Una nueva edición de los diarios de Sylvia Plath se encuentra en librerías. A las ediciones anteriores le faltaban las páginas escritas durante tres años, que su viudo había ocultado, haciendo incompletos entonces los diarios de la escritora y poeta estadounidense. Ted Hughes, que sería luego poeta laureado (se trata del poeta elegido por la corona británica como bardo del reino que, en su caso, se produjo en 1984 por decisión de la reina Isabel) había sido esposo de Plath durante siete años de relación tormentosa y había sido padre de sus dos niños.
Al final de su vida, se habían separado y la angustia de la bipolaridad se conjugaron para que Sylvia Plath, un 11 de febrero de 1963, sirviera en la cama el desayuno a sus dos hijos, se dirigiera a la cocina, abriera el gas con las puertas cerradas y muriera. Había escrito la novela La campana de cristal y los libros de poemas Ariel y El coloso, que quedarían bajo la tutela de Hughes, al igual que sus diarios -que pueden ser leídos como una larga novela de 900 páginas-. A esas páginas pertenecen los fragmentos de entre 1957 y 1959 censurados por Hughes, que pueden ser leídos ahora en los Diarios completos publicados por la editorial de la universidad chilena Diego Portales.
En su poema El coloso, Plath había escrito:
Nunca conseguiré recomponerte del todo,
armarte, encolarte y ensamblarte adecuadamente.
De tus enormes labios surgen
rebuznos, gruñidos y cacareos obscenos.
Esto es peor que vivir en un corral.
Un poema al padre pero que bien podría haber sido dedicado a su marido. Los fragmentos del diario que salen a la luz habían sido ocultados a los lectores por decisión de Hughes, fallecido en 1998, quien habría quemado un último cuaderno de los diarios. En esas entradas se puede escudriñar la depresión que azotaba a Plath, contraparte de su carácter seductor y estimulante, en una muestra clásica de la bipolaridad -que así fue diagnosticada por la psiquiatría contemporánea y que tiene un tratamiento médico con pastillas que durante la vida de Plath no se recetaban (a los 23 años Plath había intentado suicidarse por primera vez, siendo tratada con electroshocks durante una internación en una institución clínica). Los diarios muestran cómo su estado depresivo no cesaba, a pesar de haberse casado con Ted Hughes y haberse mudado a Inglaterra, donde comenzaría su rol en la docencia. El 7 de enero de 1958 Sylvia Plath escribe:
“Todo el día, o durante dos días, echada bajo la mesa de arce oyendo llantos, timbres de teléfono, el agua del té hirviendo. ¿Por qué no seguir ahí tirada hasta que te pudras o te echen a la basura junto con tu porquería de libro? Eres un montón de despojos, el tiempo y las lágrimas se alternan y te envuelven, brotan y se deslizan indiferentes, de un azul frío. Seguir echada ahí, llenándote de polvo, la pelusa rosa y la lavanda de la alfombra en la nuca, la página en blanco y tu voz silenciada, ahogada”.
La depresión profunda se combina con momentos de elevada conciencia de sí misma:
“Tengo la impresión de haber escrito unos versos que me merecen el título de la Poeta de los Estados Unidos (Ted sería el poeta de Inglaterra y sus dominios). ¿Con quien compito? En fin, en la historia, con Safo, Elizabeth Barrett Browning, Christina Rosetti, Amy Lowell, Emily Dickinson, Edna St. Vincent Millay… todas muertas. Del presente, con Edith Sitwell y Marianne Moore…”
Así es posible encontrar en las 900 páginas de los diarios indicios de una depresión profunda amalgamada con una euforia que lleva a Plath a escribir proyectos literarios, algunos de los cuales lleva a cabo en conjunto con el relato de los rechazos que reciben sus cuentos y poemas enviados a las revistas Harpers Bazar o The New Yorker. A la vez, prima una constancia en la idolatría por Ted Hughes, estado que debió convertirse en un motivo más de su angustia depresiva cuando Hughes comenzó una relación amorosa con Asia Wevill, que devendría en su separación. Curiosamente, la grafomanía que llevaba a Plath a escribir sus cuadernos íntimos no incluyen este episodio, y lo más probable es que Hughes se haya desecho de las páginas referidas a su infidelidad y separación.
Los diarios, en tanto escrituras íntimas, escrituras del yo, tienen como marca tener como destinatario tan sólo a su propio autor, aunque esta intención sea desmentida en varios casos, cuando adquieren un carácter público o son leídos como literatura, a secas. ¿Qué serían si no los diarios de Ana Frank, testimonio que alcanza a generaciones y generaciones para ilustrar el genocidio nazi? O los diarios de Adolfo Bioy Casares sobre Jorge Luis Borges, o más sencillamente, el Borges de Bioy que se incorpora a la literatura argentina mientras revela las veladas entre los escritores y una faceta desconocida de la personalidad del autor de El aleph, a la vez que muestra una mirada sobre la escena literaria argentina y sus protagonistas -no siempre realizada con compasión, sino todo lo contrario-.
De la misma manera, ya sea con la venia de la voluntad o no, los diarios de Sylvia Plath dan cuenta de la construcción de una mujer escritora a mediados de los años cincuenta, cuando la decisión de realizar una carrera literaria se ve opacada por la sombra que produce la figura de su pareja. No por nada sus poemas completos recibieron el premio Pulitzer en 1982, veinte años después de su suicidio.
Los papeles, diarios, cuentos y poemas de Sylvia Plath fueron publicados de acuerdo al criterio de Ted Hughes, que censuró -como muestra este ejemplar de los diarios completos- los pasajes que no creía conveniente revelar al público. Mientras tanto, Hughes fue el depositario material y simbólico de las partes exitosas de la obra publicada de Plath. En 1969, la pareja de Hughes -y que había sido retratada con negatividad en una novela que el viudo de Plath habría quemado- le dio una pastilla para dormir a la hija de ambos y abrió las llaves de gas para morir como Sylvia Plath lo había hecho. “La muerte de mi primera mujer fue complicada e inevitable -dijo Hughes varios años después en una entrevista-. Llevaba en esa pista la mayoría de su vida. Pero la de Assia pudo evitarse. Su muerte estaba totalmente bajo su control, y fue el resultado de su reacción a la acción de Sylvia”.
Sylvia Plath hubiera querido ser una gran escritora y lo fue, aunque el reconocimiento de su obra fue logrado post mortem. Es que nunca pudo quitarse el peso del coloso poeta de su marido y sus formas románticas que incluían a otras mujeres a sus espaldas -es por eso que la figura de Plath se convirtió en uno de los íconos del feminismo que la sostuvo como una mujer que no lograba ser debido a la sombra del patriarcado-. Como sea, su obra poética vale por sus propias virtudes en la gran literatura estadounidense del siglo XX. Sus diarios, esta vez completos, sirven para internarse en la biografía de una gran escritora, o para ser leídos como gran literatura, por sí mismos.
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