Fernando Aramburu: “No puedo crear una sociedad mejor causando mal a otros; prefiero cuestionarme mis ideas antes que dejar un reguero de muertos”

El autor de la celebrada novela “Patria” habla sobre su obra, que tiene como trasfondo el conflicto vasco y el terrorismo de ETA, y que ahora ha sido convertida en miniserie. “No da tregua. Hay momentos en los que se le pone a uno un nudo en la garganta por la veracidad de las imágenes”, dijo

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Fragmento de la entrevista con Fernando Aramburu

Se considera un escritor que “va por su cuenta”, es decir, alguien que puede resultar molesto y peligroso “para determinados grupos que intentan imponer ideologías, convicciones, creencias”. Así se describe Fernando Aramburu, nacido en San Sebastián en 1959 -prácticamente a la hora del nacimiento del grupo nacionalista y terrorista ETA-, poeta, ensayista y narrador de prestigio que cuatro años atrás se vio de pronto en el espejo del éxito y de la sobreexposición mediática, algo para lo que no estaba preparado y cuyos efectos ahora se multiplican. Su novela Patria, que lleva vendidos cientos de miles de ejemplares y ha sido traducida a decenas de idiomas, acaba de llegar al formato miniserie en un producto de HBO.

Se trata de una novela magistral, que lleva el melodrama a la categoría de gran literatura y que en más de seiscientas páginas cuenta el conflicto vasco-español a través de la historia de dos familias amigas que en cierto momento se vuelven enemigas, siguiendo la ley de una grieta inevitable entre los vascos: en una de ellas hay una víctima del terrorismo, en la otra, un terrorista.

El autor de, entre otros libros, Los peces de la amargura y Autorretrato sin mí, vive en Alemania con su mujer y sus hijas. Llegó a ese país a mediados de los 80 y cree que la distancia le asegura una buena visibilidad y perspectiva de los temas que le interesan a la hora de escribir y le evitan, además, “cenas, reuniones y palmadas en la espalda” que pueden confundir y resultan perturbadoras para un autor que pretende ser libre para pensar y escribir y no poner su palabra al servicio de nadie. Durante la conversación, que se transmitió en simultáneo por las cuentas de FB de Planeta, HBO e Infobae, Aramburu dijo estar satisfecho con el resultado de la miniserie de ocho capítulos, habló sobre las diferencias entre un espectador y un lector, explicó cuál es a su entender el lugar de la memoria y la reconciliación entre las personas y en las sociedades y también habló sobre la fuerza y otras cualidades de las mujeres, que son centrales en su historia.

Lo que sigue es la transcripción de esa conversación a la distancia en la que no faltaron sonrisas y confesiones y que fue, sin exageración alguna, una verdadera celebración de la palabra por parte de Aramburu. La entrevista puede verse completa en las cuentas FB en las que fue transmitida originalmente.

Esta escena es clave: Bittori
Esta escena es clave: Bittori abraza el cadáver de Txato, su marido, asesinado por ETA.

— En algún momento, durante esos tres años en los que estuviste escribiendo Patria o ya publicada la novela, ¿te imaginaste que la novela iba a salirse del libro y podía llegar a convertirse en una película o en una miniserie?

— Sinceramente no me lo imaginaba. Por otro lado, hasta la publicación de Patria yo era un autor relativamente poco conocido, conocido en España, fuera de España no, de manera que no estaba acostumbrado a una repercusión tan desmesurada como la que ha tenido. Claro está que uno tiene sus ilusiones, que suelen acrecentarse poco antes de publicar un libro. Esto nos ocurre a todos los escritores, si no tuviéramos esas ilusiones no sé para qué nos íbamos a sentar tantos años delante del ordenador o de la máquina de escribir. Así y todo, antes de que el libro se publicara, ya noté que se estaba formando una especie de torbellino promocional en el aire. De hecho, personas que leyeron la novela en formato de pre publicación comenzaron por su cuenta a difundirla. Recuerdo un programa de radio en el que un locutor muy conocido en España desmenuzó la novela. Noté también muy pronto el interés masivo de la prensa. Y concedí algunas entrevistas antes, incluso, de que el libro llegara a las librerías. Y poco a poco me fui dando cuenta de que este libro iba a tener unas consecuencias bastante grandes. Buenas o malas, esto yo todavía no lo sabía, ¿no? Y también debo confesar que me costó un tiempo asumir lo que podríamos llamar una sobreexposición mediática a la que yo no estaba acostumbrado. En todo caso, al principio la repercusión era primordialmente literaria. Es decir, el libro estaba sobre todo en boca de críticos, de personas interesadas en la literatura. A los dos, tres meses, el libro entró en listas de más vendidos pero sobre todo se convirtió en algo que no se explica desde la literatura, se convirtió en un tema de conversación general, en base para un debate. La clase política tomó la palabra, cosa que a mí jamás me había ocurrido, y a partir de ahí el libro ha tenido un recorrido sobre el cual yo ni he podido ni he querido influir en modo alguno.

Yo tengo una pequeña ventaja con respecto a otros compañeros de letras y es que vivo en el extranjero; estoy bastante protegido de cenas, de reuniones, de palmadas en la espalda.

— Decís que hasta ese entonces eras un escritor reconocido dentro del círculo de los escritores y mencionás a los políticos que tomaron el tema para el debate. También a vos, al pasar a ser una persona más conocida dentro de la escena pública, te consultan sobre temas que habitualmente no te consultaban.

— Sí, ciertamente. De todos modos esto no me contraría salvo cuando noto que se produce de manera excesiva y que me roba energía y tiempo. Entonces suelo echar el freno, poner límites. He postulado desde joven la independencia del escritor, yo jamás he dicho en público a quién voto. He considerado que el escritor, las personas que escriben y publican libros, tienen la opción de difundir ideas, pensamientos, reflexiones, que surgen de una mente privada y que además se pueden transmitir en un diálogo privado entre el que escribe un texto y aquella persona que en soledad lo lee. Esto, claro, puede resultar peligroso para determinados grupos que intentan imponer ideologías, convicciones, creencias. Por eso creo que el escritor que va por su cuenta suele resultar molesto. En democracia no hay más remedio que soportarlo. O, en todo caso, pues por vía de adulación, de premio, de recompensa, tratar de instrumentalizarlo atrayéndolo hacia ciertos grupos de opinión o de poder.

Yo tengo una pequeña ventaja con respecto a otros compañeros de letras y es que vivo en el extranjero; estoy bastante protegido de cenas, de reuniones, de palmadas en la espalda. Y es lo que he hecho desde siempre. Es decir, hablar de una manera libre, a veces me equivoco, pero jamás he puesto mi discurso público al servicio de nadie. Esto no quiere decir que yo no coincida, no de manera total pero ocasionalmente, con determinadas figuras de la clase política, porque también tengo mi opinión. Por otro lado no he querido tampoco limitar mi discurso público a la actualidad. Yo no estoy detrás de cada palabra que dice no sé quién ni del último suceso de la mañana para rápidamente decir lo que opino. Y siempre, y esto no cambiará nunca en mí, jugaré la carta literaria. Es decir que aquello que yo difundo, los textos que yo difundo en público, tienen un tratamiento que persigue cierta calidad lingüística, que tienen en cuenta los recursos habituales del discurso literario. Es decir, yo no voy a hacer rápidamente un escrito de tipo práctico en el que dan igual las palabras que uno use.

Y sí he tenido cierto cuidado en no dejarme instrumentalizar. Es decir, a partir del momento en el que un escritor, que además trata de asuntos sociales, alcanza una considerable repercusión pública es inevitable que ciertos grupos de poder se acerquen y traten un poco de condecorarse con el poeta o el escritor famoso de turno.

"Patria", la gran novela de
"Patria", la gran novela de Aramburu

— Claro. Estamos hablando de literatura pero también de una obra que trasciende la literatura. ¿Cuánto estuviste involucrado en lo que fue la adaptación, el guión, la selección del casting, el foco? ¿Cuánto de Aramburu aparece en la miniserie?

— Pues vamos a decir que estoy sin haber estado. Es decir, la historia es la mía. La adaptación serial es a mi juicio fiel a lo que yo escribí. Fiel, no quiere decir que sea un textual automático; la serie no es una fotocopia de la novela. La serie incluye funciones narrativas que a mí me parecen muy perspicaces, que a veces producen algún distanciamiento de tipo más bien narrativo, decorativo, argumental, pero de poca monta. Yo no intervine, no lo quise. No es la primera vez que se adapta a la pantalla un libro mío; ya tuve una experiencia muy positiva con anterioridad, entonces tampoco intervine. Pero no porque me desinterese: yo parto de una confianza inicial en las personas que van a llevar a cabo una adaptación a un formato distinto de aquel con el que yo trabajé. Yo he sido profesor de niños y de adolescentes durante muchos años, durante 24 años, y aparte de enseñar también aprendía. Y una de las cosas que aprendí es que cuando uno deja a los demás trabajar con las manos libres y les deja decidir, estos trabajan con una mayor motivación porque sienten que lo que hacen es algo propio, que pueden añadir algo de sí mismos, de su experiencia vital, de sus gustos y predilecciones. A mí esa estrategia me ha dado buenos resultados. Esto requiere previamente de unos encuentros, una conversación, y sobre todo de estar informado en todo momento de cómo van transcurriendo las cosas. Yo tuve acceso temprano a los guiones, escritos por Aitor Gabilondo, un hombre en el que confío plenamente, y ya me gustaron mucho. No me pareció oportuno intervenir como inspector, como persona suspicaz que vigila, que controla, que supervisa. Y me alegro de haberlo hecho así, el resultado a mí me ha parecido emocionante, ha habido medios, ha habido talento, mucha dedicación, trabajo colectivo, una excelente elección de intérpretes. Una elección musical de primera categoría. Y nada, es que voy a ser sincero, yo de cine no sé nada, qué hago yo en una sesión de rodaje. Por cierto, asistí a una con mi madre y mi hermana, invitado para echar un vistazo, y un técnico no me reconoció y me expulsó del lugar considerando que yo era un intruso o que estaba molestando. En esto último tenía razón, qué pintaba ahí un señor entre los técnicos, cámaras, actores, ¿no? Y le hice caso y me retiré y posteriormente vino a toda velocidad a pedirme disculpas porque no sabía quién era. Pero esta imagen para mí es muy ilustrativa de cuál habría sido mi papel si me hubiera entrometido echando mi sombra controladora sobre el trabajo de todo un colectivo de profesionales. Creo que habría estorbado.

— ¿Y no te tentó la posibilidad de hacer un cameo en la miniserie sobre tu obra? ¿Aparecer, así, como algún personaje que pasaba por ahí?

— Ya me lo ofrecieron pero después no se concretó la idea. De todos modos, estoy más que recompensado viendo en la escena final a mi hermana. Mi hermana aparece durante un segundo y medio mezclada entre la muchedumbre junto con la hija de Manuel Zamarreño, un señor, un concejal del Ayuntamiento asesinado en su día. Así que de alguna manera con la presencia de mi hermana siento que yo también estoy ahí.

Aramburu conversó en un FB
Aramburu conversó en un FB Live de editorial Planeta que fue transmitido también por Infobae.

— En la novela hay nueve personajes en los que te concentraste. ¿Nos podés adelantar si en la miniserie tuvieron que de algún modo ceñirse a menos personajes por una cuestión de formato o efectivamente esos nueve personajes que tus lectores ya conocemos tienen despliegue?

— Bueno, los espectadores verán en los ocho capítulos de la serie a los nueve protagonistas. Protagonistas que no intervienen con la misma intensidad, tampoco en la novela. Claro, la serie tiene una limitación de tiempo que el novelista no tiene, de tiempo y de espacio, claro. El novelista apenas necesita unas frases para mandar a un personaje a Londres o a Roma. Esto trasladado al cine es muy complicado y sobre todo muy costoso.

— Claro, claro.

— Están los nueve personajes. Con una presencia mayor de las dos madres y de las dos hijas, esto se corresponde también con lo que se puede encontrar en la novela. Los varones quedan como satélites alrededor de estas mujeres. Quizás en la serie de una manera un poco más marcada por limitaciones de espacio.

Miren y Bittori, las protagonistas
Miren y Bittori, las protagonistas principales de "Patria", en una escena de la miniserie de HBO

— Entiendo. También, más allá de esas limitaciones de espacio reales también es cierto que cuando se escribió la novela el momento de las mujeres no era el de ahora. Aunque ya en esa novela se veía una fuerza arrolladora en las protagonistas, en estos últimos cuatro o cinco años el peso que han adquirido las mujeres en general en la cultura y la sociedad es mayor. A lo mejor hay algo en todas nuestras cabezas que funciona de otro modo.

— Sí, bueno, es posible, claro. Somos hijos de nuestro tiempo y nuestro tiempo influye en nosotros aunque no nos demos cuenta, ¿no? En mi caso esta preferencia narrativa por las mujeres pues está justificada no solamente porque también soy susceptible como demócrata que me considero al feminismo, causa que apoyo no solamente como ciudadano sino también como marido y como padre de hijas, ¿de acuerdo? Vamos a decir que yo no quería escribir pues la típica novela de aventuras en las cuales claro, el guerrero, el caballero, el explorador, por razones históricas normalmente eran varones, y a mí me pareció preferible priorizar el mundo de los sentimientos, de la intimidad, de la repercusión en los individuos de la historia colectiva. Y esto no se puede transmitir sin tener en cuenta a las mujeres. Además, por razones psicológicas, por razones sociales y por razones pues de todo tipo. Pues tienen una sensibilidad para ciertas cuestiones que quizás está más desarrollada, con las debidas excepciones claro, que los varones. Y esto se ve en la serie y se ve en mi novela. En casa ellas no es que tengan el poder, lo que tienen es otra cosa que yo denomino la potestad de la palabra. Es una mayor presencia verbal, una capacidad mayor y más compleja de verbalizar, es decir, de convertir en palabras dichas o escritas los incidentes de la conciencia. Mientras que ellos son más activos en el ámbito social pero no porque protagonicen grandes cosas, sino porque de alguna manera en casa por su manera de ser, también por tradición cultural vasca, no terminan de llevar la voz cantante. Y lo que realmente sostiene sus vidas es primero el trabajo, naturalmente, el deporte, y la amistad entre varones, lo que llamamos en el País Vasco la cuadrilla. Que se desarrolla a menudo con una actividad deportiva pero sobre todo en el bar, la taberna.

Se me ha dicho que mis protagonistas son estereotipos del patriarcado, esto a mí me entra por un oído y me sale por el otro pues porque yo no trabajo con recipientes humanos a los que lleno de posiciones ideológicas, etcétera, sino con seres muy concretos. Pero yo pienso en mi madre, pienso en vecinas que conocí, pienso en tías, y podrían entrar directamente en mi novela sin desentonar. Es decir que estos personajes, todos ellos, están inspirados no en un trasunto concreto sino en grupos de personajes que a mí me han resultado muy familiares. Podría sustituirlos por otros, no tengo ningún inconveniente, pero cuando yo estoy trabajando en el escritorio estoy solo y tomo todas las decisiones. Y esas son las que elegí y esas son las que yo ofrezco a los lectores.

"A mí no me gusta
"A mí no me gusta por ejemplo que a mi personaje Joxe Mari lo tilden de terrorista, porque eso es muy poco para calificar a una persona. Habrá sido eso, pero también es otras muchas cosas, y algunas cosas son además positivas y nobles, aunque por otro lado haya cometido asesinatos", dijo Aramburu

— Dijiste en alguna entrevista que las de Patria “son historias de gente vasca que estuvieron ahí cuando yo también estuve”. Es un poco la síntesis de lo que estás diciendo ahora.

— Sí, me siento plenamente reflejado en esa afirmación. Nací en San Sebastián. Crecí, me eduqué en esa ciudad, ese rinconcito europeo donde ya en mi infancia se produce el surgimiento de una violencia organizada, entonces éste es un fenómeno que ha estado presente en mi vida desde muy pronto. Y he conocido mucha gente que, lo quisiera o no, tuvo que tomar postura, definirse ante este fenómeno que transcurre en la calle, que deja un largo reguero de víctimas, de muertos, que no hay quien pare. Y esto pesa mucho no solamente en mi memoria, también en mi conciencia de ciudadano al que le gustaría vivir en un lugar del mundo donde la gente se respeta y donde se aceptan las normas comunes de funcionamiento político, gusten o no, y cada cierto tiempo la población acude a elegir a sus representantes y bueno, esto no es perfecto pero claro, es lo menos malo que existe en lugar de tratar de imponer un proyecto por la vía de eliminar, silenciar o hacer que se marche el que estorba, el oponente, ¿no? Esto ha pesado mucho hasta el punto de que yo me considero como un visitante de este tipo de literatura. En realidad yo pensé de joven que sería poeta y exclusivamente poeta. Quizás habría hecho algún experimento en otros géneros para comprobar si tengo alguna destreza. Pero no me habría sentido llamado con tanta fuerza si no hubiera vivido en esa ciudad en la que se cometían tantos crímenes. Es decir que yo me he sentido interpelado y me he dado cuenta de que la poesía no me servía para expresar todo ese volcán interior de reflexiones, de dolor, de recuerdos que bullía dentro de mí. Y primeramente los cuentos me ayudaron a un primer acercamiento para convertir en texto tanto dolor, tanto recuerdo, etcétera, que me pesaba mucho por dentro. Y después la novela, una vez que a fuerza de trabajo conseguí dominar el formato. Yo creo que Patria no habría podido escribirla sin otros libros anteriores en los que hice un poco mis armas literarias. Cuando llegué a Patria yo ya sabía cómo se diseña una novela. De manera que todos los ingredientes formales, los más importantes, ya estaban decididos de antemano y las cuestiones técnicas no eran para mí un obstáculo que tenía que ir superando continuamente. Entonces me encontraba con la materia pura ahí encima del escritorio, no tenía más que ir repartiéndola en sucesivas secuencias hasta llegar a un final, un desenlace, que ya tenía ideado de antemano que es idéntico al de la serie. Y es muy emocionante. Es muy emocionante verlo en pantalla.

Pero para mí la novela es el albergue del individuo. Frente a la historia que opera con datos, datos de valor colectivo, que no puede permitirse la ficción, la novela es ese pequeño refugio en donde se salva la individualidad del ser humano.

— Las primeras imágenes que se conocieron de la miniserie dieron lugar a una discusión acerca de parecía que se estaba equiparando a víctimas y victimarios. Si uno conoce un poco la historia del conflicto, sabe que efectivamente hubo más de 800 muertos por parte de ETA y sabe también que el Estado se excedió en sus atribuciones y que hubo torturas. ¿Cómo se hace para trabajar con ese equilibrio en una novela?

— Bueno, en el primer caso es buscar ese equilibrio, si es que podemos usar esa palabra, ¿no? En realidad yo no me lo planteé de una manera fría, yo quería ser honrado con esas personas anónimas o humildes que han estado viviendo en ese lugar y en ese tiempo y se han visto involucradas sin quererlo ni premeditarlo en una barahúnda, en un torbellino social violento del que habrían prescindido si hubiera dependido de dichas personas. Es decir, yo quise ser fiel al elemento individual de la persona. Yo no quise que hubiera en mi novela personas representativas, el político, el policía, etc., sino seres muy concretos, vecinos como los que podemos encontrar en cualquier lugar. Y estoy convencido de que una persona por muchas atrocidades que cometa no deja nunca de ser humano. Es decir, esa carta se la reconozco o se la pongo en las manos y eso siempre en cada página, ¿de acuerdo? Es decir, es propio de personas que opinan rotundamente o de fanáticos reducir al prójimo a una faceta. Y a veces condenar al otro por una sola faceta, por ejemplo porque lleva un uniforme. O porque profesa una determinada ideología. Eso es muy reductor y probablemente muy injusto, porque ninguno de nosotros consiste en una sola faceta. Es decir, nosotros tenemos un sexo y tenemos unas convicciones que pueden ser variables, unos gustos, etcétera. Pero cada uno de nosotros es todo un conglomerado de vivencias, de pensamientos, de componentes psicológicos y eso no debe faltar en una novela. Una novela es el lugar que rescata la intimidad de nosotros. A mí no me gusta por ejemplo que a mi personaje Joxe Mari lo tilden de terrorista, porque eso es muy poco para calificar a una persona. Habrá sido eso, pero también es otras muchas cosas, y algunas cosas son además positivas y nobles, aunque por otro lado haya cometido asesinatos. De la misma manera que hay otros que son víctimas en mi novela pero también tienen sus lados oscuros. Su tacañería, a veces su xenofobia, en fin, otras pulsiones que no son en absoluto nobles, aunque ahí figuren como víctimas. Todas estas contradicciones, todas estas facetas, todo este poliedro humano es lo que yo quería representar. Y si uno consigue eso pues podemos llegar a eso que se dice equilibrio, ¿no? Pero eso de equilibrio es un término que se usa en el otro lado de la creación, es decir en el lado de la interpretación, que es lo que no tiene el escritor cuando está trabajando. Yo no estoy en la creación y en la interpretación al mismo tiempo; yo no estoy escribiendo e interpretándome previendo de una manera calculada y fría cómo se va a entender mi libro. De hecho, yo no tenía la historia en la cabeza, no he hecho un traslado automático de la historia. La historia me la he ido inventando a medida que escribía, llevándola a un final que sí tenía predeterminado. Y por supuesto que en la mente combiné algunas imágenes, algunos momentos por los que tarde o temprano la narración iba a pasar, ¿no?

Pero para mí la novela es el albergue del individuo. Frente a la historia que opera con datos, datos de valor colectivo, que no puede permitirse la ficción, la novela es ese pequeño refugio en donde se salva la individualidad del ser humano. Del ser humano intransferible, del único, del que es así, piensa así, siente así que le ha pasado esto o le ha pasado lo otro. Y esto, colocado en un determinado ámbito que sí es colectivo. Esto para mí es la base de la novela, de cualquier novela.

Bittori, junto a la tumba
Bittori, junto a la tumba del Txato, su esposo, asesinado por ETA.

Patria es una novela que permite entender un poco más qué significó el conflicto y la violencia en el País Vasco, pero claramente lo que pasa en tu novela es algo que nos interpela a los lectores de cualquier sitio del mundo, a cada uno por aquello que vivió, porque en distintos lugares se viven cuestiones que han dividido a las poblaciones o que aún las dividen. Hay algo que tiene que ver con el terror y con la memoria: están aquellos que dicen que sin reconciliación no se puede avanzar, están los que dicen que lo que hace avanzar a una sociedad es la memoria. ¿Creés en la reconciliación en las sociedades, en la necesidad del perdón entre las personas y en las sociedades siempre?

— Bueno, el hecho de que existan estos términos supone que detrás hay un significado. No podemos hablar de reconciliación o de perdón si no hay un contenido para esas palabras. No creo en la reconciliación como un espectáculo público, social, con fotógrafos, cámaras, música. Tampoco creo que pueda existir reconciliación donde anteriormente no hubo lazos afectivos. Es decir, para reconciliarse primeramente hay que haber vivido conciliado. Y esto en una sociedad no se puede dar, creo, salvo a título individual. Yo tengo la sensación de que hay muchos opinantes, incluso perspicaces, que proyectan sobre la sociedad las estructuras familiares. Es decir que consideran que una sociedad avanza cuando repite el modelo familiar. En el modelo familiar todo es de todos. Todo es público, ¿no? Ahí no tiene la madre su manzana con su rótulo, esto es mío, y el otro tiene su naranja y esto es de papá, sino que se comparte, etcétera. Y entonces es cuando hablamos en términos familiares de la sociedad. En términos familiares, en el ámbito familiar sí es posible el perdón. No solamente es posible, es conveniente, incluso. O la reconciliación. Porque, bueno, se supone que una familia es una estructura humana basada en lazos afectivos. Se supone que una madre va a querer a su hija, o un padre a su hijo, y que bueno, una mujer y un hombre, con la independencia que luego se traten mal o haya violencia en casa, bueno, esto ya es otra cosa ¿no? Pero se supone que se querían, o se quisieron y decidieron vivir juntos, etcétera. Por lo menos la sociedad actual, no estoy hablando de la Edad Media naturalmente, ni otros lugares donde uno compra a las esposas. Entonces sí es posible y razonable hablar de perdón.

El trasladar esto al ámbito social, donde hay tanta gente y tan distinta, tantas personas que nunca han coincidido en un lugar, esto creo que no es del todo posible. En el País Vasco se han dado casos de petición de perdón. Pero fueron siempre a título individual, alguna persona que cometió actos sangrientos pues no tuvo después paz con su conciencia, aprendió humildad y pidió perdón, ¿sí? Esto sí se ha dado. Pero nunca dentro de un programa electoral, vamos a decir. Nunca en los principios de un partido. Entonces creo que esto no se va a dar nunca.

La serie de HBO está
La serie de HBO está producida por Aitor Gabilondo

Lo que sí se dará es lo que siempre ocurre, es decir que el tiempo transcurre, llegan nuevas generaciones que no están vinculadas con los determinados hechos y el olvido se impone de una manera natural. Tampoco podemos pretender que los niños actuales dediquen siete horas a recordar lo que ocurrió hace dos o tres décadas, esto es irreal. Sin embargo sí tienen derecho a una memoria. Esta memoria no tiene por qué estar en las cabezas. No sé por qué se insiste tanto en que hay que recordar como si fuera un ejercicio intelectual, no. Creo que es más efectivo y más duradero crear los espacios de la memoria, los lugares de la memoria, donde los ciudadanos, si lo consideran oportuno, pueden acudir a informarse, a ver, a consultar, a escuchar. Hablo de libros, hablo de fotografías, de museos, de películas, etcétera. Qué sabemos nosotros de la revolución francesa, qué sabemos nosotros del Renacimiento o del imperio romano, no estuvimos allá. Lo que sabemos es lo que hemos abrevado en las fuentes históricas o artísticas. Eso sí es posible y es conveniente.

Pero claro, nosotros no accedemos a la verdad del pasado, eso no existe, accedemos única y exclusivamente a los testimonios. Y los testimonios hay que hacerlos. Y los testimonios forzosamente son versiones. Es decir que en ellas, lo quiera o no, interviene quien construyó el testimonio. Y esa es una pelea política, una pelea cultural en la que estamos implicados naturalmente. Y bueno, puede ser interesante, claro.

Yo sé positivamente que si yo hago daño da igual en nombre de qué ideas. Yo estoy actuando mal. Y entonces prefiero cuestionarme mis ideas antes que dejar un reguero de muertos.

— Fernando, en diversas entrevistas te consideraste un hombre de la izquierda democrática. En nuestros países latinoamericanos de pronto hay gente que se considera de la izquierda democrática, que en su momento no hizo ni habría hecho un llamado a las armas o a la violencia y que, sin embargo, a veces con su retórica de algún modo justifica o romantiza lo que fue el terror, de pronto en el caso de ETA o en el caso de IRA, incluso en el caso del terror en nuestros propios países. ¿Qué pensás de eso?

— Bueno, esto es un recurso muy perverso que está en la naturaleza humana. Es decir, primero hago una construcción ideológica o moral que me deja las manos libres para actuar contra los otros. Es decir, yo considero, es que esto lo hacen todos, no hay ninguna dictadura que no funcione así ¿de acuerdo? No es verdad que uno empuña las armas porque quiere ejercer el mal, si fuese esto tendría solución. No, primeramente construyo una serie de argumentos que me dan licencia para atacar a otros, incluso eliminarlos. O sea, se empuñan las armas en nombre de la revolución, del pueblo, para liberar no sé qué tierra, no sé qué plaza, no sé qué país. Eso es muy perverso y muy antipedagógico. Porque además omite algo que es elemental y es juzgar las acciones por sus consecuencias. Entonces, yo esto lo aprendí afortunadamente de joven, con la ayuda de Albert Camus por cierto, cuyo libro El hombre rebelde fue para mí una revelación. Yo sé positivamente que si yo hago daño da igual en nombre de qué ideas. Yo estoy actuando mal. Y entonces prefiero cuestionarme mis ideas antes que dejar un reguero de muertos. Esto no puede ser. Yo no puedo crear una sociedad mejor causando mal a otros. Claro que si alguien me está atacando en esa circunstancia puntual puedo defenderme, eso sí. Pero esto no puede servirme de excusa para imponer mi visión del mundo, mi idea de las cosas sociales por la vía de eliminar a los otros. A mí me gusta mucho el ajedrez, es decir una batalla con normas ¿de acuerdo? Y no derribando las piezas del otro a pedradas por ejemplo. Esto se da en todas partes donde se impone el totalitarismo. Este mecanismo de acción se da siempre. Y es que además es monótono, es siempre igual. Se hace una lista de causas que se consideran absolutamente buenas, positivas, se convierten en un absoluto, es decir algo que está fuera de toda discusión, hasta el extremo de que no solamente hay que eliminar a quien se opone a esas causas o a ese objetivo sino que además merece ser víctima porque está oponiéndose, está estorbando, está interfiriendo negativamente contra algo que es absolutamente bueno. Y la guillotina, ahora que mencioné la revolución francesa, la guillotina funcionaba igual, se corta la cabeza de aquel que no armoniza en un determinado paisaje, en un determinado proyecto. Y yo me opongo a eso. Por razones humanitarias.

Miren y su esposo Joxian,
Miren y su esposo Joxian, padres de Joxe Mari, miembro de ETA

— Te escuché en un par de oportunidades decir que sos alérgico a los nacionalismos. Recién mencionabas que tener esos recuerdos, esa memoria y esa experiencia del País Vasco, pero vivir afuera, te evita algunas cuestiones. La novela se llama Patria y entre otras cosas yo creo que uno de los grandes logros de esa novela es ese título. ¿Pero qué es la patria para Fernando Aramburu?

— Buena pregunta. Llevo 35 años viviendo con la condición de extranjero. Vivo en un país cuya nacionalidad no tengo, todavía. Me siento un admitido pero de alguna manera estoy como de visita. Aunque vivo afortunadamente en un país que hoy está pasando por una época de democracia profunda, de aceptación del extranjero, me siento bastante integrado, yo también he hecho mi esfuerzo para integrarme aprendiendo el idioma, etcétera. Entonces yo no tengo un apego, vamos a decir febril, a una parcela del planeta que me da mi identidad. Yo sé que tengo una identidad. Es decir, lo que a mí me devuelve el espejo no sirve para definirme plenamente. El espejo me da una cara, unos rasgos, no precisamente agraciados, me da igual, pero yo sé que soy algo más que los datos que pone mi pasaporte o que mi reflejo en el espejo. Es decir que necesito también algunos componentes colectivos para saber quién soy, el idioma, ciertas preferencias gastronómicas, me gusta mucho que gane el equipo de fútbol de mi ciudad natal, la Real Sociedad. Es decir que también estoy conectado pues a un centro, a un núcleo colectivo compartido con nosotros que es de tipo más bien cultural, etcétera. No me emociona lo mismo una música que otra. Hay paisajes que son inseparables de mi infancia por ejemplo. Recuerdo amigos del colegio. Todo esto ha ido conformándome de la misma manera que a otras personas les ha ido conformando lo suyo vamos a decir, ¿no? Y esto es compartido.

Ahora bien, amar eso a mí me parece humano y me parece natural. Eso puede ser patriotismo en el sentido grato de la palabra. Es decir un apego. Un paisaje de los afectos y todo un cuerpo de elementos culturales que comparto con otros pero que no intento imponer a nadie y que no son un criterio obligatorio para estar, para residir, para ser un ciudadano libre en un lugar. Y eso ya es nacionalismo. Eso es una raya en la cual lo que es el patriotismo, ese amor a lo propio que uno puede compartir con los demás, de hecho yo lo comparto, yo tengo amigos alemanes que bueno, pues disfrutan de una paella que yo les pueda hacer y ellos pues me ofrecen otra cosa ¿no? Entonces formamos una comunidad de repente con distintas identidades pero que puede estar junta. Ahora, en mi casa entra cualquiera. Yo mi casa no la cierro al que no hable mi idioma, o al que no respete o se someta a ciertas normas obligatorias como impone el nacionalismo. Por eso digo que soy alérgico al nacionalismo. Porque además yo me he criado en el humanismo, es decir en el respeto al otro, en el abrazo. Entiendo que haya países en el mundo pero yo tengo, no sé, la aspiración de que alguna vez si la humanidad perdura surjan, no sé, estructuras supranacionales donde cada cual pueda usar su idioma y yo qué sé, y celebrar cosas propias, pero sin crear muros. Sin poner campos minados entre unos y otros, no sé. Y además yo entiendo que para un funcionario yo sea un extranjero. Es decir, yo voy a una oficina, me piden mi pasaporte, entiendo que ese funcionario ve que no soy alemán, eso sí. En ese ámbito de funcionariado entiendo que mi procedencia cumpla un papel. Pero no sé, yo tengo amigos daneses, austríacos, mi mujer no tiene la misma nacionalidad que yo, ni mis hijas, bueno, ellas tienen las dos. ¿Pero yo voy a considerar a mi mujer extranjera porque no tiene mi nacionalidad? Eso no es concebible para mí.

Trailer de "Patria·, la serie de HBO basada en la novela de Aramburu

— Utilizaste el término “emoción” en un par de oportunidades durante esta charla para hablar de lo que te provocaba la miniserie. Te quiero hacer dos últimas preguntas. ¿Qué pensás que va a encontrar tu lector en la miniserie? ¿Pensás que alguien que no leyó Patria después de ver la miniserie se puede interesar por ir a leer la novela?

— Bueno, hay que reconocer que las imágenes tienen un impacto en el ser humano mayor y sobre todo más inmediato que un texto. Un texto como el que contiene una novela hay que descifrarlo, es decir hay que pasarlo por un tamiz cerebral. De hecho si hay cien lectores de un libro hay cien interpretaciones distintas. Y a mí me resulta francamente divertido comprobar cómo hay personas que han leído el mismo texto, la misma novela, y llegan a conclusiones completamente distintas. Porque naturalmente el foco, el foco que dirige la novela también es muy distinto ¿no? Y entonces pues me encuentro con uno que considera que mi novela es una obra maestra y al otro es una mediocridad, o no pasó de la página doce. Es decir, de alguna manera se nota que en un texto el que lee interviene. Y eso es normal. Y además es que debe ser así. Es decir, lo dicen algunos y creo que tienen razón, el lector debe olvidar que tiene en las manos un artefacto de papel con signos, porque entonces no va a llegar a esas emociones de las que hablábamos ¿no? Es decir que tiene que traducírselo a contenido cerebral lo que está leyendo. Y entonces cuando esté frente a la pantalla este recurso no lo tiene porque lo que está viendo son imágenes muy concretas que además se suceden unas a otras sin tiempo de interrumpir como una lectura ni de vuelta atrás. Y además las imágenes son idénticas a lo que uno ve en la vida a todas horas, es decir semejantes que hablan, que se mueven. Mientras que en un libro hay palabras y hay que imaginar todo lo que se está leyendo ahí.

Y en cuanto a la posibilidad de que algún espectador se interese por mi novela pues me parece razonable siempre y cuando la serie pues resulte significativa y le mueva algunos hilos sentimentales por dentro. Pues no me extrañaría que algún lector desee cotejar o quizás volver a la historia pero de una manera más personalizada, más sosegada, en su ámbito doméstico o donde sea que lea, con la posibilidad de reflexionar mientras se lee. O de hacer algo que la película no admite de una manera tan fácil como la lectura, que es leerse a sí mismo. Es decir, la película es tan rápida que uno es más espectador que cuando lee. Cuando lee uno está más implicado puesto que tiene que hacer un ejercicio intelectual. Entonces esto lo hace a un ritmo que él mismo decide, esa persona que lee, y de esa manera es más fácil que se sienta interpelado continuamente en cada frase. Qué habría hecho yo. O qué barbaridad, cómo puede decir esto. O no, esto no me lo creo. O qué aburrido. O que pena, ¿no? Mientras que la impresión que deja una película o una serie, más allá que se la lleva uno después de haber terminado de verla, ¿no? Mientras que en el libro yo creo que es simultánea. A ver, a lo mejor estoy diciendo una bobada, no lo sé.

Aramburu confesó que lloró varias
Aramburu confesó que lloró varias veces viendo la serie aunque solo una vez escribiendo la novela.

— ¿Lloraste en algún momento viendo la miniserie?

— Bastantes veces. Es que no se puede aguantar. No se puede aguantar. Pero no solamente por lo que uno ve ahí sino por lo que evoca. Mientras que escribiendo solo me ocurrió una vez en una determinada escena. Porque yo era consciente de que trabajaba con palabras, no con personas. La serie no da tregua. Hay momentos en los que se le pone a uno un nudo en la garganta por la veracidad de las imágenes. Por el magnífico trabajo de los actores. Y aparte de que claro, yo soy vasco entonces reconozco paisajes en la serie, reconozco lugares. Se menciona en algunos momentos a personas que existieron realmente, que fueron asesinadas. Sí, realmente es impactante. Desde el punto de vista humano es impactante.

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