Newsletter del día: Para saber cómo es la soledad

Todo lo que tenés que saber sobre literatura, música, artes visuales, cine, teatro e ideas en un mundo cada vez más incierto

"Habitación de hotel", de Edward Hopper. Museo Thyssen-Bornemisza

Hola, ahí.

Existe una condición que reduce la esperanza de vida tanto como fumar 15 cigarrillos por día y cuyo efecto negativo es incluso mayor que la obesidad. Esa condición atenta contra la capacidad de las personas para recuperarse del cáncer, hace que las heridas tarden más tiempo en curarse y debilita el sistema inmunológico. Como si fuera poco, además aumenta la posibilidad de contraer enfermedades psiquiátricas o cardíacas.

La soledad es un fenómeno que hace años viene siendo una gran preocupación en diversos países industrializados -en Japón hay libros y libros sobre el asunto- y que llevó al Reino Unido a definir este tema como de interés de Estado y a integrarlo como una de las áreas de competencia de la Secretaría para la Sociedad Civil, por considerarlo un riesgo social al punto de que algunos le adjudican la categoría de epidemia. Cuando se tomó la decisión, dos años atrás, el 14% de la población, unos 9 millones de personas declaraban sentirse solas. El mismo estudio especificaba que alrededor de 200 mil personas habían respondido que no hablaban con nadie desde hacía más de un año.

Leía en una nota de la revista Time que en Estados Unidos los expertos están razonablemente preocupados por los efectos en la salud mental del aislamiento por coronavirus, especialmente porque no existe un acuerdo generalizado que determine en qué momento la soledad aguda pasa a convertirse en un problema crónico con consecuencias a largo plazo.

Un grupo de médicos del Boston Children’s Hospital y la Facultad de Medicina de Harvard advirtieron en abril en un artículo publicado en Annals of Internal Medicine que el distanciamiento físico y el estrés causado por la pandemia, combinados con el aumento de las ventas de armas de fuego, podría empeorar la crisis por suicidios. (En México, un estudio sostiene que la pandemia pudo haber elevado la tasa de suicidios un 20%). El mismo artículo de Time señalaba que otros expertos, en cambio, eligen refugiarse en el optimismo de pensar que el Covid-19 transparenta un problema serio e inadvertido y que esta visibilidad le otorgará a la soledad la dimensión que realmente tiene como uno de los grandes dramas sociales de la época.

"Sol de la mañana", de Edward Hopper (Shutterstock)

En estos meses, los británicos pusieron en marcha un plan especial que llevan adelante el Estado y diversas ONGs para combatir la soledad durante el confinamiento. Son millones de libras las que se dispusieron para reforzar la conexión con aquellos que se sienten solos, pero como no todo es cuestión de dinero, el programa incluye esquemas de contención elementales: llamar, buscar, asistir al que está solo, tenga la edad que tenga.

Y ahí, justamente, está el nudo de este dolor, porque la soledad no es vivir o estar solo sino sentirse solo. No es elegirlo sino sufrirlo. Es una forma de la depresión. Y si lo pensás un momento rápidamente te va a caer la ficha de la cantidad de veces que te sentiste solo o sola estando en pareja, con amigos, con multitudes y lo mal que pudiste sentirte por eso y, por el contrario, la cantidad de veces que aún estando solo todo fluye porque sabés que ahí afuera hay al menos una persona que piensa en vos aunque no esté a tu lado. Una persona o varias, da igual, lo que importa es saber que valés para alguien, que en algún lugar están pensando en vos o dispuestos a ir en tu ayuda si es necesario.

Imagen de "Patria", la serie de HBO basada en la gran novela de Fernando Aramburu

Te doy un ejemplo: veía el otro día el primer capítulo de Patria, la serie de HBO basada en la novela de Fernando Aramburu, y me conmovía ver a Bittori, una de las protagonistas, hablándole a la tumba de Txato, su marido asesinado por ETA y contándole el plan con el que se propone averiguar quién lo asesinó. ¿Está sola Bittori pese a su viudez? Te doy otro: ¿te acordás la película de Ken Loach, Yo, Daniel Blake? ¿Te acordás lo que consigue esa hermosa unión de soledades entre un carpintero sesentón y una madre soltera con dos chiquitos contra un Estado que abandona a los más frágiles, esos que son invisibles para el sistema?

Imagen de "Yo, Daniel Blake", el emocionante film del británico Ken Loach

Sobre la soledad en pareja, leía estos días Mirarse de frente, un libro de ensayos de la gran periodista y escritora norteamericana Vivian Gornick -una de las estrellas del próximo Filba-, en donde dice que “fue el matrimonio lo que me enseñó que la angustia se parece a la entrega y que la soledad es la condición humana que menos se presta al análisis fácil”.

Hay soledades que son vividas como un regalo, escribe también Gornick en ese ensayo cuyo título es “Vivir sola”, pero no hablamos de esas sino de la que “cuando llega, llega -ahora y siempre- como la arremetida de una enfermedad física”. “Recuerdo perfectamente haberme levantado mil mañanas en medio del dulzor penetrante de un día estival con la sensación de tener la cama anclada a un paisaje gris y despoblado mientras, justo al otro lado de la ventana, el mundo se baña en fluidez líquida y toda la gente chapotea alegre, deslumbrando de color en parejas y grupos”, describe Gornick con una capacidad única para generar empatía y reflexión en una misma frase.

Leé la frase de nuevo y decime si algo de esto no te resuena algunas veces cuando entrás a Instagram, por ejemplo. Cuando ya el aislamiento por pantalla se había instalado como escena y las amistades del like parecían suplir para algunos la carencia de amigos reales, llegó el Covid y nos congeló en lo real de nuestras relaciones y en la cercanía o distancia de los otros.

Por diferentes motivos entre los cuales están la habilitación de las leyes de divorcio y el ingreso masivo de mujeres al mundo del trabajo -con la consiguiente capacidad para poder mantenerse económicamente-, en las últimas décadas se incrementó de manera notable el número de personas que viven solas en todo el mundo. Poco después de iniciada la pandemia, la revista Science publicó el BBC Loneliness Experiment, un estudio en el que el servicio público de la radio y tv británicas se propuso examinar las experiencias en diversas culturas, edades y géneros para conseguir una suerte de anatomía de la soledad.

La encuesta recogió datos de alrededor de 50 mil participantes de 16 a 99 años, que viven en 237 países, islas y territorios que representan, para quienes llevaron a cabo el experimento, la gama completa de culturas de individualismo y colectivismo, según la definición del académico holandés Geert Hofstede, experto en la cultura de las organizaciones, que murió a comienzos de este año.

"Casa junto al ferrocarril", de Eduard Hopper

El estudio detectó que los más jóvenes se sentían más solos que los mayores y que aquellas personas que sufren discriminación tienden a sentirse más solos. Un tercio de quienes respondieron dijeron sentirse solos frecuentemente o muy frecuentemente, que eso es algo que los avergüenza y los hace tener menos confianza en los demás pero que también los convierte en personas más empáticas con alguien que sufre. La salud de los solitarios es más frágil.

Analizados los resultados por un equipo de expertos, se pudo ver que los más vulnerables a la soledad eran los hombres más jóvenes que vivían en culturas individualistas, que las personas más jóvenes reportaron más soledad que las de mediana edad; las personas de mediana edad reportaron más soledad que las personas mayores mientras que los hombres informaron más soledad que las mujeres. Como era de prever, quienes viven en los países individualistas aseguraron sentirse más solos.

“Las personas que tienen otro tipo de problemas, en algún momento lo manifiestan. Quienes se sienten solos no generan conflicto, por lo que nadie siente que es un problema. Pero, ¿puede haber más exclusión que no tener con quien hablar?”, decía a eldiario.es el año pasado Gustavo García, responsable de estudios y publicaciones de la Asociación Estatal de Directores y Gerentes de Servicios Sociales de España.

Esta epidemia de soledad no despertó con el coronavirus, en todo caso se acentuó (una mala noticia) pero también se visibilizó (una no tan mala). La soledad es un tema que genera incomodidad ya que muchos pueden incluso temer que el asunto sea visto como un fracaso personal. Esto es clarísimo en los adolescentes, quienes buscan la popularidad entre los pares como reafirmación de la autoestima. Hay estudios que señalan que los solitarios pueden ser percibidos como menos agradables, competentes y atractivos. Muchos tuvimos la oportunidad de ver en estos meses que personas normalmente retraídas o incluso con enfermedades psiquiátricas que los mantienen distanciados de sus pares padecen menos el confinamiento que los supuestamente “normales”. Y es que el aislamiento extremo que es novedad para la mayoría no lo es para aquellos que conviven con él más allá de la excepcionalidad de una pandemia.

En algún sentido, el presente nos iguala. Todos estamos ahora más solos ya porque la mayoría perdimos el día a día en la escuela, la universidad o el trabajo, porque no nos vemos con nuestra familia o porque se interrumpieron los encuentros con los amigos. Sin embargo, el padecimiento no adquiere la misma dimensión en cada uno de nosotros y las respuestas a esta era del encierro no es la misma.

Si dejáramos de lado la extraordinaria situación que hoy vive el mundo, los menos solitarios deberían hallarse en el grupo que va entre los 35 y los 64, aproximadamente. Es la franja etárea de quienes aún están en edad laboral -mantienen entonces intercambio permanente con otros- y en la que se encuentran más personas que viven en pareja. El tema es que ese intercambio laboral se terminó para la mayoría, el tiempo compartido por parejas y familias convivientes es mucho mayor que lo usual y las crisis familiares que se desatan por exceso de presencia también pueden disparar la mayor de las soledades para sus miembros.

Entre los mayores de 65, muchos ya vivían solos antes de la pandemia y conocían bien la soledad puertas adentro. Lo que trajo el coronavirus es la suspensión del contacto humano; una soledad desconocida, la de no poder ver a tus hijos o a tus nietos o la de no no poder salir a tomarte un café con tu amiga de toda la vida. La de no poder juntarse con los que querés para los cumpleaños y celebraciones, esas fechas tan esperadas justamente porque permiten el intercambio con los que amás o te interesan, más allá de con quién vivas.

Se trata de una soledad aguda, diferente a la que se podía experimentar hasta ahora. Es la soledad del aislamiento total y sin fecha de vencimiento, la misma que lleva a los viejos muchas veces a morirse más por la falta de contacto físico con los amados que por el propio virus. Y no lo digo yo, lo dicen expertos. Y lo dicen hijos que han visto a lo largo de los días de internación a través de alguna pantalla benevolente cómo sus padres se iban apagando aún cuando el coronavirus parecía erradicado de sus cuerpos. Los que se terminan dando por vencidos son ellos y es porque en algún lugar saben que la vida que los espera fuera del hospital, si logran salir de ahí, también será una tortura de silencio.

Vivian Gornick

En ese mismo artículo que te mencioné recién, Vivian Gornick habla de las contradicciones de elegir vivir solo como el “descontento más fundamentado de la historia”. Y describe a la soledad como “esa textura áspera en el café de la mañana y la angustia de pequeño calibre con la copa de la noche”. Luego de pasar revista a su experiencia con las convivencias, cuenta cómo un paseo ordinario se transformó inesperadamente en purga.

“Comprendí entonces lo corriente que era mi depresión. Corriente y predecible, corriente y diaria. Depresión diaria, no era otra cosa. Comprendí, como por primera vez, que la depresión diaria te come la energía; sin energía la vida interior se evapora; sin vida interior no hay vivacidad; sin vivacidad no hay trabajo. Una vida sometida a la depresión diaria está condenada a la mediocridad”, escribió. Fue una suerte de epifanía, explica, algo que la ayudó a entender, pero no a sanar. La soledad no se cura con la razón y por eso es tan importante advertir su trascendencia.

“Hay enfermedades que se agravaron ahora y que no se van a ir con la vacuna”, me decía con inobjetable sentido común días atrás Cecilia, una amiga psicóloga.

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No puedo despedirme sin decir algo sobre la muerte de Quino; no puedo dejarlo ir así aunque siento que durante este día ya se dijo todo sobre este artista e intelectual ácido, brillante, observador mordaz y autocrítico de la sociedad y el mundo de su tiempo.

Quino y Mafalda, su creación más popular en todo el mundo.

Sí me gustaría resaltar algo que pensé en estas horas y es que con su partida se termina una forma imbatible de la cultura argentina, una clase de arte que va más allá de las ideologías y que, al tiempo que nos daba luz y felicidad a todos, también trascendía por fuera mostrando al planeta (ese globo terráqueo que tanto acompañó a los personajes del creador de Mafalda) lo mejor de todos nosotros.

Hablo de Borges, de Piazzolla, de Mercedes Sosa, de María Elena Walsh, de Les Luthiers y, por supuesto, hablo de Quino. Una avanzada cultural que nadie se atrevería a discutir; una selección argentina que une y consigue sortear el obstinado foso de la grieta en el que nos venimos hundiendo hace años.

Hasta la próxima.

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