigio y corrección política. Pero, si uno mira la historia, hay un notable desbalance: sólo quince mujeres ganaron el premio —la mayoría a partir de la década del 90— frente a más de cien hombres; Europa y los Estados Unidos tienen a los mayores laureados —recién en la decimotercera ubicación aparece Chile—; el idioma más premiado es el inglés, luego siguen el alemán y el francés: el español está apenas en cuarto lugar.
Cuando ganar es un alivio
Si se saben las razones por las que Borges no obtuvo el premio en 1967 es porque el estatuto del premio, tal como señala Juan Pablo Bertazza en el excelente ensayo La furtiva dinamita (Ed. Octubre), establece un silencio de cincuenta años sobre el proceso de votación. El trabajo de Bertazza —autor también de Síndrome Praga, La revolución de terciopelo, Los que no hablan, Calle Lavalle— no solo es imprescindible para entender la lógica y la historia del premio, sino para conocer la vida oculta de Alfred Nobel, el hombre que hizo una fortuna al dominar la nitroglicerina y que soñaba con ser poeta.
A través de esta investigación se entienden algunos criterios y normas no escritas. Por ejemplo, que hay una mentalidad conservadora que nunca premia obras disruptivas y experimentales, que tampoco se premia en la primera nominación o que hubo escritores que debieron esperar muchísimo para recibirlo: Johanes V. Jensen esperó dieciocho años, Grazia Deledda doce, Anatole France nueve.
En 1982, cuando recibió el premio, Gabriel García Márquez admitió que lo primero que sintió fue alivio: “Ya dejé de ser candidato”, dijo. Gabo pensaba que lo habían nominado demasiado joven —tenía apenas 55 años— y le daba miedo pasar por lo mismo que sufría Borges cada año.
La clara espada
Existen algunas razones extraliterarias por las que el autor de El Aleph no obtuvo el premio. Bertazza detalla, primero, una razón personal: en 1964, invitado a una comida en Estocolmo, Borges se burló con crueldad de un poema que leyeron en voz alta de un autor que no estaba presente pero que no tardó en enterarse. Era de Artur Lundkvist, miembro de la Academia Sueca, especialista en la literatura latinoamericana y con un enorme poder en el comité del Nobel. Tres años después, como dijimos más arriba, Borges perdía con el guatemalteco Asturias.
En 1976 Borges era el gran candidato. Quedan pocos años para que pasen cincuenta y será muy interesante conocer las razones “literarias” por las que no se lo entregaron. Lo que se sabe —lo que Borges ha aceptado públicamente como la causa de no recibirlo— es que el almuerzo con Videla y, sobre todo, la posterior visita al Chile de Pinochet frustraron sus ilusiones.
Pero hay aquí una revelación de Bertazza que cambia notablemente la polaridad entre Borges y el Nobel. María Kodama, la viuda de Borges, recuerda una llamada que le hicieron poco antes del viaje a Chile:
“Recuerdo que la última vez que sonaba como candidato lo llamaron por teléfono de Suecia. Entonces yo voy muy contenta a decirle: ‘Borges, lo llaman de Suecia’. Antes de atender, me dice que no nos hagamos ilusiones. Como para mí la privacidad es algo sagrado no quería escuchar la conversación pero él me retuvo con un gesto, y pude escuchar lo que él dijo luego de dejar hablar a su interlocutor. Y lo que dijo fue: ‘Señor, yo le agradezco mucho lo que acaba de decirme y se lo voy a agradecer toda la vida, pero quiero decirle algo. Hay dos cosas que un hombre nunca debe aceptar: sobornar o dejarse sobornar; después de lo que usted me dijo, mi obligación es ir a Chile. Buenas tardes’, y cuelga el teléfono. Entonces yo le pregunté: ¿Está seguro de que no quiere pensarlo? y él me pregunta a mí si yo haría eso. Cuando le respondo que no, me vuelve a preguntar: ‘¿Y por qué quiere que lo haga yo?’. Si algo me faltaba para enamorarme de él, que nada me faltaba, era eso”.
En aquel viaje a Santiago, Borges recibió en manos de Augusto Pinochet un título honoris causa y la Gran Cruz de la Orden al Mérito Bernardo O’Higgins, y dio una conferencia en apoyo el régimen. Si bien años después se arrepintió de lo que dijo, aquella vez no sólo dio su aprobación al dictador, sino que, por elevación, envió un inequívoco mensaje de renuncia hacia Estocolmo: “Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita”.
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