En Meteoro, el nuevo libro de poesía de Julián López, que se publica más de 15 años después de su primer poemario, presenta un diálogo de poemas imantados por un horizonte meteorológico de encuentro con la luz, para dar lugar a una lírica que se anuda en aromas y cuerpos y en la intimidad del recuerdo de la infancia así como la colisión con el amor, la soledad y la muerte.
Si la poesía funciona como ese terreno para el decir la belleza, Meteoro (Penguin Random House) potencia esa indagación que desafía y busca texturas en el lenguaje, a partir de un conjunto de textos que se van hilvanando entre sí para dar cuenta de lo que ilumina la ventana, el crujir de la cebolla o ese olor que hace recordar a una tarta familiar. “Es un libro sobre lo interno y del momento incipiente del encuentro con el otro”, dice el escritor.
Julián López (Buenos Aires, 1965) es autor del libro de poemas Bienamado (2004) y de las novelas Una muchacha muy bella y La ilusión de los mamíferos; además dicta clínica y talleres, es docente en la carrera de Artes de la Escritura de la Universidad de las Artes y desde 2006 coordina junto a Selva Almada y Alejandra Zina el ciclo Carne Argentina, un espacio de vidriera de autores, lenguajes y formas de la producción literaria.
- ¿Qué te pasa con volver a publicar poesía después de tanto tiempo?
-Publiqué Bienamado en 2004, ya era grande pero era mi primera publicación y lo hice con mucha pasión e ingenuidad. Adoro la ingenuidad, es una cualidad fundamental para estar vivo. Prefiero el candor, incluso la tontería, a la mirada del saber. Prefiero dar el mal paso y quedar en falso. Y en ese sentido Bienamado es un libro que es muy vital, muy torpe y desaforado. Meteoro también es desaforado pero es mayor, en el sentido de más viejo.
Muchas veces se subraya el pulso poético en mis novelas y a mí me sorprende que sorprenda que una novela tenga lirismo. Me parece fuerte volver a publicar poesía y me da nervios. Lo de los nervios es porque publicar siempre te pone en un lugar de vulnerabilidad, exposición de cierta intimidad. Y cuando es un material poético, cuando el yo lírico está más cerca del autor porque hay menos andamiaje de construcción, aunque la poesía también puede mentir y de hecho lo hace, está mucha más pegada a la verdad del autor.
-¿Cómo se gestó este libro, cómo se fueron encontrando los textos?
-La idea de este libro, de ver si había un espíritu común, un material que convivía bien, incluso en su diversidad, la tengo hace bastante. Porque a partir de una escritura silvestre, de escribir y acumular sin ningún propósito, en un momento empezás a mirar a ver si reconocés algo común en esa acumulación de diversidades. Y a partir de eso la escritura nueva se empieza a organizar en ese sentido, en diálogo a lo que tenía.
-¿Dónde imaginás o te gusta inscribir esta obra?
-No me puedo pensar ni en un grupo ni en una tradición. La cuestión de los géneros no me interesa tanto y a veces me sorprende mucho el nivel de enemistad. La escritura es la organización de una lírica y de una narración, por lo tanto, el género me parece que es una disposición de la escritura. A mí la poesía me interesó siempre, desde chico. Escribía composiciones y escribía poemas, entonces siempre me identifiqué con la pulsión de escribir. No es lo mismo escribir poesía que escribir narrativa pero ¿qué importa eso? Sí me considero un escritor y me interesa atravesar diferentes desafíos de la escritura. Yo creo que los escritores nos debemos el ejercicio de una escritura degenerada.
-Pensando en la definición de haz de luz ¿es la escritura una búsqueda de lo luminoso, podría decirse de la belleza, como abre el primer poema que se pregunta: “Qué era entonces la belleza”?
- La búsqueda de belleza es una preocupación absoluta en todo sentido. Habría que preguntarse ¿qué es la belleza? No lo sé, el pálpito vital de algo. Y la luz como fenómeno, y también la oscuridad como lo que sostiene ese fenómeno. No tengo una particular fascinación con la luz más que en el sentido del fenómeno y por eso esta oda al atardecer, que es cuando la luz empieza a menguar y se abre el imperio de la noche y el misterio y el terror y todo lo que implica la idea de noche.
Es un libro que acumula luz para enfrentar la noche con un poco más de irradiación. Y en ese sentido, la búsqueda de belleza es la búsqueda de un equilibrio. Hace poquitos días empezó el equinoccio, los días del año en los que cesa la batalla de la luz y la sombra porque el día y la noche duran exactamente lo mismo, por eso se llaman “equi”, son iguales. Entonces, te diría que la búsqueda de Meteoro es un poco la búsqueda de algún tipo de equilibrio.
-Y así como aparece eso, estos poemas piensan sobre problemas filosóficos como la muerte, temas que quizá en otro tipo de textos no se habilita tanto ¿no?
- Hay una parentesco innegable de la poesía con el ensayo. Cuando la poesía tiene el permiso de ser más que lo expresivo se empieza a preguntar. Se convierte en un balbuceo de otro orden. Hay un yo lírico que está mirando el atardecer y ahí ya hay peligro porque hay alguien se está preguntando sobre cómo está bajando la luz y a lo que se enfrenta. Un balbuceo ensayístico, cierto cuestionamiento de algo. La poesía es una de las formas del ensayo o un género que va y viene por entre géneros cuestionándose.
-En estos versos aparece el escritor construyendo un poema, dándole forma. “Voy a dejar este poema acá porque alguna vez estuvo vivo”, se lee. Se presenta la idea de clausura, sin embargo a diferencia de otros géneros la poesía tiene la vocación de relectura.
- El libro todo el tiempo se pregunta si la escritura es posible. Un poema nace de una especie de muerte. Nace del encuentro con algo de la atmósfera que es indecible y vas al papel a buscar eso que todo el tiempo está huyendo. Entonces, vas al poema después de una muerte, de algo que te atravesó y que de alguna manera en el poema intentás revivir. Uno de los poemas termina diciendo “yo quiero el edificio detrás de la mole que cae”: lo que está detrás del poema. Y eso es imposible porque el poema es la construcción torpe de eso que vos te atravesó. Es la materialidad y, por tanto, es torpe en comparación con ese espíritu que te poseyó.
- De hecho, estos poemas buscan retener el aroma de una tarta, recuerdo de la infancia; el cuerpo del amante, el lugar de hijo.
. La escritura del poema es el gesto desesperado por conservarlo y, a la vez, por entregarlo. Por eso tiene que ver, en algún sentido simbólico, con la muerte: te apropiás de eso que se fue, de la infancia, del amante, para tenerlo y a la vez para soltarlo y aceptar que ya está. En ese sentido, el poema es un testimonio. Es decir, es un testimonio de un pasado.
- Y en tanto testimonio ¿quién lo escribe?
-Es una mezcla extraña. Para sentarse a escribir tenés que ser un megalómano pero cuando empezás a escribir necesariamente te tenés que construir en obrero porque cuando empieza a aparecer el material es él quien reina y te dice qué tenés qué hacer. Y si sos un escritor consciente te ponés a disposición de eso. El material sabe mucho más de sí mismo que vos de él. Tenés que ser muy humilde, obediente y servicial. No me interesa la escritura catártica, me parece muy menor en relación a lo que puede ser la escritura en verdad. El trabajo con el texto es desagotar eso y ver qué tipo de organismo es, qué tenés para darle y cómo lo podés hacer vivir una vida no demasiado miserable.
Fuente: Télam
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