Dicen, en el campo de la neurociencias, que esas 38 semanas en las que nos las pasamos sumergidos nos determinan de por vida en nuestra relación con los líquidos, que lo instintivo resurge por alguno de nuestros poros cuando nos rodea el agua, cuando nos sentimos abrazados. cubiertos, protegidos. Y esa sensación puede apreciarse en la obra del sueco Anders Zorn (1860 – 1920), el más grande artista de su país y, sin dudas, uno de los más destacados impresionistas, aunque su nombre no suela aparecer en esas colecciones por volúmenes que resaltan a los creadores más relevantes de la historia del arte. Allá ellos.
En los trabajos de Zorn las aguas no bajan turbias, sino calmas. Y generan un estado de latencia, una obra que genera la espera, la apreciación, y que suena a armonía, que se siente, de la que se quiere ser parte, como sucede en la acuarela Placer de verano.
Zorn realizó múltiples obras acuáticas, de mares, lagos, lagunas y hasta en los canales de Venecia, y en ellas hay un bamboleo amistoso, casi juguetón, una invitación a la experiencia. No hay dramatismo, movimiento desenfrenado, ni siquiera espuma que marque que allí ha pasado algo. Es una bella contemplación, quizá porque eso es lo que apreció en sus primeros años en Mora, donde nació y -luego de una exitosísima carrera por Europa y EE.UU- volvió para seguir pintando y morir. Los lagos, las aguas, fueron su útero, su abrazo, su calma.
Mora, situada entre los lagos de Siljan y Orsasjön, sigue teniendo hoy una población de pueblo y además de la naturaleza se caracteriza por la permanencia de sus tradiciones, que Zorn también pintó en sus años finales, acaso como un tributo al lugar del que si no fuera por su talento y curiosidad jamás se hubiera marchado. “Zorn sigue siendo un campesino con fuertes brazos para abrazar la realidad desnuda”, escribió un crítico tras su regreso.
Hijo de una campesina y de un cervecero alemán, fue criado por sus abuelos hasta que a los 15 su precocidad artística lo llevó a la Academia de Bellas Artes en Estocolmo, aunque no terminó su formación por desacuerdos con su director. Fue pintor, escultor y grabador, pero sobre todo un Maestro de las acuarelas -aprendió con Egron Lundgren-, a tal punto que en su producción abundan las obras de gran formato. y antes de abandonar su país, para comenzar un periplo que lo llevaría por España, Londres y París, realiza su primera exposición en la Academia con reseñas que ya destacaban su mano.
Se enamora del país ibérico y lo describe como “‘caliente’ y soleado, hay muchachas bonitas y mendigos pintorescos. Un verdadero paraíso para los pintores”, pero es en Inglaterra donde comienza a realizar una carrera formal, donde recibe múltiples encargos como retratista, lo que le permite juntar dinero y regresar a su país en 1885 para casarse con Emma Lamm, una joven de la alta burguesía con la que se había comprometido en secreto en 1881 y que protagoniza Placer de verano, un trabajo de 1886.
La obra fue pintada en Dalarö, donde la familia de su esposa residía, a principios del verano, después de que la pareja regresara de una larga luna de miel, que los llevó por Europa del Este y Turquía. Antes de lanzarse a su realización, realizó un pequeño boceto, de unos 30,2 por 18,8 centímetros, que hoy se encuentra en el Museo Zon, la cabaña que fuera su hogar y atelier.
La acuarela, de 76 × 54 centímetros, captura el momento en que Emma espera en el borde del muelle de madera, mientras su amigo Carl Gustav Dahlström, un maestro, se acerca en un bote de remos. La pieza puede pasar por un óleo sin problemas, el nivel técnico del detalle en los rostros, la simetría de luz entre el agua ondulante y ese cielo encapotado, gris, es hipnótico.
Las aguas no bajan turbias, sino calmas. Hay una brisa suave, un soplido tímido, que no se ve ni en la ropa de la mujer, ni en el follaje que en el fondo se funde con el entorno, sino en el lago, en esos pocitos que se reproducen ad infinitum, que unen un horizonte difuso con la escena principal y se hace presente en la sombra proyectada, en movimiento.
La acuarela es una magnífica muestra del trabajo detallista de Zorn, que aún no había ingresado en su etapa impresionista más potente, que se produce durante su estadía parisina, luego de 1888. Allí, como en Inglaterra, el retrato le abre las puertas de la alta sociedad. Un encargo del banquero Ernest May, lo coloca en un lugar de privilegio dentro del arco político y artístico.
El estado francés adquiere Un pescador en Saint-Ives para el Museo de Luxemburgo, obra que había presentado en el prestigioso salón de la ciudad de la luz y, con 7 pinturas, participa de la Exposición Universal de 1889. Además, es nombrado Caballero de la Legión de Honor. Tiene exitosas exposiciones individuales y su trabajo de 1892, Ómnibus, lo colocan en la vanguardia de los artistas más importantes. Aunque, un año después, la crítica sería cruel con el cuando debió descolgar su Venus de la Villette del salón de Bellas Arte por “inmoral” y “desagradable”.
Siendo uno de los retratistas más destacados del mundo, le llegan ofertas desde EE.UU., país al que visita en siete oportunidades. Allí, el poder en ascenso considera una obligación ser capturados por él, banqueros, magantes, incluso llega a inmortalizar a tres presidentes: Grover Cleveland, William H. Taft y Theodore Roosevelt. su característica principal era que no realizaba bocetos y prefería hacerlo en el espacio que las personas habitaban para capturar más su esencia, en vez de su propio atelier, como era lo normal.
Cansado del trajín, de la vida en las grandes ciudades, Zorn emprende el regreso a Mora en 1896. También adquiere una cabaña muy modesta en Gopsmor, a unos 20 kilómetros, donde pasaría la mayor parte de su tiempo pintando y que hoy es casa-museo.
Allí, emprende la pintura de género, deambula entre sus pobladores, los pastores, los músicos y captura la esencia de una época en la que el tiempo parece transcurrir más lento, donde las dificultades se viven con armonía. Entre ellas se encuentran Danza de San Juan (1897), uno de sus cuadros más emblemáticos.
Después, quizá a modo de revancha con aquella sociedad francesa que había censurado su Venus, realiza su serie de desnudos -muchos au plein air-, obras que irán adquiriendo una majestuosa y sencilla sensualidad. No hay nada artificial allí, pero otra vez el uso de las luces y sombras generan esa paz que generan una incandescencia sosegada y brutal
Placer de verano se encuentra, lamentablemente, en manos privadas. Fue adquirido por Edvard Levisson de Gothenburg, y luego descendió a través de la familia Schollin-Borg hasta su venta en subasta en 2010 por más de USD 29 millones, estableciendo un récord para una pintura sueca.
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