El mismo día en que empezaba su tratamiento de inhibidores de pubertad, Elizabeth Duval contó en televisión cómo fue el trato que recibió durante su primera consulta en la Sanidad Pública sobre el cambio de género:
—La socióloga me dijo: “¿Estás segura? Porque si llegaras a arrepentirte en el futuro, lo único que te queda es tirarte de un puente”.
Tenía catorce años y, a partir de esa nota, se convirtió en referente de la juventud trans en España. Un año más tarde, protagonizó un corto sobre la diversidad que recorrió festivales de cine de todo el mundo. A los dieciséis, fue citada por distintos medios de comunicación cuando el Congreso trataba -y aprobaba- la ley de Identidad y Expresión de Género. Y estaba por cumplir diecisiete cuando fue la portada de El País, el diario más importante de España, en un artículo titulado “El futuro es trans”.
Pero Elizabeth ya no habla de eso. Hoy, con veinte años y radicada en Francia, busca ser la voz de su generación desde otro lugar: como escritora. En marzo publicó su autoficción Reina, editada por Caballo de Troya y disponible en Argentina en formato digital (Penguin Random House), en la que menciona solo doce veces la palabra “trans”. Allí, reflexiona sobre sus días en París como alumna de la doble licenciatura en Filosofía y en Letras Modernas de La Sorbona, lejos de la escena mediática y sin que nadie le pregunte nada. Recorre, conoce, aprende, debate y crece, como cualquier estudiante.
“¿Qué quedaba para mí si me convertía en el personaje público trans de una cierta relevancia perteneciente a una generación particular?”, se pregunta Duval en uno de los pasajes de Reina. “Qué quedaba, en definitiva, de mí misma en aquello; en la atención que me prestaran los medios, la gente, ciertos intereses. París es, también, una forma de alejarme de esta existencia como figura pública. No he tenido todavía ninguna conversación aquí en la que salga del armario y espero no tenerla. No he tenido que vivir como una persona trans”.
Elizabeth Duval nació con otro nombre el 25 de agosto de 2000 en Alcalá de Henares y se crió en Madrid. El día después de cumplir catorce años, tomó aliento y le pidió a su madre que fuera a su cuarto para mostrarle algo. Cuando entró, le señaló el monitor de su computadora. Había una carta escrita en Word.
—Estaba aterrada de contárselo a mis papás. Me costó muchísimo y fui incapaz de decirlo en voz alta —recuerda.
En la carta, decía que se sentía una chica encerrada en el cuerpo de un varón. La madre la leyó y salió a la cocina, donde estaba el papá. Luego, él también la leyó. “Vamos a hacer lo que haya que hacer para que seas feliz”, le contestaron. Desde ese momento, pasó a ser Elise y, más adelante, Elizabeth.
Pero afuera las cosas no fueron tan fáciles como en su casa. Además de haber recibido una atención negligente en la entonces llamada Unidad de Trastorno de Género de la Sanidad Pública española, Elizabeth fue “invitada a desmatricularse” de la escuela a la que asistía. En la entrevista televisiva que había dado en mayo de 2015, el día en que empezaba su tratamiento hormonal, decía: “Llegó un punto en el que socialmente el colegio era lo único que me impedía tener una vida plena con mi género. Que te llamen maricón, que te critiquen las uñas o que te critiquen el pelo no me afectaba tanto como que el trato fuera en masculino”.
Después de crecer y transitar su nueva identidad de género bajo el escrutinio público, Elizabeth se saturó de ser presentada como joven activista trans, etiqueta de la que todavía reniega, y se fue a Francia. Reina marca, justamente, esa bisagra entre su pasado y su presente como escritora. Desde allá, escribió: “Yo, como decisión individual, privilegiada e individualista, anuncio lo siguiente: procuro olvidarme, muchas gracias”.
Duval recibe virtualmente a Infobae Cultura desde París. Es una imagen en pantalla que se transmite once mil kilómetros hasta llegar a Buenos Aires vía Google Meet y que de a ratos se entrecorta, según los caprichos del servicio de internet. No hay rastros de la adolescente de catorce años de pelo oscuro y corte carré de sus primeras apariciones públicas. Lleva una melena rubia a la altura de las orejas y la piel muy blanca.
-Irte a París te ayudó a alejarte de los medios y a poder construirte desde otro lugar, pero al convertir esa experiencia en tu autoficción Reina volviste a llevar tu vida a la escena pública.
-Quería alejarme de la esfera mediática porque antes había estado como activista trans y relacionada a temas de LGBTIQ+ y transfeminismo más que otra cosa. Gracias a esa etapa de mi vida que giraba en torno a lo trans, porque era adolescente y en toda adolescencia se está construyendo una identidad, es que ahora puedo vivir otra etapa como persona autónoma y desligada de esas identidades en lo que hago y en lo que soy.
-En tu libro mencionás solo doce veces la palabra “trans”, ¿hubo un recorte o una voluntad de resaltar que en París podías ser y mostrarte como sos o efectivamente tu vida transcurre como la narrás?
-No hubo recorte, incluso agregué capítulos que no tenía intención de incluir porque quería tratar el tema desde otros ángulos y que se asentara mejor dentro del texto. En mi vivencia actual, ser trans tiene la poca importancia que tiene en el libro.
-¿Creés que eso es, en sí mismo, un aporte al colectivo trans?
-Soy muy crítica con el potencial político de la literatura, no considero que tenga capacidad de transformar el mundo o ejercer la política, sino que la política y la militancia van por otros medios.
-¿No te considerás una referente?
-Intento no presentarme como referente trans. Si se me considera así, pues bueno, pero no hubo una intención política en Reina o una intención transformadora. No tiene un objetivo político-militante.
Duval se toma unos segundos para pensar cada respuesta. Sabe que su libro da cuenta de una realidad muy distinta de aquella de la mayoría de las mujeres trans. De hecho, comparte estantería en las librerías españolas con Las malas, de Camila Sosa Villada, novela que muestra cómo en Argentina las travestis deben prostituirse para sobrevivir, son asesinadas o deben esconder su identidad frente a sus familias.
A partir de 2015, se dio un activismo centrado en las familias de menores trans, y entonces somos toda una generación que ha podido iniciar su tránsito muy joven, que ha podido atravesar un proceso de asimilación mucho más fuerte, que ha alcanzado la norma
—En España existe una realidad parecida en el sentido de que mujeres trans mayores de 40 años o más se han visto en una situación de precariedad tal que su única salida ha sido la prostitución. Pero, a partir de 2015, se dio un activismo centrado en las familias de menores trans, y entonces somos toda una generación que ha podido iniciar su tránsito muy joven, que ha podido atravesar un proceso de asimilación mucho más fuerte, que ha alcanzado la norma —dice.
Como parte de su faceta actual, alejada del activismo pero aún ligada a lo trans, Duval incursionó en la dramaturgia al redactar un pasaje de la obra de teatro por la diversidad Y el cuerpo se hace nombre, que estuvo en cartelera entre 2018 y 2019 en Madrid. En enero de este año, además, publicó el poemario Excepción (Letraversal).
En cuanto a Reina, la idea de escribirla surgió de forma accidental en un bar parisino cuando llevaba ya algunos meses viviendo en la capital francesa. La escritora Luna Miguel estaba de paso y la contactó. Se habían conocido un año antes, cuando ambas participaron de una antología de poesía transfemenina para la revista PlayGround. La propuesta emergió entre copas de vino.
Luna Miguel tiene 29 años y es autora de El funeral de Lolita, novela en la que toma un halo del clásico de Vladimir Nabokov para responder al androcentrismo literario y por la que es considerada una voz influyente de la literatura actual española. Además, es editora junto con Antonio J. Rodríguez de Caballo de Troya, el sello que publicó Reina. Dice que cuando escuchó las historias de Duval como estudiante, “sus ambiciones como escritora y un montón de anécdotas muy divertidas”, quedó fascinada. Le propuso que las escribiera.
—A los pocos meses, me mandó una barbaridad de páginas llenas de historias fantásticamente narradas sobre la escritura, el deseo y la amistad que más adelante se convertirían en Reina —señala Miguel a Infobae Cultura.
Para ella, el libro se destaca por varios motivos. Por un lado, tiene un valor generacional y literario, ya que Elizabeth es una de las primeras escritoras de la generación Z en publicar en España, además de la forma en que trabaja el concepto de la autoficción. Por el otro, se distingue por plantear una serie de escenarios nuevos en el debate sobre cómo abordar lo queer en la literatura.
Duval está trabajando en un ensayo que profundiza este último punto y en el que se mide con intelectuales como Judith Butler y Teresa de Lauretis, a la que considera su guía intelectual. En este texto, tal como ya hizo en un capítulo de Reina, discute con Paul B. Preciado y dice que es un error presentarlo como filósofo de lo trans: “Muchas veces se lo ha tomado como filósofo como si su sistema de ideas fuera fundamental para comprender lo trans, pero mucho de lo que ha hecho son intervenciones artísticas y teorías que han influido en el mundo del arte y que no sirven para explicar la realidad”.
-¿Es cierto que Preciado te contactó después de que lo criticaste en Reina?
-Intercambiamos algunos mails. Al principio, estaba muy ofendido porque le dije “señoro” y al final terminamos con mucho cariño y en buenos términos. Por muy no binario que se diga, por habitar el terreno fronterizo entre hombre y mujer o por heredero que se reclame de la falta de valentía de -según él- tantas feministas, la posición de enunciación que ocupa ahora es la de un hombre.
La posición que ostenta Paul B. Preciado y algunos privilegios que tiene son los de un hombre. No puede considerarse el portavoz de lo trans y negar esos privilegios cuando los está ejerciendo de forma más o menos cotidiana.
-¿A eso te referís cuando decís que tiene que asumirse desde otro lugar?
-Si una mujer va sola por la calle y se cruza a Preciado, puede que se sienta amenazada por su presencia, a pesar de él mismo. No digo que no tenga militancia feminista, pero la posición que ostenta y algunos privilegios que tiene son los de un hombre, socialmente está siendo presentado como tal. No puede considerarse el portavoz de lo trans y negar esos privilegios cuando los está ejerciendo de forma más o menos cotidiana.
El texto será publicado en 2021. Con eso, terminará de consolidar ese paso de una adolescente capaz de representar las demandas de la juventud trans a la presente escritora, paso para el cual Reina sirvió como bisagra. Aparte, como prueba de su mente prodigiosa, ya está trabajando en sus próximos proyectos literarios, además de leer a montones.
-Una vez te preguntaron en una entrevista cuántos libros habías leído en el último año y respondiste que ochenta.
-(Risas) Bueno, pero porque me lo preguntaron y tuve que responder. Luego, parecía que estaba alardeando.
-¿Qué estás leyendo ahora?
-Acabo de terminar Ada o el ardor, de Nabokov, por placer. A nivel más teórico, estuve leyendo La broma infinita, de David Foster Wallace, para el ensayo.
-Con veinte años, ya hiciste teatro, poemas, autoficción, un ensayo, ¿qué sigue?
-Tengo un poemario terminado que saldrá el año que viene y estoy trabajando en una novela que se publicará en dos años.
-¿Es otra autoficción?
-No hay literatura del yo esta vez. Todo lo que quería decir ya lo dije en Reina.
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