La belleza del día: “Cleopatra prueba venenos en los prisioneros”, de Alexandre Cabanel

En tiempos de incertidumbre y angustia, nada mejor que poder disfrutar de imágenes hermosas

"Cleopatra prueba venenos en los prisioneros" (1887), de Alexandre Cabanel. Oleo sobre lienzo (165 × 290 cm) en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes

Alexandre Cabanel (1823-1889) se especializó en temas históricos, clásicos y religiosos en el estilo académico -en el que se inscribe Cleopatra prueba venenos en los prisioneros- y, contra su voluntad, fue uno de los grandes impulsores del impresionismo como movimiento rupturista, por lo que se aporte a la pintura francesa podría contarse como doble.

El artista fue un talento joven que siguió todo el camino de lo que el sistema podía esperar de alguien respetable. Estudió en la École des Beaux-Arts de París, expuso muchas veces en el Salón de París -la primera en 1844- y ganó la beca Prix de Rome en 1845 con solo 22 años. Además, en el salón parisino ganó la máxima distinción -Grande Médaille d’Honneur- en 1865, 1867 y 1878. Fue también miembro y profesor de la prestigiosa École, desde el ’64 hasta su muerte.

Hermoso currículum para sus tiempos. Sin embargo, como todo academicista, Cabanel rechazaba lo nuevo, lo desafiante. Así que junto a William-Adolphe Bouguereau fueron las voces que más fuerte se expresaron contra el ingreso del Édouard Manet y otros pintores al afamado salón, lo que devino en la creación del Salón de los Rechazados en 1863. El resto es historia conocida.

Cleopatra es, sin dudas, la mujer no mítico-bíblica más representada en la historia. No solo en el arte, con pinturas, bustos, esculturas y relieves, sino también en monedas, vasijas de cristal, camafeos y, más acá en el tiempo, el cine. Su figura ha sido polémica. De hecho, la historia romana generó alrededor de la gobernante del Antiguo Egipto, que además fue una destacada diplomática, comandante naval, lingüista y escritora de tratados médicos, una imagen negativa por sus propios intereses historiográficos -su muerte significó el fin del periodo helenístico y el comienzo de la Egipto romana- que se mantuvo como relato central incluso durante la literatura medieval y renacentista, cuando su figura renació con mucha fuerza.

En Cleopatra prueba venenos en los prisioneros el artista interpreta la versión instaurada por Plutarco en su colección biográfica Vidas paralelas, en el capítulo sobre Marco Antonio, con quien tuvo tres hijos. Desde la época romana los relatos sobre la muerte de Cleopatra rondan alrededor de dos versiones relativas al envenenamiento: para algunos lo hizo dejándose morder por una víbora áspid en un ritual, mientras para otros consumió veneno por decisión propia. Aunque, para los historiadores contemporáneos, la tesis del suicidio está en duda.

En la obra, que se encuentra en el Museo Real de Bellas Artes de Amberes, se la representa en el proceso de hacer probar veneno a prisioneros para conocer cuál sería el más rápido e indoloro para el momento en que fuera necesario quitarse la vida. La pieza es una de las más importantes en lo que respecta al orientalismo del siglo XIX.

A Cleopatra se la ve sentada en su sofá, en una posición relajada mientras una sirvienta la apantalla, y ella observa -con cierta frialdad- el dolor de los prisioneros que, a fin de cuentas, como soberana, le pertenecían. Junto a ella hay un guepardo que, según la mitología egipcia, es la personificación de la diosa Mafdet, la protectora de los faraones a cargo de la justicia, sobre todo en lo que refiere a ejecuciones.

La pintura es de un detallismo precioso, con dos escenarios bien marcados: el de Cleopatra, que si bien frío es vivaz, pleno en colores, opulento, y el de los envenenados que, en perspectiva, ocupan un segundo plano en patio protegido del sol por un tela, pero no por eso menos puntilloso: solo hace falta observar las columnas y sus jeroglíficos.

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